Publicado en El Espectador, noviembre 20 de 2025
Ramón Jimeno, autor de Noche de lobos, experto en el Palacio de Justicia, ha ignorado evidencia incoherente con la narrativa del M19 sobre ese ataque. Un detalle pertinente es que al autor lo llamaron del M19 para entrevistar a Clara Helena Enciso, única guerrillera sobreviviente de la toma que, según recuerda él, estaba escondida en un lugar de Bogotá al que lo llevaron vendado. Allí la protegían los del Frente Ricardo Franco, verdugos de Tacueyó. Enciso “ya estaba en contacto con el comando del Eme y le hicieron una versión oficial. (Su testimonio) estaba muy ligado a esa instrucción del comando.… Después se abrió más, lloró y contó episodios dramáticos del baño… cuando capturan a Irma (Franco)”, la otra guerrillera que salió del Palacio y luego desaparecieron.
Jimeno destaca la diferencia entre estas dos insurgentes. “Irma trataba muy duro a los rehenes, era una guerrillera. Clara Elena no lo era… estaba encargada de las comunicaciones y era muy amable con todos”. En su libro la considera mal preparada para la toma. Su novio, Elvecio Ruiz, encargado por Fayad para dirigir el operativo, se oponía. Ella presionó, fue incluida, pero su entrenamiento no fue militar: “estuvo en la Corte estudiando expedientes sobre la inconstitucionalidad del Tratado de Extradición”. Este dato clave no impidió que Jimeno descartara por absurda la tesis del dinero narco para la toma. Al final, los comandantes, no concedieron el imprimátur. Le informaron a Jimeno que “lo sentimos mucho, no puede usar el reportaje, es una decisión de la Dirección del M19 para seguridad de Clara Helena”.
El periodista pregona la teoría de la “ratonera”: los militares sabían de la toma desde antes. Para encerrar y aniquilar al M19, habrían quitado la vigilancia. Pero esa decisión dependía de la Policía, entonces sospechosa de colaborarle a los narcos. Su experiencia y el mismo relato también contradicen la hipótesis. Días después de la masacre, el comando superior del Eme ya operaba normalmente, entregándole a la única testigo viva la “versión oficial” del incidente, supervisando la narrativa y censurando un reportaje. No tenía ningún sentido para el ejército exterminar un grupo guerrillero si la cúpula de mando estaba afuera, sana y salva, prácticamente intacta. Otra evidencia incómoda que Jimeno desdeña.
Clara Helena Enciso es la médula del libro Noches de Humo, de Olga Behar, quien convivió con ella un mes en México. El mismo Fayad hizo el contacto justo después de la toma para una entrevista que no pudo hacerse. Sorprende que una guerrillera rasa supiera detalles que en un grupo compartimentado pocas personas conocen. Según el libro de Behar, “la negociación (se haría) en el Cauca y los guerrilleros que salieran del Palacio serían trasladados a Siloé y Aguablanca, Cali, donde el M19 tenía gran influencia”. Surge una inquietud: ¿la periodista ya conocía a Gerardo Ardila, importante estratega del M19 con quien se casaría después? Curiosamente, no lo menciona en sus libros, ni siquiera en su autobiografía. Revelar conflictos de interés le parecía superfluo.
En una entrevista reciente, Behar anota que su primera reacción al enterarse del ataque fue recordar la captura de rehenes de 1980 en la Embajada Dominicana. Aún sospechando, tal vez sabiendo, los objetivos del “juicio armado”, el curso de acción obligado debía seguir el guión revolucionario: un replay de la Chiqui doblegando militares y al gobierno con la guerrilla volando impune hacia Cuba, “territorio libre”.
Behar revela que la experiencia de Palacio la convenció que, para estar informada, Colombia necesitaba “periodismo comprometido y de autor”: superar los afanes de reportera sometida a los tiempos impuestos por el nieto de Laureano que nunca la censuró y mezclarle ficción al oficio. Así, el libro del humo es una “novela histórica” con cuatro personajes: la justicia, representada por el Magistrado Reyes Echandía, la sociedad civil por Eduardo Umaña Luna, abogado de las víctimas desaparecidas por los militares, Clara Helena Enciso que personifica la guerrilla y los militares tipificados por el Rambo Criollo, un soldado de 21 años que en la retoma salvó rehenes, incluso unos magistrados, pero que, por señalar excesos, fue hostigado y amenazado. Unos brochazos , según esta periodista, bastan para describir el contexto.
No podían faltar en esa entrevista referencias a Nuremberg y criminales nazis burlándose de sus víctimas judías, para compararlos con militares colombianos despreciando enemigos guerrilleros en los Consejos de Guerra. Es chocante que periodistas célebres de los ochentas, todavía bajo el embrujo de delincuentes políticos sanguinarios y sin remordimientos, pretendan dictar cátedra en técnicas de reportaje o ética periodística. Sin ninguna duda sabían proteger sus fuentes y cultivar contactos clandestinos. Pero fuera de eso, bastantes periodistas jóvenes podrían instruirlos en rigor, imparcialidad ideológica y, sobre todo, distinguir hechos de opiniones.


