sábado, 22 de febrero de 2020

Todo hambriento es microeconomista

Publicado en El Espectador, Febrero 27 de 2020
Columna después de las gráficas








Qué falta hacen personajes sabios, íntegros y sencillos como Antonio Gamoneda, que pasó hambre, sobrevivió una guerra civil y soportó el franquismo.

En un país donde una élite a la que nada le ha faltado se queja y sale a marchar porque perdió unas elecciones, donde poesía y ficción se confunden con los análisis históricos, sociales, económicos y políticos necesarios para diagnosticar realidades complejas, donde quienes nunca fueron elegidos, ni hicieron carrera en la administración pública ni mucho menos en el sector productivo dan pautas sobre cómo se debe gobernar, qué bien caen la modestia y lucidez de quien no asume ningún rol de lider, como este poeta nacido en 1931. Me recordó a Eduardo Escobar y su frentera oposición al paro contra todo: “carezco de la arrogancia de creer que puedo cambiar la retorcida condición humana. Y me niego a disipar mi energía en las vagamunderías de la recua”.

La Pobreza, memorias que Gamoneda acaba de publicar, empiezan a sus 14 años cuando, huérfano de padre, abandonó el colegio para trabajar de mensajero en un banco 80 horas a la semana. Tal vez hubiese preferido un contrato más Rappi para seguir estudiando. En las entrevistas concedidas al lanzar el libro derrocha sentido común. La comida es un tema recurrente, algo “muy propio de un niño que ha pasado hambre”. No abundan quienes tras la penuria logran educarse y escribir una autobiografía tan genuina y aterrizada.

Para Gamoneda hay un abismo entre lamentar la pobreza ajena -como hacen las ciencias sociales y casi cualquier intelectual- y vivirla en carne propia. “No es igual el pobre que el que se solidariza con el pobre”. No pretende que una opción sea mejor o peor que la otra: anota que son distintas. “Las hambres históricas modifican para siempre el pensamiento de los hambrientos” de manera tal que quienes no lo han sido no pueden comprender.

Tuvo conciencia del hambre en su hogar y en la calle por la Guerra Civil española, con cupones de racionamiento y filas de mujeres golpeadas por la policía “mientras hacían cola para conseguir cualquier porquería”, un escenario radicalmente distinto al de la burguesía local que en los cacerolazos se rasga las vestiduras por los desatinos de un gobierno o la policía que torpemente busca controlar el vandalismo, dos dolencias universales. “Yo dejé de pasar hambre y mis hijas no la pasaron, pero todavía reconozco a los que la pasaron”.

Recuerda vívidamente el matoneo sufrido en el colegio cuando, por no tener zapatos, su madre le adaptó unos de la abuela recortándoles los tacones. “Aquello fue una mordedura para un chiquillo, mucho más que las inclinaciones pederastas de los frailes”. Resume la pesadilla vivida durante su infancia en dos palabras, vigilancia y racionamiento. “Antes que a rebelarse, la gente aspiraba a comer”.

Destaca lo superfluas que son las mentes eruditas para abogar por los pobres, quienes “reconocen enseguida de dónde viene lo que los oprime sin necesidad de leer un solo libro” y que entienden mejor que nadie los conceptos pertinentes para paliar su situación. “Todo hambriento es microeconomista”. Se burla de sus doctorados honoris causa: “soy doctor por la puerta de atrás”. De no haber ido a la universidd solo añora “no poder leer a Virgilio en latín”.

En Colombia abundan antítesis de Gamoneda: personas acomodadas, incluso oligarcas, obsesionadas por una pobreza que nunca vivieron sino que percibieron en su servidumbre, o desde alguna chanfa palanqueada en la burocracia, en empresas de su entorno cercano o como rentistas. Además de falacias al describirla, estas castas propagaron dos fábulas crontraevidentes. Para no perder vigencia, insisten que la pobreza se ha agravado, observación rebatible sin estadísticas, ni sofisticados análisis: basta visitar cualquier ciudad colombiana y recordar cómo era hace 20 o 30 años.  La segunda, más onerosa, fue empecinarse en que hambre, miseria y exclusión eran el caldo de cultivo del conflicto. El Gran Hermano del cuatrenio pasado, enfant terrible del 68 francés, ejemplifica esa estirpe privilegiada impulsora de un proceso de paz que por magnificar el impacto de una pobreza tan recóndita como persistente en ciertas localidades menospreció irresponsablemente la gran variedad de mafias surgidas no de la precariedad económica sino de la abundancia de los mercados ilegales.  


La deformación clasista de nuestra realidad alcanza a ser delirante. Horrorizado por los refugiados venezolanos en las carreteras, un célebre novelista, diplomático fugaz, sentenció recientemente que “la guerra en Colombia fue un combate de pobres contra pobres. Gente humilde matando a sus compañeros de desdicha social. La inmensa desigualdad histórica nos llevó a esto… Las clases más acomodadas y ricas podrán tener desacuerdos, pero en lo esencial se protegen entre sí”. Ante semejante disparate, se aprecian aún más tres virtudes de Gamoneda tan escasas actualmente como el alimento durante una guerra: curiosidad, sindéresis y polo a tierra.

REFERENCIAS

Ailouti, Marta (2019). “No me ha tocado vivir una historia de España aceptable”. El Cultural, Sep 11

Escobar, Eduardo (2019). “Razones para no marchar”. El Tiempo, Nov 18

LNC (2020) “Gamoneda presenta en Madrid ‘La pobreza’, con sus vivencias desde 1945”. La Nueva Crónica, Feb 12

Gamboa, Santiago (2019). "Pobres latinoamericanos". El Espectador, Oct 19

Ribas, Armando  (2014) “Los intelectuales generan pobreza”. La Prensa, Junio 1

Rodríguez Marcos, J (2020). "Todo hambriento es un microeconomista". Entrevista con Antonio Gamoneda, Babelia, El País, Febrero 8


Rubio, Mauricio (2019). “¿Cómo mejorar a Colombia?”. El Espectador, Sep 12


lunes, 17 de febrero de 2020

Eterno diálogo con el ELN

Publicado en El Espectador, Febrero 20 de 2020
Columna después de las gráficas





No sorprendería un comunicado del ELN aclarando que con el paro armado querían mostrar, una vez más, su voluntad de diálogo.

El cinismo eleno persiste junto con la insólita mezcla de candidez, contumacia e irresponsabilidad de quienes siempre exigen que el gobierno se siente a negociar con criminales irredimibles sin importar sus ataques, ni sus víctimas. En esta ocasión quedaron policías heridos, vehículos e infraestructura destruídos además de regiones aisladas que pronto sufrieron desabastecimiento.

Con el inventario de daños aún incompleto, la pazología machacaba que la única reacción viable ante atentados con bombas es el diálogo. Poner la otra mejilla y ceder al chantaje para apaciguar bandidos han sido estrategias progres recurrentes en el país del sagrado corazón. Hubo voceros oficiosos del grupo demencial recordando que las condiciones mínimas exigidas por el gobierno para retomar los diálogos –devolver secuestrados y renunciar al terrorismo- no serán aceptadas. Para ellos, los delincuentes políticos ponen las condiciones. Al absurdo se le suma el descaro de afirmar que el fortalecimiento de esta guerrilla es responsabilidad de la administración Duque. “La ambigüedad del gobierno en la implementación del acuerdo con las Farc les ha facilitado reclutar disidentes… en regiones en las que había prácticamente desaparecido”, anota campante un conflictólogo. La mala leche alcanza para que el jefe negociador en La Habana sugiera una alianza implícita que desconoce su histórico legado: “curiosamente tanto Gobierno como Eln censuran ese Acuerdo”.

El magno ejemplo sigue siendo la paz santista, como si el impacto sobre este grupo no hubiera sido fortalecerlo con disidencias de las Farc detectadas antes del mejor acuerdo posible. Junto al encaletamiento de armas y al boom de testaferros, hubo emigración de combatientes farianos hacia el ELN, al parecer impulsada por quienes para desmovilizarse conservaron, quizás, quizás, quizás, su tajada de recursos ilegales.

La tradición terrorista de esta guerrilla es inobjetable. Referencias a paros armados del ELN aparecieron en la prensa internacional a mediados de los noventa. "Huelgas, sabotajes, secuestros y 30 muertos, balance del paro armado en Colombia" titulaba La Vanguardia en abril de 1996. Unos meses antes, con una desesperante sensación de déjà vu, el mismo diario anotaba que “Samper da un ultimátum a los insurgentes para que negocien” mientras que María Jimena Duzán sentenciaba que “la guerra nunca se podrá terminar por las armas debido a las graves carencias sociales”. Según ella, las encuestas mostraban que “los colombianos siguen creyendo en el diálogo”. Exactamente lo mismo que hace unos días proclamó Telesur: “sociedad colombiana urge al Gobierno y ELN retomar el diálogo”. Igualmente gracioso es De la Calle proponiendo ahora como salida digna para el impasse pararle bolas a Ernesto Samper, a quien el ELN buscaba derrocar con su primer paro armado por un indigno elefante.

En 2016, mientras aún se dialogaba en Cuba, el ELN organizó dos paros armados, uno para conmemorar la muerte de Camilo Torres y otro que impidió la movilización de cien mil personas y dejó millonarias pérdidas. En 2015, para un cese de actividades decretado en Arauca, Boyacá y Casanare, los comandantes esperaban “que no haya hechos que lamentar”. Magnánimos y comprensivos, aceptaron entonces que “los casos de urgencia en salud pueden tramitarse normalmente”. Así, el paro ordenado por estos tiranos parroquiales ya está tan institucionalizado como el día sin carro en algunas ciudades. El objetivo es similar, netamente pedagógico: obligar a la gente a enfrentar adversidades artificiales y arbitrarias para sentir cómo sería el mundo controlado por quienes sí saben lo que le conviene a la ciudadanía.


Durante el proceso de paz con las Farc la Universidad Javeriana publicó un libro de ensayos en el que 23 académicos expusieron sus argumentos a favor del diálogo con la guerrilla más reacia y reaccionaria. Los aportes van desde el entusiasta -“¿Por qué es posible, y además, necesario negociar con el ELN?”- hasta el conmovedor que trata de convencer a los elenos de que se sienten a charlar. Hay quienes anotarán que retenes, sabotaje y amenazas persisten porque todavía no hay plena conciencia de que la paz es mejor que la guerra, y eso sólo se logrará con un gran cabildo abierto, un sancocho nacional con cacerolazo. Pero tal vez lo que hace falta sea, más allá de condenar la violencia o recordar que el término paro armado desprestigia los movimientos sociales, un debate serio sobre las opciones de un gobierno cuando unos subversivos reiteran con sus acciones, reforzadas con explosivos, que no quieren negociar sino imponer su agenda totalitaria. Otra eventual explicación es que hace años este grupo armado delirante y sanguinario se siente cogobernando, taimada e implícitamente respaldado por una élite intelectual con la que comparte varias obsesiones: intervencionismo intenso, gasto público sin control, tirria al capitalismo y pantalla en los medios del sistema que desprecian.

REFERENCIAS

De Correa-Lugo, Víctor (2014) Ed. ¿Por qué negociar con el ELN?. Bogotá: Editorial Universidad Javeriana. 

De la Calle, Humberto (2020). "ELN: crímenes y errores". El Espectador, Feb 16

EE (2020) "Paro armado: la pelea entre el Eln y el Epl en el Catatumbo". El Espectador, Feb 14

_________  “Policías heridos y vehículos incinerados: balance que deja el paro armado del Eln”. El EspectadorFeb 14

__________ "Transportadores, con miedo de transitar vías por amenaza del Eln", El Espectador,  Feb 15

Ibarz, Joaquim (1995). "Nuevos ataques de la guerrilla colombiana, que ignora el diálogo". La VanguardiaJulio 3

_______________ (1996). "Huelgas, sabotajes, secuestros y 30 muertos, balance del paro armado en Colombia". La VanguardiaAbril 10

Riveros, Héctor (2020). "Si no era así, entonces, ¿cómo?". La Silla VacíaFeb 15

Telesur (2020). Sociedad colombiana urge al Gobierno y ELN retomar el diálogo. Feb 15



domingo, 9 de febrero de 2020

Conflicto maquillado

Publicado en El Espectador, Febrero 13 de 2020
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Hay quienes pretenden tapar el sol con las manos sugiriendo que en Colombia no hubo conflicto armado. La realidad es que persisten varias violencias que la paz simplemente ignoró, o maquilló. 

El último tozudo fue Alfredo Ramos Maya, concejal por el Centro Democrático, quien busca eliminar el concepto del Museo Casa de la Memoria en Medellín. Siempre que se machaca esa precisión semántica, reviran voces igualmente despistadas: proclaman que la realidad la definen ciertas palabras. El formalismo es tal que la condición de víctima parece función no de los ataques sufridos sino de un registro burocratizado con términos específicos. 

La relevancia o validez de cualquier vocablo depende del arraigo en el lenguaje, a su vez determinado por la “correlación de fuerzas”, preocupación marxista. En España nadie ajeno a ETA se atrevería a plantear que la lucha contra ese grupo fue un conflicto político y no una defensa de la democracia atacada por una violencia injustificable. El País Vasco casi encaja mejor que Colombia en las condiciones que, como Ramos recuerda, establecen el derecho internacional humanitario y el Comité Internacional de la Cruz Roja para hablar de conflicto armado: control territorial, representación popular e insurrección contra un régimen. Sin embargo, a ningún burócrata internacional se le ocurriría recomendar el uso del término para lo acontecido en Euskadi. Las víctimas, el gobierno, el legislativo, la justicia, la academia o los medios jamás adoptarían tal denominación para el enfrentamiento contra “la banda terrorista” etarra. A nadie le importa hacer parte de la “Coalición Internacional de Sitios de Conciencia”, asociación a la que en España solo pertenece un insignificante museo de exilados republicanos situado en la Junquera, frontera con Francia. 

Quienes en Colombia se rasgan las vestiduras ante el lenguaje incorrecto o los llamados de atención de cualquier ONG evitan precisar que nuestro conflicto fue tan intenso, diverso y extendido que varios grupos armados -esmeralderos, contrabandistas, pandilleros, narcotraficantes y paramilitares-  también lograron control territorial, apoyo popular y desafío al Estado de forma tan contundente que hubo, y sigue habiendo, no uno sino varios conflictos armados regionales que fueron opacados y maquillados por la pazología para pasarse por la faja el principio de igualdad ante la ley con unas negociaciones parcializadas y selectivas.

Un gran yerro de la paz santista fue adoptar sin matices la tradición de reconocerle el arbitrario estatus político solo a las guerrillas de inspiración marxista, aunque otras mafias también tuvieran agenda y aspiraciones proselitistas, desafiaran al Estado, consolidaran un sólido poder en ciertas regiones y, a pesar de la retórica izquierdista, lograran mayor raigambre y apoyo popular que la subversión. Con la excepción del M-19, las guerrillas colombianas cultivaron con esmero desconfianza, temor, rechazo y odio de la gente a cambio de promesas vaporosas y autoritarias sin respaldo electoral. Del amplio abanico de criminales que asolaron el país, las guerrillas son las que menos contraprestaciones económicas, sociales o políticas ofrecieron y por eso han contado con menor apoyo de la población.

Es bastante irónico que quienes acusan de negacionista a cualquiera que se oponga al uso del término conflicto no tengan reparo en silenciar ciertas peculiaridades protuberantes del que sufrió el país. Por ejemplo, la estrecha relación de distintas mafias, en particular el narcotráfico, con la violencia explosiva y con dos fenómenos en los que Colombia también sobresale internacionalmente: corrupción y sexo pago. Somos “los más corruptos del planeta” por ser “los mayores productores de cocaína”, así de simple. La misma lógica aplica para el liderazgo mundial en prostitución. 

Además, ambos fenómenos están interconectados. Los grandes mafiosos atendían políticos, jueces, empresarios, militares o policías contratando servicios sexuales para ellos. Alberto Giraldo, embajador del cartel de Cali en Bogotá, prácticamente despachaba desde un prostíbulo apoyado por Madame Rochy, encargada de conseguirle prepagos adaptadas al gusto de cada aliado o calanchín. Esta corrupción elemental, que no deja huellas ni vestigios, ya era usual entre los capos esmeralderos antes del auge del narcotráfico. 

Además, desde entonces fue común que los patrones contrataran prostitutas para los campamentos que concentraban trabajadores y escoltas sin presencia femenina. A esta práctica castrense también recurrieron las Farc para atender su tropa, dando el paso adicional de reclutar mujeres combatientes en burdeles de zonas cocaleras. 

El Acuerdo de Paz y la historia oficial ignoraron todas las arandelas de la guerra contrarias a la figura idealizada del rebelde que se sacrifica por el pueblo campesino. El sanguinario personaje del bajo mundo que con cinismo, codicia y crueldad defiende sus intereses y satisface sus instintos también fue meticulosamente silenciado por la misma academia y élite intelectual que hace aspavientos cuando alguien se atreve a decir que la guerrilla colombiana ha sido más grupo terrorista que ejército popular en una guerra civil. Obsesionados por la paja en el ojo derecho ajeno niegan con soberbia la viga en el propio. 



REFERENCIAS

EE( 2020). “Intelectuales preocupados por el rumbo del Centro Nacional de Memoria Histórica”. El Espectador, Feb 11

Ochoa, Paola (2020). “Los más corruptos”. El Tiempo, Ene 19

Parada Lugo, Valentina (2020). “El concejal que quiere eliminar el término conflicto armado”. El Espectador, Febrero 7 de 2020

Rubio, Mauricio (2013). "Las 'auyamas' y el 'apecho' de los esmeralderos". El Malpensante, Septiembre, Nº 145. Blog personal

_____________(2019). "Prepagos forzadas: otro mito por la paz". El Espectador, Nov 7