lunes, 25 de enero de 2021

Los ciclos del deseo femenino

 Publicado en El Espectador, Enero 28 de 2021

Columna después de los memes





Una encuesta hecha en Francia sugiere que la armonía en la iniciativa y la frecuencia de las relaciones sexuales es factible. 


Así sean ellos los que proponen, la mayor actividad en la cama también es bienvenida por ellas. Hay un quiebre cerca de los tres encuentros semanales que preocupaban a Annie Hall, a partir del cual la satisfacción femenina sube. Y cuando se supera el encuentro cotidiano, 75% de las mujeres se declaran muy satisfechas con su vida sexual, contra sólo un 36% en las frecuencias bajas. Además, los franceses confirman que con cualquier equilibrio, ellos siempre quisieran más.


Interesa entender esta brecha permanente entre las ganas femeninas y las masculinas que persiste incluso en la liberal Francia. Para eso es sensato apoyarse en escritos femeninos. Natalie Angier es una ensayista que habla de hormonas, y comparaciones con otras especies. Lo hace con destreza en Woman: An Intimate Geography. Su observación básica es que en las hembras animales mecánica sexual y motivación están muy atadas. El estrógeno manda sobre el cuerpo y el apetito sexual. En las primates ya se observa más juego y "los efectos de las hormonas en el comportamiento sexual se focalizan en mecanismos psicológicos, no físicos". Esto les permite tener sexo en distintos contextos y utilizarlo con fines económicos o políticos. De todas maneras, una sobrecarga de hormonas tiene repercusiones.


En los seres humanos, motivación, deseo y comportamiento involucran al cerebro. El forcejeo entre conductas intencionales e impulsos es permanente. El autocontrol, superior al de cualquier otra especie, no es infalible: quedan trazas de antepasados menos cerebrales. Cuando una mujer llega a la adolescencia, la sexualidad se activa, consciente e inconscientemente. Los cambios por la menarquia son fundamentalmente hormonales. El impacto del patriarcado, el machismo o la religión es más tenue. Afirmar que la sexualidad depende de las hormonas, sigue generando recelo: se impuso el discurso de cómo deberían ser las cosas. Pero para cambiar las costumbres, las normas o las leyes, es necesario entender cómo las hormonas afectan las conductas.


A pesar de actuar a través de muchos intermediarios, el estrógeno tiene que ver con el deseo femenino y, por esa vía, con la frecuencia preferida para el sexo. No se trata de leyes mecánicas, o animales, tipo "las mujeres quieren más mientras están ovulando". Pero ciertas alteraciones tienen efectos. No hay asociación directa y automática entre los niveles de estrógeno y la excitación física. Pero inconscientemente, allá abajo, pasan cosas que sólo sofisticados aparatos detectan. Y se llega así a simpáticas situaciones en las que "los genitales femeninos se congestionan con firmeza mientras las mujeres miran pornografía que luego describen como estúpida, trivial y poco erótica".


Un eventual síntoma de aumento en el deseo femenino sería la proporción de ocasiones en las que la mujer toma la iniciativa para el sexo. Este indicador es complicado pues depende, entre muchas otros factores, del tipo de contracepción. Las píldoras, por ejemplo, alteran las oscilaciones hormonales. Cuando el método es a la vez confiable y no hormonal -como un parejo con vasectomía- se ha observado que las mujeres también tienen más tendencia a pedirlo en el pico de la ovulación que durante los demás días del mes. Las subidas de estrógeno presionan. 


Estudios muy interesantes se han hecho con parejas lesbianas. Sin temor al embarazo, ni hormonas perturbadoras, libres de las presiones y manipulaciones de los machos insaciables, se ha encontrado que "es un 25% más probable que tengan relaciones sexuales y alcancen el doble de orgasmos hacia la mitad de su ciclo".


Un experimento con 500 mujeres que tomaron diariamente su temperatura basal y registraron la intensidad de sus ganas, muestra una sólida concordancia entre el deseo y la cercanía de la ovulación. El asunto, además, se refuerza pues esas mayores ganas, a su vez, las perciben inconscientemente los hombres que están cerca de las mujeres. Aún no se sabe si es a través de las feromonas o de señales corporales inconscientes, pero se ha encontrado una extraña asociación entre el ciclo ovulatorio de las bailarinas de strip tease y las propinas que reciben.


El estrógeno sensibiliza al máximo los sentidos de las mujeres. Visión y olfato, por ejemplo, mejoran considerablemente con la ovulación. La principal característica del estrógeno es que su efecto depende del contexto. No da órdenes ciegas del tipo "vaya y tenga sexo", sino que refina las antenas femeninas para percibir señales que en otras oportunidades pasarían desapercibidas. 


Con la menopausia los niveles de estrógeno decrecen y, consecuentemente, sus efectos sobre el deseo femenino también.  El estrógeno es sobre todo activo entre las jóvenes, que necesitan indicaciones y orientación. Esas que a veces quedan embarazadas sorpresivamente, tal vez porque no supieron administrar los cíclicos y súbitos excesos de demanda por sus hormonales encantos.



REFERENCIAS


Angier, Natalie (1999). Woman. An Intimate Geography. London: Virago


Bajos, Nathalie y Miche Bozon (2008). La sexualité en France. Pratiques, genre et santé. Paris: La Découverte

sábado, 16 de enero de 2021

El poder seductor de la palabra (II)

 Publicado en El Espectador, Enero 21 de 2021

Columna después de los memes






 

Redes sociales y decadencia de la lectura desvalorizaron el verbo como herramienta de seducción. Aunque el coronavirus podría revitalizarlo, se trata de una destreza masculina efímera.


Un encuentro de Juliana con otro exnovio confirma la naturaleza de su encendido automático. “Salimos a almorzar. El mesero pregunta what do you want? Él  me coge la mano diciendo I want her. Me derretí. Si él hubiera querido ahí, de una, sin dudarlo. Luego, cuando trató de pedirlo con gestos mudos, pues ya no. Nunca soporto directo al grano”.


Juliana no menciona el olfato, aún más expedito para la seducción. Las feronomas actúan sobre la interacción entre personas. Son la cancillería de las emociones.  A diferencia de las moléculas odorantes, pequeñas y volátiles, las pesadas feromonas se transmiten por otras vías. Se sospecha que un eficaz mecanismo es el beso con labios, lengua y narices involucrados, un delicioso recurso seriamente afectado por la pandemia. Para el romance, las feronomas jugarían el papel de la burocracia que expide pasaportes sin fecha de caducidad. Pero cualquier exnovio sabe que para despertar el deseo femenino no basta mostrar ese certificado. Ahí simplemente empieza la nueva jornada y la palabra toma unas riendas sin duda reforzadas por Covid-19.  


Un buen discurso, cara a cara o virtual, para convencer y seducir no es un vulgar piropo. De los psicólogos evolucionistas, quien más ha promocionado la idea de selección sexual de Darwin es Geoffrey Miller. Sugiere que el tamaño del cerebro, consumidor goloso de energía, es redundante para casi la totalidad de tareas humanas. La complejidad de la mente sólo se explicaría aceptando que su principal papel es mediar en la negociación que antecede al sexo. Expresarse verbalmente es un arte demasiado complejo con respecto a la simpleza de la comunicación requerida para cualquier actividad humana. Para comunicarse con un grupo e ir de cacería, o defenderse de enemigos, bastan pocos vocablos. Eso lo sabe cualquier instructor militar. El lenguaje sofisticado es indispensable para que homo sapiens seduzca. Ellos para convencerlas, endulzándoles el oído, de que son “el hombre de su vida”. Ellas para escoger adecuadamente con quién tener sexo. 


La oratoria fue también la base de la política. No sorprende que a quienes la practican nunca les falten mujeres. Un poema, ¿para qué sirve? Miller lo tiene claro: para seducir. Un perfil de Gonzalo Rojas a raíz de su fallecimiento es ilustrativo. "La vertiente más potente de su poesía la dedicó a las mujeres. Bajo de estatura, con gafas y calzonarias, nadie confundió nunca a Gonzalo con un hombre apuesto, lo que no obstó para que tuviera en la materia un éxito arrollador".


Un papel similar juegan cuentos, teatro, ópera, novelas, conciertos, coplas, conferencias, chistes, discursos, consejos, recuerdos, clases magistrales y charlas telefónicas infinitas. Un joven bogotana lo confirma: "si no es churro, pero tiene parla levanta sin problemas". Para seducir también sirven las artes plásticas, pero el público receptor es más reducido, requiere entrenamiento. Por el contrario, para millones de adolescentes, con hormonas a tope, los verdaderos ídolos y los cosquilleos entran por el oído. Basta recordar los desmayos que provocaba la beatlemanía. En un viaje a Cuba, una ejecutiva italiana se enamoró de un mulato al bailar con él. Lo sacó de allá y tienen un hijo. Cuando estalló el boom salsero en Europa, los buenos músicos y bailarines no daban abasto con jovencitas encantadas. 


La verborrea seductora es condición necesaria pero no suficiente para seducir. Hay que pasar previamente el examen de química: las feromonas. Si no, existe el riesgo de quedarse en las ligas menores de la mera amistad. Así le ocurre a Felipe, estudiante universitario de 22 años que no logra conquistar, no porque no quiera, es que no puede: las compañeras sólo lo ven como amigo, a veces hermanito. 


Quien ilustra bien el poder de las palabras para el romance es Cyranno de Bergerac, el soldado francés que, acomplejado por su enorme nariz, fue testaferro del Vizconde de Valbert para conquistar con alejandrinos a la bella Roxana. Siglos antes, los caballeros medievales mostraban una paciencia platónica similar ante sus amadas, en una tradición promovida por Eleonor de Aquitania, el amour courtois.  


Por desgracia, la palabra se agota. La encantadora pero costosa verborrea se ofrece con infinita generosidad únicamente durante la seducción. Al ceder, las mujeres pierden el grueso de su capacidad de negociación. Los juristas lo tienen claro: prometer para meter, y una vez metido, el sofisticado poeta se devuelve varios eslabones en la cadena de la evolución. Se instala cómodamente en un mundo tacaño en frases dulces y abundante en monosílabos y gruñidos. Como los primates, o los astros de rugby neozelandeses. Un error garrafal contemporáneo es creer que esos salvajes serán domesticados confrontándolos, cuando sólo el cariño logrará cautivarlos. 


REFERENCIAS  


Hoyos, Andrés (2011). "El hijo del minero". El EspectadorAbril 27


Miller, Geoffrey (2001). The Mating Mind: How Sexual Choice Shaped the Evolution of Human Nature










sábado, 9 de enero de 2021

El poder seductor de la palabra

 Publicado en El Espectador, Enero 14 de 2021

Columna después de los memes



Plazos Traicioneros



Las mujeres que exigen preámbulos para tener sexo siguen siendo una abrumadora mayoría que, además, aumenta con la edad. Un nuevo eufemismo es “quiero tener amigos, después veré qué pasa”, o sea, como en el bolero, poner “plazos traicioneros”.


Sin embargo, hay lugares con un activo turismo sexual femenino, por ejemplo los pueblos italianos de la Costa Adriática. Allí, europeas mayores pagan por la compañía de fogosos jóvenes que luego, al casarse, visitan regularmente una amante, disfrutando un sistema institucionalizado de affaires extramaritales con mujeres de su región. El adulterio es común. Muchos hombres tienen una sucursal a donde van entre semana, cuando el marido cornuto labora en los viñedos, en el barco de pesca, en su pequeño negocio o también en andanzas clandestinas. Quienes tienen buena posición mantienen romances durables con señoras de su clase social para abajo. El único tabú es que una mujer mayor tenga relaciones íntimas con un joven soltero. Ilustrando así su amplio conocimiento sobre la historia de las parejas, la antropóloga Helen Fisher concluye que las relaciones extramaritales parecen ser “el triunfo de la naturaleza sobre la cultura”.


Como haciéndole caso a esta experta, Juliana -bogotana casada, con tres hijos universitarios- mantuvo por varios años un affaire con Ricardo, exnovio arquitecto con el que nunca se acostó. Radicada en Houston hace años, la logística del romance la facilitó un proyecto de construcción cerca de allí. Ricardo vivía en Boston casado con una exhippie que el tiempo tornó histérica y dominante. Mayor que él, cuando se conocieron en Bogotá ella ya tenía experiencia y además ofrecía un valioso documento, la visa USA. Se fueron juntos a conocer Canadá en auto stop. Ricardo, algo mujeriego, dejó plantada a Juliana y jamás volvió a acercarse a Colombia, ni a ella.


La posibilidad de volver a flirtear con su amor juvenil cayó por casualidad, cuando lo visitaron amistades comunes. Ricardo preguntó por Juliana, apuntó el precioso número telefónico y empezó a cranear la reconquista. En su trabajo movió los hilos necesarios para que su jefe lo vinculara al proyecto de Houston y, muy aplicado, buscó seducirla telefónicamente. Endulzar ese oído le tomó bastante tiempo y dedicación.


“Todas las semanas durante muchos meses, de lunes a viernes, yo recibía mi llamada al mediodía. Me creó ilusiones y sueños”. Así resume Juliana el paciente flirteo. Tiene una teoría sobre su romántico talón de Aquiles. Según ella, el mágico botón no es la oreja, donde le gustan tanto los besos. ”Es más adentro, en el oído interno”, aclara. Ricardo supo llegarle desde el primer telefonazo: tanto tiempo, cómo has estado, qué es de tu vida… pero cuando le confesó “fui un estúpido, nunca quise abandonarte, he debido quedarme contigo”, logró borrar años de rabia y malos recuerdos. “Tocó el botón de encendido automático y simplemente me derretí”.


Tras un par de citas rápidas en el aeropuerto, condimentadas con beso apasionado, se amaron en un hotel varias veces al mes durante todo el tiempo que duró la obra. Al final, ninguno de los dos tuvo la valentía suficiente para abandonarlo todo y continuar esas subidas a la estratosfera. Juliana asegura que Fernando, su marido, nunca se enteró de nada. Y no está dispuesta a oir argumentos a favor de contarle.  Se niega a aceptar que el incidente en el que, en un asado, él empujó a la piscina a un amigo que la miraba insistentemente tenga algo que ver con un arranque de celos acumulados. No quiere separarse, qué enredo los hijos, Thanksgiving y Navidad, pero guarda maravillosos recuerdos de ese idilio furtivo. Ocasionalmente, la atormentan inquietudes insólitas. “Una vez sentí que estaba haciendo con Fernando algo que era de Ricardo y mío nada más. Sentía que le estaba siendo infiel”.


Juliana volvió a enamorarse de Ricardo antes de tener sexo con él, así de sencillo. A pesar de que admite sin tapujos que no disfruta la cama con Fernando, se molesta, casi se ofende, cuando le sugiero que salga a buscar aventuras fugaces en cualquier café o, mejor aún, que ponga un anuncio en Tinder enumerando los requisitos masculinos y escénicos que se le antojen, modificándolos cada vez según su estado de ánimo. Le lloverían pretendientes pues sigue siendo muy atractiva.


Ninguna de las mujeres que conozco de esa edad, separada, divorciada, viuda, o casada, incluso aquellas que tuvieron una vida sexual liberada con múltiples affaires, aprovecha la prerrogativa de elegir un amante fugaz como hacen las europeas que menciona la Fisher. Afirmar que le tienen aversión al sexo sin compromiso no requiere elaboradas teorías psicológicas o biológicas. Basta un concepto económico muy simple, las preferencias reveladas: quien no hace algo teniendo los recursos suficientes para hacerlo es porque no quiere, no le interesa, no le gusta.  Una verdad de Perogrullo. Continúa.


REFERENCIAS


Fisher, Helen (1992). Anatomy of Love. The Natural History of Monogamy, Adultery and Divorce. London: Norton

lunes, 4 de enero de 2021

A veces, para algunas, es difícil llegar

 Publicado en El Espectador, Enero 7 de 2021

Columna después de los memes





“A mí en realidad el sexo me interesa muy poco”. Con esa frase lapidaria soltada donde la terapista que visitaba con Santiago para salvar su matrimonio, Carolina cerraba un ciclo de tres años. 


Se habían conocido en una oficina de consultores. Ella salía de una aventura breve e intensa con un compañero de universidad que se esfumó. Antes, había tenido un noviazgo formal con un ejecutivo trabajador y desabrido. Aunque se iban a casar, Carolina quiso tener más mundo antes de embarcarse en algo definitivo: cortó, probó varias cositas, rumbeó como loca pero conservó su virginidad. Santiago, un poco mayor, había tenido varias novias, todas sexualmente activas. Se había iniciado con una separada y arrancando carrera en Bogotá había convivido con otra mujer mayor que él. Tal vez por eso, a diferencia de algunos amigos, nunca le atrajo el reto de seducir primíparas. Las prefería no necesariamente maduras pero por lo menos experimentadas. Torpe en el arte de insistir y confiado en que la luna de miel era un ritual suficientemente testeado, se dejó convencer por esa novia cautivadora pero casta, ya atípica para la época.


Así, se casaron sin haber tirado antes. Los argumentos de Carolina fueron simples. “El condón es un lío y no me interesa aprender algo tan inseguro y pasajero”. Santiago tampoco pudo aportar ese know-how. Siempre habían hecho la tarea por él, con pepas, Ts, o diafragmas. La parafernalia contraceptiva, según ella, era mejor asumirla por canales institucionales. Opinaba además que las casas de amigos, los moteles, los potreros, los parqueaderos o los polvos de sofá eran un bajonazo.


La tan esperada noche de bodas, como predijo la Beauvoir, fue un desastre. El idílico paraje en nada contribuyó a que fluyera el romance. Ella frenó en seco en los preámbulos y él, que sentía haber aguantado demasiado, no tuvo suficiente paciencia ni destreza. Insólitamente, terminaron hablando de la niñez y de la suegra. Sólo al cuarto día el matrimonio pudo consumarse. Nada digno de celebrar.


Santiago recuerda que el primer orgasmo de Carolina, como al sexto encuentro, fue espectacular. Durante el resto de luna de miel no hubo muchas réplicas, y nunca algo tan intenso. Al instalarse en Bogotá, ambos dejaron la oficina para continuar sus respectivas carreras. En la cama, con pequeñas disculpas, llamadas, documentos por revisar, cansancios y jaquecas, ella logró imponer su rutina. El polvo semanal era los sábados, a media mañana, justo después del baño y ya reposado el desayuno. Ni siquiera tan magra frecuencia y tan elaborado ritual garantizaban que ella siempre llegara. Santiago insiste que él se esmeraba. Es más, precisa, “era la primera vez que tenía conciencia de que tocaba aplicarse de tal manera”.


En las charlas con la terapista volvieron a salir a flote los recuerdos de infancia y la mamá de Carolina. Las escenas eran casi de Buñuel. La señora que a medianoche, en bata y con rulos, entraba a la habitación de las hijas a despertarlas “porque su papá no ha vuelto ni ha llamado”. El discurso que seguía, entre amargado y resignado, acompañado con leche y galletas, era siempre una variante sobre lo insensibles y sirvengüenzas que pueden llegar a ser los hombres. Más o menos similar al que persiste, ahora para algunas agravado con “el violador eres tú”: de Guatemala a Guatepeor. 


Sería obvio pensar que la aversión de Carolina hacia el sexo la compartió con su hermana y compañera de habitación. Pero no. Sobre Patricia, las secuelas de la cátedra nocturna contra el tenebroso sexo masculino fueron las opuestas. “Desde la universidad, ella se los comía a todos” afirma Santiago sin titubeos. Para él, conocer a esas dos hermanas tan similares -mismo colegio, misma familia, mismos amigos- y tan distintas en la cama bastó para quedar desconcertado y afirmar que no entiende a las mujeres.


Carolina, cincuenta y tantos actualmente, pertenece a esa generación en la que más de una en tres de las mujeres colombianas consideran que “no sienten deseo ni placer sexual”. A pesar de una incidencia tan alta, no es fácil conseguir testimonios reales de mujeres frígidas, de eso poco se habla. Fue arduo convencer a Santiago para que contara detalles de su experiencia. Me recomendó referirme a Fernanda del Carpio que, según él, encaja bien en el perfil. “La frecuencia deseada de esa cachaca en Macondo debió ser como la de Carolina. El camisón blanco hasta los tobillos, mangas hasta los puños y resignación al sacrificio de víctima expiatoria son una buena caricatura de lo que viví en la luna de miel” anotó.


Si las mujeres deben aprender a tener orgasmos y los hombres a controlarlos, vaya uno a saber por qué ahora se pregona que la sexualidad masculina y femenina sólo difieren por factores educativos y culturales, como la represión.  


REFERENCIAS

ENCUESTA  “Cómo viven los colombianos su sexualidad”. Caracol Radio, El Espectador, y Canal Caracol

 

Angier, Natalie (1999). Woman, an intimate geography. New York: Virago

Bergner, Daniel (2009). “What Do Women Want?”. New York Times, January 22, 2009

de Beauvoir, Simone (1976). Le deuxiéme sexe. Paris: Gallimard


Tasso, Valérie (2003). Diario de una ninfómana. Barcelona: Novoprint