lunes, 28 de junio de 2021

Intelectuales, estudiantes y violencia

 Publicado en El Espectador, Julio 1 de 2021


Una laguna lamentable de la academia colombiana ha sido silenciar sin mayor debate el papel de la universidad y el sistema educativo en el conflicto armado. 


En la última década hubo avances significativos en cobertura de la educación superior. Pero lo que allí se enseña sigue afectando la actitud de unos pocos privilegiados ante el “establecimiento”. De manera irresponsable y corrosiva, las universidades colombianas, incluso de élite, aún producen una masa de estudiantes anti sistema, que defienden y aplauden las vías de hecho y la violencia. Sin que se sepa cómo, la academia sigue inculcando resentimiento, desprecio por las realidades y afán de vincularse al sector público en lugar de independencia, emprendimiento, obligaciones elementales con la sociedad y voluntad de responsabilizarse por el propio destino para tributar. 




Podría pensarse que la universidad colombiana está cumpliendo cabalmente su función esencial de fomentar la crítica, el aprendizaje por ensayo y error, la evaluación rigurosa de alternativas de acción. En síntesis, que aún ofrece ese “espacio que reservamos en nuestras sociedades para equivocarnos”. 

Sin embargo, esta institución crucial para la democracia ha suspendido “sus propios mecanismos de deliberación científica a causa de las presiones” ideológicas y políticas. Esta dinámica es la antítesis de lo que debería ser el entorno de la juventud que aprende ciencias humanas y sociales: la polémica y la lucha contra los consensos. Como afirma César Rendueles, “esta naturaleza de eterno debate y contraarguentación implica siempre tensiones y negociaciones que paradójicamente se han ido desprestigiando para ser reemplazadas por las verdades absolutas, incontrovertibles, la tendencia a simplificar, adjudicar etiquetas y estigmatizar las opiniones contrarias”. 


Pocos ejemplos ilustran mejor esta falla de la universidad y la academia colombianas que el proceso de negociación con las Farc en La Habana cuando, por la paz, se callaron y ridiculizaron las voces disonantes para que la opinión de rebaño alcanzara niveles vergonzosos. Los costos del unanimismo se están pagando con conflictos armados regionales que no terminan y recrudecen impulsados por disidencias, el ELN y variadas mafias expertas en economías ilegales. 


El ELN, grupo insurgente reacio a negociar, entrenado en “clientelismo armado” y tácticas terroristas, salió de la universidad pública: decidió implantarse en determinada región por las “especiales condiciones revolucionarias del estudiantado de la Universidad Industrial de Santander (UIS)” que había sido el kinder político de Victor Medina Morón y Ricardo Lara Parada, ambos fundadores del grupo. En “Nuestro hombre en la DEA”, un detallado reportaje sobre el narcotráfico en Colombia que parecería ajeno al país que obsesionó a la cúpula santista, Gerardo Reyes cuenta cómo en la discoteca Tijuana de Bucaramanga “se contoneaban guerrilleros principiantes y oligarcas felices” de la ciudad. Baruch Vega, el futuro colaborador de la agencia antinarcóticos, los conocía a todos.



En sendas memorias, dos mujeres comandantes del M-19 anotan que fueron inducidas a tomar las armas por el mismo profesor universitario simpatizante del grupo. Entre los cómodos rebeldes de escritorio hubo celebridades que colaboraron descaradamente con las tavesuras y audacias de la guerrilla que introdujo la guerra sucia en el país. 


Varios otros centros de educación superior ayudaron a engrosar las filas no sólo de la insurgencia sino del narcotráfico. La Gorda, una de las rutas más exitosas en la historia de la exportación de cocaína desde Colombia fue craneada en una universidad de Medellín en donde hacían un máster uno de los competidores de Pablo Escobar y un ingeniero de la UIS, gerente comercial de una empresa que importaba productos en unos tanques especiales que regresaban vacíos a los EEUU. Entre ambos montaron una firma para adecuar esos tanques y exportar grandes volúmenes del alcaloide. 


Si tan sólo se tratara de memoria histórica no habría motivo de alarma. Lo proeocupante es que el papel perverso de la universidad persiste aún después del largo proceso pedagógico sobre la necesidad de desarmar los ánimos y reconciliarse. Colegas en los que tengo plena confianza ofrecen relatos espeluznantes sobre el paro y las protestas de finales de 2019. Según un investigador, "en las universidades públicas hay un grito de guerra casi generalizado, desde rectores hasta aseadores, profesores y estudiantes, ya van por la cabeza de Duque. Sectores de izquierda radicalizados olvidan la historia reciente, que hay respuesta del otro extremo.… (En la universidad) hay más violencia que antes de los acuerdos”. Un instituto académico estatal donde otro de ellos trabaja “es un centro de adoctrinamiento guerrillero y todo está peor desde el acuerdo porque llegaron milicias urbanas de las Farc y desmovilizados y están en plan de hacer una guerra nueva”


Dos testimonios sobre lo que ocurre en una universidad pública de provincia no necesariamente describen lo que pasa en otras. Pero ese solo caso ya es inadmisible: en un país fértil en matones, la universidad, la academia, la intelectualidad deberían contribuir activamente a la paz, no a legitimar la guerra. 




https://elpais.com/elpais/2020/02/13/ideas/1581611912_679748.html

sábado, 19 de junio de 2021

Sexo sofocado, sin flirteo

Publicado en El Espectador, Junio 24 de 2021 


Desde antes del Covid y el paro, el feminismo puritano anglosajón había logrado disminuir el interés por el sexo. La pandemia y la crisis podrían reforzar la mojigatería y la abstinencia.


Con la campaña #MeToo, muchas empresas norteamericanas redujeron las celebraciones en las oficinas a mínimos no vistos desde la Gran Depresión. Hacerlas exigía un detallado protocolo para supervisarlas y un inventario explícito de conductas reprochables. Entre las sugerencias estaba prohibir el dirty dancing y que el personal no saludase de beso. Para una fiesta exitosa y sin incidentes, se reiteraraba que la gerencia debia permanecer "de guardia". La lista de recordatorios incluía: "No tocarse, incluso cuando se baila” y evitar que la fiesta continuara fuera de la oficina. 


Reconociendo que su nombre era de otra época, la revista Vice anunciaba que la nueva generación casi no salía de rumba. Un púdico adolescente confesaba: “vemos más televisión y pasamos más tiempo con nuestros teléfonos, negándonos a socializar en persona. (Cada vez más) jóvenes eligen pasar una noche tranquila en casa". 

Una razón aludida para no salir era la económica, antes de que se deteriorara aún más. Tomar trago en un bar para charlar resulta siempre más oneroso que hacerlo en casa, en un parque o en la calle con bebidas de supermercado. Pero no todo era cuestión de precios relativos. “Los millenials, en contraste con los depravados hedonistas de Friends, que tenían como mascotas animales exóticos, incluyendo monos, son una clase frugal, reacia al riesgo, rasgos que no se prestan a convertir los sábados por la noche en domingos por la mañana”.


A finales de 2018, un artículo del Atlantic preguntaba “¿Por qué la gente joven está teniendo tan poco sexo?”  Señalaba la contradicción entre una prolongación de la virginidad con la aparente liberación de las costumbres, por el acceso al porno en internet y la aceptación de la diversidad sexual. Entre 1991 y 2017 el porcentaje de estudiantes de secundaria gringos que habían tenido relaciones sexuales se redujo del 54 al 40 por ciento. El sexo pasó de ser algo que la mayoría de  jóvenes de colegio había experimentado a algo que la mayoría no ha hecho. Ya entonces había “indicios de que la demora en las relaciones sexuales entre adolescentes puede haber sido el primer síntoma de una pérdida de interés más amplia por la intimidad física que se extiende hasta la edad adulta”.


Un ejemplo ilustrativo del checklist mata pasión exigido por algunas mujeres de vanguardia en el tema del sexo seguro fue un artículo del NYT de Septiembre de 2018. La autora, orgullosamente feminista, promueve una “cultura del consentimiento” que implique “cuidado genuino por la otra persona”. Relata un experiencia amorosa casi de ensueño pero echada a perder. Para la primera cita, el galán había llegado a su casa bajo una tormenta. Mientras la nieve caía afuera, se sentaron en el sofá y él le habló de poesía. Dos horas después, ella “esperaba que me besara, y lo hizo”. Era un “dulce besador”. Por cerca de una hora la acarició delicadamente, con mucha ternura. 


Se habían conocido por Tinder. Ella tenía 30 años y él 24, pero la brecha parecía mayor. No porque él fuera impetuoso sino porque, a diferencia de otros hombres, pedía consentimiento para todo. Hubo una delicada solicitud de permisos con sus respectivas autorizaciones. “¿Podemos ir a la habitación?… ¿me quito esto?... ¿y esto?”. Todo seguido de coquetos O.K.


La pretendida se recostó en la cama y el seductor preguntó si podía ponerse a su lado. Aunque ser invitado a casa en una noche de invierno implica algo como un consentimiento global, el caballero aclaró: “no me siento cómodo con eso”, besándole el brazo de una manera que ella rechazó por considerarla demasiado íntima. A pesar de una década de ser sexualmente activa y liberada, no se sentía cómoda con algunos avances de su date. Pero qué caray, tanta dulzura ablandaba cualquier corazón. 


Al final de la noche el joven se paró, se vistió y se despidió. Ella quedó desconcertada. Le gustó su forma de tratarla pero recordó a los hombres que se van después del sexo, cuando aumenta la sensación de vulnerabilidad. Otro día se acostaron de nuevo y él se volvió a escabullir. 


“Al pedirme permiso para todo, el sexo fue casi un ritual… Pero al desaparecer, el honor recíproco y el respeto se esfumaron”. El consentimiento no debería dejar ese mal sabor. “Nuestro cuerpo es sólo parte de una constelación, el cuidado no puede ser sólo físico y debe perdurar después del encuentro sexual”. 



Este testimonio lleva a preguntarse, ¿y la liberación sexual de la mujer? Los guardianes de la virtud hace un siglo, o más, pensaban parecido a esta feminista supuestamente liberada. Eso sin sumarle aversión al contagio y precaución con gastos innecesarios.

domingo, 13 de junio de 2021

Una protesta civilizada

 Publicado en El Espectador, Junio 17 de 2021


Femen, el grupo feminista español más radical e intransigente, logra hacerse oír, mostrar su indignación y llegar a un amplio público sin causar daño ni perturbar la tranquilidad ciudadana.  


La disciplina y precisión con la que se organizó en Madrid una protesta frente al Ministerio de Justicia el pasado 11 de junio fue casi castrense. Vestidas de negro, las manifestantes se reunieron en un bar cercano, se pusieron coronas de flores en la cabeza y desnudaron su torso en el que pintaron consignas. “Negar el machismo nos mata” clamaba la pancarta. Graduada en Historia del Arte, con 28 años, Lara Alcázar, la capitana, insiste que “nosotras no cantamos, gritamos”. 


La principal consigna de seguridad es “si te coge la policía, peso muerto”. Eso no sólo hay que decirlo sino ensayarlo. Hace nueve años que este grupo de mujeres practica el sextremismo: usan su cuerpo como arma política. Todas las semanas entrenan y  reciben instrucciones sobre cómo enfrentar a las autoridades. Lara escribe en un tablero y las demás observan con atención. La jerarquía es indiscutible. “Entro y empiezo a gritar eslóganes… Aquí no podemos improvisar”. Eso las pondría en riesgo. 


El martes anterior a la protesta hubo cambio de planes. No empezaron a las 19:00 sino una hora antes. Decidieron que en vez de cortar el tráfico, que es un delito, se pararían en la puerta del Ministerio. Como mucho, incomodarían a algunos peatones. 


La resistencia a la policía, explica la líder, debe “ser activa, pero pacífica, pues está prohibido que las activistas agredan a la autoridad en mitad de una acción, ni siquiera como forma de defensa”. De ese afán por cumplir la ley viene la insistencia en mantener una posición fija, un peso muerto para evitar ser derribadas por la policía. Esa prudencia elemental  no debe confundirse con sumisión. Su actitud es firme y audaz pero no violenta. Una veterana al mando de la retaguardia explica que “el miedo al comienzo se olvida cuando te llenas de rabia por lo que estás denunciando, las ganas de cambiar las cosas te darán la fuerza”.


Al acercarse al sitio, hacen fila de dos en dos, y no con cualquiera sino con la persona designada por la líder. “Aquí como en el cole, con la que te dice la profesora, esa te toca”. Recomiendan pensar en “algo que te dé mucha rabia”. Con eso practican los gritos y desnudan cierta incoherencia con la cartilla feminista según la cual la agresion verbal, si es masculina, anuncia maltrato físico, golpes e incluso feminicidio, al que consideran “una emergencia nacional”. 


En los ensayos, unas mujeres hacen de activistas que sostienen carteles y otras de polícías que intentan derribarlas. La consigna es no reaccionar, solo “aguantar la posición lo más firme posible, lo más vertical que puedan… Tiene que ser una resistencia pacífica”  insiste Lara para justificar las maniobras de evasión. 


A pesar de la precisión de las formas, algunos contenidos de las protestas de Femen están contaminados por cierta retórica vaga e incongruente del feminismo y la prensa española. Por los mismos días del plantón ante el Ministerio de Justicia hubo indignación ante el hallazgo del cadáver de Olivia, la niña de seis años asesinada por su padre quien también desapareció a su hermana. De entrada, el crimen de este hombre fue calificado de “violencia machista”, esa que se ejerce solo contra las mujeres por el simple hecho de serlo. 


La apresurada calificación del móvil se impuso a pesar de que el autor del crimen también habría podido suicidarse e “improvisó el asesinato” sedando a sus hijas previamente para que no vivieran con la madre y su nueva pareja, un hombre belga. O sea, la escena clásica de celos inmortalizada por Medea, el personaje de la tragedia Eurípides que, abandonada por su esposo Jasón para casarse con otra, decide vengarse asesinando a sus dos hijos.   


No hace falta remontarse a la mitología griega para entender que una mujer puede, en un arranque de celos o desesperación, matar a sus propios hijos sin que se le endilgue el epíteto de misándrica. El mismo día del escándalo por el asesinato de Olivia, se supo de Yaiza, una niña de 4 años asesinada por su madre en Cataluña. El padre se quejaba por la escasa atención al caso en los medios. 


Aunque tenga deslices doctrinarios, la protesta de Femen es, de lejos, preferible a las que azotan el país hace varias semanas. No solo porque en el paro Colombiano abundan incoherencia e irresponsabilidad sino porque, definitivamente, una manifestación diseñada y ensayada para no ser violenta es preferible a una sin ningún control. Además, tras meses de entrenamiento y cerca de dos horas de preparación, la protesta feminista duró muy poco. Nada que ver con el sabotaje de sindicalistas y dizque líderes sociales que, improvisando cotidianamente, amenazan con un paro que podría durar hasta las elecciones en 2022, importándoles bien poco los estragos que causan. 







lunes, 7 de junio de 2021

Otro paro, de gerentes

 Publicado en El Espectador, Junio 10 de 2021

El debate de si un paro cívico es legítimo se debería centrar únicamente en lo que dice la ley al respecto. Las buenas intenciones o la justicia percibida de los reclamos no bastan para evaluar una acción que hace daño. 


El cuarto paro cívico nacional que convocó la oposición contra el gobierno de Hugo Chávez se inició en diciembre de 2002. Los principales centros comerciales de los vecindarios de clase media alta y buena parte de las grandes industrias privadas se sumaron a la protesta. El alcance fue inferior al logrado en otras oportunidades a lo largo de ese año. El transporte público funcionó y mucho comercio minorista e informal siguió operando.


La tensión aumentó al saberse que un barco de Petróleos de Venezuela (PDV) fue paralizado por su tripulación en el lago de Maracaibo como apoyo al paro cívico. Ese mismo día se rehabilitó la navegación, pero la nave permaneció en poder de los rebeldes varios días más. Lo mismo hicieron capitanes y tripulaciones de los demás buques de PDV que impidieron el transporte de petróleo y derivados bloqueando los principales puertos del país. Se hizo explícito que el personal de la industria petrolera tenía capacidad de perturbar seriamente el funcionamiento de la economía. 



Nunca se decretó formalmente la finalización del paro. A principios de febrero fue la recolección de firmas pidiendo un referendo para revocarle el mandato a Chávez. Un representante de la oposición en la mesa de diálogo auspiciada por la OEA hizo un llamado a flexibilizar posiciones. El cese parcial de actividades estuvo mezclado con planes de emergencia en los que colaboraron militares y sectores populares movilizados. Empezando por los gerentes, desde diciembre empezaron los despidos de empleados petroleros que en poco tiempo llegaron a más de 18 mil. 


Los promotores del paro protestaron por la ilegalidad de esta drástica respuesta del gobierno puesto que los cesantes estaban ejerciendo su derecho a la huelga. Frente a eso, también quedaba claro que muchos de los procedimientos y plazos establecidos no se cumplieron y que la paralización no era reivindicativa, como exige la Ley Orgánica del Trabajo, sino que estuvo políticamente motivada. Por eso, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo ordenó desde diciembre el restablecimiento de las actividades de PDVSA. 


Sobre la expulsión masiva de empleados de la petrolera estatal venezolana se oyen historias de horror: aparentemente hubo no solo arbitrariedad sino sevicia. Pero es innegable que se trató de un cese de actividades con serios visos de ilegalidad. Algo similar podría decirse del paro que en Colombia 2021 completa ya un mes en medio de aplausos y apoyo irrestricto de la vanguardia progresista, incluyendo una selecta élite de juristas. La sensación de déja-vu es innegable. Uno de los más lamentables legados de la Constitución de 1991 es haber aclimatado la peregrina noción de que una buena causa justifica manipular, retorcer o incumplir la ley. Hasta el punto que preguntarse si una acción es legal ya se estigmatiza como tic de extrema derecha. En estos días de hara-kiri económico se han oído exbruptos para legitimar vías de hecho abiertamente ilegales. 


Una gran confusión e indudable obstáculo para dialogar, debatir o negociar en Colombia, está en confundir dos acepciones del mismo término. Al sugerir que  la legitimidad del paro debe basarse en lo que dice la ley, me refiero a un “precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados… En el régimen constitucional, disposición votada por las Cortes y sancionada por el jefe del Estado”. En nuestro país hay personas con educación superior que confunden esas leyes, las de los códigos, con “cada una de las relaciones existentes entre los diversos elementos que intervienen en un fenómeno” para ponerlas en el mismo plano. 


Por criticar la manipulación de la pobreza del régimen venezolano con fines electorales recibí un nuevo regaño del mismo amigo que me reprendió severamente cuando osé plantear inquietudes sobre la paz santista antes del referendo. Aún adepto al marxismo, confunde las leyes enmarcadas en una constitución y un sistema de separación de poderes con las leyes sociales o de mercado. Específicamente, reconoce que “los Chávez, los Castros, los Maduros, se dedican a regular mezquinamente las necesidades de la gente” pero exige tener presentes las “doctrinas que proponían manipular el salario de los trabajadores para garantizar un flujo permanente de personas que no pudieran dejar de trabajar por temor a morir de hambre”. En síntesis, que unos tiranos atenten de manera flagrante contra las leyes electorales sería equivalente a no hacer nada para contrarrestar las leyes neoliberales. 



Es poco probable que mi amigo hubiese apoyado el saboteo a Chávez promovido por los gerentes de PDVSA que eran todos empleados y asalariados pero bien lejos del proletariado y del ejército de reserva que desvelaron a los pensadores decimonónicos. 



https://www.redalyc.org/pdf/177/17710202.pdf

martes, 1 de junio de 2021

A la revolución le conviene la pobreza

 Publicado en El Espectador, Junio 3 de 2021


Muchas personas que protestan son insensibles a la ruina del sector productivo. Parecerían promoverla para cambiar el sistema al costo que sea. Manipulan la miseria con fines políticos.


Guaicaipuro Lameda (1954) es un general retirado del ejército venezolano. Ingeniero graduado en EEUU, en el 2000 fue nombrado por Hugo Chávez presidente de PDVSA, la petrolera estatal. Tras serias discrepancias con el comandante y su gabinete fue expulsado en 2002 de la "Revolución Bolivariana". En octubre de 2012 la periodista Carla Angola le hizo una entrevista que ayuda a entender lo que pasó en Venezuela y podría anunciar lo que le espera a Colombia si triunfan el fanatismo y la demagogia. 


Lameda recuerda el día que organizó una reunión con Chávez para discutir la seria crisis económica, con señales de alarma en todos los indicadores. Otro asistente, Jorge Giordani, del Partido Comunista, Ministro de Planificación encargado de implantar en Venezuela el socialismo, preguntó qué iban a discutir. Al saber que se analizarían las desastrosas perspectivas quinquenales, Giordani anotó: “mire, General, ¡usted todavía no ha comprendido la revolución! Se lo explico: esta revolución se propone hacer un cambio cultural, cambiarle a la gente la forma de pensar y de vivir, y esos cambios sólo se pueden hacer desde el poder”.  Como el piso político se lo daba al régimen la gente pobre, era necesario que permanecieran así. Solo después se podría hablar de creación y redistribución de riqueza: “hay que mantenerlos pobres y con esperanza".




Lameda preguntó cuánto tardaría esa transformación cultural. Fue informado que  una revolución tarda unos 30 años. “Toma al menos tres generaciones: los adultos se resisten y se aferran al pasado; los jóvenes la viven y se acostumbran, y los niños la aprenden y la hacen suya”. Tras una acalorada discusión, ese día terminó la colaboración del presidente de PDVSA con el régimen chavista. 


La insólita teoría de la importancia estratégica de la pobreza ya la había escuchado Lameda cuando Chávez lo envió a La Habana para convencerlo de la necesidad de ayudar a Cuba desde Venezuela y también para que recibiera “inducción revolucionaria”. El mismo Fidel Castro le dijo sin rodeos: "para mantenernos, necesitamos unos 4.000 millones de dólares al año. Más de eso estorba, la gente empieza a vivir bien y se acaba el discurso de la pobreza".


La reunión con Giordani le confirmó al presidente de PDVSA la estrategia económico-politica de doble filo llevada por los cubanos a Venezuela para que el chavismo se aferrara al poder: ser adalid de los pobres y derrotar al adversario, los ricos. Dividir al país en dos equipos irreconciliables. Los primeros, sus amigos, son los de abajo y los de arriba, “majunches, oligarcas, golpistas, pitiyankis”, son el enemigo. Se deben atender los estratos más desamparados, la gente que siempre fue pobre, para darle el mínimo que nunca tuvo. “Eso tomaría tiempo, así que la revolución se lo da de inmediato. Se les convence de que su mayor riesgo es perder lo que ahora tienen”. Se traza una raya arbitraria a partir de la cual están los contrincantes, más costosos de satisfacer. A ellos se les crean privaciones para “provocarlos y mantenerlos como un rival del gobierno y, por lo tanto, de los pobres”.


El mensaje enviado por Chávez y Fidel Castro con Maduro, su pupilo consentido, fue claro: un chofer puede ser vicepresidente. Con Capriles se decía que “la oficina de Maduro sería el autobús del progreso” que él conducía. La hoja de ruta es simple: ofrecer lo mínimo desde ya, regalar necesidades básicas y prometer mejorar el nivel de vida algún día. “El elemento vitalizador de la esperanza es el proceso electoral. Es allí donde se afinca la revolución para dar, prometer y remolcar”.



Lameda recuerda cuando PDVSA otorgó créditos por 600 millones de dólares a los campesinos. A unos les dieron préstamos para maquinaria, a otros para insumos y a unos pocos les asignaron a dedo el gran negocio de venderle a los agricultores. El gobierno estaba seguro de que ninguno de los favorecidos se convertiría en productor. “Entregaron todo fuera del tiempo de siembra” o sencillamente no cumplieron lo prometido. Además, congelaron los precios de los productos. El Partido Socialista Unido de Venezuela tenía la lista de todos los que recibieron créditos: los llevaron a votar en el mismo camión utilizado para ir a buscar insumos.  

Algo similar pasó en las elecciones presidenciales de 2012 con los millones de inscritos en la Misión Vivienda: los transportaban a votar en mesas especiales. En 2017, el régimen creó el “carné de la patria” documento de identificación para obtener alimentos y para votar. Así, democráticamente, la revolución bolivariana y la miseria avanzaron impulsadas por los pobres, en beneficio de militares, acólitos intelectuales y criminales enquistados en el poder. 


Agradezco a Carmen Virginia Carrillo la referencia a la entrevista


https://saladeinfo.wordpress.com/2013/02/13/los-pobres-tendran-que-seguir-siendo-pobres-los-necesitamos-asi/

https://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/06/140619_venezuela_giordani_maduro_dp