martes, 27 de septiembre de 2022

Abusos silenciados, en las maras y las FARC

 Publicado en El Espectador, Septiembre 29 de 2022


Hay similitudes entre las desequilibradas y abusivas relaciones de pareja en las maras o pandillas juveniles centroamericanas y las que se observaban en las FARC, la guerrilla más vieja del mundo. 




En las maras, el trencito es un salvaje rito de iniciación para las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. Los futuros pandilleros aguantan una golpiza mientras las mujeres “tienen que brindar servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda”. 


Minoritarias en la pandilla, las jóvenes pasan a ser propiedad colectiva sin problemas de rivalidad entre machos posesivos. Los mareros aceptan que ese arreglo es parte de “la vida loca”. Después buscarán una “chavala decente” para tener hijos. El porvenir de las pasajeras del trencito es más complicado. Con frecuencia terminan ejerciendo el oficio.


No se sabe de ex pandilleras que denuncien ante las autoridades los atropellos de sus compinches de aventuras, parranda y delincuencia. La violencia sexual es no sólo ignorada sino incluso aceptada: un académico progresista no tuvo reparo en señalar que la pandilla libera sexualmente a las mujeres jóvenes. 


Marta tenía once años cuando en Barrancabermeja unos hombres la subieron a la fuerza a un camión con otros cincuenta menores de edad. Al llegar al campamento de las FARC los alinearon para empezar el adoctrinamiento. A los dos o tres días “un comandante me sacó del grupo y me llevó a un cambuche donde me violó, me golpeó y posteriormente me amarró. Allí duré una semana”. Su caso no es excepcional. “Era la regla y no la excepción… la cuota que las mujeres teníamos que pagar para estar en este grupo guerrillero”. El mismo rito de iniciación de las maras pero individual y no explícito. 


Sorprendentemente, en Colombia también hubo aval académico para esa salvajada. “Las FARC son un paso para la liberalización y la madurez femenina. Se rompe con los estereotipos tradicionales de lo femenino y lo masculino”, proclama una tesis universitaria, aunque los testimonios la contradigan.  Las campesinas “llegaban y como había muchos más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy llegó carne fresca. Sin experiencia, los muchachos les caían y las muchachas se dejaban llevar” relata otra ex fariana.




A un comandante que manejaba mucha plata en efectivo “se le arrimaban las chinas porque él les daba regalos”. A Rigo “le gustaban las monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda…”. 


La rotación de parejas es constante. “El sexo es lo único feliz que había en mi vida”, cuenta una desmovilizada. “Pasaba el calor de las noches pero cuando amanecía terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro. A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”.


La aparente liberalidad era reprochada por los mismos compañeros. Según un ex fariano “la mujer pierde su feminidad… ellas empiezan en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama… Hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les dan ropa interior o un champú, en fin …”. Por eso en la instrucción les advertían “ustedes confundieron FARC-EP con BAR-EP”.


“Ahora Lozada tiene otra mujer, una chica de 16 años, de tetas enormes. Esta muchacha tira con todo el mundo y es muy tonta” escribió Tanja Nijmeijer en su diario. El sexo casual está reglamentado: “para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo pero hay que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”.


Al reinsertarse, como los pandilleros centroamericanos, los guerrilleros se buscan una mujer “decente” para tener hijos. Una antropóloga que entrevistó desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener ningún interés por una excombatiente como pareja.


Además, cual mafiosos, los guerrilleros han sido asiduos clientes de burdeles desde antes de vincularse. Una mujer del EPL recuerda que era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, o sea a las jóvenes campesinas. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes”.


Otro síntoma de fuerte demanda por sexo pago es la alta incidencia de enfermedades venéreas que sin duda, en un entorno al que ellas entraban vírgenes y tenían prohibido relacionarse con civiles, fueron importadas por guerrilleros descuidados con el preservativo. Todo esto se calló por la paz.


Aunque pocas reinsertadas han reportado ser violadas en la guerrilla, siendo niñas cuando las reclutaron, queda la inquietud de si el camión en el que subieron a Marta no era en realidad un trencito camuflado.

lunes, 19 de septiembre de 2022

La justicia anglosajona

 Publicado en El Espectador, Septiembre 22 de 2022


En la tradición del common law el poder judicial es bastante independiente del ejecutivo y del legislativo. El origen de esta deseable separación de ramas fue tan simple como eficaz: el lenguaje. 


Difícil imaginar alguien más descarado en el poder que Donald Trump. A su abierta arbitrariedad para legislar con órdenes ejecutivas y cambios administrativos se le debe sumar su irrespeto con los derechos y libertades ciudadanas. Por sus abusos y excesos, los fiscales del Departamento de Justicia lo tienen acorralado. Examinan con lupa sus esfuerzos por anular las elecciones en las que fue derrotado. 


Trump no ha sido el único mandatario norteamericano en enfrentar reveses con la justicia. También han sido investigados Richard Nixon, Ronald Reagan, Bill Clinton y George Bush. El contraste con los tiranos latinoamericanos que disponen de fiscales y magistrados de bolsillo es marcado. 


A las cortes anglosajonas acuden corrientemente los ciudadanos comunes desde hace siglos. El adecuado acceso a la justicia, que desvela a los reformadores contemporáneos, fue difícil en sociedades medievales cuya justicia funcionaba en latín, que sólo comprendía y escribía una reducida elite. En Inglaterra, por el contrario, desde el siglo IX, “el lenguaje de la justicia era el lenguaje común”.


En Europa continental, los documentos legales se redactaban en latín,  “pero cuando dos señores debatían el precio de una propiedad o las cláusulas de un contrato no se comunicaban entre ellos en la lengua de Cicerón. Era labor del notario suministrar, lo mejor que podía, el ropaje clásico de su acuerdo… Así, el lenguaje técnico de la ley estaba de por sí desaventajado por un vocabulario que era de partida demasiado arcaico e inestable para acercarse a la realidad. Para el lenguaje vulgar, no tenía toda la precisión requerida” . 


Estos indudables costos idiomáticos, y la dificultad para resolver eventuales conflictos, se los ahorraron desde mucho antes los ingleses que negociaban, acordaban, formalizaban y resolvían conflictos en el mismo idioma que hablaban y escribían. 


Aunque la conquista de los Normandos en el siglo XI implicó un debilitamiento del inglés como lengua escrita pues la Corona adoptó el latín para los documentos oficiales, por esa inesperada vía se dio un verdadero y definitivo impulso a la separación de poderes, ya que las cortes del common law siguieron funcionando en inglés, mientras el monarca, que hablaba francés, legislaba en latín. Para entender las decisiones judiciales tenía que hacerlas traducir lo que, a su vez, implicó un temprano esfuerzo de recopilación de la jurisprudencia. Difícil concebir un diseño que garantice más independencia del poder judicial ante el ejecutivo que idiomas distintos utilizados por uno y otro. 





En sus orígenes, el Parlamento era una asamblea general de barones  de todo el territorio que se reunía esporádicamente para tratar los grandes asuntos del reino. Estaba por otro lado un pequeño grupo de asesores personales o ministros que le colaboraban al rey atendiendo cuestiones cotidianas. Hubo  ocasiones en que tales funcionarios fueron destituidos en bloque y cambiados por extranjeros, que hablaban otro idioma. Así, el poder ejecutivo y el legislativo podían no interactuar, ni siquiera entenderse por no compartir el mismo lenguaje. 





Para lograr el monopolio de la coerción, la Corona inglesa reguló la venganza privada. Guillermo el Normando decretó que sólo el asesinato del padre o del hijo justificaba una retaliación. Desde el siglo XI, el parentesco relevante para la justicia inglesa era la familia nuclear. 


Una medida con simples propósitos alcabaleros tuvo importantes repercusiones en dos campos cruciales: la capacidad estatal para recopilar datos –las cifras del Estado o estadísticas- y la de investigar las muertes violentas. Una multa, el murdrum, se imponía sobre toda comunidad donde apareciera un muerto y no se pudiera probar que era anglosajón, no normando. Hacia el siglo XIII, las diferencias entre aborígenes e invasores ya se habían desvanecido y el murdrum se había convertido en otra manera de cobrarle tributos a las localidades. El cálculo de estos impuestos dejó en Inglaterra unos registros de estadísticas centralizadas de homicidios realmente impresionantes para la época, mejores incluso que las disponibles en algunas sociedades contemporáneas. 


La vocación colombiana por los incentivos perversos ha implicado que muchas veces las comunidades violentas reciban más recursos estatales que las pacíficas. La corona inglesa, por el contrario, obtenía dinero adicional con cualquier muerte violenta. Para calcular el murdrum e inventariar las propiedades que se confiscaban, era necesario investigar las causas del homicidio, puesto que el pago dependía de la responsabilidad en un incidente. El coroner, institución que subsiste y corresponde al médico legista moderno, fue creada en 1194. Tenía varias funciones, pero una de ellas resultaría fundamental en el fortalecimiento de la justicia penal, pues implicaba diagnosticar a fondo todas las muertes violentas, por accidente, homicidio o bajo circunstancias sospechosas. En sus orígenes, los detectives y sabuesos del soberano fueron alcabaleros cuyo desempeño podía medirse. 

martes, 13 de septiembre de 2022

Las instituciones chilenas y las inglesas

 Publicado en El Espectador, Septiembre 15 de 2022


Es una ironía que cuando la izquierda global aún lamentaba el rechazo del voto chileno a un monumental revolcón institucional muriera la cabeza de la monarquía más antigua, rancia y estable del mundo.  



La élite jurídica hispana sigue aferrada al voluntarismo intenso, al fetichismo legal, pensando que lo fundamental es redactar minuciosamente todos los derechos sin tener la más mínima idea de cómo se van a ejercer ni quién los protegerá; sin mencionar los inevitables costos de hacerlos efectivos, sin siquiera ponerle atención a los rituales, protocolos y procedimientos que se irrespetan y pisotean con soberbia. 


Lo historia económica fue tal vez la primera disciplina en llamar la atención sobre las peculiaridades del entorno institucional anglosajón. En concreto, hace varias décadas quedó identificado como punto de quiebre del desarrollo occidental el arreglo logrado en el siglo XVII por el Parlamento inglés con la Corona que permitió restringir el poder de la última. Paralelamente, se señaló que un esquema similar no se pudo alcanzar ni en España ni Portugal. Así, explicar la diferencia en las condiciones institucionales que facilitarían el despeje capitalista se ha centrado en la disponibilidad de recursos extractivos de las colonias, que habrían debilitado las Cortes Españolas -el equivalente del Parlamento Inglés- frente a la Corona. Esta visión puramente fiscalista es bastante limitada. Múltiples factores, en campos tan variados como el lenguaje, la familia, las relaciones con la iglesia, la movilidad social durante el feudalismo, el sistema penal y la separación de facto de los poderes antecedieron, y ayudan a explicar, este incidente de índole tributaria. 


Las instituciones británicas, tan apreciadas por la economía, una disciplina cuya vertiente anglosajona terminó imponiéndose en el mundo, están bien lejos de poderse considerar universales pues se gestaron en una sociedad en extremo peculiar. Por esa misma razón, buscar transplantarlas a otros contextos puede resultar bastante problemático. Para la muestra un buen botón colombiano ha sido el experimento de la acción de tutela para el cual los constitucionalistas del kinder de Gavira supusieron alegremente que los jueces del common law surgirían espontáneamente en un entorno civilista. 



Varios elementos en los que ya existe consenso sobre su impacto positivo en el desarrollo aparecieron muy temprano en las islas británicas. Por esa misma razón, configuraron antes que en otros lugares un entorno institucional favorable al capitalismo no extractivo. La lista de peculiaridades institucionales inglesas incluye cuestiones como la aparición temprana de la familia nuclear, el monopolio efectivo de la coerción, la pacificación del territorio, una separación nítida y real de los poderes públicos -ejecutivo, legislativo y judicial- el control de la corrupción y los excesos del soberano, la separación del poder político y religioso, una sociedad no siempre igualitaria pero sí con canales de movilidad social basados en la acumulación de riqueza, y un desequilibrio más tenue entre los géneros. 


Lo que hace más interesante la experiencia inglesa es que muchas de las mutaciones sociales que acabaron configurando unas instituciones sólidas y estables no fueron el resultado de un diseño consciente sino que surgieron como consecuencias no intencionadas de alguna decisión tomada con otros fines. 


Un elemento básico pero fundamental para la coordinación de actividades en una sociedad es el lenguaje. Cuando es compartido y uniforme es más factible la cooperación que cuando se trata de un ámbito fragmentado. En Europa continental, a la variedad lingüística habría que sumarle el dualismo entre el latín como lenguaje de la élite educada y por mucho tiempo el único que se escribía, y el resto de lenguas y dialectos transmitidos por tradición oral. Por el contrario, “la vieja lengua Inglesa fue elevada desde épocas muy tempranas a la dignidad de una lengua literaria y legal. Fue el deseo del Rey Alfredo (849-899) que los jóvenes lo aprendieran en la escuela antes de que los más dotados pasaran al latín. Los poetas lo empleaban en sus canciones, que se escribían y recitaban. También era usado por los reyes en sus leyes;  por las cancillerías en los documentos legales preparados para reyes y magnates; y aún por  los monjes en sus crónicas. Esto era algo único en esa época, una cultura capaz de mantener el contacto en sus más altos niveles con el medio de expresión empleado por el grueso de la población”.


Este detalle lingüístico pudo facilitar la configuración de una sociedad más integrada como nación, igualitaria, propensa a dejar el registro escrito de los acontecimientos cotidianos, a acumular historia de manera más sólida que por medios orales y, por esa vía, celosa de su tradición y menos propensa a recrear de nuevo y desde cero sus instituciones ante cada propuesta novedosa de cambio social. Como tratan infructuosamente de hacer los idealistas, heterogéneos y diversos chilenos. Continúa

lunes, 5 de septiembre de 2022

Patriarcado occidental y violencia machista

Publicado en El Espectador, Septiembre 8 de 2022


Mientras las agresiones contra las mujeres no se aborden de manera desmenuzada, congruente, rigurosa y con sindéresis se avanzará muy poco. 


Hace unos años, dos profesoras españolas editaron Raíces Profundas: La Violencia contra las Mujeres. Es una recopilación de escritos, sobre todo religiosos, para demostrar que los ataques están tan arraigados “que no resulta fácil su erradicación”. 


Un corolario de estos trabajos es que “el feminicidio es tan viejo como la sociedad patriarcal”. La arqueología de abusos ni siquiera menciona las agresiones de pareja en otras culturas. Implícitamente, una causa de los maltratos sería la tradición represiva judeo cristiana. Este planteamiento no concuerda con que esta influencia haya sido escasa o nula precisamente en las sociedades actualmente consideradas los peores lugares para que vivan las mujeres, como Afghanistán, Pakistán o Irán. En el otro extremo, los “mejores sitios en el mundo para nacer siendo niña” están en Europa y Norteamérica, cuyas instituciones provienen de la tradición religiosa que supuestamente fomentó la violencia contra la mujer.



Al evitar comparaciones con países que muestran alta incidencia de maltrato, estas historiadoras silencian que el fenómeno se ha dado en sociedades muy diferentes, lo que desafía la teoría de las raíces culturales. Tampoco explican por qué, desde hace siglos, no todos los hombres criados con valores judeo cristianos abusan o golpean a las mujeres. Ni siquiera se preguntan si han sido muchos o muy pocos los que lo hacen. 


Centrarse en la religión como factor de violencia caracteriza la segunda ola del feminismo. En los años sesenta, tras la primera ola, preocupada por los derechos políticos y el acceso a la educación, aumentó considerablemente la matrícula femenina en las universidades occidentales. Las estudiantes, profesoras y graduadas promovieron entonces cambios más ambiciosos y radicales pues muchas de las líderes provenían de movimientos de izquierda que buscaban el poder. A España esta tendencia llegó más tarde, por el franquismo, que también ayudaría a explicar la obsesión del feminismo ibérico con la Iglesia.   


Las nuevas corrientes doctrinarias fueron Freud, la Escuela de Frankfurt, y sobre todo el existencialismo y el marxismo, o sea el anticlericalismo. Simone de Beauvoir será la figura más influyente al señalar que mientras los varones hacen las leyes y moldean la cultura, el papel de la mujer queda reducido al matrimonio. La violencia de pareja se politizó, se vio “como una forma sistemática de control de las mujeres por los hombres”. 


De los ejercicios retrospectivos, y de la preocupación por cambiar radicalmente la sociedad, inquieta la escasa atención a políticas e intervenciones concretas, que permitan enfrentar la violencia de ahora, no la futura. No sorprende que las sugerencias o recomendaciones basadas en ese conocimiento histórico tengan alcance tan limitado: se reducen a un llamado genérico a fortalecer la educación, a cambiar la cultura, pero brillan por su ausencia acciones específicas. Es desesperanzador, por ejemplo, que una de las principales expertas colombianas en crimen pasional pregone que “para decir ni una menos, hay que dejar de criar princesas indefensas y machitos violentos”. Mientras tanto, ¿qué se hace ahora para evitar que haya víctimas hoy?


Más decepcionante resulta la inclinación reciente de la Corte Constitucional (CC) colombiana a recordar en sus sentencias esa lucha ancestral, sin establecer un vínculo con los incidentes concretos analizados, y sin que se aclare por qué evocar esa inercia contribuirá a prevenir agresiones. La Sentencia T-265/16, por ejemplo, resuelve una tutela interpuesta por acoso sexual laboral contra una consultora de la administración distrital, o sea un entorno inexistente en la mayor parte del pasado de la humanidad. La CC recuerda “esa desventaja a la que han sido sometidas a lo largo de la historia, que las ha dejado en un plano de exclusión por la tradición excluyente de la sociedad”. Se hace alusión a la mujer como “ser económicamente dependiente y por tal motivo sometida a la autoridad de los padres o del marido” cuando el caso analizado está mediado por un contrato laboral, no por un vínculo familiar, y la víctima es independiente: trabaja por su cuenta y denunció. Lo pertinente sería un diagnóstico sobre por qué en ciertas oficinas hay más acoso, para prevenirlo. 





La sentencia T 967-14, pregona que la violencia contra la mujer es un fenómeno con “causas sociales, culturales, económicas, religiosas, étnicas, históricas y políticas”. Concluye que se trata de “una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que conduce a perpetuar la discriminación contra ésta”. 


Si, como lamenta la CC, la violencia de pareja se origina en una tradición milenaria alrededor del matrimonio “hasta que la muerte los separe”, las mujeres aferradas a la religión, que abundan en Colombia, ¿no reforzarán su creencia que una agresión sería voluntad divina ante la cual la justicia terrenal es irrelevante? Una víctima muy practicante, ¿optará por denunciar o por rezar?