viernes, 31 de enero de 2020

Silencioso liderazgo mundial en prostitución

Publicado en El Espectador, Febrero 5 de 2020
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Los sesgos y manipulación de la realidad son tan comunes en Colombia que inventariarlos sería imposible. Un silencio protuberante es la magnitud y naturaleza del sexo pago.



A pesar de la evidencia periodística y testimonial en contra, el feminismo internacional impuso la fábula de que toda la prostitución es forzada. Para sostener esa visión, no hay reparo en impedir que se observe, discuta y diagnostique el fenómeno. El mito se manufacturó en despachos de académicas y burócratas internacionales que, probablemente sin haber hablado nunca con una prostituta, se empeñan en dizque rescatarlas del yugo patriarcal. En realidad las desprecian e ignoran. Bajo presión feminista, la Universidad de la Coruña vetó una jornada sobre trabajo sexual por “ser del lobby proxeneta para captar jóvenes y educar a nuevos puteros”. Acusaciones del mismo calibre son comunes contra funcionarias de la Alcaldía de Bogotá que diseñan y ejecutan programas a favor de las prostitutas. Por presión abolicionista, la Complutense de Madrid  eliminó el curso "Introducción a la teoría del porno".



Silenciar un fenómeno complejo por desafiar ideologías, imaginando que así cambiará, o encajará en dogmas y doctrinas, es característico de los idealismos que progresivamente cooptaron el debate y la política pública. Pensar con el deseo es la norma en las áreas manipuladas por activismos tan candorosos como autoritarios. Paradójicamente, cuentan con el respaldo de célebres intelectuales y artistas que dejaron de ser libertarios y críticos para convertirse en cajas de resonancia de visiones utópicas, siempre reaccionarias.



En su novela Plateforme, publicada en 2001, el novelista Michel Houellebecq señala el turismo sexual como motor de la prostitución mundial. De vacaciones en Asia, un funcionario francés conoce a una compatriota dueña de una agencia de viajes. Al regresar a París organizan un nuevo paquete turístico para las aventuras sexuales de los viejos verdes europeos. Deciden que Tailandia será el mejor destino, por su exótica naturaleza y la accesibilidad de sus mujeres.



La fórmula Houellebecq es llamativa: occidentales ricos y maduros, con vidas de pareja desdichadas, buscan jóvenes donde el amor y la sexualidad permanecen intactos. Dinero con miseria sexual en sociedades desarrolladas contra pobreza material pero riqueza amorosa en lugares exóticos. La solución es obvia. “Cientos de millones de Occidentales tienen todo lo que quieren, pero no encuentran satisfacción sexual. Del otro lado hay varios miles de millones de mujeres que mueren de hambre, que se mueren jóvenes, que viven en condiciones insalubres, y que no tienen nada más que vender sino sus cuerpos y su sexualidad intacta”. Las posibilidades del novelesco mercado son infinitas: “más que la informática, más que la biotecnología, más que la industria y los medios; no existe un sector económico que se le pueda comparar”. Las transferencias económicas del centro a la periferia son monumentales.



Años antes de la publicación de Plateforme, el premio Nobel de economía Amartya Sen llamaba la atención sobre enormes desequilibrios demográficos en el Asia. Calculaba un faltante de cerca de 100 millones de mujeres, particularmente crítico en la China y la India, por los sesgos contra las niñas en nutrición y cuidados médicos. Una década después, el mismo Sen anotaba que mientras en la India la situación había mejorado, en la China se había agravado por la política del hijo único y la posibilidad de abortar al saber el sexo del bebé.



Como históricamente los booms de prostitución han ocurrido bajo agudos superávits masculinos -guerras, cercanía de cuarteles o colonización de frontera- busqué contrastar la hipótesis implícita en las observaciones de Sen. La información disponible sobre incidencia de la prostitución en varios países el mundo, una encuesta en línea realizada por Durex, fabricante de preservativos, confirmó las sospechas. El grueso de la demanda mundial por servicios sexuales es local y se encuentra allá donde Houellebeck daba por descontado lo contrario, un exceso de oferta. Vietnam lidera la lista con un 34% de hombres que reportan haber pagado alguna vez por tener sexo. En Europa, plagada de viejos verdes, la cifra apenas alcanza el 7%.



En la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del 2015 se le hizo a los colombianos la misma pregunta de Durex. Los resultados muestran que en nuestro país hay aún más clientes de la prostitución que en Vietnam, casi el doble que en Asia y cinco veces los de Europa. ¿Como se satisface la demanda del país líder global del sexo pago? Lamentablemente, feministas abusivas, sexistas y poco curiosas se apropiaron del mejor instrumento de medición de la situación de las mujeres colombianas para solo preguntarles si alguna vez habían sido forzadas a vender sexo: la prostitución voluntaria no les interesa, no permiten conocer su magnitud, ni su perfil por edades o regiones, ni los factores que distinguen a quienes la ejercen, ni los riesgos que enfrentan. Sólo el oscurantismo satisface su soberbia.



REFERENCIAS

Houellebecq, Michel (2001). Plateforme. Paris : Flammarion

Pérez, Loola (2019) “El veto a las putas, una historia de dogmatismo y cobardía”. El ConfidencialSep13

Rubio, Mauricio (2009).  Viejos Verdes y Ramas Peladas. Una Mirada Global a la Prostitución. Bogotá: Universidad Externado de Colombia

______________ (2018). "Los clientes de la prostitución en Colombia Análisis con la Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015". Academia.edu



______________ (2018) “Separados, viudos y solterones”. El EspectadorMarzo 21

Sen, Amartya (1990). “More Than 100 Million Women Are Missing ”. The New York Review of Books. Vol 37, Nº 20

Sen Amartya (2003). “Missing women   revisited”. BMJ. Vol 327 pp 1927 1928

lunes, 27 de enero de 2020

Contar o no contar, that is the question

Publicado en El Espectador, Enero 30 de 2020
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La mayor o menor vocación por las cuentas y los datos depende de factores culturales arraigados que también afectan el potencial de desarrollo económico e institucional. 

En ninguna sociedad moderna se llega al extremo de creer que contar e inventariar las pertenencias es de mal aguëro, como aún ocurre en aldeas de Senegal. Sin embargo, el interés por la medición, las cuentas de la actividad económica y las estadísticas sobre ingresos y gastos públicos varían considerablemente entre sociedades y tienen que ver con el pragmatismo y la capacidad de ejecutar y evaluar políticas públicas. No es simple coincidencia que las sociedades del norte de Europa, que presentaron un desarrollo capitalista y legal más racional, sólido y perdurable, hayan sido las que más temprano mostraron interés por medir, contar, valorar y comparar cursos de acción. 

David Landes, reconocido estudioso del cambio tecnológico que permitió la revolución industrial, apasionado coleccionador de relojes, señalaba como punto de quiebre crucial del desarrollo capitalista la obsesión por medir el tiempo con precisión. Al sur de Europa, en particular en España, las cosas fueron distintas. Un holandés que vivió en Valladolid a finales del siglo XVI observaba la falta de relojes para “saber, oir y ver la hora”. En los legados tras los decesos, los relojes o almanaques eran excepcionales. Durante siglos, el monopolio del anuncio de la hora lo mantuvo la Iglesia Católica con estándares laxos y finalidades distintas a la mayor productividad. En Madrid o Sevilla, al atardecer sonaban las campanas, en la calle los hombres se quitaban el sombrero y a gente rezaba. Los jornaleros trabajaban “de sol a sol”. En los procesos judiciales era común que los testimonios no se refirieran a fechas precisas sino, por ejemplo, al día “de la procesión de Nuestra Señora” o al de “la misa solemne de Semana Santa”. Era una percepción del tiempo más cualitativa que cuantitativa.

No sorprende el incumplimiento y la falta de puntualidad en España y Latinoamérica, donde las citas acordadas son apenas un vago referente al momento en que tendrá lugar un encuentro o una reunión.

La de bienes, servicios o procedimientos es la parte más elemental de la sofisticación para medir.  También fue en el norte de Europa donde se alcanzó primero la capacidad de cuantificar riesgos y calcular probabilidades. El registro más temprano que se tiene de un contrato de seguros para el comercio marítimo fue en Brujas en dónde “el Conde de  Flandes autorizó en 1310 el establecimeinto de una Cámara de Seguros por medio de la cual los mercaderes podían asegurar sus bienes expuestos a los peligros del mar pagando un porcentaje estipulado”

Una de las ramas más importantes del common law es el derecho de daños. El tort liability como sistema de responsabilidad personal, exige de jueces y abogados familiaridad con los riesgos y el cálculo probabiístico. En el otro extremo, la antigua Unión Soviética es tal vez el lugar donde con mayor fuerza se rechazó la posibilidad de asegurar la responsabilidad civil. La importancia que el derecho soviético le ha asignado a la culpa como medio para controlar conductas antisociales o dañinas condujo a considerar tal tipo de mecanismo como totalmente inaplicable a una sociedad y un marco legal socialistas. El derecho civil continental, en particular el hispano, heredero de la doctrina católica, ha sido tradicionalmente reticente no sólo al cálculo explícito de riesgos sino a la valoración monetaria de los daños corporales.
En el derecho anglosajón también es corriente calcular probabilidades y valores esperados para cuestiones tan pedestres como definir la estrategia de los litigios. Cuando hace años estuve envuelto en varios procesos judiciales, como aficionado colombiano a las series legales gringas,  le hice a mi abogado una pregunta que consideré elemental: “¿cuáles son los chances de ganar este proceso?”. Me miró sorprendido antes de responderme, “tenemos la razón, por lo tanto ganaremos”. Anotó que nunca antes había pensado que la naturaleza del litigio o el historial de fallos anteriores de un determinado juez podían dar información útil para anticipar de manera aproximada posibles resultados.

Esta confusión entre la realidad -cómo son las cosas palpables, observables, medibles- y el deseo -cómo nos gustaría que fueran- es la principal característica de los idealismos que inspirados por las religiones y luego por Rousseau cooptaron el debate y la política pública, con lamentables consecuencias en factiblidad, diseño y evaluación. Cuando en una presentación sobre “el problema de consumo de drogas” en el colegio francés de mis hijos anoté que no entendía por qué en la encuesta a estudiantes no habían preguntado si consumían marihuana o no, la psicóloga, molesta, anotó: “Monsieur, el gendarme explicó que las drogas siempre son problemáticas, no necesitamos saber cuánto se consume para combatir ese flagelo”. Importan las buenas intenciones, los resultados mucho menos.

REFERENCIAS


Bennassar, Bartolomé (1992). L'homme espagnol. Attitudes et mentalités de XVIe au XIXe siècle. Éditions Complexe

Boyer, Martin (2008). “Une brève histoire des assurances au Moyen Âge”. Assurances et gestion des risquesvol. 76(3), octobre, 83-97

Feldman, Allan M. and Jeonghyun Kim (2002). “The Hand Rule And United States v. Carroll Towing Co. Reconsidered”  Working Paper No. 2002-27. Department of Economics, Brown University

Landes, David (1970). The Unbound Prometheus. Cambridge University Press

Rubio, Mauricio (2007) Economía Jurídica. Una introducción al análisis del derecho iberoamericano. Bogotá: Universidad Externado de Colombia

_______________(2020) "Un lío de hacer cuentas". El Espectador, Enero 23


Tunc, André  (1989). La responsabilité civile. 2e Edition. Paris: Economicas




lunes, 20 de enero de 2020

Un lío de hacer cuentas

Publicado en El Espectador, Enero 23 de 2020
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Enumerar, contar, medir, comparar, evaluar… son la base del desarrollo científico, social, económico y político. Pero no siempre contribuyen al bienestar individual y colectivo.

Sinthian es un pequeño pueblo senegalés situado cerca de la frontera con Malí, en el África Occidental. Hasta allá llegó mi hijo Daniel con tres compañeros de universidad para estudiar el impacto social de una residencia para artistas que respaldaban una asociación de mujeres a las que acompañaban en un proceso de empoderamiento. Ponían a su disposición terrenos colectivos y unos formadores ayudaban a que mejoraran las prácticas agrícolas y de ganadería.

Evaluar el impacto requería elegir indicadores que debían ser simples, medibles y fáciles de recolectar. Para evaluar mejoras en la ganadería pensaron que sería razonable utilizar el número adicional de cabezas desde la formación de la asociación con una doble pregunta: “¿Cuanto ganado tenías antes de la llegada de la asociación? ¿Cuanto ganado tienes hoy?”. Comparando esas respuestas con las de otras mujeres en un grupo de control, pensaban poder sacar algunas conclusiones sobre la situación. “Estábamos muy equivocados. Ninguna de las mujeres que entrevistamos nos quiso decir cuánto ganado tenía. Para ellas, contar sus pertenencias es de mal agüero”. La misma creencia implicó dificultades aún más básicas del trabajo de campo: caracterizar la población beneficiaria. Ninguna mujer les quiso decir cuántos hijos había tenido y cuántos había perdido.

Inicialmente vieron esa reticencia como una superstición absurda, “que frenaba cualquier análisis de la situación e impedía el desarrollo”. Al cabo del tiempo, entendieron sus ventajas.  “Parece que cuando uno cuenta se intensifican varios mecanismos”, anota Daniel. “Uno se enfoca más en lo que le falta, se compara más con los demás y quiere más de lo que ya tiene”. En otros términos, no contar sería una buena vacuna contra la envidia, esa “fuente de angustias e intranquilidades, que impide disfrutar simplemente de lo que uno tiene sin preocuparse por más”. Con ese vívido recuerdo, no ha sido fácil convencerlo de que una parte importante de nuestro bienestar depende de manera crucial del desarrollo científico, social, económico y político que hubiera sido imposible sin el hábito de contar y medir.

El idealismo puede sostenerse sin ningún esfuerzo contable, el pragmatismo necesario para sobrevivir con holgura definitivamente no. Aquellas sociedades que han logrado mayor nivel de vida gracias al intercambio económico y la tecnología, menor mortalidad y morbilidad, una gama más amplia de derechos y participación en las decisiones colectivas son precisamente aquellas que lograron incorporar en sus rutinas cotidianas las costumbres de contar y medir. Desde el punto de vista polítco, hace unas semanas el editor del Washington Post se lamentaba por la explosión de fake news, "si tienes una sociedad donde la gente no puede ponerse de acuerdo sobre los hechos básicos, ¿cómo puedes tener una democracia que funcione?". El mítico contrato social, el célebre “acuerdo sobre lo fundamental” de la Ilustración surgió varios siglos después de la consolidación del paradigma científico moderno: requirió unos estándares compartidos de medición. A nivel más básico e individual, Moisés Wasserman anota que, “la ciencia es un método para que no nos engañemos. La persona a quien uno más fácil engaña es uno mismo”.

Las observaciones anteriores no eliminan del todo el atractivo de las creencias senegalesas para jóvenes decepcionados con los afanes, la incertidumbre, el estrés y la desigualdad de la sociedad democrática capitalista. A pesar de su precaria situación económica y su bajo nivel de confort material, “descubrimos personas menos ansiosas, más queridas con la otra gente y que se veían más en paz”.

El enigma de unas madres que han perdido varios hijos, que enfrentan enormes dificultades para nutrir a los sobrevivientes, que sufren enfermedades y todo tipo de dificultades materiales pero aún así viven sin amargura y casi nunca se quejan por su suerte, los llevaron a preguntarse si los países llamados subdesarrollados “no estaban, al fin y al cabo, más avanzados en esa búsqueda de paz y tranquilidad” actualmente tan apreciada en las sociedades democráticas consolidadas.


Una consecuencia ineludible de negarse a contar es la carencia de un aparato estatal. En Sinthian, por ejemplo, solo hay un jefe del pueblo y un imam. La etimología del término estadística, el conteo más sofisticado, la “ciencia que recoge y clasifica datos”, es precisamente “relativo al Estado”; viene del francés “statistique, procedente del latín statisticus”. En ese sentido, esa pequeña comunidad senegalesa es bastante más coherente que muchos activismos occidentales que defenderían la superstición de no hacer cuentas como elemento clave y replicable de una sabiduría ancestral sin que eso constituya un impedimento para abrumar con demandas a las instituciones que surgieron precisamente de esa manía por contar y mantener un inventario de los recursos.


REFERENCIAS


Dalio, Ray (2020). “The Loss Of Truth In Media Is Biggest Threat To American Democracy”. Heisengberg Report, Jan 18

Rubio, Mauricio (2020) "Envidia verde y envidia negra".
El EspectadorEnero 9 

Wasserman, Moisés (2020) “Sabidurías ancestrales”. El TiempoEne 16

viernes, 10 de enero de 2020

¡La culpa no era mía!

Publicado en El Espectador,Enero 16 de 2020
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El feminismo radical banalizó hasta el absurdo la responsabilidad individual de la mujer, factor necesario para una prevención racional del daño: factible, eficiente e igualitaria.

Hace años, una amiga celebraba su grado universitario con gente muy cercana cuando notó que faltaban varios discos. Sin dudarlo, le puso llave a la puerta y advirtió que mientras no recuperara todos los CDs nadie saldría sin una requisa. La audacia funcionó y el botín apareció en un baño. A pesar de la falta de prevenciones para esa reunión íntima, nadie criticó las medidas usuales de seguridad contra eventuales ladrones extraños, con quienes sería absurdo tener la misma confianza que con amigos y parientes.

En violencia sexual se olvida esta distinción crucial entre agresores agazapados en el círculo íntimo y, por otro lado, el amplio abanico de extraños donde es desacertado e ingenuo pretender empatía o consideración. El punto es crítico ante una inquietud políticamente incorrecta: ¿se puede prevenir una violación como, por ejemplo, se evita un atraco, un secuestro o cualquier crimen?

En 2011, hablando sobre violencia sexual en la universidad, un policía canadiense recomendó a las mujeres evitar “vestirse como sluts” para no ser violadas. Una estudiante reviró que era inaudito disculpar las violaciones por el atuendo femenino. Indignada, organizó una marcha, la slutwalk, para protestar: las mujeres deben poder vestirse como les de la gana, sin perder el derecho a decidir con quién tener sexo. Como “El violador eres tú”, la iniciativa tuvo apoyo global y en muchas ciudades se  organizaron slutwaks. El lema más repetido fue “¡no es NO!”. Una cronista del Washington Post anotó que se trataba del principal evento feminista en décadas. Tras el #MeToo, centrado en el abuso por  próximos, la portavoz de ONU Mujeres habló del  “movimiento más grande contra el acoso y la violencia sexual”.

La traducción de slutwalk fue desafortunada: “la marcha de las putas”, que no estaban invitadas. Lamentablemente se ignoró la diferencia entre ataques sexuales por compañeros de estudio o trabajo y aquellos con victimario desconocido. El llamado date rape –la violación en una cita o salida- es una forma extendida de agresión sexual en norteamérica. En Colombia, su incidencia y participación relativa son menores, predomina el abuso por familiares. Es precisamente en el escenario con victimarios cercanos que tiene total sentido el principio de que la mujer se puede vestir como le plazca sin que eso sirva de disculpa para manoseos, acosos o violaciones. Sería inaudito tener que ponerse pintas mojigatas para sentirse tranquila en una comunidad cerrada, próxima, donde se interactúa con la misma gente cotidianamente.

Sin embargo, no es sensato extender automáticamente ese derecho indiscutible a bajar la guardia en un entorno cercano a las calles de una ciudad real, más azarosas que el mundo imaginario donde tampoco debería haber ladrones, ni homicidas. Esa imprudente sugerencia está implícita en el ya célebre estribillo chileno -“¡Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía!”- cuyo mensaje para las adolescentes es de una irresponsabilidad preocupante: el paroxismo de la víctima totalmente inerte, convencida de que basta expresar en coro sus derechos para ser protegida por un “Estado opresor” que también es “un macho violador”.

Por supuesto que algunas víctimas no pueden hacer nada para evitar agresiones sexuales: con lamentable e inusitada frecuencia menores de edad sufren abusos de familiares o amigos. Por supuesto que abundan casos de autoridades que deberían proteger mujeres pero las atacan, o jueces machistas y negligentes. Lamentablemente en Colombia, como en muchos países, sólo se puede esperar que la justicia sancione, o absuelva, a un “sindicado conocido”; los atacantes no identificados por la víctima, del delito que sea, muy probablemente quedarán impunes. La precaria capacidad de investigación criminal, palpable hasta en los homicidios, no necesariamente es falta de voluntad política o discriminación por género. Unidades de policía especializadas en crímenes sexuales exigen entrenamiento sofisticado que sólo se ha alcanzado en muy pocos lugares.

Que cualquier mujer adulta, en un entorno bien alejado de un safe space universitario, se niegue a prevenir el riesgo de un ataque sexual es tan desatinado como sería indignarse con quienes en una ciudad insegura utilizan y recomiendan celadores, rejas y alarmas, o evitan calles peligrosas para no sufrir atracos. Simultáneamente, es natural no adoptar, jamás, medidas equivalentes con personas cercanas.

En ámbitos no cooptados por la militancia –crimen, accidentes de tráfico o laborales- se espera sin ningún drama que una víctima potencial, hombre o mujer, tome precauciones mínimas para prevenir daños. Algunas, como evitar el alcohol al volante, son obligatorias. El feminismo supuestamente busca la igualdad. Difícil alcanzarla si para cierta violencia ser varón elimina la presunción de inocencia, las víctimas están 100% exentas de responsabilidad y encima, determinadas mujeres en situación de alto riesgo, prostitutas o exguerrilleras, no cuentan.

REFERENCIAS
Alvarez, Pilar (2020). “Del Me Too a ‘Un violador en tu camino’: así ha cambiado el mundo tras el escándalo Weinstein”. El País, Enero 5

De Francisco, Margarita Rosa (2019). “El violador”. El Tiempo, Dic 18

Ortiz Fonnegra, María Isabel  (2019). “Capitana dice que aún falta que su agresor sea condenado”. El Tiempo, Dic 27

Rubio, Mauricio (2012) “¡No es NO! Una razón seria para marchar, si la marcha fuera seria”. La Silla Vacía, Ene 31

Valenti, Jessica (2011). “SlutWalks and the future of feminism”. The Washington Post, June 3

domingo, 5 de enero de 2020

Envidia verde y envidia negra

Publicado en El Espectador, Enero 9 de 2020
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Como pasa con los celos, existen dos tipos de envidia: una deseable, productiva, que estimula la competencia  y otra perversa, destructora. 

Según una leyenda occitana, el diablo se le apareció a un campesino. 
- Te concederé lo que quieras, pero a tu vecino le daré el doble
El elegido quiso pensarlo. Días después:
- ¿Ya aclaraste tu deseo? 
- Si, déjame tuerto

Esta envidia mítica es el extremo de una variante negra que, según la Real Academia, produce “tristeza o pesar del bien ajeno”. Pero hay envidia “de la buena”, la verde, que es “emulación, deseo de algo que no se posee”. 

Arthur Brooks, envidiólogo, recuerda que al cantante Bono lo sorprendía que en Estados Unidos una mansión suscitara un “tal vez, trabajando duro, podría vivir así”; en Irlanda, según él, la reacción sería “esos bastardos me las pagarán”. El francés Alexis de Tocqueville también se asombraba de la capacidad norteamericana para encauzar positivamente la envidia y percibir los triunfos ajenos como buen presagio colectivo. Los resultados de la World Values Survey sugieren que en Europa tienden a concebir el éxito económico más como una cuestión de suerte y conexiones que de trabajo duro. Lo mismo ocurriría en Colombia. 

La envidia negra provoca aversión a las diferencias, obsesión por la igualdad hasta el punto de querer eliminar cualquier retribución personal no compartida: nadie debe sobresalir del montón. Tirso de Molina, que como español reflexionó mucho sobre la envidia, hablaba de la “enemistad que causa la competencia”, una observación opuesta a la teoría que la postula requisito de eficiencia en los mercados. 

Cuando dicté introducción a la economía en una facultad de derecho había estudiantes a quienes ofendía la pregunta de cuánto esperaban ganar al graduarse: su interés no era la plata, decían. Les molestaba tanto el contenido del curso como la calificación con curva que favorecía diferencias en las notas individuales. Yo anotaba que no recompensar los mejores resultados era tan fofo como jugar materile-rile-ro. Después constaté que en España es aún más fuerte la oposición a destacarse: está vetado participar o hacer preguntas en clase. Estudiantes con dudas o deseo de profundizar iban a mi oficina, evadiendo la aplanadora igualitaria. Percibí una envidia más fuerte que en Colombia o Francia donde aún se aplaude, no se combate, el buen desempeño  académico. 

Decía Borges que los españoles "siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: 'es envidiable'". Cervantes la llamaba "raíz de infinitos males y carcoma de virtudes". Para consolarse, hay quienes la consideran un pecado muy práctico porque incorpora la penitencia: cuanto más se envidia, más se sufre.

Por ser uno de los siete pecados capitales, en la literatura religiosa hay numerosas definiciones de la envidia. Sin embargo, en la primera lista destinada a los monjes del desierto se eliminó.  Según San Gregorio, en el siglo VII, este pecado es secundario pues surge del orgullo no satisfecho y engendra rabia. 

En la literatura medieval francesa la palabra envidia casi no aparece hasta el siglo XV, cuando se volvió una explicación común para los enfrentamientos políticos que destrozaban a Francia; muy pronto simbolizó un vicio generalizado. David Cast, especialista en arte italiano, rastreó la iconografá de la envidia y anotó que  “era la metáfora central del pensamiento social renacentista".

A partir del siglo XV se produjo en España un proceso de reflexión en distintas disciplinas creativas. La envidia fue un tema frecuente relacionado “con nociones como competencia, fama, calumnia, emulación o afán de superación”. Estaban revueltas la variante productiva y la destructiva. Durante el Siglo de Oro, reputación, envidia y éxito literario fueron conceptos muy relacionados que contribuyeron a una realidad intelectual dinámica, compleja, con potentes grupos enfrentados. 

Lope de Vega, escritor prolífico y exitoso, siempre estuvo involucrado en guerras literarias. Algunas de sus innovaciones teatrales recibieron fuertes críticas. No sorprende que lo obsesionara la envidia. En La Doncella Teodora anota que un gran sabio debe ser humilde pero un poeta “envidiado por otros”. En las dedicatorias de sus comedias uno de los temas constantes era la envidia. A pesar de tantas reflexiones, no pudo soportar que, después de muchas penurias, con casi sesenta años, su amigo Miguel de Cervantes ganara fama como escritor. Este, a su vez, quedó con la sospecha de que el plagiario del segundo tomo del Quijote bajo seudónimo era Lope de Vega. 

Mi recomendación de mermarle a la envidia en 2020 aplica sólo a la negra. La verde incentiva competencia, productividad y eficiencia; facilita recaudar impuestos, gasto social y bienestar. El gran capitalismo corporativo en Colombia pelecha, precisamente, por falta de respaldo ideológico a nuevas empresas que lo desafíen y por un Estado redentor que, abrumado por diálogos y solicitudes cada vez más diversas, descuidó una tarea pública fundamental: controlar monopolios. 


REFERENCIAS


Eslava Galán, Juan (2017). “Envidia: "Carcoma de virtudes", ella define a España como ningún otro pecado”. El MundoAgo 5

Gavaldà, Josep (2019). “Isaac Peral, el militar español que inventó el submarino eléctrico”. Historia, National GeographicDic 10

Kalmanovitz, Salomón (2020). “Los fines dispersos de la protesta”. El EspectadorEne 6

Portús, Javier (2008)  “Envidia y conciencia creativa en el Siglo de Oro”. Anales de Historia del Arte .Volumen Extraordinario 135-149

Roncagliolo, Santiago (2018). “Los celos que destruyeron la amistad entre Lope de Vega y Miguel de Cervantes”. El País SemanalAgo 3

Rubio, Mauricio (2012). "Celos verdes y celos negros". El Espectador, Oct 11

Vincent-Cassy, Mireille (1980). “L'envie au Moyen Âge”. Annales35-2  pp. 253-271

jueves, 2 de enero de 2020

En 2020, menos envidia

Publicado en El Espectador, Enero 2 de 2020
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El año terminó con protestas y manifestaciones variadas en diferentes ciudades de Colombia y el mundo. Nadie ha logrado explicar por qué esa especie de contagio. 

Una posibilidad es que el malestar difuso y generalizado contra el sistema capitalista y la clase política resurgió en 2018 con los “chalecos amarillos” franceses. A pesar de altibajos y diferencias regionales, el movimiento se mantuvo a lo largo del 2019 hasta empatar a principios de diciembre con movilizaciones contra las reformas del sistema pensional que afectaron la celebración de las fiestas navideñas. 

El País español le dedicó un artículo a tratar de entender  por qué los franceses son unos “eternos descontentos”, calificativo que cae como anillo al dedo a los autoproclamados representantes de las marchas, protestas y cacerolazos en Colombia. Un gran enigma contemporáneo es el continuo “malaise” francés, una de las sociedades “con mayor bienestar y mejor protección social del planeta” que, además, tiene uno de los menores niveles de pobreza con poca desigualdad. El 34% del PIB francés se destina a gasto social, bien por encima del promedio europeo, para no hablar del resto del mundo. 

En marzo de 1968 un editorial de Le Monde constataba que “Francia se aburre”. Dos meses después la revuelta estudiantil que se extendió a otros lugares paralizaba el país poniendo fin al régimen del general de Gaulle. Lo insólito es que terminaba un largo período de prosperidad económica. Ya desde el siglo XIX Alexis de Tocqueville señalaba la paradoja de que muchas revueltas ocurren cuando la situación económica y la libertad de expresión han mejorado. 

A partir de encuestas realizadas en distintos países, según las cuales Europa y en especial Francia, presentan indicadores de envidia atípicamente altos, Arthur Brooks, economista de Harvard, anota que “la envidia es un verdadero cáncer para la felicidad: si la buena fortuna de los demás te hace menos feliz, casi nada de lo que tengas será satisfactorio”. La persona envidiosa vive insatisfecha y siempre quiere más. Al darle gusto, se crea un círculo vicioso que retroalimenta un estado de frustración perpetua y tóxica. 

Queda claro del abultado memorial de agravios del “Comité Nacional de Paro” que así se pudieran satisfacer todas esas demandas, habrá detrás una lista igual o más larga para reemplazarlas. El resentimiento tal vez se agravó con la pérdida de poder por las elecciones presidenciales.

La envidia continúa siendo mal comprendida, en parte porque se camufla con buenas intenciones. El recurso más usual para taparla es una causa noble, como la lucha por el pueblo, que es una capa retórica superficial. Para Eduardo Lora, “de los puntos que exigen los líderes del paro al Gobierno, no hay uno solo que tenga por objetivo mejorar la situación económica o la seguridad social de los pobres. Las demandas buscan proteger los privilegios de unas minorías, como son los asalariados, los estudiantes universitarios y los maestros sindicalizados. Los mismos de siempre, apoyados ocasional y espontáneamente por las amas de casa de las clases medias y altas”.

Unos meses antes del paro, tratando de entender la visceral tirria contra Rappi, supuestamente motivada por las condiciones laborales de los bicitenderos -en un país en donde la informalidad laboral es la norma y la gente privilegiada disfruta sin agüero esa mano de obra barata y flexible- Thierry Ways aventuraba la envidia como posible explicación: “intuyo que el recelo obedece no tanto a la supuesta explotación del trabajador sino a que alguien haya inventado una manera de hacer dinero”.

Para la doctrina católica, la envidia es uno de los siete pecados capitales. Entre estos, es el menos divertido, anota otro académico gringo. Miguel de Unamuno la consideraba “mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual”. Melanie Klein, psicoanalista austríaca, investigó ese sentimiento que por mucho tiempo fue confundido con los celos. Descartó tal paralelo puesto que en la envidia no existe el equivalente del triángulo amoroso típico de la rivalidad sentimental. La contrapuso a la gratitud y la caracterizó como "rabia porque otra persona posee y disfruta  algo deseable: el impulso de quitárselo o estropearlo". 

Fuera de eventualmente provocar venganza y violencia, un aspecto común de la envidia y los celos es que la gente atormentada por tales pasiones trata de ocultarlas, le producen vergüenza. Stendhal precisaba que “la vanidad no puede servirles de soporte... dejarse ver con un gran deseo no satisfecho es dejarse ver inferior”. Sin embargo, a diferencia de los celos que son políticamente incorrectos, el maquillaje de la envidia como preocupación por los desposeídos permite presentarla como legítima y de vanguardia. 

Les deseo un 2020 con pocos celos y envidia. Que sea un año de menos quejas, más soluciones personales y mayor sindéresis: quienes protestan por un gobierno inexperto y malintencionado no deberían confundirlo con los Reyes Magos.



REFERENCIAS

Bassets, Marc (2019). “Los franceses, esos eternos descontentos”. El PaísDic 22

Brooks, Arthur C. (2014). “The Downside of Inciting Envy”, The New York TimesMarch 1

Lora, Eduardo (2019) “Una lucha distributiva que ignora a los pobres”. Dinero, Dic 12

Sissa, Giulia (2015). La Jalousie. Una passion inavouable. Paris: Odile Jacob

Sorman, Guy (2013). “Le malaise français”, Contrepoints, Nov 13

Ways, Thierry (2019). “Aventones y mandados”. El TiempoJulio 24