jueves, 26 de diciembre de 2019

Otro sermón desperdiciado

Publicado en el Espectador, Diciembre 26 de 2019
Columna después de las gráficas







Este año estuve en una primera comunión muy especial. Recordé la mía disfrazado de fraile y deploré una nueva oportunidad perdida por un cura. 

El escenario no podía ser más apropiado para la ceremonia: la Catedral de Santa María del Mar, en el casco antiguo de Barcelona, con sus vitrales, arcos apuntalados, bóvedas, ojivas y esa mágica penumbra que conmueve hasta el tuétano en cualquier recinto religioso medieval. Me sorprendió que el prelado no invitara a esa niñez nerviosa y expectante a contemplar, sentir y compenetrarse con el entorno ignorando olímpicamente arquitectura e iconografía. Un sermón idéntico hubiera podido oírse en una sala múltiple escolar, o en una misa campal.

La historia de esta catedral es fascinante. Al llegar el cristianismo a Barcino, colonia romana, surgió una pequeña comunidad fuera de las murallas, cerca del mar. A finales del siglo VII el lugar ya se conocía como Parroquia de Santa María del Mar. Con el crecimiento urbano medieval el puerto cobró importancia, se construían naves y abundaban talleres de todas las artes y oficios que los nombres de las calles recuerdan. También se edificaron grandes palacios de nobles y mercaderes. Para ampliar el templo, los comerciantes financiaron la obra y el rey Pere III autorizó traer la piedra del Montjuic, a unos 4 km. Quienes cargaban y descargaban mercancía en el puerto, los bastaixos, ofrecieron sus hombros y barcas para transportar bloques hasta la basílica. Algunos se especializaron en esa labor formando un gremio muy respetado. La construcción duró más de 50 años. 

Aunque comunión comparte etimología con común, el cura desaprovechó esta magnífica historia de coordinación de esfuerzos en una obra colectiva para ilustrar la importancia de pensar en los demás, en la ciudad, el vecindario y la comunidad. Todo lo contrario, su invitación fue a establecer un contacto personal directo con Dios: anunció a ese inocente y angustiado rebaño, que ya sabe de veganismo, que ese día comerían el cuerpo y beberían la sangre de Jesucristo para salvarse individualmente. 

Cuando entendí que el extraordinario lugar donde se administraba el sacramento sería desdeñado, esperé que al menos el cura usara el cristianismo como herramienta pedagógica contra ciertas acciones infantiles reprochables: matoneo, envidia, intolerancia, racismo o sexismo; que les inculcara el rechazo a juguetes fabricados con trabajo infantil; que mencionara la importancia de respetar normas y leyes, hacer tareas, ser puntuales, decir la verdad, cumplir promesas y volverlas obligaciones. Al revés, el deplorable mensaje fue que las virtudes provienen directamente de Dios, quien las concede sin condiciones y perdona los pecados siempre que sean confesados a un hombre que oficialmente lo representa en la tierra. Tampoco hubo en el sermón alusión al respeto y cuidado que merecen la naturaleza y el medio ambiente. 

No era la primera vez que me molestaba por su extrema irrelevancia para el auditorio un sermón de misa. Hace unos años, en pleno proceso de paz, acompañé a mi hermana a la iglesia en Bogotá. El cura estrato 6, lujosamente ataviado, no mencionó ni una sola vez temas tan cristianos y pertinentes para la época como arrepentimiento, perdón, amor fraternal y reconciliación, usurpados por una pazología antirreligiosa, poco laica, que deformó por completo su significado y cercenó su origen sin el más mínimo conocimiento de cómo abordarlos.

Es tan misteriosa como lamentable la falta de oportunidad y compasión de ciertos mensajes católicos machacados desde el púlpito. Aunque mi renuncia a practicar la religión no fue por esa razón, conozco varias personas que dejaron de ir a misa tras un entierro en el que el cura se alegraba por la nueva vida de quien acababa de morir. Semejante insensibilidad con la tristeza y el dolor son de una arrogancia insuperable. No sorprende que la Semana Santa, que concentra los recuerdos más lúgubres de mi infancia, haya perdido adeptos inlcuso entre católicos practicantes. 

Para esta época navideña, apreciada por cualquier menor de edad, la iglesia católica se dejó quitar la preponderancia que tenía en Colombia para darle paso al más vulgar mercantilismo por la misma falta de contacto con la gente. Incluso la novena de aguinaldos y buena parte de los villancicos siguieron siendo crípticos e inútiles: “tutaina tuturumá… Antón tiruriruriru, Antón tirurirurá”, Las pocas tradiciones rescatables, como el pesebre y la canción Noche de Paz, lo son precisamente por centrarse en los orígenes del cristianismo simple, humilde, comprensible, ecológico, desprovisto de soberia y pompa, con un mensaje universal e imbatible de empatía, igualdad, hermandad y amor al prójimo. 

Durante un par de semanas alegres y festivas se desvanece ese detestable pacto infantil individual para salvar el alma que, reforzado después con el libre desarrollo de la personalidad, la idealización económica del egoísmo y la definición subjetiva de los derechos, explica tanta incivilidad, quejadera y daño al patrimonio público.  Felices fiestas.

Referencias


Basílica de Santa María del Mar

Arel, Dan (2015) “Study finds that children raised without religion show more empathy and kindness”. NonreligiousNov 5

Calabre, Isabelle  (1998). “Le Rôle de L'iconographie”. 
La Revue des Livres pour EnfantsAutomne 


Rubio, Mauricio (2014) "¿Cómo es eso del perdón?". El Especatdor,  Octubre 2


jueves, 19 de diciembre de 2019

Pilatunas uniandinas

Publicado en El Espectador, Diciembre 19 de 2019
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Apoyando las manifestaciones, unos profesores de la universidad de Los Andes, en su mayoría economistas, llevaron la Clase a la Calle. Además de dar papaya, revelaron incoherencias. 

Fue inevitable recordar el protocolo para entrar a ese campus universitario, más sofisticado que el de cualquier conjunto cerrado: como en un exclusivo club, hasta el carné de exalumno permite llevar invitados. Aplaudí la iniciativa con una insinuación: quejarse por esos antipáticos controles a la entrada, contrarios al espíritu del evento. 

Días después, uno de los conferencistas callejeros colgó su charla en la red e intensificó la sensación de incongruencia: “magistral pilatuna”, anoté. “Un profesor de la U más elitista y excluyente del país se centra ¡en la educación media!”. El recurso pedagógico para evadir un tema que flotaba en el ambiente fue una metáfora infantil: “el puente está quebrado”.

El término pilatuna tiene dos sentidos. En Colombia la acepción usual es “travesura, acción que ocasiona molestia”. No iban por ahí mis reproches. En otros países significa “sentencia o decisión injusta” que seguramente viene de Pilatos, por la célebre lavada de manos. Precisamente eso caracterizó unas pláticas uniandinas con enorme rabo de paja para el debate candente sobre acceso a la educación superior de calidad. Clases en la calle anteriores de otros establecimientos siempre debatieron el financiamiento de la universidad pública. Una salida frentera y decorosa hubiera sido defender la opción ya ensayada por la enseñanza superior privada, Ser Pilo Paga. 

Posteriormente caí en cuenta de una discordancia aún mayor: ignorar que el modelo neoliberal colombiano es fundamentalmente uniandino. Reformas económicas hoy vituperadas –apertura comercial, salud, pensiones, régimen laboral- fueron diseñadas y ejecutadas por redes de Los Andes. Desde los años ochenta once de los dieciocho ministros de hacienda, algunos realmente impopulares por su cercanía  al gran capital, han sido uniandinos. Uno de ellos, César Gaviria, con su kinder de colaboradores de la misma universidad, fue el presidente artífice del revolcón institucional y económico parcialmente responsable del desbarajuste actual. De la puerta giratoria entre tecnocracia andina y dirección de gremios mejor ni hablar. 

Participar en las protestas exigía una autocrítica. Algo de sindéresis sugería referirse, por ejemplo, a Eduardo Sarmiento, uniandino heterodoxo, persistente opositor del neoliberalismo, quien advirtió desde los 90 los riesgos de “abrir sin ninguna prudencia” la economía. Enfoques rigurosos pero artesanales, locales, comprensibles y criticables desde otras disciplinas, no alcanzan la formalización y universalidad requeridas para publicar en revistas internacionales indexadas, la nueva y obsesiva prioridad académica. Pero serían útiles para entender tanto el descontento generalizado como las peculiares élites colombianas. 

Mi gran maestro, mentor y amigo fue Manuel Ramírez, también economista uniandino. Era uno de esos pensadores humanistas excepcionales respetado por toda la profesión: marxistas, keynesianos, neoclásicos, teóricos o empíricos. Cuando lo conocí ya no enseñaba tiempo completo: dictaba una clase y dirigía algunas tesis. Después trabajé con él y varios damnificados por otra pilatuna, aquí en su acepción de travesura. En 1972 hubo en Los Andes una huelga estudiantil que buscaba cogobierno. Sus líderes fueron expulsados o suspendidos. La drástica poda también afectó a los profesores de planta que osaron apoyar el movimiento. Recordando su abrupta salida, sin rencor, Manuel anotaba que “cuando al sistema lo atacan desde dentro, golpea duro, esa mano no es invisible”. En ciertas organizaciones, decía, la falta de lealtad es un pecado capital, y la sanción por la ingratitud es proporcional a su relevancia para el establecimiento. 

Que una universidad líder, donde por décadas se ha educado la dirigencia del país, desaprovechara a un maestro extraordinario por una simple opinión disonante fue una lección que nunca olvidé y busqué transmitir a quienes al calor de las protestas ignoraban una realidad elemental: ninguna institución emblemática permite que sus pocos y privilegiados protegidos se rebelen contra ella o el sistema. 

La contundencia del verdugo agazapado la confirmé cuando al final del gobierno Gaviria los economistas uniandinos en el poder no aguantaron las críticas de Eduardo Sarmiento, entonces decano de la facultad. Tres ministros, tres miembros de la Junta Directiva del Banrepública y algunos empresarios le enviaron una carta al macroeconomista díscolo. Pensando que se trataba de un debate técnico, el rector dejó que Sarmiento respondiera la misiva, una actitud que el Consejo Directivo consideró demasiado blanda y alejada del ideal de universidad. Poco después ambos salían de Los Andes y el gavirismo entraba, sacando de nuevo a Manuel Ramírez, quien había vuelto como decano. 

Nunca pensé que iba a reiterar consejos ya no a indignados estudiantes sino a profesores poco conscientes del peso sobre sus hombros: quien rechaza la élite a la que pertenece, debe renunciar amigablemente; pretender cambiarla desde las entrañas tiene sus riesgos. Espero estar equivocado. Ojalá el clamor por “repensar el modelo” haya calado y el opaco curubito uniandino decida abrir la institución, empezando por las porterías. 



REFERENCIAS

Arellano, Fernando (2010). "La inversión extranjera en América Latina ha resultado una gran mentira - Entrevista con Eduardo Sarmiento Palacio” . Cronicón.net Septiembre

ET (1994). “Fundador se suma a críticas a Uniandes”. El Tiempo, Marzo 24

Maldonado, Darío (2019). Resumen Conferencia #ClaseALaCalle

ET (1995). “Tres universidades estrenan rector”. El Tiempo, Nov 20

Mera Villamizar, Daniel (2019). “Perdiendo la batalla por la imaginación política del capitalismo colombiano”. El Espectador, Dic 14 

Rubio, Maurico (2014). "Manuel Ramírez, maestro y amigo". El Espectador, Julio 10

Sarmiento, Eduardo (2019). “Soluciones a la distribución”. El Espectador, Dic 14

jueves, 12 de diciembre de 2019

El M-19 y la muchachada del barrio

Publicado en El Espectador, Dic 12 de 2019
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Hace unas semanas Gustavo Petro denunció 314 “bajas en combate” de menores sin referirse a los aportes del M-19 a esa situación. 

Tras analizar “homicidios de niños, niñas y adolescentes en acciones militares” con agente estatal como presunto agresor, el senador destaca “dos hechos violatorios del DIH. Uno, reclutar menores; dos, matarlos”. 

En 2017, un informe de la Memoria Histórica sobre reclutamiento infantil señaló que el fenómeno aumentó en los 80, coincidiendo con el auge del M-19, la consecuente influencia de Cuba en el conflicto y el eufemismo de los “campamentos de paz”. Conjeturé que dicha estrategia, típica del régimen castrista, habría sido importada al país por sus pupilos. Encontré luego unas “experiencias de la militancia barrial del M-19 en Bogotá”, publicadas en 2018 por Iris Medellín, hija de una antigua combatiente cuyos contactos le permitieron entrevistar exmilitantes. 

A diferencia de los “intelectuales”, mandos medios que enfrentaron dificultades para establecer contacto con la guerrilla, “las muchachas y muchachos del barrio”, todos menores de edad, no tuvieron que esforzarse: “el M-19 los encontró” allí donde vivían. Por “la temprana edad” a la que ingresaron, se identificaron con el proyecto político ya incorporados al grupo. La simple presencia en los barrios de un atractivo movimiento guerrillero con discurso cautivador y acciones espectaculares los motivó a militar precozmente. 

A Gerardo lo contactó Arcila, compañera de colegio en Kennedy. “La china pintaba bonito y tal, teníamos muchas cosas en común. Y ella me mete porque me gustaba el M. Yo tenía 16 años”. Sus primeros operativos fueron en Corabastos y coincidieron con la “Manifestación del Desagravio a la Paz y a la Democracia” en la que repartió volantes e hizo pintas. 

Sergio vivía en el Quiroga y terminó bachillerato en un colegio donde conoció a varios líderes estudiantiles que pronto ingresaron al M-19 “en medio de las dinámicas de camaradería del barrio”. Tenía 16 años y con tres amigos de colegio conocieron a Agustín, también del vecindario. “Empezamos a recibirle la charla, y el periódico del M… mimeografiado con un logo que era el puño en alto con un fusil”. Montaron una célula haciendo tareas pequeñas para después “mover armas y eso.. ese combo de amigos hacía parte no solo de la vida del barrio sino de la organización”. 

A Lina la maltrataba en su hogar la esposa del padrino. Se escapó de la casa y se fue a vivir con una prima en Ciudad Bolívar. Con 12 años trabajaba en una cafetería y allí conoció a Berna, quien le propuso unirse al grupo de trabajos juveniles del M-19: “¿ud quiere ser guerrillera?”. “¡Uy, de una!” respondió ella, queria vengarse. 

Lucía andaba con los curas claretianos que “eran como de izquierda”. Hubo una reunión en ese colegio y allí “empató con los pelados”. Era una niña y ya quería irse de la casa. “Ah, no, pues camine, vámonos” le dijeron. Conoció a Consuelito que tenía un arma y eso le llamó la atención: “me parecía que se veía super poderosa”. 

A Paola le dieron un fusil y le enseñaron a manejarlo esa misma noche. “Mire este es tiro a tiro y aquí ráfaga”. Aunque el M-19 organizaba escuelas militares en sus zonas de influencia, como Tolima y Cauca, la formación inicial se daba en espacios urbanos domésticos, “lo que vaya saliendo, se va haciendo… arme y desarme, me lo enseñaron ahí mismo, en la casa, con lo que había”. 

Aunque fueron pocos, estos testimonios revelan las redes de reclutamiento de menores con menores que mantenía el M-19. En 1984 el grupo se enorgullecía de tener en sus filas “jóvenes, casi niños, que abren con su lucha el futuro de Colombia”. Petro confirma que por aquella época el Eme crecía “a buen ritmo en colegios”. Él también era adolescente cuando, ya en la universidad, participó en su primera toma armada encapuchado. La pasión política de este inquieto y brillante estudiante, “muy radical en sus apreciaciones”, había empezado en La Salle de Zipaquirá bajo infuencia de futuros militantes, un fuerte movimiento sindical y el nadaísmo.

Iris Medellín aclara que, para sus entrevistados, tomar las armas fue una “decisión personal y consciente, no bajo amenazas”. El pasado 22 de Noviembre, en la Comisión de la Verdad, las FFAA, antiguas Auc y Farc-ep pidieron perdón por el reclutamiento forzado. Aunque el tabú de niños en la guerra es milenario, atraerlos “voluntariamente” no estaba tipificado como crimen cuando el M-19 lo hacía.  

Si cuestionara esa práctica en lugar de ensalzar románticamente su pasado violento, una costumbre inveterada en la gran familia M-19, Petro podría enfriar la confrontación ideológica, entender mejor la dinámica de las violaciones al DIH, para superarlas, y liderar un movimiento realmente Humano mientras espera el veredicto de las urnas por su papel en el paro.  



REFERENCIAS

Forer, Andreas (2010). “El reclutamiento de menores – un delito invisible”. El EspectadorOct 22


López Rojas, Katherine et. al. (2017). Una guerra sin edad. Informe nacional de reclutamiento y utilización de niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado colombiano. Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica. Versión Digital


Medellín Pérez, Iris (2018). La gente del sancocho nacional: Experiencias de la militancia barrial del M-19 en Bogotá, 1974-1990. Bogotá: Opera Prima - Editorial Universidad del Rosario

Pungiluppi, Juliana (2019). “Verdad y diálogo intergeneracional”. El TiempoDic 1


Quimbayo, Nicolás (2013). "Los hijos del M-19: de la clandestinidad al exilio". Las2Orillas, Agosto 12


RP (2019). “Petro denuncia que 314 menores han sido reportados como “bajas en combate” entre 2004 y 2019”. Redacción Política, El EspectadorNov 19


Rubio, Mauricio (2013). "Una visión insostenible del conflicto". El Espectador, Sep 25

________________ (2017). “Menores en la guerra”. El EspectadorMarzo 2


_________________(2019). "Cuba, M-19 y reclutamiento de menores". El EspectadorSep 26


jueves, 5 de diciembre de 2019

¡El violador eres tú!

Publicado en El Espectador, Diciembre 5 de 2019
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Réplica feminista al final







En medio de marchas y cacelorazos, una amiga feminista, sensata, ecuánime, trabajadora, comprometida con la defensa efectiva de los derechos de las mujeres, me envió un video: “¿qué tal esta puta locura colectiva?".

Se trataba de la versión bogotana de una performance chilena que “se viraliza y se imita”. Reproduzco apartes de lo que pretende ser un cántico contra la violencia.  “El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que no ves. Es feminicidio Impunidad para el asesino. Es la desaparición. Es la violación. ¡El violador eres tú! Son los policías, los jueces, el Estado, el presidente. El Estado opresor es un macho violador. ¡El violador eres tú!”.

Poco antes fui etiquetado de misógino por trinar contra una columna del mismo corte: “Estado asesino” de Catalina Ruiz-Navarro. Fuera de buscar que cayera un presidente elegido democráticamente, el incendiario escrito ignoró las razones que motivaban unas marchas pacíficas: “el esprit de corps de la Fuerza Pública en Colombia es un espíritu asesino… una política de muerte, la misma que mata también lentamente, de hambre y de desamparo… Estamos en un país en donde el Estado que debe cuidarnos es quien nos mata”.  El error garrafal, imperdonable, del Esmad que acabó con la vida de Dilan Cruz no justifica pregonar una supuesta política de exterminio estatal, deliberada y dolosa. 

Casi simultáneamente, Moisés Wasserman trinaba que “poner a niños pequeños a cargar letreros y recitar lemas, puede parecer simpático, pero si lo piensan bien es un abuso”. La turba tuitera calificó al académico de ignorante que “sataniza” la movilización con un discurso “cargado de ideología reaccionaria”. A pesar de esas advertencias, me atrevo a criticar la performance chilena por inconducente, tóxica y, sobre todo, porque en el video bogotano se ven en primera fila dos niñas de unos 6-8 años entonando ese himno envenenado con miedo y odio. ¿Era esa el objetivo crucial de “educar para la paz”? Encima, el mensaje es profundamente contradictorio: si no es un Estado de derecho con programas de prevención y, también, con procedimientos de investigación y sanciones minuciosamente codificadas, ¿quién puede defender a las mujeres de la violencia sexual, en el espacio doméstico, el entorno escolar, el trabajo o la calle? 

Preocupa pensar que el corolario de esa pegajosa diatriba sea el escrache por una red de mujeres activistas, la retaliación privada o volver al ajusticiamiento por clanes familiares, opciones expeditas contra los ataques sexuales: sin miramientos se elimina, virtual o físicamente, al agresor señalado. Las contrapartidas de esa eficacia son acciones contrarias al derecho y a la justicia. 

Se requiere bastante desfachatez para acusar al Estado de criminal cuando se ha hecho causa común con ex combatientes para callar y negar los abusos cometidos dentro de las Farc. Tales agresiones, que incluían no sólo violaciones sino reclutamiento de niñas y abortos forzados, han sido descaradamente silenciadas por una pazología de pacotilla que, nos estamos enterando, no contempla la reconciliación con agentes estatales atrapados en una guerra sucia que mantiene su inercia aupada por el fanatismo militante a ambos extremos del espectro político. 

Adicionalmente, es un despropósito generalizar la violencia sexual de los militares chilenos durante la dictadura pinochetista. A pesar de haber dejado trazas en el marco legal, que explican el deseo de reforma constitucional, el régimen totalitario del país austral terminó hace tres décadas. Algunas huellas de la dictadura han sido difíciles de borrar. Editado por el periodista Daniel Hopenhayn, hace unos meses se publicó Así se torturó en Chile (1973-1990) donde se revela que casi todas las mujeres apresadas por los esbirros de Pinochet sufrieron ataques sexuales de una crueldad y sadismo sin parangón. El espeluznante libro está basado por completo en el informe oficial de una Comisión Nacional creada por Ricardo Lagos en 2003 como órgano asesor de la presidencia y coordinada por el obispo Sergio Valech. Mientras el activismo intransigente y mala leche se estanca aferrándose al pasado, en una democracia el Estado opresor, asesino, macho violador, evoluciona, se transforma, reconoce sus errores, investiga y hace públicos sus desafueros. 

Wasserman también es escéptico del voluntarismo: “es fácil estar de acuerdo con grandes exigencias generales. Lo difícil es ponerse de acuerdo cómo lograrlo”. Si esto es pertinente para reformas políticas, es aún más pernicioso idealizar una justicia celestial de género mal definida. Renegar de la justicia basada en sanciones penales, reemplazándola por llamados al “cambio cultural” o mecanismos informales, arbitrarios y expeditos es un hara kiri institucional propenso a todos los abusos y violencias. 

Para controlar al Leviatán, buscar la “no repetición” de sus excesos, del agente policial que mató a Dilan se deben encargar la ley y la justicia oficial, ojalá la ordinaria, no barras bravas, ni escritos o coros militantes que atizan el rencor. 




REFERENCIAS
EE (2019) "Así fue el performance feminista en Bogotá". El Espectador, Nov 29

Memoria Chilena (2005). "Informe de la Comisión Nacional Sobre la Prisión Política y Tortura". Informe Valech. Santiago de Chile, La Comisión

Montes, Rocío (2019), “Violadas, embarazadas y torturadas: las mujeres como botín de guerra en la dictadura de Pinochet”. El País, Sep 11

Rubio, Mauricio (2019). "Una militante desmemoriada". El Espectador, Feb 14 

______________(2019) "Victoria feminista". El Espectador, Mayo 30

Ruiz-Navarro, Catalina (2019). "Estado asesino". El EspectadorNov 28

_____________________ (2019). “Un violador en tu camino”. El Espectador, Dic 5


Un violador en tu camino
Por Catalina Ruiz-Navarro

“La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía: el violador eras tú, el violador eres tú”, es el pegajoso coro de Un violador en tu camino, la canción de un performance creado por cuatro feministas chilenas: Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres, fundadoras del colectivo Las Tesis, que retoma tesis de autoras feministas y las traduce a una puesta en escena para difundir el mensaje. Un violador en tu camino está inspirada en el trabajo de Rita Segato, quien explica que la violencia machista en los cuerpos de las mujeres es también un mensaje político, una advertencia para todas las mujeres, y que crece a la sombra de la violencia de un Estado también machista. “El Estado opresor es un macho violador”. Hay mucha genialidad en explicar una teoría tan compleja en un jingle, y sin embargo las chilenas tienen una hermosa tradición, desde Violeta Parra, de hacer precisamente eso: poner los reclamos políticos de un pueblo en el poderoso formato del arte y la música popular. Un violador en tu camino se hizo viral porque al tiempo que da cuenta de una teoría feminista, se conecta con la experiencia de todas las mujeres, por eso para nosotras es liberador cantarla, y para el patriarcado, en todas sus encarnaciones, es intimidante.

Después del primer performance, grupos de mujeres de toda Latinoamérica se reunieron para aprenderse la coreografía y la canción y replicarlo. En varias ciudades de Colombia las mujeres se organizaron para hacer el performance en medio del paro, y fue la excusa perfecta para que también empezáramos a coordinar asambleas y organizarnos políticamente para exigir perspectiva de género en las negociaciones del paro nacional, porque ¡la revolución será feminista o no será!

El viernes 27 de noviembre, el Zócalo de la Ciudad de México, aproximadamente 46.800 metros cuadrados, casi cinco veces la Plaza de Bolívar (13.903 metros cuadrados), se llenó de mujeres que repitieron la coreografía. Tan solo unos días antes, el lunes 25, las mujeres de Ciudad de México también marcharon en contra de la violencia machista. Al menos una tercera parte de las marchantes estaban encapuchadas, y armadas con aerosoles iban rayando con mensajes de protesta todos los monumentos y paradas de bus de Reforma. El gobierno de la ciudad, previendo esta estrategia de protesta que se usó en la última marcha feminista, cercó los monumentos con latas y los envolvió en plástico como comida recalentada, pero no fue suficiente. A la estatua de Cuauhtémoc le quitaron las latas como quien pela una cebolla, a la estatua de Colón se la tomaron al grito de guerra y le escribieron encima “colonizador”. En Colombia esto nos parece vandalismo, pero las mexicanas no están ni robando almacenes ni destruyendo propiedad pública al azar para generar caos. Lo que las mexicanas hacen es una acción directa, simbólica, controlada y en la que ninguna persona sale lastimada. Yo estuve grabando videos en primera fila y no recibí ni un empujón, al contrario, y cuando llegaba el “Esmad mexicano”, los Granaderos, en un contingente de solo policías mujeres que venía siguiendo la marcha, todas las presentes gritábamos: “¡Fuimos todas!”. Las mexicanas se tapan la cara porque México tiene una tradición de defensa del derecho al anonimato, especialmente en la protesta social, que data del movimiento zapatista. Destruyen los monumentos porque en México asesinan a nueve mujeres al día y al Estado mexicano le importan más las piedras que nuestras vidas. En efecto, 12 horas después los monumentos estaban limpios, y los feminicidios impunes.


Si algo valioso nos deja este tipo de protesta es que nos obliga a encontrarnos y organizarnos: al coordinar la intervención a monumentos se diseñan estrategias de seguridad y autocuidado, lo que comienza con un baile termina por ser una asamblea. La coreografía de Un violador en tu camino y la intervención de los monumentos son dos expresiones de protesta para un mismo reclamo, ambas son liberadoras porque nos permiten expresar nuestra rabia, y lo que queremos es precisamente que por fin se reconozca y se entienda la gravedad de las heridas que dieron origen a esa rabia. “El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer, y nuestro castigo es la violencia que ya ves”.