lunes, 29 de noviembre de 2021

El refrito chileno: Pinochet vs Allende

Publicado en El Espectador, Diciembre 2 de 2021


Como en varios países, la segunda vuelta presidencial chilena en diciembre será una pugna entre dos visiones antagónicas del mundo, izquierda y derecha, ambas extremas. 


José Antonio Kast (27.9%) del partido Republicano, “ultraderecha conservadora en los valores y muy liberal en política económica” le sacó una pequeña ventaja a Gabriel Boric (25.8%), uno de los líderes estudiantiles que hace una década encabezaron protestas demandando educación gratuita; con apenas 35 años representa a la coalición Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista). 


A pesar de algunas propuestas absurdas como detener los flujos de inmigrantes por el norte cavando una zanja o tener nueve hijos y ser activo miembro del movimiento católico mariano que venera a la Virgen de Schoenstatt, el discurso de Kast ha calado en segmentos muy variados de la población y no sólo en la clase acomodada y derechista. La agenda de Boric, con promesas de cambios profundos, que a raíz de la victoria de la constituyente parecía ganadora, ha despertado más apatía que apoyo. Los electores parecen cobrarle su dificultad para condenar la violencia en las protestas, el desgano para abordar temas que mucha gente considera cruciales, como la seguridad ciudadana y el crecimiento económico, y su alianza con el Partido Comunista. 


No sorprende que Kast haya adoptado como eslogan para la segunda vuelta “libertad y democracia frente a comunismo”, que cual derechista colombiano haga alusión al castrochavismo, ni que acuse a su rival de querer “indultar a los vándalos que destruyen” o de “reunirse con terroristas y asesinos”. Es bien probable que su oposición explícita y acérrima al comunismo sea la razón por la que quienes votaron por él hayan hecho caso omiso de su identificación con el general Augusto Pinochet, quien se tomó el poder en Chile con un golpe de Estado contra Salvador Allende, uno de los personajes más deformados e idealizados de la historia política latinoamericana. 


Para muchos analistas, el Chile relevante se inicia con la tiranía y violencia de Pinochet. Hay una amnesia selectiva sobre lo que pasó antes. En particular se olvidan los errores y excesos cometidos por Allende, la interferencia soviética, cubana y norteamericana, la política de avestruz con la confrontación política, incluso el abierto estímulo a la lucha armada, y la monumental crisis económica con enfrentamiento social provocada por las dificultades y contradicciones de la llamada “vía chilena al socialismo” que ya había fracasado antes de la llegada de los militares al poder.  


A finales de 1971 Fidel Castro hizo una visita de tres semanas a Chile. Al despedirse con la ovación de millares de militantes de la Unidad Popular soltó una frase que resultó premonitoria: “No estamos seguros de que en este singular proceso el pueblo chileno esté aprendiendo y fortaleciéndose más rápidamente que los reaccionarios”. 


El presidente y líder de la Unidad Popular ensayó tercamente, y en solitario, una fórmula en la que no creyeron ni los empresarios, ni los trabajadores radicalizados, ni los norteamericanos, ni los soviéticos. En el fondo, ni siquiera el régimen cubano que lo apoyó. 


Desde su primer intento por llegar a la presidencia, en 1952, Allende no tuvo problema en aliarse con los comunistas más radicales. En 1970, al ganar las elecciones por un pequeño margen aceptó que lo haría sin tener en cuenta a la mayoría de la población: “estoy aquí para hacer cumplir el programa de la Unidad Popular, que no es el programa de todos los chilenos”. Comentaristas de derecha empezaron a llamarlo el PACH, Presidente de Algunos Chilenos.


En una movida de infinita torpeza dada la gran polarización, Allende le concedió indulto a varios terroristas del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) presos por crímenes atroces como asesinatos, bombas y secuestro. Según él, se podía suponer que no volverían a atentar puesto que ya había llegado el socialismo a Chile. Por otro lado, disolvió el Grupo Móvil de Carabineros encargado de luchar contra grupos armados de extrema izquierda que operaban en todo el país. El gobierno no sólo se negaba a actuar contra los ataques violentos a predios rurales sino que alentaba las expropiaciones.


Fidel Castro le dió un fuerte impulso a las guerrillas del continente agrupadas en la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) cuyo origen fue una conferencia celebrada en La Habana a principios de 1966. Allende, que presidía la delegación chilena, señaló la “obligación de acentuar la lucha.. la huelga, la ocupación de tierras, la movilización colectiva, y la toma de conciencia… a la violencia reaccionaria se opondrá y opondremos la violencia revolucionaria”. 


Torpeza económica, promesas incumplidas, radicalización, expropiaciones, pusilanimidad ante la violencia, incluso tradición de apoyo a algunas de sus manifestaciones, estrechos vínculos con la dictadura cubana, abonaron el terreno para que la fracción de la población opuesta a su ideología viera con buenos ojos que alguien se opusiera como fuera a ese Salvador tan peculiar. Nuevas generaciones apoyan ahora a Kast contra Boric. 


REFERENCIAS


BBC News (2021) “Kast vs. Boric: quiénes son y qué proponen los candidatos” 

22 noviembre 



Calvo, Patricia (2018). “La Organización Latinaomericana de Solidaridad (OLAS) a través del Boletín de Información de su Comité Organizador (1966-1967)”. Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 22 Núm. 1 



Correa, Harold (2021) “Elecciones en Chile”. Razón Pública, Nov 21



Díaz Nieva, José (2014). “En torno a la erosión del estado de Derecho: las primeras medidas del gobierno de Salvador Allende: entre el miedo y la polémica”. Revista Derecho Público Iberoamericano, Nº 5, pp. 173-208, Octubre


García, Daniel (2021). “Kast vs. Boric: 4 sorpresas de las elecciones que muestran la transformación del mapa político en Chile”. BBC News Mundo, Nov 22



García, Jano (2017). El Siglo del Socialismo Criminal. Amazon Italia


Gazmuri, Cristián (2004). Revisión de Veneros, Diana (2003). Salvador Allende, Editorial Suramericana. Revista de Historia (Santiago). versión On-line ISSN 0717-7194


Montes, Rocío (2021). “La sorpresa de la derecha chilena”. El País, Nov 21



Welp, Yanina (2021). “¿Qué pasó en Chile?”. El País, 23 Nov


lunes, 22 de noviembre de 2021

Un cubano libre, rebelde, versátil, genial

 Publicado en El Espectador, Noviembre 25 de 2021


Carlos Acosta, Yuli, es un extraordinario bailarín y coreógrafo mulato nacido en Cuba. Su trayectoria, rica en varias dimensiones, es inspiradora. Mundialmente reconocido, brilló gracias a su padre y a pesar del régimen comunista. 


En el exigente arte del ballet, desde sus 30 años está en el podio de los grandes, al lado de mitos como Nijinsky y Nureyev. 


Hasta esa cumbre llegó desde un barrio marginal de La Habana en dónde su padre, un camionero con escasa educación pero enorme intuición cultural, se empeñó en que dejara de bailar break dance callejero para estudiar danza clásica en el conservatorio. “Aquello era tremendo. Lo normal es que en aquel ambiente machista mi padre se hubiera opuesto al ballet porque eso era cosa de homosexuales. Pero no. Me empujo a hacerme bailarín”. Por sus continuas fallas y su naturaleza de gamberro indomable fue expulsado de la academia de ballet. Tras una salvaje paliza de su padre lo recibieron como interno en una escuela rural de artes. 


Allá sufrió la más absoluta soledad, que se hacía insoportable los miércoles, cuando todos los estudiantes recibían visita de sus familiares. “Les traían comida y compartían ese rato, pero a mí no venía a verme nadie…La danza era mi salvación y eso nadie me lo iba a quitar”. Ahí entendió que aptitudes y talentos naturales toca cultivarlos con mucho esfuerzo, incluso con dolor. “La fuerza y todo lo demás viene del dolor. Sí, del dolor… el ballet es dolor físico para amoldar el cuerpo a que haga tu deseo… del dolor sale el genio… el sufrimiento fue lo que me dio la rabia y la pasión”.




Qué contraste con las nuevas generaciones narcisistas, voluntaristas y mimadas que pretenden acceso a las artes, a la cultura, incluso a la historia desde un cómodo safe space inmaculado y sin referencias dolorosas o desagradables. En su casa, desde niño, Acosta aguantó no sólo la terquedad y violencia paternal sino un duro racismo. Su madre y una hermana -que acabaría suicidándose- eran las únicas que por ser blancas en el territorio libre de América podían ir a la playa de Varadero y tenían un pasaporte para emigrar. Yuli y su hermana Marilín “eran los negros, hijos un hombre de carácter rudo, descendiente de esclavos que desde pequeño trató de inculcarles que por ser negros y pobres tenían que esforzarse y luchar el triple que los demás”. 


Con 16 años ganó la medalla de oro en el Grand Prix de Lausanne y a los 18 lo contrataron como primer bailarín del English National Ballet. Volvió al Ballet Nacional de Cuba, pero se sintió menospreciado y se marchó. “Yo ya era primer bailarín, había bailado con grandes figuras, y al venir para acá me pusieron como tres categorías por debajo”. No sorprende esta reacción de un régimen obsesionado por la igualdad de resultados, no de oportunidades, que no tolera el éxito personal sin entender que el móvil primario de la competencia entre individuos, de la evolución misma, “no es la supervivencia del apto sino de la aptitud en general”. El principal interés de un régimen comunista como el cubano es “exaltar el mérito de no tener méritos”. Eso garantiza sumisión y lealtad. La espontaneidad, el éxito individual, aún alcanzado con trabajo, sufrimiento, sacrificio y dolor se perciben con recelo, envidia. Así, se instala “la planificación ejercida por un déspota rodeado de servidores” encargados de decidir quiénes alcanzan posiciones favorables dentro de un rígido sistema jerárquico. 


No sólo las autoridades cubanas sabotearon el desempeño del genial bailarín. Cuando ya había ganado también el Grand Prix de Paris, para el montaje de Edipo Rey, Acosta esperó ingenuamente que tendría el rol principal. Le dieron el del viejo que debe matar a Edipo. “Envejecido por el maquillaje y el vestuario, los demás bailarines lo chiquearon diciéndole que se parecía a Celia Cruz. Carlos se sintió humillado”.  Poco después le hicieron vestirse como la Pantera Rosa. Su fama ya era internacional y hasta La Habana fue a rescatarlo el director del Ballet de Houston en donde la crítica no demoró en reconocerlo como verdadero fenómeno: “el cubano volador… el paracaídas… el arma letal”. 


El éxito súbito alcanzó a marearlo. “Si soy una estrella, me tengo que vestir como tal… Me puse mi Prada y mi Cartier, me miré en el espejo… y me dí cuenta de que estaba poniéndome encima un total de $ 6.000, lo suficiente para comprarle un apartamento en Cuba a mi familia”. Hubiera querido llamarlos pero recordó la principal enseñanza de su padre: nunca mirar para atrás. 



Siguiendo ese sabio consejo persistió en sus sueños. Regresó a Cuba buscando rehabilitar el sitio encantado de su infancia: las ruinas de la Escuela Nacional de Arte. La envidia y los dogmas volvieron a sabotear su iniciativa con el cliché que la educación, incluso bien financiada, no puede ser privada. 





lunes, 15 de noviembre de 2021

Economía y política en tiempos inciertos

Publicado en El Espectador, Noviembre 18 de 2021


No recuerdo una época con perspectivas económicas tan imprevisibles. La pandemia, que no da tregua, desbarata cualquier predicción. 


Los resultados de una encuesta de intención de voto realizada a finales de Octubre son ilustrativos. Puntean los indecisos (58.7%) seguidos del voto en blanco (14.4%) y por Gustavo Petro (11.5%). Nadie aventura cábalas sobre lo que haría ese personaje en materia económica si llegara a la presidencia. Algo similar podría decirse de los demás candidatos cuya política económica diferiría bastante poco. No hay mucho margen de acción.  


Paradójicamente, un panorama político tan incierto podría implicar similitudes en el manejo macroeconómico que, incluso bajo Petro, no se alejará demasiado de la ortodoxia exigida por el gran capital que financiará campañas electorales.  La observación anterior no implica que a largo plazo una presidencia suya tenga las mismas secuelas que una de centro o de derecha. No hay que recurrir a Cuba comunista para argumentar que alguien que ha bebido de esas fuentes ideológicas puede dejar una huella desastrosa por décadas. Los ejemplos sobran en América Latina desde antes de la pandemia. El actual panorama, con empresarios y profesionales muy educados buscando emigrar, no reconforta.  


Hasta la caída del muro de Berlín existieron partidos que diferenciaban nítidamente la izquierda de la derecha. Era simple inercia: la situación de la clase obrera ya había cambiado, la industria perdió importancia ante el sector servicios, distintos oficios se profesionalizaron, surgió una verdadera élite sindicalista y un operario podía volverse empresario. La izquierda ya no podía contar con la clase obrera como base para su acción redentora. Además de pobres, desempleados y jóvenes, eran necesarios nuevos sujetos políticos excluidos y oprimidos, por cuestiones como raza, sexo, lengua u origen geográfico. Aparecieron entonces políticas identitarias centradas en la igualdad y la inclusión. La izquierda democrática aceptó que los bienes de producción permanecieran en manos privadas siempre que esa propiedad esté hiperregulada por una burocracia supuestamente defensora del bien común a pesar de la corrupción generalizada.  


Excluyendo fanáticos tipo Trump o Bolsonaro, la derecha y el centro compraron entero el nuevo discurso y aceptaron el bulto de sus dogmas. Ya es corriente en varios países que los bancos financien conferencias anticapitalistas. La misteriosa alianza entre uno de los principales grupos económicos del país y Gustavo Petro, o un intelectual muy crítico del establecimiento  colombiano que gana jugosos honorarios dando conferencias a grandes empresarios apuntan en la misma dirección. 




Que el sistema se alíe con quienes fueron enemigos acérrimos no es la única muestra de fusión izquierda-centro-derecha. Las industrias históricamente más depredadoras del medio ambiente, como la automotriz, ya adoptaron el mercadeo basado en retórica ecológica. Con la posible excepción de la inmigración, la derecha y el centro han adoptado básicamente todos los relatos que reivindican los derechos de minorías que también se han convertido en actores usuales del mercadeo capitalista. 


La consecuencia más nefasta de este menjurje ideológico es haberle dado un puntillazo al debate político. Ante la incertidumbre reinante, difícil imaginar algo más nefasto que un ambiente en donde no se discutan racionalmente los diferentes escenarios alternativos posibles y los correspondientes cursos de acción.


Un elemento común a esta carencia de argumentación informada y basada en la evidencia es apelar a los sentimientos ensalzando la irracionalidad, el “perverso intento de negar el uso de la razón para así poder aglutinar a todos los individuos en un colectivo oprimido”. 


Un ejemplo que ilustra bien la precariedad del análisis en asuntos cruciales para el desarrollo económico del país, como la educación superior, fue el debate que nunca hubo sobre la iniciativa “Ser Pilo Paga” antes de las pasadas elecciones presidenciales. El primer ataque al programa, cuyas evaluaciones sistemáticas y rigurosas habían sido todas muy positivas, vino de Sergio Fajardo, quien señaló lo evidente: solo se beneficiaban unos pocos. En seguida se sumó De La Calle evocando un estigma también obvio: era inequitativo. 


Los ataques más demoledores vinieron de Gustavo Petro que los sustentó basado en un simple dogma: no cumplía con las características que debe tener la educación superior: “universal, nacional, de calidad y gratuita”. Amén. Una supuesta verdad general que, si acaso, se cumple en algunos países ricos pero que definitivamente no aplica para las mejores universidades del mundo, privadas, horriblemente costosas y con una versión de “Ser Pilo Paga” financiada por patrimonio propio y redes de patrocinadores. 




Cualquier sociedad seria hubiera hecho ajustes progresivos a “Ser Pilo Paga” y un seguimiento a los beneficiarios para evaluar sus ventajas a largo plazo. Aventuro dos hipótesis. Una, ese grupo élite estará mejor preparado que el promedio egresado de universidades de inferior calidad para enfrentar la incertidumbre asociada con la pandemia. Dos, activismos y fanatismo que definen y manipulan la fofa política contemporánea tendrán dificultades para reclutar seguidores sumisos o leales entre personas tan pilas. La verdadera inteligencia, la genialidad, de cualquier nivel económico, nunca es dócil.  



García, Jano (2021). El Rebaño. Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica. La Esfera de los Libros

https://www.las2orillas.co/el-verdadero-origen-de-la-relacion-gilinski-gustavo-petro/



martes, 9 de noviembre de 2021

La bailarina, el chef y los comunistas

  Publicado en El Espectador, Noviembre 11 de 2021


Uno de los mayores logros de la revolución cubana fue edulcorar el comunismo con irreverencia, trópico, artes, bohemia y rumba. 


Al meterle realismo mágico a un discurso basado en buenas intenciones, megalomanía y proyectos faraónicos, represión, política castrense y totalitarismo quedaron mimetizados y diferenciados de las prácticas en dictaduras más frías y severas. La intervención armada en otros países se volvió un alegre gesto de amistad con los pueblos.   


Colombia Moya Moreno era una bailarina hija de Luis, un escenógrafo, pintor, arquitecto y director de cine mexicano que llegó en gira a nuestro o país por los años treinta. En Medellín, conoció y se enamoró de Alicia Moreno una joven de Fredonia. Se casaron y tuvieron dos hijos. Colombia, la segunda, tenía pocos meses cuando decidieron irse a México tras establecer una red de amistades entre artistas colombianos. En D.F. la casa Moya-Moreno se convirtió en refugio para exilados que se reunían a “escuchar bambucos, bailar cumbias, porros y beber aguardiente”. Por allí pasaron, entre muchos, Porfirio Barba Jacob, Leo Matiz, Rodrigo Arenas Betancourt, Manuel Zapata Olivella, Alvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo. Varios habían coincidido con Fidel Castro en el Bogotazo del 9 de Abril de 1948. Por otro lado, algunos de ellos habían visitado la Unión Soviética y simpatizaban con el comunismo.



La vocación inequívoca de la hija Moya era la danza cuyo estudio inició con el rigor del ballet clásico. A mediados de los 50 fue llamada para formar parte de un grupo de baile folclórico mexicano que haría varias presentaciones en Cuba. Allí, “sentí un aire cálido que me acariciaba, me aliviaba, me llenaba la vida. Quería vivir en ese lugar. Y eso antes de la revolución, luego, para mí era el mejor lugar del mundo”.


Tras un doloroso incidente familiar Colombia decidió irse a Acapulco para, además de leer a Marx, “bailar y entregarle sus dolores al mar”. Estando en la playa, se le acercó un estudiante de leyes cubano, “de clase media y ademanes burgueses” que le confesó su vieja admiración por ella como bailarina. Vivieron un intenso romance y “terminé casada por bruta, de blanco y por la Iglesia”. Tuvieron una hija que quedó registrada con el apellido de la madre y no de quien resultó borracho, mujeriego e irresponsable, además de vergonzoso tibio en materia de compromiso político. Decepcionada, Colombia se separó para volver con su hija a la casa materna, retomando la danza y las artes.


Al poco tiempo decidió irse de gira para Francia. En París, con una “convicción imbatible” optó por quedarse para perfeccionar su formación como bailarina. El cuidado de su hija en México no parecía desvelarla. Empeñada en “devorarse el mundo del arte, potenciar su expresión artística y esculpir su agilidad corporal” se unió a un grupo de canto y danza latinoamericanas dirigido por un comunista paraguayo.  Así entró al círculo de exilados hispano parlantes que se reunían a cantar, bailar y sobre todo a “intercambiar lecturas, a discutir y pensar críticamente el mundo, a discutir las posibilidades de las revoluciones en los países del sur”. En medio de estas veladas, el grupo de artistas recibió con júbilo la Revolución cubana. 


Poco después apareció Pedro Baigorri, un joven vasco, estudiante de cocina, con gran sensibilidad revolucionaria y conocedor de las luchas del pueblo argelino. Con él salían por las calles parisinas pintando los muros y buscando militantes para los grupos solidarios Fidelistas de Europa. Estas actividades hicieron que Colombia tuviera mayor deseo de instalarse en la isla, hasta el punto de ofrecerse en la embajada cubana como voluntaria de la Revolución. 


Siguiendo instrucciones del Comandante Fidel, la diplomacia castrista buscaba alguien de primera línea que pudiera “contribuir a la formación de las escuelas nacionalizadas de cocina cubanas” y que, además, “ayudara al cultivo y preparación de los caracoles de tierra en la isla”. El peculiar chef debía cumplir el requisito de ser comunista o por lo menos apoyar de manera irrestricta la revolución. Encontraron a Pedro Baigorri, que cumplía casi todas las exigencias y caprichos del dictador. Ser anarquista en lugar de comunista pareció una falla subsanable. Elegido por la burocracia y dispuesto a embarcarse para apoyar la lucha del pueblo cubano, el cocinero vasco pensó en su nueva mejor amiga bailarina, en la oportunidad que la vida les ofrecía de hacer en pareja lo que ella siempre había soñado. Le propuso que viajaran juntos. Así, con pocos días de intervalo, salieron para Cuba la bailarina y el chef cargados de ilusiones, amor, alegría, caracoles y setas para que la revolución comunista prosperara. 



Buscando animarlo con alusiones a su otra pasión, Colombia le dijo a Pedro: “así no bailes, así no te subas al escenario a danzar, todo en la vida es danza, la historia es una intensa coreografía de cuerpos en movimiento… el lenguaje de nuestras actuaciones… nuestro compromiso con la Revolución”. 

lunes, 1 de noviembre de 2021

Dialogar con ETA y con las FARC

 Publicado en El Espectador, Noviembre 4 de 2021


En Colombia siempre será útil recordar qué debe hacer una democracia con una organización terrorista. 


“La clave fue mantener un contacto indirecto tras el atentado”. Esta lánguida frase sobre el reflejo moderno de buscar negociar lo que sea y como sea con grupos armados que matan gente y provocan terror parecería de algún iluminado colombiano. Pero no, se trata del titular de la entrevista hecha al ex jefe de gobierno español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero que rememora “los diferentes momentos estratégicos que propiciaron el final de la violencia etarra”. 



El titular está algo acomodado por el periodista pues Zapatero precisa que ese “contacto indirecto” nunca fue tan condescendiente como han sido tradicionales los llamados “diálogos” con grupos guerrilleros nacionales. El antiguo primer ministro explica la diferencia con lo que hicieron en el país los santistas. “La singularidad del proceso respecto de otros como los del IRA en Irlanda del Norte y las FARC en Colombia, radica en que en el caso español fue una decisión unilateral de ETA sin contrapartidas políticas” (subrayado propio).


Una condición para el diálogo con la banda terrorista era que “se comprometía a dejar las armas, con la limitación de que solo podía abordar la cuestión de los presos y el desarme. Dejaba por fuera las cuestiones políticas, competencia de los partidos” (Subrayado propio). 


Lo que más sorprende del abismo con la cascada de concesiones políticas, judiciales y electorales a las FARC es que el conflicto vasco se asemejaba más a una guerra civil que lo sucedido en Colombia. Los etarras tuvieron siempre una considerable proporción de seguidores, incluso votantes, entre la población. Nada que ver con las FARC o el ELN, más propensos a amedrentar y someter ciudadanos que a ganar su apoyo. 


Zapatero está seguro sobre la efectividad del proceso de paz con ETA. “Fue unilateral, limpio y sin contrapartidas. Lo que evitó el riesgo de otros procesos que entran en crisis por denuncias de incumplimientos. Diez años después podemos decir que fue para siempre”. En Colombia se supo que la paz no sería estable ni duradera casi desde que se firmó el acuerdo.


Anotando que la decisión de ETA fue unilateral, el socialista español es generoso con los terroristas: la organización armada estaba derrotada por los organismos de seguridad estatales, apoyados por toda la ciudadanía y actuando coordinadamente con la Audiencia Nacional, una institución judicial especializada no en condonar, como la JEP colombiana, sino en investigar, perseguir y castigar criminales tal como exige la justicia penal de cualquier democracia. 


Dos meses antes de la conmemoración “Diez Años sin ETA”, con 79 años, moría en San Sebastián Mikel Azurmendi. Exetarra, antropólogo y escritor, había sido una de las primeras voces que se alzó en el País Vasco “para condenar públicamente el terrorismo de la organización criminal”. El fallecido criticó no solo a sus antiguos compañeros de armas sino, sobre todo, a sus apoyos políticos. Tras el asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco en 1998, Azurmendi promovió la creación del Foro de Ermua, una asociación cívica de la que fue primer portavoz. Un año después participó en la fundación de ¡Basta Ya!, la iniciativa ciudadana para “oponerse al terrorismo, apoyar a sus víctimas y defender el Estado de derecho, la Constitución y el Estatuto Vasco”. Muchos de sus integrantes estuvieron amenazados varios años por ETA.  



La claridad mental de Azurmendi con respecto a la necesidad de aferrarse a la constitución y a la ley ante la amenaza de los violentos la tenía a pesar de considerar que en su tierra la situación se acercaba a una guerra civil. En su ensayo La herida patriótica, publicado en 1998, afirmaba que los vascos “se consideraban en guerra” cuando hacía referencia a la izquierda abertzale que seguía apoyando el uso de las armas. 


A Colombia le ha ido muy mal con la violencia política y, sobre todo, con una cínica élite intelectual que la disculpa, justifica e incluso la ha apoyado desde la guerra fría hasta después de firmada una paz radicalmente distinta a la lograda con ETA. Primero, la aceptación ciudadana del proceso es relativamente unánime en España mientras que en el país sigue siendo motivo de agrios enfrentamientos. Segundo, dialogar con ETA no implicó cambiar, manosear y manipular el régimen constitucional, jurisdiccional y electoral como tranquila e impunemente hicieron los promotores de un acuerdo voluntarista y costoso. La tercera observación, simple e inobjetable, es que la paz santista generó nuevos motivos de confrontación fanática en lugar de consensos. Como lúcidamente anota Zapatero, las concesiones políticas, como las que obtuvieron las FARC, por ejemplo acceso favorable al congreso e impunidad penal camuflada con recuerdos de la guerra, o infinitas promesas incumplidas sobre desarrollo del campo, generaron reproches y señalamientos de saboteo mientras una violencia mal diagnosticada, que ya era marginal, continuaba. 




Aizpolea, Luis (2021). Entrevista a José Luis Rodríguez Zapatero al celebrarse los Diez Años sin Eta. El País, Octubre 17


Gorospe, Pedro (2021). “Mikel Azurmendi, una voz pionera frente a ETA”. El País, Agosto 8


Serrano, María (2021). Entrevista a Fernando Savater. El Debate, Oct 30