lunes, 20 de enero de 2020

Un lío de hacer cuentas

Publicado en El Espectador, Enero 23 de 2020
Columna después de las gráficas




Enumerar, contar, medir, comparar, evaluar… son la base del desarrollo científico, social, económico y político. Pero no siempre contribuyen al bienestar individual y colectivo.

Sinthian es un pequeño pueblo senegalés situado cerca de la frontera con Malí, en el África Occidental. Hasta allá llegó mi hijo Daniel con tres compañeros de universidad para estudiar el impacto social de una residencia para artistas que respaldaban una asociación de mujeres a las que acompañaban en un proceso de empoderamiento. Ponían a su disposición terrenos colectivos y unos formadores ayudaban a que mejoraran las prácticas agrícolas y de ganadería.

Evaluar el impacto requería elegir indicadores que debían ser simples, medibles y fáciles de recolectar. Para evaluar mejoras en la ganadería pensaron que sería razonable utilizar el número adicional de cabezas desde la formación de la asociación con una doble pregunta: “¿Cuanto ganado tenías antes de la llegada de la asociación? ¿Cuanto ganado tienes hoy?”. Comparando esas respuestas con las de otras mujeres en un grupo de control, pensaban poder sacar algunas conclusiones sobre la situación. “Estábamos muy equivocados. Ninguna de las mujeres que entrevistamos nos quiso decir cuánto ganado tenía. Para ellas, contar sus pertenencias es de mal agüero”. La misma creencia implicó dificultades aún más básicas del trabajo de campo: caracterizar la población beneficiaria. Ninguna mujer les quiso decir cuántos hijos había tenido y cuántos había perdido.

Inicialmente vieron esa reticencia como una superstición absurda, “que frenaba cualquier análisis de la situación e impedía el desarrollo”. Al cabo del tiempo, entendieron sus ventajas.  “Parece que cuando uno cuenta se intensifican varios mecanismos”, anota Daniel. “Uno se enfoca más en lo que le falta, se compara más con los demás y quiere más de lo que ya tiene”. En otros términos, no contar sería una buena vacuna contra la envidia, esa “fuente de angustias e intranquilidades, que impide disfrutar simplemente de lo que uno tiene sin preocuparse por más”. Con ese vívido recuerdo, no ha sido fácil convencerlo de que una parte importante de nuestro bienestar depende de manera crucial del desarrollo científico, social, económico y político que hubiera sido imposible sin el hábito de contar y medir.

El idealismo puede sostenerse sin ningún esfuerzo contable, el pragmatismo necesario para sobrevivir con holgura definitivamente no. Aquellas sociedades que han logrado mayor nivel de vida gracias al intercambio económico y la tecnología, menor mortalidad y morbilidad, una gama más amplia de derechos y participación en las decisiones colectivas son precisamente aquellas que lograron incorporar en sus rutinas cotidianas las costumbres de contar y medir. Desde el punto de vista polítco, hace unas semanas el editor del Washington Post se lamentaba por la explosión de fake news, "si tienes una sociedad donde la gente no puede ponerse de acuerdo sobre los hechos básicos, ¿cómo puedes tener una democracia que funcione?". El mítico contrato social, el célebre “acuerdo sobre lo fundamental” de la Ilustración surgió varios siglos después de la consolidación del paradigma científico moderno: requirió unos estándares compartidos de medición. A nivel más básico e individual, Moisés Wasserman anota que, “la ciencia es un método para que no nos engañemos. La persona a quien uno más fácil engaña es uno mismo”.

Las observaciones anteriores no eliminan del todo el atractivo de las creencias senegalesas para jóvenes decepcionados con los afanes, la incertidumbre, el estrés y la desigualdad de la sociedad democrática capitalista. A pesar de su precaria situación económica y su bajo nivel de confort material, “descubrimos personas menos ansiosas, más queridas con la otra gente y que se veían más en paz”.

El enigma de unas madres que han perdido varios hijos, que enfrentan enormes dificultades para nutrir a los sobrevivientes, que sufren enfermedades y todo tipo de dificultades materiales pero aún así viven sin amargura y casi nunca se quejan por su suerte, los llevaron a preguntarse si los países llamados subdesarrollados “no estaban, al fin y al cabo, más avanzados en esa búsqueda de paz y tranquilidad” actualmente tan apreciada en las sociedades democráticas consolidadas.


Una consecuencia ineludible de negarse a contar es la carencia de un aparato estatal. En Sinthian, por ejemplo, solo hay un jefe del pueblo y un imam. La etimología del término estadística, el conteo más sofisticado, la “ciencia que recoge y clasifica datos”, es precisamente “relativo al Estado”; viene del francés “statistique, procedente del latín statisticus”. En ese sentido, esa pequeña comunidad senegalesa es bastante más coherente que muchos activismos occidentales que defenderían la superstición de no hacer cuentas como elemento clave y replicable de una sabiduría ancestral sin que eso constituya un impedimento para abrumar con demandas a las instituciones que surgieron precisamente de esa manía por contar y mantener un inventario de los recursos.


REFERENCIAS


Dalio, Ray (2020). “The Loss Of Truth In Media Is Biggest Threat To American Democracy”. Heisengberg Report, Jan 18

Rubio, Mauricio (2020) "Envidia verde y envidia negra".
El EspectadorEnero 9 

Wasserman, Moisés (2020) “Sabidurías ancestrales”. El TiempoEne 16