Publicado en El Espectador, Enero 23 de 2020
Columna después de las gráficas
Dalio, Ray (2020). “The Loss Of Truth In Media Is Biggest Threat To American Democracy”. Heisengberg Report, Jan 18
Rubio, Mauricio (2020) "Envidia verde y envidia negra".
El Espectador, Enero 9
Wasserman, Moisés (2020) “Sabidurías ancestrales”. El Tiempo, Ene 16
Columna después de las gráficas
Enumerar,
contar, medir, comparar, evaluar… son la base del desarrollo científico,
social, económico y político. Pero no siempre contribuyen al bienestar
individual y colectivo.
Sinthian es un
pequeño pueblo senegalés situado cerca de la frontera con Malí, en el África
Occidental. Hasta allá llegó mi hijo Daniel con tres compañeros de universidad
para estudiar el impacto social de una residencia para artistas que respaldaban
una asociación de mujeres a las que acompañaban en un proceso de
empoderamiento. Ponían a su disposición terrenos colectivos y unos formadores ayudaban a que mejoraran las prácticas
agrícolas y de ganadería.
Evaluar el impacto requería elegir indicadores que debían ser simples,
medibles y fáciles de recolectar. Para evaluar mejoras en la ganadería pensaron
que sería razonable utilizar el número adicional de cabezas desde la formación
de la asociación con una doble pregunta: “¿Cuanto ganado tenías antes de la
llegada de la asociación? ¿Cuanto ganado tienes hoy?”. Comparando esas respuestas con las de otras
mujeres en un grupo de control, pensaban poder sacar algunas conclusiones sobre
la situación. “Estábamos muy equivocados. Ninguna de las mujeres que
entrevistamos nos quiso decir cuánto ganado tenía. Para ellas, contar sus
pertenencias es de mal agüero”. La misma creencia implicó dificultades aún más
básicas del trabajo de campo: caracterizar la población beneficiaria. Ninguna
mujer les quiso decir cuántos hijos había tenido y cuántos había perdido.
Inicialmente vieron esa reticencia como una superstición absurda, “que
frenaba cualquier análisis de la situación e impedía el desarrollo”. Al cabo
del tiempo, entendieron sus ventajas. “Parece que cuando uno cuenta se intensifican
varios mecanismos”, anota Daniel. “Uno se enfoca más en lo que le falta, se
compara más con los demás y quiere más de lo que ya tiene”. En otros términos,
no contar sería una buena vacuna contra la envidia, esa “fuente de angustias e
intranquilidades, que impide disfrutar simplemente de lo que uno tiene sin
preocuparse por más”. Con ese vívido recuerdo, no ha sido fácil convencerlo de que
una parte importante de nuestro bienestar depende de manera crucial del
desarrollo científico, social, económico y político que hubiera sido imposible
sin el hábito de contar y medir.
El idealismo puede sostenerse sin ningún esfuerzo contable, el pragmatismo necesario
para sobrevivir con holgura definitivamente no. Aquellas sociedades que han
logrado mayor nivel de vida gracias al intercambio económico y la tecnología,
menor mortalidad y morbilidad, una gama más amplia de derechos y participación
en las decisiones colectivas son precisamente aquellas que lograron incorporar
en sus rutinas cotidianas las costumbres de contar y medir. Desde el punto de
vista polítco, hace unas semanas el editor del Washington Post se lamentaba por la explosión de fake news, "si tienes una sociedad
donde la gente no puede ponerse de acuerdo sobre los hechos básicos, ¿cómo puedes
tener una democracia que funcione?". El mítico contrato social, el célebre
“acuerdo sobre lo fundamental” de la Ilustración surgió varios siglos después
de la consolidación del paradigma científico moderno: requirió unos estándares
compartidos de medición. A nivel más básico e individual, Moisés Wasserman
anota que, “la ciencia es un método para que no nos engañemos. La persona a quien
uno más fácil engaña es uno mismo”.
Las observaciones anteriores no eliminan del todo el atractivo de las creencias
senegalesas para jóvenes decepcionados con los afanes, la incertidumbre, el
estrés y la desigualdad de la sociedad democrática capitalista. A pesar de su
precaria situación económica y su bajo nivel de confort material, “descubrimos personas
menos ansiosas, más queridas con la otra gente y que se veían más en paz”.
El enigma de unas madres que han perdido varios hijos, que enfrentan enormes
dificultades para nutrir a los sobrevivientes, que sufren enfermedades y todo
tipo de dificultades materiales pero aún así viven sin amargura y casi nunca se
quejan por su suerte, los llevaron a preguntarse si los países llamados
subdesarrollados “no estaban, al fin y al cabo, más avanzados en esa búsqueda
de paz y tranquilidad” actualmente tan apreciada en las sociedades democráticas
consolidadas.
Una consecuencia ineludible de negarse a contar es la carencia de un aparato
estatal. En Sinthian, por ejemplo, solo hay un jefe del pueblo y un imam. La
etimología del término estadística, el
conteo más sofisticado, la “ciencia que recoge y clasifica datos”, es
precisamente “relativo al Estado”; viene del francés “statistique, procedente del latín statisticus”. En ese sentido, esa pequeña comunidad senegalesa es
bastante más coherente que muchos activismos occidentales que defenderían la
superstición de no hacer cuentas como elemento clave y replicable de una
sabiduría ancestral sin que eso constituya un impedimento para abrumar con
demandas a las instituciones que surgieron precisamente de esa manía por contar
y mantener un inventario de los recursos.
REFERENCIAS
Dalio, Ray (2020). “The Loss Of Truth In Media Is Biggest Threat To American Democracy”. Heisengberg Report, Jan 18
Rubio, Mauricio (2020) "Envidia verde y envidia negra".
El Espectador, Enero 9
Wasserman, Moisés (2020) “Sabidurías ancestrales”. El Tiempo, Ene 16