sábado, 17 de diciembre de 2022

El conflictivo pesebre francés

 Publicado en El Espectador, Diciembre 15 de 2022


Siempre he admirado el laicismo francés, salvo al acercarse Navidad cuando sale a flote una faceta absurda, discriminatoria y débil ante el activismo. 


Este año el Consejo de Estado confirmó la prohibición de poner un pesebre en el espacio público de Beaucaire, un pequeño pueblo provenzal. Desde hace varios años este municipio, junto con Béziers, un poco al oeste, desafían la orden de no armar pesebres: sus tercos alcaldes los siguen haciendo. Hace dos años, el Tribunal Administrativo del departamento ordenó que no se instalara ninguna decoración, pero el municipio apeló la decisión alegando que el arreglo no era propaganda religiosa sino una manifestación con “carácter cultural, artístico o festivo”.





Hasta hace pocos años la alcaldía de París exhibía un pesebre frente al ayuntamiento. Fue al comenzar la década pasada que se intensificó la polémica alrededor de los símbolos religiosos. El debate jurídico ha sido intenso. Un tribunal administrativo considera que se trata de algo “desprovisto de cualquier significado religioso cuando se instala temporalmente, por fuera de los lugares de culto durante la época de Navidad”. Otra sentencia aclaró que así sea “reproducción exacta de la escena del nacimiento de Jesus de Nazareth descrita en el evangelio según Lucas y tenga un significado religioso, si es una exposición enmarcada en animaciones culturales organizadas durante las fiestas de Navidad, un pesebre no se puede considerar algo que reivindique los símbolos de la religión cristiana”. Una historiadora resume la situación. Aceptando que es innegable su origen cristiano, “lo cierto es que hace tiempo que ha ido más allá del ámbito religioso. Es una tradición, un rito de fin de año para muchas familias, cristianas o no”. 


A pesar de lo anterior, las demandas judiciales contra los pesebres aumentaron. En 2010, por primera vez, el tribunal administrativo de Amiens anuló una decisión del consejo municipal sobre la instalación de un pesebre en la plaza principal de la ciudad. Al año siguiente surgieron controversias en la capital. En 2013 el arreglo en una estación de trenes fue tapado. En 2014 la polémica se intensificó pues la decisión de instalar un arreglo fue impugnada y el conflicto generó sentencias contradictorias que llevaron al primer pronunciamiento restrictivo del Consejo de Estado: se debían respetar "las disposiciones constitucionales y legislativas que garantizan el principio de laicidad”. Se retomaba una ley de 1905, en la que se apoyaron varios gobernadores de departamento para prohibir pesebres en sus municipios. La respuesta fue doble: rechazar la interdicción y aparición de nuevos pesebres en pueblos donde no se hacían.  Según una encuesta de diciembre de 2014, el 71 % de la población francesa estaba “más bien a favor” de la presencia de pesebres navideños en edificios públicos.


El movimiento anti cristiano no surgió sólo en Francia. En 2013, en un distrito de Berlín, el gobierno local quiso dar nombres neutrales a las festividades. El mercado navideño pasó a llamarse “Winterfest”. Ese mismo año, en un condado de Australia, un gobierno local prohibió exhibiciones para Navidad o Semana Santa al considerarlas "demasiado ofensivas”. En 2012, el Mercado de Navidad de Bruselas pasó a llamarse "Plaisirs d’Hiver”. Un año antes, en Ontario, Canadá, una escuela pública anuló el espectáculo de Navidad y lo reemplazó por un concierto de invierno en febrero. También en 2013 la Consejería de Educación de la provincia española de Asturias envió una circular a los colegios pidiéndoles eliminar términos excesivamente religiosos como Navidad y Semana Santa para referirse a las vacaciones escolares. Una asociación de padres católicos calificó esto de “ataque estúpido” y vaticinó que la gente seguiría usando los términos de siempre.


A raíz de la iniciativa de algunos profesores de escuelas públicas italianas que cancelaron los villancicos de final de año, los padres de familia protestaron. Entre ellos estaba  el presidente de la Confederación de Marroquíes en Italia: “nuestros niños siempre han celebrado la Navidad. Condenamos esta instrumentalización de la presencia islámica”. A pesar de eso, se construyen cada vez menos pesebres en las escuelas y los villancicos fueron reemplazados por "himnos a la paz y la igualdad”. Pero los padres que “valoran la tradición y reivindican sus valores y su identidad” obtuvieron en 2015 la dimisión de un alcalde que quería “descristianizar” las celebraciones de fin de año. 


En otras partes del mundo la tendencia es la opuesta. Por el creciente número de estudiantes matriculados en universidades extranjeras, en la China las celebraciones cristianas del fin de año han ganado terreno, a pesar de la férrea oposición del gobierno. En Turquía, donde más del 99% de la población es musulmana se adoptó una variante navideña, la del Noel Baba. 


La pregunta que queda abierta es por qué se intensificó la cruzada anti cristiana al iniciarse la década pasada. Mi conjetura para Francia es que en eso jugó un papel el activismo promotor del “matrimonio para todos”. 

lunes, 12 de diciembre de 2022

Obama, la SOPA y los hackers

 Publicado en El Espectador, Diciembre 15 de 2022

La represión irracional y fanática no siempre es de derecha. Un caso ilustrativo es el de la persecución generada por la paranoia con los hackers de Barack Obama, líder demócrata. 


Uno de los mitos que desmontó la guerra de Ucrania fue el de los piratas informáticos rusos que, según los expertos en ciberseguridad, representaban una terrible amenaza para la democracia norteamericana. Poco después de la invasión ordenada por el presidente Vladimir Putin, sus hackers mostraron que, como en todos los países del mundo, son una mezcla de activismo antisistema, voluntarismo ideológico y actos delictivos. Estas acciones, sin embargo, rara vez buscan sabotear gobiernos extranjeros: están dirigidas contra el poder local. Así, durante 2022, afiebrados informáticos, “saquearon datos financieros de personas en Rusia, vandalizaron sitios web y transfirieron a activistas del extranjero los correos electrónicos secretos del gobierno ruso de varias décadas… se difundieron más contraseñas y datos sensibles de Rusia que de ningún otro país del mundo”. Si eso ocurrió en medio de un enfrentamiento  bélico entre Rusia y las democracias occidentales, resulta difícil tomar en serio la pretensión de que esos mismos jóvenes gastaron recursos y energía en querer alterar, por ejemplo, el resultado de las elecciones en los EEUU unos años atrás. 



El gran logro del genial hacker Aaron Swartz para tumbar la aprobación de la censura a Internet agazapada en la SOPA (Stop Online Piracy Act) fue desactivar los miedos irracionales de los políticos sobre los peligros de Internet, en donde, imaginaban, podía ocurrir cualquier desgracia. Uno de esas paranoias ha sido, precisamente, la de misteriosos piratas foráneos obstinados en sabotear, desde Rusia, procesos electorales en los EEUU. 


A finales de 2016, cuando Hillary Clinton perdió la elección presidencial ante Donald Trump, culpó de su fracaso a la más estrambótica de las alianzas: FBI con hackers rusos. Poco después de su revés, ante un foro de mujeres, la contrariada demócrata destacó el final de la campaña, cuando James Comey, director del FBI, envió una carta al Congreso revelando que la agencia federal había sabido de la “existencia de emails del servidor que Clinton usó como secretaria de Estado”.


Clinton también atribuyó su fracaso a Wikileaks que había filtrado correos electrónicos del jefe de campaña, John Podesta, supuestamente robados por piratas informáticos rusos. Esos mismos hackers, además, habrían actuado de manera coordinada con Vladimir Putin quien, según ella, “interfirió en nuestras elecciones, y que lo hizo para hacerme daño y ayudar a nuestro oponente”. Esa supuesta alianza estratégica entre el gobierno ruso y los ciberpiratas del mismo país es justamente la fábula que desbarató la guerra de Ucrania. 


Ante la derrota frente a Trump, el presidente Barack Obama no le hizo eco a su ex Secretaria de Estado a pesar de que, un año antes, él mismo manifestaba su preocupación con los hackers y la necesitad de combatirlos. Se trataba de un flagelo que no desaparecería sino que se agudizaría. Se quejaba del sistema informático estatal norteamericano por vetusto y vulnerable. 


La realidad que silenciaron tanto Obama como Hillary Clinton es que en su staff  había varios abogados de la industria del entretenimiento a favor de endurecer los derechos de propiedad intelectual y por lo tanto decididos antihackers. Sus dos funcionarios más importantes, Joe Biden y la Secretaria de Estado, fueron particularmente activos; ella estaba especializada en propiedad intelectual. Cuando cayó la SOPA, la administración Obama buscó revivirla, convirtiendo la transmisión de información con copyright en delito grave. De hecho, fue bajo esa presidencia que se agudizó el acoso a los hackers.


En su discurso del Estado de la Unión en 2015, Obama anunció el endurecimiento de las penas por atentar contra la seguridad en la red. Franquear con tecnología una barrera de acceso, o sea hackear un sistema informático, dejó de ser un delito menor para convertirse en crimen grave con penas entre 3 y 10 años. Se buscaba legalizar lo que los organismos de seguridad ya hacían con maromas y manipulación de pruebas. Barret Brown, periodista especializado en la privatización del espionaje, alcanzó a enfrentar cargos que sumaban penas por más de 100 años. Jeremy Hammond, programador y músico, fundó un sitio web de capacitación en seguridad informática. En 2013, tras colarse en el sistema de una empresa de espionaje privada, fue condenado a 10 años de prisión por fraude. La persecución al grupo Anonymous durante la administración Obama fue implacable. 


Un fiscal envuelto en el acoso al más eficaz e incómodo de los genios informáticos anotó con claridad. “Sabemos que tienen el poder para desafiar al establecimiento y usaremos el ejemplo de Aaron Swartz para asustar a la mayoría de ustedes”. Conviene reiterar que esta fanática represión no sucedió bajo el arbitrario y delirante republicano Donald Trump sino durante la administración del progresista y demócrata Barack Obama.


https://www.washingtonpost.com/news/the-switch/wp/2013/08/05/sopa-died-in-2012-but-obama-administration-wants-to-revive-part-of-it/

https://hipertextual.com/2012/01/sopa-forzara-a-obama-a-elegir-entre-sillicon-valley-y-hollywood

https://www.lavanguardia.com/internacional/20170503/422235722502/clinton-elecciones-eeuu-fbi-hackers-rusos.html

https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/la-guerra-en-ucrania-rompe-otro-mito-el-poder-de-los-hackers-rusos-al-servicio-del-kremlin-nid01052022/

https://www.eleconomista.es/telecomunicaciones-tecnologia/noticias/6775185/06/15/Obama-says-US-needs-to-aggressively-bolster-defences-against-hackers.html

martes, 6 de diciembre de 2022

Guerrilla contra la SOPA

Publicado en El Espectador, Diciembre 8 de 2022


El sistema judicial norteamericano es menos flemático y democrático que el inglés. A veces se ensaña con particular sevicia contra quienes desafían al establecimiento. Tal fue el caso de Aaron Swartz, el prodigioso hijo de internet. 


En enero de 2013 fue hallado muerto en su apartamento de Brooklyn un genio de los hackers dedicado a promover el libre acceso a la información en la red. Este brillante programador, emprendedor, escritor y activista no soportó la implacable persecución montada en su contra por los fiscales que manufacturaron un vergonzoso expediente para acusarlo penalmente. Terminó suicidándose. Con 13 cargos criminales obscenamente manipulados,  enfrentaba una pena de 50 años y una multa millonaria. 


Casi niño, participó en el desarrollo del formato RSS para intercambio de archivos y colaboró en el diseño de Creative Commons, una organización sin ánimo de lucro para promover el intercambio gratuito de conocimiento digital. También participó en la arquitectura inicial de Open Library una base de datos colaborativa y gratuita. 


Una de las obsesiones de Swartz fue lograr acceso libre a la información de dominio público, algo que no siempre ocurre. Un caso aberrante contra este principio básico es el PACER (Public Access to Court Electronic Records), un sistema de pago para leer los registros enviados de oficio por las Cortes Federales que definen la jurisprudencia. De manera ilegal, cobran 10 centavos de dólar por página. Un abogado montó un esquema para reciclar esta información: quien hubiera pagado la transmitía para ser almacenada y luego libremente consultada. Bajo presión, el gobierno puso PACER gratuito en 17 bibliotecas. Swartz mejoró un programa para bajar material automáticamente. Pronto se habían almacenado 20 millones de páginas de acceso gratuito. A mediados de 2009 explicó en el NYT lo que había hecho y el FBI empezó a vigilarlo. 


Fue invitado a aprender la mecánica de la actividad legislativa en el Capitolio y amplió el abanico de causas por las que debería luchar. Comenzó a usar el hackeo con fines políticos, en particular, cómo organizar a la gente por internet. 


Muy conocido y respetado en el entorno de los programadores, se volvió famoso en los medios por sus incursiones en los archivos del JSTOR, un sistema de almacenamiento en línea de publicaciones académicas. A finales de 2010 logró descargar a su computador portátil el 80% de esa base de datos desde un sótano del MIT. Estas acciones llevaron a su detención, a pesar de que la parte afectada manifestó tener un acuerdo con él y no estar interesada en perseguirlo. 


Es probable que a la tirria de los fiscales hubiera contribuido el Manifiesto por la Guerrilla del Acceso Abierto que Aaron escribió años antes, invitando a la lucha. “La información es poder. Pero como todo poder, hay quienes quieren mantenerlo para ellos mismos… compartir no es inmoral, es un imperativo moral. ¿Te unirás a nosotros?”. 


Encima, Swartz había mostrado capacidad para superar la retórica. Su más contundente victoria fue parar la SOPA (Stop Online Piracy Act) el mayor atentado contra la libertad de expresión en la red camuflado en una ley supuestamente orientada a detener la piratería informática. En una magistral combinación de sus obsesiones y habilidades Aaron orquestó un cambio masivo de la opinión pública contra ese esperpento legislativo. Millones de personas se dirigieron por correo electrónico y redes sociales a sus congresistas para frenar una iniciativa apoyada por el establecimiento económico, político y burocrático que ya estaba prácticamente aprobada por fuera del debate público. 



El asunto empezó en 2010 con el proyecto de ley COICA (Combating Online Infringement and Counterfeits Act) presentado por el comité judicial y apoyado por todos los congresistas, republicanos y demócratas. Quienes votarían a favor lo habían respaldado con su firma, las grandes empresas de internet hicieron poco pues no arriesgaban mucho. Swartz tenía experiencia en peticiones en línea y organizó varias listas pidiendo pasar la voz y mensajes a los políticos. La primera semana se recogieron 100 mil firmas, a la tercera ya iban 300 mil pero el proyecto fue aprobado por unanimidad. 


Por casualidad el finiquite del proceso se detuvo y se retrasó un par de años. Al retomarlo se transformó en SOPA. En ese lapso todos en la industria buscaron cómo ayudar y los congresistas por fin comprendieron y revelaron su principal miedo: creían que en internet podría suceder cualquier cosa desde lanzamiento de misiles hasta tráfico de menores. En las nuevas discusiones el ambiente ya había cambiado. Dejó de ser aceptable no entender cómo funciona internet. Quedó al desnudo la prevención irracional de los legisladores. Los republicanos comunicaron que ya no aprobaban la censura, la Casa Blanca los siguió y por último se unieron los demócratas. Se reportó una caída en Wikipedia, luego en Reddit y también en Craiglist. Quienes apoyaban la iniciativa se retractaron pidiendo disculpas. 


Una guerrilla desarmada volteó la moda de tragar SOPA sin saber de qué es. Pero sabuesos y fiscales envalentonados continuaron acosando sin control. 


Cómo detuvimos SOPA

El hijo de internet 

Guerrilla Open Access Manifesto