martes, 28 de septiembre de 2021

Alemán matoneado por española

Publicado en El Espectador, Septiembre 30 de 2021

Por causalidad me enteré de un conflicto de pareja que desafía varios estereotipos de la mujer víctima universal pregonados desde el fanatismo. 


Conocí a Frank por Libry, una amiga barranquilera, brillante y polifacética abogada que ejerce en Barcelona. “¡Tienes que hacer públicos los atropellos contra un hombre bondadoso que sólo quiere que le dejen ver a su hija!”. Hablé largo con él y lo primero que pude constatar fue simpatía, tranquilidad, serenidad, una total falta de rencor y amargura contra Lucía, española nacida en Cataluña con la que mantuvo una traumática relación, que le secuestró a la hija y varias veces lo ha denunciado falsamente de agresiones. Le han puesto multas y lo han detenido pero siempre ha sido absuelto. “En la última, el juez le pidió disculpas por las injusticias anteriores, una vaina nunca vista”, anota Libry.  



De padres separados, Frank se casó, tuvo hijos muy joven y su primer matrimonio falló cuando “se cortaron los canales de comunicación” y no supieron “tramitar los desacuerdos” por el trabajo de ambos y la crisis económica.  En un portal de encuentros conoció a Lucía, tuvieron un romance de seis meses por chat y él viajó a buscarla a Barcelona para llevarla a vivir a Berlín, donde trabaja como arquitecto. Ella era funcionaria encargada de formar jóvenes en un programa del ayuntamiento. 


Sólo después de vivir con ella, Frank supo que Lucía era lesbiana y había tenido tres relaciones largas con mujeres. En la última, con una policía que la maltrató y golpeó, habían tratado de tener un hijo por inseminación artificial que falló. Al separarse, Lucía busó ser madre soltera pero tampoco lo logró. La hija con Frank nació en Berlin y los primeros años fueron de relativa tranquilidad, aunque ella nunca se adaptó: no aprendió alemán y a pesar de tener muchos proyectos en mente, que cambiaban con inusitada frecuencia, no logró sacar ninguno adelante por no querer emprender la capacitación requerida. Por ejemplo, cuando quiso dedicarse a hacer planos arquitectónicos en 3-D, se puso furiosa porque Frank le recordó que para eso necesitada estudiar y entrenarse por lo menos durante dos años.


A lo largo del matrimonio tuvieron discusiones recurrentes relacionadas con la reticencia de Lucía a contribuír para los gastos del hogar. Estaba siempre a la espera del trabajo ideal que nunca llegó. Él soportaba mal sus frecuentes cambios de planes sobre lo que le gustaría hacer con su vida. A pesar de esas desavenencias, Frank recuerda con precisión el día en que su matrimonio se vino a pique súbita y definitivamente. Él estaba dormido y roncaba. Lucía le hundió un dedo en el ojo y él, asustado, se despertó tratando de quitar con su brazo lo que le molestaba tanto. Ella inmediatamente le dijo que le había hecho un daño muy serio y amenazó con denunciarlo por haberla golpeado. Desde ese momento el comportamiento de ella cambió. Empezó a repetir con insistencia que quería devolverse con su hija para España.


Una hipótesis de Frank sobre las verdaderas razones de Lucía para separarse fue el cambio de barrio donde vivían en el centro de Berlín hacia uno a las afueras de la ciudad con mayor interacción con otras familias. “Se sentía incómoda. Para ella siempre fue importante comparar nuestro nivel de vida con el de los demás”. El otro punto que le molestó fue constatar que después de siete años de vivir en Alemania aún no podía mantener una conversación corriente en la lengua que nunca aprendió.  


En síntesis, ante la dificultad de adaptarse a un ambiente de trabajo serio y exigente, apenas tuvo la oportunidad Lucía consideró más cómodo y expedito devolverse a España con su hija alegando que era víctima de un hombre violento. 


Tras el incidente del ronquido y el ojo pasaron dos meses tensos antes de un viaje a España para fin de año con la familia de Lucía. Para Frank el viaje fue una pesadilla. Dos días antes de Navidad, frente al supermercado, ella le quitó las llaves del carro alquilado y ante un transeúnte hizo un gesto señalando que su marido la iba a golpear. Se fue sola con su hija a casa de su madre, donde se encerró. Frank durmió en un hotel. En medio de discusiones por chat sobre la necesidad que ella le devolviera las llaves del carro él le pidió que negociaran los términos de la separación, pero a partir de ahí todo pasó a hacerse en los juzgados. 



Abundan juristas sin escrúpulos que viven de procesos de divorcio temerarios promovidos por mujeres caprichosas, mediocres y sin principios que dicen ser dominadas y maltratadas por algún hombre. Frank volvió con su primera esposa y recuperó la custodia de su hija gracias a Libry, una compatriota de bandera. 





lunes, 20 de septiembre de 2021

Baltazar Garzón no defendería al Calabazo

 Publicado en El Espectador, Septiembre 23 de 2021


Un proyecto local de paz imaginativo, conceptualmente sólido, justo, factible, realizable y exitoso está a punto de naufragar por la privación de libertad de su principal promotor y líder, el Calabazo, un expandillero sin los beneficios generosamente concedidos a criminales políticos por el santismo. 


La reinserción de pandillas y renovación urbana del barrio Egipto iniciadas en pleno proceso de diálogo habanero no han sido los únicos esfuerzos para combatir la violencia y el deterioro urbano pero sí las primeras iniciativas surgidas de los mismos expandilleros y habitantes del barrio. A diferencia de propuestas anteriores, con enfoque burocrático, de arriba hacia abajo, este ha sido un proyecto popular, empírico, inductivo, promovido desde la base.


Antes en el barrio hubo propuestas idealistas y grandiosas que no fraguaron. En 1986, el párroco quiso implantar un reciclaje de basuras similar al de la isla de San Andrés bajo el gobierno de Simón González. Las cifras eran tan alentadoras que varias universidades ofrecieron asesoría experta. Un año antes, la recién inaugurada Avenida Circunvalar produjo un gran deterioro ubanístico de la zona. Para contrarrestarlo, renombrados arquitectos concibieron un ambicioso plan de acción con el apoyo de la Corporación La Candelaria, el Departamento Administrativo de Planeación Distrital y estudios costeados por el Banco Central Hipotecario. El esfuerzo representaba apenas el 3% de la inversión total en la Circunvalar pero no se hizo nada, porque, según un artículo de prensa de la época, “Egipto es un barrio modesto, habitado por pobres, sembrado de casas de inquilinato con propietarios ausentistas. Y no tiene padrino político”.


A diferencia de los grupos subversivos que por décadas han hecho soñar a la izquierda radical con tomarse el poder y revolcar arbitrariamente las instituciones con métodos castrenses los líderes comunitarios de Egipto son pequeños empresarios del rebusque, independientes, pragmáticos, decididos a enderezarse y emprender actividades legales. Más que ayuda estatal paternalista, buscan socios privados que los apoyen y financien. Son “constructores de su propio destino”. Es irónico que parte de la élite intelectual de un país saqueado por políticos corruptos o “servidores públicos” parásitos, rapaces e intocables, considere válido dialogar con guerreros poco arrepentidos, soberbios, más estatistas y autoritarios que cualquier burócrata en lugar de atender a quienes motu proprio se acogen a la ley, desarrollan iniciativas sin recursos públicos, sin reformas constitucionales, sin pretender transformar la sociedad.




Fundamental en el proceso de dejar atrás la violencia ha sido el ejercicio de “memoria histórica” en el que se empeñan los pandilleros reinsertados: recordar, reconocer y narrar los crímenes, para establecer una contundente diferencia con lo que está ocurriendo y, todavía más, con lo que harán por su futuro, sus hijos, su gente y  su barrio. “No me interesa la plata, quiero que me recuerden por haber hecho el bien y ayudar a mi comunidad”  anota el Calabazo. Sabe que la plata que llega fácil y rápidamente también se esfurma.


La iniciativa estrella de estos expandilleros es la Fundación Breaking Borders especializada en guiar senderistas por los mismos parajes por donde atracaban. Una reflexión del cabecilla fue el punto de quiebre. Comprendió que su vida era el Cerro de Guadalupe; que él y los suyos siempre vivieron de ese bosque con magnífica vista. Por eso decidió seguir haciéndolo, “pero a lo sano”. Saben que a los turistas jóvenes extranjeros alojados en La Candelaria les gusta la naturaleza, el paisaje, las panorámicas de Bogotá, la comida típica y las artesanías, pero también los minuciosos relatos de cómo delinquían. Sumarle un componente criminológico a unas excursiones turísticas y ecológicas surgió por casualidad, como siempre ocurre con buenas ideas inductivas. 


Todo este esfuerzo podría irse a pique porque el Calabazo, que está detenido, no es un magnate para contratar estrellas judiciales internacionales como Baltazar Garzón o sus patéticos imitadores en Colombia. Su defensa deberá pagarse sumando pequeños esfuerzos individuales desde la base. El movimiento se llama #FreeCalabazo. Invito a donar lo que puedan, cualquier cosa por encima de $25.000, en https://vaki.co/es/vaki/free-calabazo 



Algo se ha recolectado pero se requiere mucho más. Ojalá se animen a visitar Egipto, subir a Guadalupe para conocer “una de las historias más inspiradoras de transformación social en Colombia” y, sobre todo, a colaborar con una paz y una renovación urbana, tangibles, diseñadas en el mismo barrio, no desde La Habana por tecnócratas, charlatanes y estrellas mediáticas tratando con guante de seda a unos cínicos. 


La Universidad Externado de Colombia tiene casi la obligación moral de colaborar generosamente con esta campaña para compensar la miopía, burocratización e indiferencia con la que la administración anterior trató este modesto proceso de paz surgido espontáneamente ahí al lado, en su vecindario. 





viernes, 10 de septiembre de 2021

El ejemplar juez mercachifle

Publicado en El Espectador, Septiembre 16 de 2021 

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/mauricio-rubio/el-ejemplar-juez-mercachifle/

Algunos adalides de la justicia y la igualdad disfrutan las ventajas del sistema que critican. Actúan como mercaderes vendidos al mejor postor.


La noticia sobre la autorización para extraditar de Cabo Verde a Alex Saab, abogado colombiano y presunto testaferro de Nicolás Maduro, aclaraba: “esta sería la última batalla perdida por la defensa del empresario, dirigida por el ex juez español Baltasar Garzón”.


Resulta difícil entender que se trate del mismo personaje que en 1998 emitió una orden internacional de detención contra Augusto Pinochet y solicitó su extradición a España desde Reino Unido, donde el dictador se sentía a salvo como senador vitalicio con inmunidad diplomática. Estuvo recluído más de un año y aunque al final no lo extraditaron, el caso “marcó jurisprudencia global sobre los crimenes de lesa humanidad”.  



Esta detención mostró que un juez de cualquier país podría actuar contra los violadores de derechos humanos haciendo palpable la justicia transnacional. Una académica norteamericana expresaba su beneplácito por "revalidar la justicia universal como forma complementaria de justicia internacional”. Anotaba que la causa ofrecía esperanza a víctimas de conflictos de larga duración para llevar casos desatendidos por la justicia en sus paíseshkkk a tribunales extranjeros. 


Sería reconfortante que exguerrilleras de la Rosa Blanca o víctimas de secuestro en Colombia pudiesen ir a Bélgica, Francia o España a denunciar la impunidad de sus verdugos. Pero el santismo manipuló al máximo la ley para evitar esa posibilidad. La supuesta justicia global no es ciega sino tuerta y selectiva: depende de la ideología de quien viola los DDHH. El Juez Garzón, mago y malabarista, además de mirar para otro lado cuando no le simpatiza el infractor puede pasar a defenderlo si encuentra beneficio económico. 


La historia de Garzón es más jugosa que sus misteriosos honorarios actuales defendiendo grandes corruptos o cómplices de tiranos. Nacido en 1955 comenzó su carrera en un pequeño pueblo de Huelva. A los 33 años, como juez de instrucción de la Audiencia Nacional revisó casos de terrorismo, narcotráfico, crimen de cuello blanco, blanqueo de activos y delitos de lesa humanidad. Dictó sentencias contra etarras y participó en el desmantelamiento de redes de narcotraficantes. 


Graduado como experto del bajo mundo gracias a un cargo judicial, en 2005 fue senior fellow del Center on Law and Security, de la Universidad de Nueva York, y docente de la misma institución.  En 2011 fue consultor en la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la OEA en Colombia. 


Su movida estelar, que lo llevó súbitamente a la fama en el firmamento jurídico internacional, fue la detención de Pinochet. En retrospectiva, esa movida, parece más un golpe de mercadeo dirigido a la que sería su nueva clientela: los poderosos acusados de malos manejos de dinero público.  El juez de marras está al día en las tendencias del crimen organizado. 


Un desliz de Garzón fue cuando su afán por la justicia sin fronteras y sin límites en el tiempo lo llevó a investigar los crímenes del franquismo, ignorando acuerdos que habían permitido el tránsito a un régimen constitucional en España. Tras declararse competente, un mes después se inhibió en favor de los juzgados donde hay fosas de víctimas. Esto llevó al sindicato Manos Limpias a denunciarlo por prevaricación. Fue suspendido de sus funciones.


En 2012 fue destituído de manera fulminante por decisión unánime del Tribunal Supremo Español que lo condenó a “11 años de inhabilidad especial para el cargo de juez” por ordenar la grabación de conversaciones en prisión entre abogados defensores y sus clientes. Su fiel fanaticada protestó por semejante injusticia contra un juez tan bueno como comprometido. 




Su conversión en  negociante la formalizó con una oficina de abogados con fachada de ONG, la International Legal Office for Cooperation and Development, cuya sede está en Madrid. Otro cliente defendido por este buffete es Emilio Lozoya, ex director de Petróleos Mexicanos (Pemex) en España, quien ha estado detenido acusado de lavado de dinero, cohecho y fraude.


Podría no ser coincidencia  que un tipo como Garzón, que combina la destreza para parecer salvador del mundo con el olfato para grandes y jugosas oportunidades judiciales, haya sido consultor del proceso de paz santista. En esa aventura política y mediática, casi farandulera, jugaron activo papel célebres constitucionalistas que, para estupor de sus estudiantes, también son codiciosos negociantes. Es más que razonable anotar que en ese doble juego hay incongruencia para recordar un aforismo: quien juega con candela tarde o temprano se quema. 


Empresarios audaces como Saab hace rato saben que una eficaz defensa en Colombia requiere no sólo penalistas sino neolitigantes que manejen al dedillo el tejemaneje de la tutela, ese procedimiento express envenenado que se les salió de las manos incluso a sus creadores, tan adalides de la justicia como lo fue en su momento el juez camaleón y mercachifle que detuvo a Pinochet. . 








Detención de Augusto Pinochet en 1998

Garzón defiende al exdirector de Pemex en España

Extradición testaferro de Maduro, defendido por el Juez Garzón

lunes, 6 de septiembre de 2021

Infidelidades descaradas

 Publicado en El Espectador, Septiembre 10 de 2021


La infidelidad se vuelve rutinaria. Al ser descubiertos, hay quienes no pierden la calma.


A Pablo lo pillaron por casualidad. Tras varios años con exceso de trabajo y reuniones hasta la madrugada, Claudia, su esposa de dos décadas, vio el Volkswagen por la calle a horas extrañas, lo siguió y constató que no iba al consultorio sino que entraba a un garaje desconocido.



Semanas después, ante un largo retraso injustificado de Pablo sin contestar llamadas, siguió su intuición y se fue a buscarlo a aquel extraño edificio. Cuando el portero dijo “qué se le ofrece”, ella sacó de la cartera una foto y, furiosa, dio una instrucción terminante:  “dígale a este señor que salga, que la esposa está aquí abajo”. El vigilante llamó por el citófono. Al rato Claudia alcanzó a oir un Volkswagen saliendo por el garaje.  No tuvo ánimo de volver inmediatamente a la casa ni de rumiar la rabia donde alguna amiga. Se tomó un café, deambuló como zombie, y cuando volvió encontró a Pablo fresco, echado frente al televisor. Como si nada, él le soltó un ¿por qué te demoraste tanto?


El desconcierto duró muchos días. Pablo negó los cargos y pasó a la ofensiva. Hijos, familia y amigos se enteraron del extrañísimo comportamiento de Claudia. “Está paranoica. Se le metió en la cabeza que tengo otra vieja y no sé qué hacer”. Fue tan eficaz que ni siquiera se alcanzaron a conformar los dos equipos tradicionales en estos casos, el no-se-deje versus el no-es-tan-grave. Nadie opinaba. Para los hijos la situación era particularmente dura: no sabían a quién creerle. Claudia no aguantó. Alquiló un pequeño estudio y se fue. La parte más aburrida de la nueva rutina fue seguir viendo a Pablo a diario en el consultorio de endodoncia que comparten desde que se casaron.


Salvo la extraña sensación de vivir como en Marte, es poco lo que ella recuerda de esos cuatro meses exilada. Los hijos se alcanzaron a dividir. El menor estaba furioso con ella por haberse ido. Nunca fue a visitarla. A los tres meses de separación, como la del tocayo Pablo Morillo, empezó la reconquista. En privado, y sólo para que ella volviera, le admitió que era cierto lo del affaire. Se trataba de una paciente y el apartamento lo había alquilado con otro colega. Se turnaban una garçonière de tiempo compartido.


No del todo convencida y, como decían las tías, “haciendo de tripas corazón”, Claudia volvió a su casa echándole tierra al asunto para seguir adelante. Tranquilidad no volvió a tener. El débil montaje duró unos meses. Las nuevas señales de alarma las prendió el hijo menor, el que no había aceptado el abandono materno. “Mi papá hace muchas llamadas por celular, y en sitios raros, como el baño”. El desespero volvió a cundir en Claudia, y un corto seguimiento no dejó dudas. Aunque el celular de Pablo funcionaba a tope, él volvió a negar cualquier desliz. Displicente, se limitó a un “no empieces de nuevo con tus cuentos raros”.


De su anterior y corta separación, Claudia había guardado un valioso teléfono. La recomendación de una detective “especialista en pruebas de adulterio” vino de una amiga. No dudó en llamarla. Le cobró varios millones de pesos, la mitad por adelantado y el saldo a la entrega de la prueba reina. A la semana y media la eficaz espía apareció. “Le tengo unas fotos nítidas, pero sólo son besos en el carro. ¿Le basta con eso, o quiere que siga?”. Continúe, respondió acertadamente Claudia. Con tan débil acervo probatorio, Pablo le hubiera dado tres vueltas. Pocos días después, otra llamada, esta vez urgente. “Acaban de entrar a un motel ¿Por qué no viene? Yo la espero”. A pesar del tráfico, el desplazamiento duró menos que la sobrecama del polvo mañanero a escondidas. Claudia localizó el carro en el parqueadero aledaño. Recostada en la puerta le marcó al celular. “¿Dónde andas? … Yo estoy cerca del consultorio. ¿Por qué no almorzamos?… Bueno, te espero allá, reserva tú la mesa … Sí, en media hora está bien”.



Por el un buen trecho que tenía que recorrer hasta el restaurante, Pablo no tardó en salir. Su cancha y cinismo fueron insuficientes para no palidecer al ver a Claudia escoltada por un extraño personaje armado con una cámara en ese entorno de motel tan alejado del sitio donde se habían puesto cita para almorzar. Pablo nunca vio la foto entrando a su romántica reincidencia con esa mujer “con el pelo largo, casi hasta la cintura, igualito al de la anterior”. Esta vez no quiso dar una lucha que tenía perdida y fue él quien empacó para irse con su música a otra parte.