lunes, 22 de febrero de 2021

Un oficio muy peligroso

 Publicado en El Espectador, Febrero 25 de 2020

Columna después de los memes




Varios oficios y activismos colombianos hacen creer que el costo que pagan por la violencia es desproporcionado. Un editorial de El Tiempo va más lejos: la pandemia le dió más duro a su gremio.  


Muchos periodistas, pertenecientes a castas hereditarias, olvdan que hacen parte de la élite privilegiada del país. Silenciando su poder, se presentan como víctimas comunes o atípicas de la violencia. 


Esto ocurre no solo en Colombia. Al googlear “número de periodistas” sólo aparecen referencias a los asesinatos, las amenazas, detenciones o el desplazamiento forzado de personas vinculadadas al oficio.  Colombia está lejos de ser el líder mundial en asesinatos de periodistas. Ocupa el 8º lugar, detrás de países como Iraq, Filipinas, Siria o Argelia. 


En el mundo mueren asesinados uno 100 periodistas al año. La participación de Colombia en ese total está entre el 2% y el 4%. El peso de la población colombiana en la global es inferior al 1%, o sea que un periodista colombiano sí tiene más chances de morir asesinado que sus colegas del resto del mundo. Pero eso no ocurre porque que su oficio sea anormalmente peligroso, lo mismo le pasa a cualquier compatriota. Desde hace muchos años, Colombia es uno de los países más violentos del mundo


¿Cuantos periodistas hay en el país? Fue imposible encontrar estimativos, siquiera burdos, de esa cifra. Jaime Tenjo, economista laboral conocedor de las estadísticas, me dice que hay “28 mil escritores, periodistas y publicistas… Calculado con encuesta hogares 2019, rural y urbano”. 


En el 2020 fueron asesinados Felipe Guevara en Cali y Abelardo Liz en el norte del Cauca. A ellos “se suman otros seis que han perdido la vida por motivos relacionados con el ejercicio de su profesión en los últimos cuatro años”, o sea 2 por año. Así, la tasa por cien mil habitantes (pcmh) dentro de este gremio sería del orden de 7 pcmh, una tercera parte de la observada para el resto de colombianos y apenas un 10% de la tasa global que alcanzó a sufrir el país hace unas décadas.  


El editorial ya citado no limita los ataques sufridos por el gremio a los asesinatos. En 2020, las amenazas aumentaron de manera apreciable y es más que razonable pensar que, en efecto, ese es uno de los oficios más afectados por ese tipo de violencia, para acallar las denuncias hechas en los medios contra mafiosos o corruptos. Pero a la hora de hacer efectivas esas advertencias o intimidaciones, lo que sugieren los datos es que ser periodista en cierta medida disminuye el riesgo de morir, precisamente porque el asesinato de cualquier figura mediática recibirá inusitada atención. Teniendo en cuenta esta contradicción inherente a los oficios muy expuestos a la opinión pública, sorprende la queja, también frecuente, de que allí es donde se da una mayor incidencia de acoso y abuso sexual  contra las mujeres. Lo que el sentido común sugiere es que empleadores o jefes de medios de comunicación serán más precavidos en el trato a sus subordinadas que otros patrones cuyas víctimas no sean periodistas capaces de ponerlos en la picota pública. 


Por los casos más visibles del movimiento #MeToo se concluiría apresuradamente que las actrices famosas son las más expuestas al abuso sexual cuando se trata, por el contrario, de uno de los oficios en donde las situaciones confusas y ambiguas son muy comunes. Incluso cuando hay indicios de ataques serios, la mediatización del caso implica serias dificultades para aclararlo o resolverlo. La abogada Paula Vial, defensora del cineasta chileno Nicolás López, acusado formalmente de cinco delitos sexuales, anota que la exposición pública “crea muchos prejuicios y aumenta la presión sobre el caso… lo que hemos visto es mucha espectacularidad y lo que uno querría ver es seriedad en los planteamientos, que se respete el sistema y las garantías y que si hay algún delito que este se acredite en los tribunales”. Algo similar se puede decir sobre las periodistas que provocan linchamientos virtuales de poderosos personajes con una simple frase confusa. 


El colmo del victimismo es que el periodismo, una actividad cuya demanda creció con el confinamiento, se considere tanto o más afectado que otros sectores por la pandemia. “Covid-19 hizo aún más compleja y desafiante la dura realidad del oficio…(Muchas) empresas periodísticas tuvieron que sumar a las dificultades que encaran las que trajo consigo esta nueva y muy dura realidad”. Estas frases reflejan fallas para editar un texto de manera seria y ecuánime. Es tal vez por sentirse tan especiales, no sacudirse, ni modernizarse, ni haber encontrado un sistema de cobro atractivo y razonable, que el ejercicio periodístico presenta serias dificultades actualmente. Quejarse atenta contra la innovación. Netflix no es sólo para entretenerse.  Debería estudiarse como modelo de negocio: alta variedad y calidad a precios realmente accesibles. 


https://www.eltiempo.com/opinion/editorial/periodismo-en-pandemia-editorial-de-el-tiempo-del-14-de-febrero-de-2021-566784

https://centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/periodistas/

https://www.lavanguardia.com/vida/20190418/461722992698/abogada-de-cineasta-chileno-acusado-de-abusos-critica-mediatizacion-del-caso.html

https://www.elespectador.com/opinion/seis-denuncias-de-acoso-contra-el-cineasta-espanol-luis-maria-ferrandez/

https://www.noticiasrcn.com/nacional-justicia/corporacion-rosa-blanca-denuncia-25-exjefes-las-farc-violacion-aborto-y

https://www.elespectador.com/noticias/judicial/a-mi-violador-ustedes-lo-oyen-y-lo-ven-todos-los-dias-claudia-morales/

viernes, 12 de febrero de 2021

Beneficios económicos de la paz

 Publicado en El Espectador, Febrero 18 de 2020

Columna después de los memes



Aún haciendo caso omiso del voluntarismo engañoso que caracterizó las negociaciones de Santos con las FARC, sorprende la falta de rigor y la ingenuidad de una tecnocracia con fe ciega en las fábulas del Nobel. 


Un ejemplo es el trabajo “Beneficios económicos del Acuerdo de Paz” que acaba de publicar Coyuntura Económica de Fedesarrollo. Al resumir la literatura especializada que surgió en Colombia desde los noventa, cuando se hizo un exhaustivo inventario de todos los estragos del conflcito, los autores recuerdan la “destrucción de capital humano”, vía masacres, desplazamiento forzado y secuestro, la reducción del stock de capital físico con ataques a “oleoductos, puentes y estaciones de policía” e incluso intangibles como la confianza inversionista que afectaron las calificaciones de riesgo país y el volumen de recursos que dejaban de ingresar al país a causa de la violencia. 


La metodología utilizada es de alta sofisticación econométrica, con completísimas bases de datos en las que el PIB departamental se explica en función de múltiples variables que incluyen los ataques de los distintos grupos guerrilleros. Pero la simulación de la paz se hace suponiendo que el Acuerdo de La Habana “generará una reducción permanente en el conflicto armado en una magnitud equivalente a las acciones bélicas ejercidas por las FARC”.  Ignoran lo que ya ocurrió: que varias disidencias o diferentes grupos insurgentes y mafiosos, coparon muchos espacios de la guerrilla más vieja del mundo. “Es más objetivo y razonable suponer una desaparición permamente y completa de las acciones violentas realizadas por las FARC”, anotan con candidez.  


Más adelante, para convertir esta volatilización de acciones bélicas en crecimiento económico utilizan los mismos coeficientes estimados cuando el conflicto causaba destrozos y desolación. En otros términos, suponen que al desaparecer el terror habrá un impacto equivalente pero del signo contrario. El modelo implícito es tan simple como inverosímil: con la firma del Acuerdo, los factores productivos que emigraron o desaparecieron por ataques de las FARC volvieron mágicamente a operar en su lugar de expulsión. 


El trabajo típico para cuantificar el impacto de la violencia sobre distintas variables -inversión, empleo, productividad de factores, desplazamiento, abuso, violaciones-  incluía la tasa de homicidios y otros indicadores exógenos o explicativos. La evolución de esas mediciones de la violencia era, y sigue siendo, un misterio que sólo el santismo iluminado creyó aclarar con la doctrina del problema agrario. 


No se requiere sino sentido común para plantear que el ejercicio simétrico sobre los beneficios de la paz exige pasar de nuevo por esas variables intermedias medibles, constatar primero si se redujeron o no con la firma del Acuerdo para luego verificar si las caídas tuvieron un efecto positivo sobre el crecimiento, por aumento en la inversión, retorno de desplazados etc... Los autores del trabajo ignoraron esa  simple pauta metodológica para suponer que con la Paz el país había retornado a su equilibrio anterior al conflicto y que ahora se podría retomar a Keynes para calcular los efectos multiplicadores de la inversión pública prevista en el Acuerdo sobre el crecimiento del PIB. “Buena parte de las inversiones que demandará el postconflicto corresponde a gasto público que debe hacer el Estado para honrar los compromisos que fueron acordados con las FARC en el marco del Acuerdo de Paz. (Si) esas inversiones consisten en la provisión de bienes públicos, subsidios y los recursos de administración requeridos para canalizarlos, es razonable suponer que estas tendrán un impacto positivo sobre la dinámica económica”.


El minucioso ejercicio fiscal consistió en “traducir la totalidad del texto definitivo del Acuerdo de Paz en una completa lista de los productos que se requieren para cumplir con cada uno de los puntos acordados”. Posteriormente establecieron el precio de cada producto y la cantidad para cumplir lo prometido a las FARC. Con tales insumos calcularon el gasto requerido y por lo tanto las Inversiones Para la PAZ (IPP) totales. Aunque tuvieron la prudencia de verificar si ese gasto era consistente con la Regla Fiscal -que “el costo total de las inversiones es asumido por el Estado, la cooperación internacional y por nueva inversión privada”- sin incrementar el gasto público, la investigación convirtió apresuradamente deseos en previsiones. 


La versión final del trabajo es de Julio de 2020, en pleno confinamiento, pero sus autores no complicaron el análisis con la crisis. Dan por descontado que familias y empresas arruinadas por la pandemia tributarán como siempre. Descartan brotes de protesta social y suponen que quienes financiaron informales quebrados no buscarán réditos electorales ni afectarán decisiones de inversión pública. Como soñaba Santos, firmada la paz, para el crecimiento económico lo demás no importa.


La pazología quedará indignada con el trabajo, un espaldarazo implicito a Duque. Hubiesen preferido una estimación econométrica del saboteo derechista al Acuerdo. Aún no captan que tecnócratas de extremo centro nunca enfrentan al gobierno de turno. 

jueves, 4 de febrero de 2021

La importancia del matrimonio

 Publicado en El Espectador, Febrero 11 de 2020

Columna después de los memes






Fuera de trivializar la infidelidad, un monumental descache del feminismo fue desvalorizar el matrimonio. Ambos desatinos perjudicaron a las mujeres, y a los hijos. 

Unos amigos franceses cincuentones, novios de universidad, cohabitan hace tres décadas. Con hija mayor de edad, copropietarios de una casa, ella aún lo presenta como “mi compañero”. Son 68ards liberados de los rígidos rituales antes predominantes para las relaciones de pareja. Ambos proclaman haber sido siempre fieles. Con la aceptación del “mariage pour tous” aprobado con el insólito respaldo del mismo feminismo que antes estigmatizó el matrimonio, ya no saben justificar por qué no están casados. 


Una caraqueña refugiada del chavismo en Barcelona tiene una hija que cohabita con un catalán hace años. Cuando se ven los fines de semana, la cuasi suegra que quiere ser abuela tiene una costumbre: se acerca al parejo de hecho y le murmura al oído, “oye vale, ¿cuándo es que se van a casar?”


Una anécdota familiar de otra sudaca es igualmente reveladora. Lesbiana que vive con su pareja hace dos décadas, su madre siempre las aceptó sin asomo de crítica. Una de sus hermanas llevaba diez años conviviendo con el mismo compañero cuando anunció su embarazo. La liberada suegra le aclaró al futuro padre que “para tener un hijo sí sería mejor que hubiera algún papelito de respaldo”. 


María mi hija mayor, como sus hermanos, no fue bautizada. Siempre les expliqué que la razón para no embarcarlos en una religión había sido la inercia que conduciría, incluso sin ser practicantes, a que al casarse lo hicieran por la Iglesia, con enredos posteriores si decidían separarse. Yo los sufrí después de mi primer matrimonio católico, cuando en Colombia no existía la posibilidad de divorcio civil para ese vínculo. Mi primogénita y su novio cohabitan hace varios años. Cuando contaron que vivirían juntos les pedí que aceptaran una “fiesta de concubinato” para celebrar. Creyeron que me burlaba y se negaron. El año pasado anunciaron que se casarían. Mi sorpresa fue mayúscula cuando aclararon que lo harían por el rito de la religión ortodoxa que practica la familia de él, de origen armenio. 


Daniel, mi segundo hijo, conoció a su novia en Chile cuando hacía una pasantía. Se fue a Medellín a hacer su tesis y ella lo siguió. Las discusiones que los apartaron tuvieron que ver con que él aún no quería casarse. Ella se devolvió disgustada a su casa y poco después él viajó a Santiago a reconquistarla. Logró convencerla de que se instalaran juntos en Barcelona. Cuando los oí hablar del lío para la visa de ella, con lógica sudaca les propuse, “¿para qué tanta maroma en lugar de casarse?”. Mi argumento fue que, sin hijos, el matrimonio era un trámite fácilmente reversible que le daba a ella la no despreciable ventaja de trabajar legalmente en Europa. Él no tomó a la ligera la milenaria institución y lo invadieron las dudas. A ella esa indecisión la sacó de quicio y un tiempo después, cuando habían anunciado un embarazo, decidió volver a Chile. Allá nació mi nieto, lejos de Daniel. Al conocer la historia, la caraqueña con cuasi yerno anotó sin titubeos: “me solidarizo con ella. ¿Qué mujer no abandona a un hombre que tiene esas dudas cuando va a tener un hijo?”  


El reverso de la medalla en la desvalorización del matrimonio es la irresponsable facilidad con la que parejas con hijos menores se divorcian actualmente. Varias militancias, supuestamente progresistas y fanáticamente anticlericales –se oponen por principio a cualquier cosa que recomiende la Iglesia Católica- llevaron a la absurda situación en la que cualquier cónyuge que amanezca un día de malas pulgas y quiera mandar al diablo a su pareja, su familia, y el bienestar de sus hijos menores pueda hacerlo sin que nadie se atreva a cuestionar su decisión, ni siquiera a preguntarle por qué quiere hacerlo. 


Las hordas de menores de edad que ahora no tienen un hogar sino dos, que alternan semanalmente gracias al extendido arreglo de la custodia compartida, no han recibido la debida atención pero cabe sospechar que esa será una generación seriamente afectada por un arreglo estrambótico cándidamente defendido con el término fofo de “familias recompuestas”, que de familia sólo tienen el nombre abusivamente utilizado. Por la amorosa relación que rodea a las mascotas, pronto habrá que agregarlas a la parentela, como también a los robots que pagarán impuestos o a las pantallas que animan las veladas en familia.  


Una arreglo institucional sensato sería: sin prole, divorcio inmediato, pero con hijos menores matrimonio indisoluble. Quienes mejor aprovechan el divorcio exprés son los Peter Pan que se reorganizan con una chica más joven sabiendo que sus adolescentes estarán a cargo de una ex mujer hiper responsable.  Es otro de los múltiples hara-kiris feministas.  

lunes, 1 de febrero de 2021

Frigidez, Viagra y sexualidad

Publicado en El Espectador, Febrero 4 de 2021

Columna después de los memes



En el país del Sagrado Corazón, tres millones de mujeres reportan ser frígidas. Con tan monumental cifra, de eso no se habla, porque de sexualidad femenina nadie sabe nada. La sexología experimental empieza a dar algunas pistas.


Según una encuesta realizada en 2008, un impresionante 36% de las colombianas de 55 años o más admiten ser frígidas. Aunque entre las más jóvenes la cifra es menor, para todas las edades la proporción es alta, una de cada cinco.  


En el archivo de El Tiempo, desde 1990, aparecen más de 5.000 menciones del aborto, contra 66 de la frigidez o 38 de la anorgasmia. Como titula uno de los escasos artículos, es “un mal que se sufre en silencio”. Los catálogos de las bibliotecas capitalinas tampoco reflejan interés por las dificultades del goce femenino, una verdadera epidemia. 


Se dice que Marilyn Monroe, con tres maridos, varios amantes y todo el mundo soñando con ella, rara vez pudo ver estrellas. No basta ser sexy para llegar. En su época, una de cada tres gringas era frígida pero, a diferencia de Colombia, la proporción disminuía con la edad. O sea que allá, antes de la liberación femenina, algunas mujeres aprendían a superar esa dolencia con su esposo.

 

Simone de Beauvoir señala como principal causa de la frigidez la nefasta noche de bodas. Pero deja sin respuesta la cuestión de por qué la mayoría de las mujeres casadas logran superarla. A ella no le sirvió evitar la luna de miel con Jean Paul Sartre. Su primer orgasmo con un hombre lo tuvo ya madura, justo antes de publicar El Segundo Sexo, a punto de casarse y tener hijos con Nelson Algren. O sea cuando su vida afectiva estuvo más cerca del patrón cultural que criticó duramente después de esa experiencia. 


Por los años ochenta, Helí Alzate, un sexólogo de Manizales tan reconocido internacionalmente como ignorado en Colombia, realizó un interesantísimo experimento que desafía la teoría del patriarcado como principal causante de esta dolencia sexual femenina. Entre dos grupos de mujeres radicalmente opuestas en cuanto al sometimiento a la cultura machista, las más oprimidas, un grupo de prostitutas, golearon en orgasmos a las supuestamente más emancipadas, un equipo de feministas universitarias. 


Es una lástima que la Beauvoir no hubiera alcanzado a leer los trabajos de este ilustre colombiano, figura importante de la sexología experimental, disciplina que está desafiando los prejuicios más persistentes sobre la vida intima de las mujeres. En particular, se derrumba la noción de que la sexualidad femenina es similar a la masculina pero más reprimida. 


La llegada del Viagra no sólo revolucionó el tratamiento de la impotencia masculina. De rebote, al buscar infructuosamente una solución farmacéutica para la frigidez, volvió a quedar sobre el tapete el misterio: ¿qué es lo que excita a las  mujeres? Se ha hecho evidente la gran ignorancia que existe sobre los determinantes del deseo que ahora la doctrina puritana pretende despertar con un checklist de requisitos igualitarios.


Hasta la fecha, los intentos por encontrar el Viagra femenino han fallado. Este fracaso prueba que sexualmente las mujeres son distintas de los hombres y que esa diferencia no es sólo cultural. El fármaco varonil sirve en todos los lugares, a lo largo y ancho del planeta. Con el burdo artificio quedó claro lo pasmosamente sencilla y primitiva que es la sexualidad masculina, siempre con superávit de ganas. Cuando falla, se arregla con un simple artificio mecánico, como quien infla una llanta pinchada. A la vez, se ha hecho evidente que la sexualidad femenina es mucho más compleja, variada y sofisticada. Y que reside sobre todo en la mente, no tanto en el cuerpo ni en los genitales. Es precisamente  por eso que ha sido tan manipulada culturalmente, como señaló la Beauvoir. Un computador es más maleable que un ábaco. 


Hay consenso en que la sexualidad de las mujeres está mal estudiada. La ignorancia no sorprende. Históricamente, no era mucho lo que se podía esperar de quienes hicieron votos de castidad o de filósofos y médicos que, incapaces de empatías íntimas, pensaron que se trataba de una tubería tan simple y burda como la de ellos. 


En Colombia, no es fácil identificar de quien depende y cómo ha evolucionado la agenda –si es que existe- para aliviar las dificultades del orgasmo femenino. Ha sido lamentable haberle endosado todos los complejos menesteres sexuales al sector salud. De haber hecho eso con el rubro de la alimentación, la gastronomía contemporánea se limitaría a señalar la lista de venenos o lo que produce alergias. 


Para un diagnóstico completo y sensible de las dificultades femeninas con el climax, habrá no sólo que desprestigiar a las charlatanas que enredaron todo sino tener mucha paciencia. Bastante más de la poca que ha habido con algunas de ellas para que por fin lleguen.