martes, 26 de junio de 2018

Respetar no implica preferir

Publicado en El Espectador, Junio 28 de 2018





Darwin, Charles (1879/2004). The descent of man. Penguin Classics

López Giraldo, Isabel (2018). "La lengua española es mi verdadera patria". Entrevista a Daniel Samper Pizano. El EspectadorJunio


Hrdy, Sarah (1999). Mother Nature. Natural selection & the female of the species. London: Chatto & Windus

Pinker, Steven (2011). The Better Angels of Our Nature. A History of Violence and Humanity. Penguin Books

Rubio, Mauricio (2011). Viejos Verdes y Ramas Peladas. Una Mirada Global a la Prostitución. Bogotá: Universidad Externado de Colombia

domingo, 17 de junio de 2018

Los péndulos de Foucault

Publicado en El Espectador, Junio 24 de 2018




En sociedades intransigentes, incapaces de negociar, la opción política más factible son los péndulos.


Cuando hace dos años los diputados españoles no podían elegir presidente, una amiga holandesa, genuinamente desconcertada, preguntaba “¿por qué no negocian?”. Para ella era obvio que unos programas los podía ejecutar la izquierda, otros el centro y algunos la derecha.


El pragmatismo de Europa del norte empieza con algo tan elemental como no pretender ejecutar toda la agenda política con la misma ideología. Es ingenua y perversa la insistencia en que los gobiernos sean monolíticamente de izquierda o de derecha, alternándose como un gran péndulo, con costos monumentales. Hay casi tantos péndulos como frentes de política pública, y es un desacierto pretender que estén siempre coordinados. 


La campaña presidencial fue un lamentable ejemplo de extremismos anunciando los desastres que ocasionaría el contrincante al ejecutar su recetario ideológico completo. Son muchos los frentes de política que en distintos momentos necesitan ajustes específicos. La corrupción, por ejemplo, requiere medidas reaccionarias -implacable represión- pero también de avanzada: prevenir con educación. Los cultivos ilícitos exigen sopesar visiones antagónicas y poder corregir errores, incluso cambios de rumbo de 180º. Jalar siempre para el mismo lado conduce al desastre.


En la reducción del conflicto armado sirvió alternar la zanahoria pastranista con el garrote uribista y con las prebendas santistas para que las Farc firmaran la paz. Fue un desacierto no sentarse a negociar de veras con la oposición. Por eso persisten desacuerdos sobre la JEP, pero el Acuerdo no quedará “vuelto trizas”. #LaResistencia ya anunció que no tolerará ajustes: todo o nada, intransigencia absoluta. 


Una teoría alucinante que oí del antiuribismo es que la amenaza guerrillera fue un invento militar para sacarle plata a los gringos y robarse una parte. La versión pacifista intensa no llega tan lejos pero sí plantea que del Caguán a La Habana había vuelo directo y que el gobierno Uribe fue puro odio y despojo de tierras. Que el Nobel hiciera parte de esos halcones no desvela a nadie.


La izquierda asimiló un enfrentamiento con un grupo armado a una guerra civil para colgar arandelas que poco o nada tienen que ver con la guerra: problemas de la mujer, minorías sexuales, influencia religiosa… Las militancias insisten en la misma monumental agenda política, un todo monolítico, puro, inalterable: sólo una ruta, indicada por ellas, conduce a la paz; lo militar es irrelevante, nocivo. 


Sin justicia seguirá la corrupción y el desastre judicial requiere un giro a la derecha: recuperar el formalismo, devolverle relevancia a los procedimientos e identificar yerros. La élite constitucionalista aún no reconoce que la justicia actual, desencuadernada y corrupta, es un legado de la Constitución del 91, la irreprochable. El formalismo civilista que paralizaba dio paso a una justicia proactiva, acelerada e impredecible que revuelca continua y exponencialmente lo que sea. Es un remedo de common law pero con jueces amarrados a los códigos, sin apego al precedente ni a la jurisprudencia. Que cualquier juez, a veces sin tener ni idea del tema, pueda con una tutela tumbar sentencias de instancias superiores, ordenar gasto o entremeterse en asuntos privados produce escozor, sobre todo con decisiones tomadas en quince días como única restricción procedimental. Quienes hoy se rasgan las vestiduras por la propuesta de una sola Corte de cierre silencian que ya existe una equivalente, establecida por la puerta trasera, sin discusión democrática previa y ningún contrapeso. También hay muchísimos juzgados igualmente omnímodos a nivel municipal: el desorden y la opacidad de la información han impedido calibrar las arbitrariedades y la corrupción en instancias inferiores.


En materia de inclusión, tolerancia y respeto por las ideas ajenas, pretensiones tradicionales de la izquierda, la reacción ante el resultado electoral deja claro que esas virtudes realmente hacen falta donde más las reclaman. Algunos trinos ilustrativos: “pudimos ser libres, pero elegimos seguir siendo esclavos...  Yo no parí pa esta mierda… Colombia solo quiere la muerte…. un país lleno de gente indolente que le encanta revolcarse en la mierda”. Incluso mentes serenas anuncian brotes de discriminación contra madres solteras, educación confesional y eventual confrontación bélica con Venezuela. Influyentes feministas pelaron el cobre: no se sienten representadas por la primera mujer que llega, por elección popular, al segundo cargo público. Confirmaron ser una élite incongruente y caprichosa: como nos gusta o guácala. Con la izquierda dizque democrática en ese delirio, sentenciando que el centro no existe, ¿por qué no darle un chance a quien no sólo ganó sino que se anuncia conciliador? 


La fanaticada agraviada tendrá que aterrizar y desmenuzar su ambicioso proyecto de sociedad ideal -rechazado por mayoría- para emprender reformas parciales, factibles y negociadas. No hacerlo sería un harakiri, hvn. Fuera de dividir el péndulo, se pueden adornar las partes con algo taquillero y paspartú: ¡Foucault, mk!




Kalmanovitz, Salomón (2018). "Un gobierno de Duque". El Espectador, Jun 17

Rubio, Mauricio (2011). "Entre la informalidad y el formalismo. La Acción de Tutela en Colombia". Documento de Trabajo, Facultad de Economía, Externado de Colombia. Versión Digital

Rubio, Mauricio (2016). "La Divina Corte". El Espectador, Mayo 4

Ruiz-Navarro, Catalina (2018). "La Resistencia". El Espectador, Junio 20

Winegard, Bo (2017) Centrism: A Moderate Manifesto. Quillette, August 29

domingo, 10 de junio de 2018

¿Izquierda o derecha?

Publicado en El Espectador, junio 14 de 2018
Columna después de las gráficas






Más seguro afirmar que Duque es de derecha que apostarle al izquierdismo de Petro.
Esa asimetría existe desde 1789, cuando se acuñaron en la asamblea francesa los términos que dividen el voto. “Los leales a la Iglesia y la monarquía se sentaban a la derecha para evitar los gritos, insultos e indecencias que reinaban en al lado opuesto”.
La izquierda buscaba cortarle prebendas a la aristocracia y a la Iglesia, con cámara legislativa única de representantes elegidos por voto popular, exclusivamente varonil. Proponían un gobierno basado en los derechos naturales y la voluntad del pueblo, no en la religión ni la tradición. La derecha quería preservar priviliegios de las élites, una cámara alta no elegida y restricciones patrimoniales para el voto. Un historiador resume las discrepancias: “la izquierda enfatizaba los derechos indivduales: libertad de expresión, reunión y culto, derecho a la propiedad y tratamiento igual ante la ley. La derecha buscaba limitarlos”.
El marxismo cambió drásticamente el rol ideal del Estado en la producción. La izquierda original proponía economía de mercado, con pequeños propietarios individualistas. Bajo la monarquía, los revolucionarios sufrieron los monopolios estatales y la concentración de poder. Querían eliminarlos. Defendían la propiedad privada –su casa, parcela o taller- de manera extremadamente egoísta.
La derecha, aristocrática o religiosa, había disfrutado la intervención y regulación estatales, los monopolios y las rentas. La izquierda los había sufrido y consecuentemente buscaba “un estado mínimo cuyo rol se limitara a la defensa nacional y a la administración de justicia”. O sea, la receta de Robert Nozick, declarado cavernario por la izquierda contemporánea, que también estigmatizó a un defensor de las libertades individuales, más acorde con la izquierda antiestatista que con la derecha rentista: Friedrich Hayek. Los revolucionarios hubieran rechazado tanto el comunitarismo actual como el engorroso intervencionismo que también defraudó a la plutocracia.
La izquierda posmarxista no debería deformar la esencia del voto popular reaccionario. En Colombia, un gigantesco sector informal le tiene aversión a todo lo que implique tributación y regulación estatal diferente de ayudas y subsidios. Pequeños comerciantes, artesanos o campesinos no son proletarios sindicalizados, menos aún grandes empresarios, y apoyan tranquilamente a quien solo les ofrezca justicia y orden. Para lo demás se bandean sólos. Como no tributan no les importa la corrupción, pero es una infamia acusarlos de impulsar la guerra.
Los socialistas utópicos abrieron el camino para el creciente rol estatal. Saint-Simon planteó que la ciencia, dirigida por autoridades públicas, mejor castrenses, reduciría el desperdicio del sector privado. Siguiendo a Bentham, Roger Owen propuso como objetivo maximizar la felicidad con intervenciones paternalistas. Argumentaba que los individuos son el resultado de su entorno social. Bastaba tratarlos con simpatía y bondad para que respondieran con diligencia y lealtad. La libertad y autonomía pasaban a segundo plano. Había que reformar el sistema económico, social, político y cultural. Educada correctamente, esa “nueva gente” formaría asociaciones con intereses comunes que garantizarían trabajo productivo y buen comportamiento ciudadano.
La dirigencia que mejor recogió los planteamientos originales de izquierda y el socialismo utópico fue la sueca. Consciente del lío de estatizar la producción, su burocracia optó por la ingeniería social de Owen relanzada en los años treinta por Alva y Gunnar Myrdal, académicos que combinaron “lo mejor del capitalismo con lo mejor del socialismo” y acabaron inspirando el New Deal de Roosevelt. No es coincidencia que los suecos le otorgaran en 1974 el Nobel de economía a Myrdal, intervencionista intenso, compartido con Hayek.
Un principio básico y ubicuo del modelo sueco ya lo adoptó el progresismo global: superar el odio. Para lograrlo, no puede haber dependencia ni roces entre gente que, a pesar del cambio cultural, sigue siendo individualista. Por eso el estado de bienestar “independiza a cada persona de las demás, proporcionando la verdadera libertad. Esto implica la ruptura de los lazos familiares”. La vanguardia también plantea que la familia tradicional es jerárquica y heteropatriarcal, no democrática; debe evolucionar para que la gente dependa profundamente del Estado, liberada de relaciones conflictivas, o protegida si es víctima. La Sociedad Humana reemplaza la selva competitiva.
Lejos de Suecia tanto en desarrollo como en estructura familiar, gane quien gane el domingo, Colombia seguirá avanzando más lentamente que la corrupción. No volverá la guerra con la que espanta la izquierda pacifista desde la reelección de un oligarca camuflado, ni llegará la seguridad jurídica que sueña la derecha. Desafíos como el medio ambiente y la desigualdad se pueden enfrentar parcial y privadamente, sin revolcar instituciones, ni reescribir la historia patria, ni aumentar la intromisión burocrática: usando la bici, reciclando, consumiendo menos carne, pagando impuestos y recompensando mejor los servicios informales que disfrutamos. El Gini depende de todos, Santrich o los cultivos ilícitos no: serán problema del nuevo gobierno, que usará zanahoria de izquierda o garrote de derecha. 
REFERENCIAS

Benegas y Blanco (2018). "Suecia y el suicidio social: la sutil pero temible revolución". Disidentia, Marzo 18


Easterly, W. The tyranny of experts. Economists, dictators and the forgotten rights of the poor, Nueva York: Basic Books, 2013.

Hodgson, Geoffrey (2018). Wrong Turnings. How the Left Got Lost. Chicago University Press

Rubio, Mauricio (2014). “Ilegales, Hongos y Levadura. Reseña de La Tiranía de los Expertos de Willam Easterly con una crítica a dos trabajos de expertos”. Revista de Economía Institucional, vol. 16, n.º 31, pp. 359-408