En sociedades intransigentes, incapaces de negociar, la opción política más factible son los péndulos.
Cuando hace dos años los diputados españoles no podían elegir presidente, una amiga holandesa, genuinamente desconcertada, preguntaba “¿por qué no negocian?”. Para ella era obvio que unos programas los podía ejecutar la izquierda, otros el centro y algunos la derecha.
El pragmatismo de Europa del norte empieza con algo tan elemental como no pretender ejecutar toda la agenda política con la misma ideología. Es ingenua y perversa la insistencia en que los gobiernos sean monolíticamente de izquierda o de derecha, alternándose como un gran péndulo, con costos monumentales. Hay casi tantos péndulos como frentes de política pública, y es un desacierto pretender que estén siempre coordinados.
La campaña presidencial fue un lamentable ejemplo de extremismos anunciando los desastres que ocasionaría el contrincante al ejecutar su recetario ideológico completo. Son muchos los frentes de política que en distintos momentos necesitan ajustes específicos. La corrupción, por ejemplo, requiere medidas reaccionarias -implacable represión- pero también de avanzada: prevenir con educación. Los cultivos ilícitos exigen sopesar visiones antagónicas y poder corregir errores, incluso cambios de rumbo de 180º. Jalar siempre para el mismo lado conduce al desastre.
En la reducción del conflicto armado sirvió alternar la zanahoria pastranista con el garrote uribista y con las prebendas santistas para que las Farc firmaran la paz. Fue un desacierto no sentarse a negociar de veras con la oposición. Por eso persisten desacuerdos sobre la JEP, pero el Acuerdo no quedará “vuelto trizas”. #LaResistencia ya anunció que no tolerará ajustes: todo o nada, intransigencia absoluta.
Una teoría alucinante que oí del antiuribismo es que la amenaza guerrillera fue un invento militar para sacarle plata a los gringos y robarse una parte. La versión pacifista intensa no llega tan lejos pero sí plantea que del Caguán a La Habana había vuelo directo y que el gobierno Uribe fue puro odio y despojo de tierras. Que el Nobel hiciera parte de esos halcones no desvela a nadie.
La izquierda asimiló un enfrentamiento con un grupo armado a una guerra civil para colgar arandelas que poco o nada tienen que ver con la guerra: problemas de la mujer, minorías sexuales, influencia religiosa… Las militancias insisten en la misma monumental agenda política, un todo monolítico, puro, inalterable: sólo una ruta, indicada por ellas, conduce a la paz; lo militar es irrelevante, nocivo.
Sin justicia seguirá la corrupción y el desastre judicial requiere un giro a la derecha: recuperar el formalismo, devolverle relevancia a los procedimientos e identificar yerros. La élite constitucionalista aún no reconoce que la justicia actual, desencuadernada y corrupta, es un legado de la Constitución del 91, la irreprochable. El formalismo civilista que paralizaba dio paso a una justicia proactiva, acelerada e impredecible que revuelca continua y exponencialmente lo que sea. Es un remedo de common law pero con jueces amarrados a los códigos, sin apego al precedente ni a la jurisprudencia. Que cualquier juez, a veces sin tener ni idea del tema, pueda con una tutela tumbar sentencias de instancias superiores, ordenar gasto o entremeterse en asuntos privados produce escozor, sobre todo con decisiones tomadas en quince días como única restricción procedimental. Quienes hoy se rasgan las vestiduras por la propuesta de una sola Corte de cierre silencian que ya existe una equivalente, establecida por la puerta trasera, sin discusión democrática previa y ningún contrapeso. También hay muchísimos juzgados igualmente omnímodos a nivel municipal: el desorden y la opacidad de la información han impedido calibrar las arbitrariedades y la corrupción en instancias inferiores.
En materia de inclusión, tolerancia y respeto por las ideas ajenas, pretensiones tradicionales de la izquierda, la reacción ante el resultado electoral deja claro que esas virtudes realmente hacen falta donde más las reclaman. Algunos trinos ilustrativos: “pudimos ser libres, pero elegimos seguir siendo esclavos... Yo no parí pa esta mierda… Colombia solo quiere la muerte…. un país lleno de gente indolente que le encanta revolcarse en la mierda”. Incluso mentes serenas anuncian brotes de discriminación contra madres solteras, educación confesional y eventual confrontación bélica con Venezuela. Influyentes feministas pelaron el cobre: no se sienten representadas por la primera mujer que llega, por elección popular, al segundo cargo público. Confirmaron ser una élite incongruente y caprichosa: como nos gusta o guácala. Con la izquierda dizque democrática en ese delirio, sentenciando que el centro no existe, ¿por qué no darle un chance a quien no sólo ganó sino que se anuncia conciliador?
La fanaticada agraviada tendrá que aterrizar y desmenuzar su ambicioso proyecto de sociedad ideal -rechazado por mayoría- para emprender reformas parciales, factibles y negociadas. No hacerlo sería un harakiri, hvn. Fuera de dividir el péndulo, se pueden adornar las partes con algo taquillero y paspartú: ¡Foucault, mk!
Rubio, Mauricio (2011). "Entre la informalidad y el formalismo. La Acción de Tutela en Colombia". Documento de Trabajo, Facultad de Economía, Externado de Colombia. Versión Digital
Rubio, Mauricio (2016). "La Divina Corte". El Espectador, Mayo 4
Ruiz-Navarro, Catalina (2018). "La Resistencia". El Espectador, Junio 20
Winegard, Bo (2017) “Centrism: A Moderate Manifesto”. Quillette, August 29