Publicado en El Espectador,Enero 16 de 2020
Columna después de las gráficas
De Francisco, Margarita Rosa (2019). “El violador”. El Tiempo, Dic 18
Ortiz Fonnegra, María Isabel (2019). “Capitana dice que aún falta que su agresor sea condenado”. El Tiempo, Dic 27
Rubio, Mauricio (2012) “¡No es NO! Una razón seria para marchar, si la marcha fuera seria”. La Silla Vacía, Ene 31
Columna después de las gráficas
El feminismo radical banalizó
hasta el absurdo la responsabilidad individual de la mujer, factor necesario para
una prevención racional del daño: factible, eficiente e igualitaria.
Hace años, una amiga celebraba su
grado universitario con gente muy cercana cuando notó que faltaban varios
discos. Sin dudarlo, le puso llave a la puerta y advirtió que mientras no recuperara
todos los CDs nadie saldría sin una requisa. La audacia funcionó y el botín
apareció en un baño. A pesar de la falta de prevenciones para esa reunión íntima,
nadie criticó las medidas usuales de seguridad contra eventuales ladrones
extraños, con quienes sería absurdo tener la misma confianza que con amigos y
parientes.
En violencia sexual se olvida
esta distinción crucial entre agresores agazapados en el círculo íntimo y, por
otro lado, el amplio abanico de extraños donde es desacertado e ingenuo pretender
empatía o consideración. El punto es crítico ante una inquietud políticamente
incorrecta: ¿se puede prevenir una violación como, por ejemplo, se evita un
atraco, un secuestro o cualquier crimen?
En 2011, hablando sobre violencia
sexual en la universidad, un policía canadiense recomendó a las mujeres evitar “vestirse
como sluts” para no ser violadas. Una
estudiante reviró que era inaudito disculpar las violaciones por el atuendo
femenino. Indignada, organizó una marcha, la slutwalk, para protestar: las mujeres deben poder vestirse como les
de la gana, sin perder el derecho a decidir con quién tener sexo. Como “El
violador eres tú”, la iniciativa tuvo apoyo global y en muchas ciudades se organizaron slutwaks. El lema más repetido fue “¡no es NO!”. Una cronista del Washington Post anotó que se trataba del
principal evento feminista en décadas. Tras el #MeToo, centrado en el abuso
por próximos, la portavoz de ONU
Mujeres habló del “movimiento más
grande contra el acoso y la violencia sexual”.
La traducción de slutwalk fue desafortunada: “la marcha
de las putas”, que no estaban invitadas. Lamentablemente se ignoró la diferencia
entre ataques sexuales por compañeros de estudio o trabajo y aquellos con
victimario desconocido. El llamado date
rape –la violación en una cita o salida- es una forma extendida de agresión
sexual en norteamérica. En Colombia, su incidencia y participación relativa son
menores, predomina el abuso por familiares. Es precisamente en el escenario con
victimarios cercanos que tiene total sentido el principio de que la mujer se
puede vestir como le plazca sin que eso sirva de disculpa para manoseos, acosos
o violaciones. Sería inaudito tener que ponerse pintas mojigatas para sentirse
tranquila en una comunidad cerrada, próxima, donde se interactúa con la misma
gente cotidianamente.
Sin embargo, no es sensato
extender automáticamente ese derecho indiscutible a bajar la guardia en un
entorno cercano a las calles de una ciudad real, más azarosas que el mundo
imaginario donde tampoco debería haber ladrones, ni homicidas. Esa imprudente sugerencia
está implícita en el ya célebre estribillo chileno -“¡Y la culpa no era mía, ni
dónde estaba, ni cómo vestía!”- cuyo mensaje para las adolescentes es de una
irresponsabilidad preocupante: el paroxismo de la víctima totalmente inerte, convencida
de que basta expresar en coro sus derechos para ser protegida por un “Estado
opresor” que también es “un macho violador”.
Por supuesto que algunas víctimas
no pueden hacer nada para evitar agresiones sexuales: con lamentable e
inusitada frecuencia menores de edad sufren abusos de familiares o amigos. Por
supuesto que abundan casos de autoridades que deberían proteger mujeres pero
las atacan, o jueces machistas y negligentes. Lamentablemente en Colombia, como
en muchos países, sólo se puede esperar que la justicia sancione, o absuelva, a
un “sindicado conocido”; los atacantes no identificados por la víctima, del
delito que sea, muy probablemente quedarán impunes. La precaria capacidad de
investigación criminal, palpable hasta en los homicidios, no necesariamente es
falta de voluntad política o discriminación por género. Unidades de policía
especializadas en crímenes sexuales exigen entrenamiento sofisticado que sólo
se ha alcanzado en muy pocos lugares.
Que cualquier mujer adulta, en un
entorno bien alejado de un safe space
universitario, se niegue a prevenir el riesgo de un ataque sexual es tan desatinado
como sería indignarse con quienes en una ciudad insegura utilizan y recomiendan
celadores, rejas y alarmas, o evitan calles peligrosas para no sufrir atracos.
Simultáneamente, es natural no adoptar, jamás, medidas equivalentes con
personas cercanas.
En ámbitos no cooptados por la
militancia –crimen, accidentes de tráfico o laborales- se espera sin ningún drama
que una víctima potencial, hombre o mujer, tome precauciones mínimas para prevenir
daños. Algunas, como evitar el alcohol al volante, son obligatorias. El
feminismo supuestamente busca la igualdad. Difícil alcanzarla si para cierta
violencia ser varón elimina la presunción de inocencia, las víctimas están 100%
exentas de responsabilidad y encima, determinadas mujeres en situación de alto
riesgo, prostitutas o exguerrilleras, no cuentan.
REFERENCIAS
Alvarez, Pilar (2020). “Del Me Too a ‘Un violador en tu camino’: así ha cambiado el mundo tras el escándalo Weinstein”. El País, Enero 5De Francisco, Margarita Rosa (2019). “El violador”. El Tiempo, Dic 18
Ortiz Fonnegra, María Isabel (2019). “Capitana dice que aún falta que su agresor sea condenado”. El Tiempo, Dic 27
Rubio, Mauricio (2012) “¡No es NO! Una razón seria para marchar, si la marcha fuera seria”. La Silla Vacía, Ene 31
Valenti, Jessica (2011). “SlutWalks and the future of feminism”. The
Washington Post, June 3