Publicado en El Espectador, septiembre 28 de 2025
En 1982, tras la conmemoración en un cuartel de la muerte del Libertador, emulando al joven Simón Bolívar en Roma, Hugo Chávez juró “que no daré tranquilidad a mi alma, ni descanso a mi brazo hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos”. También esbozó su programa: “elección popular, tierras y hombres libres, horror a la oligarquía”. En la “Juramentación del Frente de Juventudes Bicentenario” (2010), un acto público transmitido por TV, Chávez alzó con guante negro la espada del Libertador. Proclamó, "¡que viva Bolívar! Aquí está tu espada desenvainada y levantemos el puño izquierdo, el del corazón para jurar. Vamos a repetir el juramento del Monte Sacro… es una llamada a la heroicidad, a escribir la historia”.
En enero de 2025, ante las amenazas arancelarias de Trump, Gustavo Petro trinó que Colombia es “el primer territorio libre de América, antes de Washington, de toda la América, allí me cobijo en sus cantos africanos… No nos dominarás nunca. Se opone el guerrero que cabalgaba nuestras tierras, gritando libertad y que se llama Bolívar”. En Marzo, evocó al Libertador para afirmar que “cuando la tiranía contra el pueblo se impone, el pueblo debe rebelarse con la mayor fuerza posible”. El día del trabajo empuñó la espada, convocó al pueblo a defender las reformas sociales y la libertad, recordó el robo de ese símbolo por el M-19 y proclamó “quiero que cada habitante de los que nos acompañaron y nos acompañarán… sepa que el que comanda no es el presidente Gustavo Petro, es la espada de Bolívar”.
Xavier Padilla, escritor y analista político venezolano, cita una carta de Bolívar al Congreso de la Nueva Granada en 1813 en la que reporta haber pasado por una decena de pueblos y que “todos los europeos y canarios sin excepción han sido pasados por las armas”. Padilla dedica su libro, El Ídolo que Devoró a su Pueblo, a los “dos mil cuatrocientos prisioneros venezolanos que las fuerzas ‘patriotas’ masacraron en febrero de 1814, por orden de Bolívar”. El horror empezó en una carta del mandatario en la que, por la “baja guarnición y un crecido número de presos ordeno que inmediatamente pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna”. Para ahorrar pólvora, en el Fuerte San Carlos de la Guaira, “lejos de las miradas, los cuerpos fueron decapitados con machetes o sables, apuñalados, ahorcados, rematados a pedradas, quemados vivos, ejecutados en hogueras improvisadas”. Un oficial que se negó a participar fue degradado y también ejecutado. Difícil no recordar Tacueyó y otros convencidos bolivarianos.
Buscando entender esas dos facetas tan nítidas de Bolívar, héroe liberador y villano cruel, útil para el fanatismo de izquierda y de derecha, encontré a la historiadora venezolana Inés Quintero que lleva años estudiando la independencia y el papel de las mujeres en ese proceso. Los archivos del Libertador guardan muchas cartas de su hermana mayor, Maria Antonia. Pero esa figura seguía siendo misteriosa. Numerosas biografías de Bolívar apenas la mencionan para referirse a un consejo a su hermano: “que no aceptase la oferta de quienes pretendían coronarlo”. La excepción es un libro de Salvador de Madariaga, que “insiste sobre las ideas políticas de María Antonia, refiere su rechazo a la Independencia y da cuenta de las profundas reservas que tenía respecto a la conducta política de su hermano menor”. El célebre pensador liberal español no se detuvo en la vida de esta mujer. Eso motiva a Quintero a escudriñar su pasado y, en general, la enorme contradicción de la élite criolla venezolana: promover la Independencia rompiendo “de manera tan drástica con los valores y principios que había sostenido y defendido”. María Antonia Bolívar no encajaba en ese perfil. “Enemiga ferviente de la república y entusiasta defensora de la monarquía… rechazaba de manera categórica las novedades que pretendían instaurarse”. No era un caso aisalado. Por esa razón, a pesar de su cercanía con el Libertador, fue silenciada en la “teología Bolivariana” que, proyecto autocrático, no admite fisuras. Para iluminar esas tinieblas, conviene leer La Criolla Principal, disponible en línea.
Inés Quintero criticó el Bolívar de Caracol-Netflix por su falta de rigor histórico, pero esta serie cumple de sobra un papel crucial: desmitifica al Libertador, muestra sus matices y contradicciones. Lo mismo logra con Maria Antonia, que los fanatismos condenarían o santificarían. En medio de la fiebre bolivariana, un valioso aporte de la serie al debate político son los desacuerdos y conflictos entre Bolívar y Santander, aún pertinentes. Contra las delirantes invitaciones a la guerra por la libertad blandiendo una espada caduca, alivia leer defensas sensatas sobre la importancia del santanderismo para las instituciones.