lunes, 2 de octubre de 2023

Las lecciones de hacer cola

 Publicado en El Espectador, Octubre 5 de 2023

Una secuela del gobierno del cambio podría ser el aumento en las filas de acceso a ciertos servicios. Es útil repasar las reglas, trucos y enseñanzas que surgieron en sociedades agobiadas por la escasez. 



El abrupto cambio del contratista para la impresión de pasaportes disparó las alarmas. El tiempo de espera ante las oficinas de la Cancillería en Bogotá superó las 15 horas y el cobro por cuidar un puesto llegó a $150.000 pesos. También se hicieron virales imágenes de largas colas en inmigración del aeropuerto Eldorado. La situación no es nueva, pero puede deteriorarse, o superarse, según el manejo económico y político. En 2012 se reportaban “gigantescas e inhumanas filas de usuarios” de una EPS que llevaron al Concejo de Bogotá a prohibir “filas o colas en el espacio público”. Otras más antiguas, como las del cocinol, desaparecieron.


En Europa, tras la segunda guerra mundial continuaron los racionamientos y las colas, que políticos conservadores, como Winston Churchill, aprovecharon para criticar el socialismo por alterar las rutinas ciudadanas. Las filas en las oficinas de correo o los bancos se volvieron síntoma de burocracia escasa, desmotivada y mal entrenada. Escritores críticos vieron en las colas una muestra de sumisión. George Orwell, por ejemplo, imaginaba un observador extranjero sorprendido por el “comportamiento ordenado de las multitudes inglesas, sin empujones ni peleas”.


Con el ascenso de la tecnocracia, las colas se volvieron tema de ingeniería administrativa con resultados dispares. Mientras que las grandes empresas establecieron protocolos para reducirlas, en la calle y los lugares públicos la gente siguió haciendo fila y organizándose espontáneamente. Mis peores recuerdos de hacer cola en Bogotá son los vivos que irrespetaban turnos, los empleados y vigilantes que los dejaban actuar impunemente, mi airada protesta y los comentarios de reproche por impaciente y problemático. También sufrí, en algunos conciertos o partidos, la fatídica secuencia laissez-faire inicial con pésima orientación para hacer fila, tumulto y reacción tardía, a veces agresiva, de la autoridad competente.


Para Albania, uno de los últimos bastiones del comunismo, hay disponible una excelente radiografía del fenómeno de colas cotidianas por productos de primera necesidad. La escribió, basada en sus recuerdos de infancia y adolescencia, Lea Ypi, politóloga académica, sensata, pragmática, buena comunicadora y divertida como pocas.


“Siempre había colas que se formaban antes de que llegara el camión de distribución. Tocaba hacerlas a menos que uno fuera cercano al tendero. Había reglas generales. Cualquiera podía ausentarse siempre que dejara un objeto apropiado para reemplazarlo durante su ausencia: podía ser una bolsa, una lata, un ladrillo o una piedra”. Para esa norma básica había una salvedad “aprobada con entusiasmo y aplicada con prontitud”: una vez llegaba el camión, el objeto dejado como cuidador del puesto perdía de inmediato su función. 


Las colas se dividían entre aquellas en las que no pasaba nada y otras siempre agitadas. En las segundas, delegar el turno en objetos perdía eficacia cuando la gente miraba por encima del mostrador o pretendía verificar cuánto quedaba de un producto o por el tendero que buscaba amistades. Para las colas que duraban varios días era fundamental dejar objetos y vigilarlos regularmente, tarea que también se podía delegar. Si el esquema fallaba surgían peleas y las colas se volvían más “demoradas y brutales”.


Comportarse respetuosamente y ayudar a que se cumplieran las normas podía marcar el principio de largas amistades. Un vecino en la misma fila o alguien que ayudara a supervisar objetos se volvía alguien a quien acudir luego para cualquier adversidad. 


El sutil balance entre cumplir las normas o violarlas que se aprendía haciendo fila servía luego en otras áreas. Ese conocimiento era útil, por ejemplo, cuando el uniforme del colegio estaba un poco manchado o la peluquera hacía un corte que podía parecer imperialista o si las uñas estaban pintadas con un color poco usual, tal vez revisionista. 


Más tarde, Lea Ypi se dio cuenta de que ese también fue su entrenamiento para abordar asuntos más complejos como la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, las libertades ciudadanas o hasta qué punto los chistes sobre el Partido y el gobierno podrían tener implicaciones serias. El quid del asunto era estar alerta al entorno para saber cuáles reglas seguían siendo relevantes, cuáles habían perdido alguna vigencia y cuáles eran totalmente obsoletas, dependiendo de eventos al azar o del capricho de algún burócrata con poder. Hacer colas matizaba las certezas de la ideología.


Tras este sencillo análisis surge la sospecha de que un gobernante impredecible, que promueve el decrecimiento, cuyos nombramientos por lealtad pueden ser un disparate, que reniega de ciertas tradiciones, que manipula a su antojo los procedimientos usuales, que incluso flexibiliza la interpretación de las leyes y decide quienes pueden incumplirlas, encuentre en las colas una herramienta pedagógica para conducir a sus colaboradores y a la fracción incondicional del pueblo hacia las grandiosas metas que lo obsesionan. 



REFERENCIAS


De Miguel, Rafa (2023) "El capitalismo solo emancipa a unos pocos". El País, Abril 2


Moran, Joe  (2005). “Queuing up in Post-War Britain”. Twentieth Century British HistoryVol. 16, No. 3, pp. 283–305


Ramírez, María (2023). “La libertad a veces es sólo propaganda sobre la libertad”. Entrevista a Lea Ypi, El País, Mayo 6


Ypi, Lea (2021). Free. Coming of Age at the End of History. Penguin Books