miércoles, 20 de agosto de 2014

Entre la ansiedad y el deseo

Publicado en El Espectador, Agosto 21 de 2014
Texto de la columna después de las gráficas






Doña Flor y sus dos maridos. Algo más que "error de atribución"


Mª Eugenia Vásquez, La Negra del M-19,  se enamora de Ramiro, un compañero militante en una manifestación estudiantil, cuando no eran abrazatones. "Apareció como Don Quijote, con un ladrillo en su mano, dispuesto a noquear a un policía a caballo que me acorralaba en una agitada pedrea. Sucumbí a su heroísmo. Con un hombre como ese, los sentimientos podían ser compatibles con la teoría". 


Peggy Ann Kielland, del teatro La Candelaria cuenta que en el entierro simbólico de Camilo Torres, "antes de recibir un bolillazo, un brazo largo me agarró y me arrastró ... A una cuadra había un camión de gaseosas y de pronto todos comenzamos a bajar cajas y a tirar botellas a la policía ... El Flaco nos hizo entrar a El Cisne ... Era la primera acción en que yo me involucraba y estaba muy excitada. La policía entró al establecimiento. Pasamos de agache. Con este episodio, el Flaco se me convierte en héroe, es el héroe que me salva y guía". Aunque el romance se inicia meses después, es en ese momento que Jaime Bateman Cayón "entra en su corazón".

En Mi guerra es la paz, Navarro cuenta el inicio de su romance con Laura Restrepo.

“La conocí a mediados de 1984 el día de la primera conversación de paz en San Francisco. Yo estaba con unos compañeros bañándome en un río cuando vimos aterrizar el helicóptero en el que venía la Comisión de Paz. Cuando íbamos a recibirlos, se armó una balacera entre el Ejército y el grupo de Iván Marino que bajaba por una colina. El helicóptero tuvo que despegar nuevamente mientras los mandos militares daban la orden de parar el fuego. Al volver se bajaron Bernardo Ramírez, Horacio Serpa y Monseñor Darío Castrillón. Y Laura. Pero la tensión seguía. Les dijimos: “Aquí hay un combate, cuidado. Hay que bajar por una loma y hablar con el ejército”. Ramírez y monseñor Castrillón improvisaron una bandera blanca con la camisa del piloto y lograron que no hubiera más bala. En ese momento vi que Laura tenía frío, así que saqué de mi morral una chaqueta camuflada y se la presté. Luego, cuando fui a Bogotá, nos vimos varias veces y nos volvimos novios”.


Hace cuatro décadas dos sicólogos plantearon que el miedo y otras emociones fuertes se confunden con el deseo sexual. 

En un experimento le pidieron a varios hombres que cruzaran dos puentes. Un grupo lo hizo por unas tablas de madera colgantes e inestables mientras otros pasaron por una estructura segura. Al final de la travesía, una mujer se acercaba a los participantes, les mostraba unos dibujos y les pedía comentarios. Los que cruzaron el puente peligroso incluyeron en sus respuestas más contenido romántico o sexual y le hicieron avances a la entrevistadora. Una explicación para esa reacción, conocida como “error de atribución”, es que confundieron el susto con atracción por la joven. El puente tembleque provocó en los conejillos de indias las mismas sensaciones que un encuentro amoroso e inconscientemente creyeron que la aceleración del ritmo cardíaco, las contracciones musculares, la transpiración y la adrenalina las causaba la mujer y no la condición del puente. 

Algo similar ocurre en los parques de atracciones, según otros sicólogos que estudiaron parejas antes y después de montar en montañas rusas o similares. Les pidieron evaluar el físico de una persona en una fotografía y su interés por conocerla. Quienes salían de los aparatos veían más atractiva a la eventual pareja y las ganas de encontrarla aumentaban con la intensidad de sus emociones. El efecto fue similar para hombres y mujeres, pero débil entre las personas emparejadas. La exaltación física favorece las nuevas aventuras sexuales mientras el cine intensifica el romance en relaciones ya establecidas. Las parejas que han visto una película de suspenso o un melodrama buscan después mayor contacto físico y charlan más que quienes salen de un documental. Este impacto de las emociones no sólo se observa entre humanos. El sexo postestrés es común en los bonobos y hay especies de pájaros que después del susto de un depredador se aparean frenéticamente. 

No conozco experimentos como estos para Colombia, pero sí testimonios que cuadran con el error de atribución. El típico romance de reina con mafioso, que tiene su dosis de emociones fuertes, no se explica sólo por arribismo. Un amigo que conoció a una joven educada y curtida en novios traquetos obtuvo de primera mano precisamente la interpretación que andar con ellos era equivalente a una buena montaña -o ruleta- rusa: adrenalina a tope. Una muñeca del cartel acostumbrada al “corre-corre”, al miedo y al peligro anota que “eso me causaba … se puede decir que morbosidad”. La codicia tampoco ayuda a entender el poderoso atractivo ejercido por los guerreros sobre mujeres de distintas edades y clases sociales. Desde la niña campesina fascinada por quien le enseña a manejar un arma hasta la universitaria embrujada con el arrojo de algún rebelde urbano. Unos genios en manipular los nervios a su favor fueron los del M-19. Algunas de sus compañeras han descrito el corrientazo que en medio del peligro las cautivó de manera fulminante, o la intensidad de las faenas de amor en situaciones de riesgo. Las periodistas seducidas por ellos en escenarios de vértigo –que ya maduras claman por la paz- han sido mezquinas para compartir sus excitantes experiencias. Más acorde con el esfuerzo por recuperar la memoria, Virginia Vallejo ofrece detalles de una escena en la que su amado capo, luego de darle una pistola, le ordena desvestirse. "Pablo se coloca tras de mí ... Una y otra vez aprieta el gatillo, y una y otra vez me retuerce el brazo ... Me somete mientras va utilizando toda aquella coreografía como una montaña rusa para obligarme a sentir el terror, a perder el temor, a ejercer el control, a imaginar el dolor ... a morir de amor ".

Los experimentos no aclaran ese punto, pero los testimonios sugieren que la confusión entre atortole y atracción es una fiebre pasajera de juventud. Eso lo agradecemos quienes sufrimos como adolescentes una época exasperante en la que las buenas notas, los libros, ser amable y colaborador sirven para conseguir amigas pero no para seducir. En esos años negros la pilera sólo aporta la complicidad de una frustrada suegra potencial también atormentada por el cafre de la moto, vago y metelón, que descresta con velocidad, peligro y el encanto de lo prohibido

REFERENCIAS

Dutton, Donald & Arthur Aron (1974). "Some evidence for heightened sexual attraction under conditions of high anxiety". Journal of Personality and Social Psychology, Vol 30, nº 4, 510-517. Versión digital

Guéguen, Nicolas (2014). Psychologie de la séduction. Paris: Dunod

López, Andrés y Juan Camilo Ferrand (2009). Las Muñecas de El Cartel. Bogotá: Editorial Oveja Negra

Meston, Cyndy & Penny Frhlich (2003). "Love at First Fright: Partner Salience Moderates
Roller-Coaster-Induced Excitation Transfer". Archives of Sexual Behavior, Vol. 32, No. 6, December 2003, pp. 537–544. Versión digital 


Vallejo, Virginia (2007). Amando a Pablo, Odiando a Escobar. Bogotá: Grijalbo. Cita pp. 151 y 152

SOBRE LAS MUJERES DEL M-19:

Behar, Olga (1985). Las guerras de la paz. Bogotá: Planeta. 

Rubio, Mauricio (2011). "Un legado del M-19: el Síndrome de Esto-es-el-Colmo". La Silla VacíaNoviembre 8

Rubio, Mauricio (2011). "Mujeres y guerra: algunas aman a los violentos". La Silla VacíaNoviembre 29

Rubio, Mauricio (2011). "Las piernas y las agallas de Virginia Vallejo". Leves Desacuerdos con el Feminismo,  Diciembre 19