martes, 22 de julio de 2014

El sexo en la guerrilla visto desde la barrera

Publicado en El Espectador, Julio 24 de 2014
Reproducción de la columna después de las gráficas





Carolina es una “madre de familia, profesional, bogotana de clase media alta” que en el 2001, recién casada, fue secuestrada junto con su esposo por las FARC. 

Durante su cautiverio llevó un diario que publicó seis años después de escapársele a sus captores. Todos eran “jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños”.  Inicialmente se sorprendió con lo que oía por las noches, “carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas en broma  gritaba: ‘me van a violar, ja, ja, ja’. Me asombró su forma de vida,  tan rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban rico”. 

Sus anotaciones coinciden con testimonios de varias desmovilizadas. “Aquí hay siete guerrilleras. Todas tienen menos de 16 años. Es muy triste: ellas son casi prostitutas … estas niñas están siendo usadas por los guerrilleros, o mejor, por el sistema de este grupo”. Considera que la organización mantiene contentos a los varones, con enormes sacrificios para sus compañeras. “Hay una niñita de 14 años que tiene una enfermedad pues los secuestrados comentan que orina con sangre … Ellas no tienen una pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan secuestrados bastante tiempo las han visto mínimo con tres hombres diferentes en los últimos meses”. A una de esas niñas “el padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la razón para irse de su casa y tomar las armas. Ha sido utilizada por varios guerrilleros. Estaba enamorada de uno pero los separaron... Luego fue violada por otro tipo. Tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no puedo decir que amantes)”. 

Carolina observa que a las guerrilleras no parece afectarlas mucho ese trato, tal vez por su bajo nivel educativo. Una de ellas, la Pollo, ignoraba que uno de los secuestrados lo era y al enterarse le decía “váyase, váyase y yo digo que no lo ví”. La enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le dicen así porque reparte las pastillas”. La impresionó por irresponsable otro joven que, con apenas 17 años, tenía una hija de tres. Sobre la contracepción anota que “a ellas les ponen una inyección obligatoria cada mes para evitar que queden embarazadas, pero muchas de ellas tienen problemas. Una lleva seis meses sin el período, otra tiene hemorragias que le duran hasta dos meses”. Del drástico control natal se enteró una noche cuando “se escuchaba una muchacha llorando, gritaba que no, que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor a las inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria”.

Como otros secuestrados que mencionan reclutamiento de jóvenes en burdeles de las zonas cocaleras, Carolina señala que una de las siete mujeres del frente había sido prostituta antes de ingresar a las FARC. También hace alusión a otra guerrillera peculiar “de pelo claro, de cara muy bonita y muy vanidosa. Tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y maripositas. Hoy se maquilló demasiado y salió a pasear toda orgullosa para que los cuchos le echaran piropos”. Su torpeza como combatiente le pareció evidente. “Camina con tanto cuidado, que si la persigue el ejército la bajan de inmediato”. 

Esta bogotana y su esposo resultaron indirectamente beneficiados por la mayor laxitud que, desde el Cagúan, se dio en los procedimientos de reclutamiento y entrenamiento de la guerrilla: el día que lograron escaparse “estaba de guardia la vanidosa del pelo claro”. Pero para una reinserción que pretende enderezar viejos problemas campesinos, ese deterioro será costoso. Hace casi medio siglo Virginia Gutiérrez señalaba que en el campo colombiano, “la conducta de la mujer es motivo de deshonra cuando se aparta de los lineamientos culturales en materia sexual”. En sus entrevistas, percibía una agresividad “erizada en la aplicación de sanciones a la violación de pautas de fidelidad en las mujeres” y establecía un paralelo con los problemas de tenencia de la tierra que consideraba “otra de las fuentes de conflicto”. 

Hay consenso en que el atraso rural sigue siendo crítico. Este rezago sin duda incluye la dimensión cultural; el ejemplo de capos y comandantes deterioró aún más las relaciones de género, exacerbando el machismo. Si la vida de pareja de las guerrilleras le pareció “tan rara”, patética y centrada en satisfacer sexualmente a los hombres a una profesional urbana, es fácil prever los enormes obstáculos que enfrentarán las jóvenes que regresen de esa extraña comuna adolescente en dónde juegan al amor y a la guerra para reintegrarse en un ambiente tan conservador y patriarcal como el campo colombiano. 

REFERENCIAS

Rodríguez, María Carolina (2008). Diario de mi cautiverio. Grupo Editorial Norma

Gutiérrez de Pineda, Virginia (2000). Familia y Cultura en Colombia. Editorial Universidad de Antioquia