martes, 15 de julio de 2014

Cambio climático y violencia

Publicado en El Espectador, Julio 17 de 2014

Hace casi dos siglos André-Michel Guerry, abogado francés aficionado a la estadística, señaló una asociación entre el crimen, las estaciones y el clima.


La cartografía empezaba a ser utilizada como herramienta para los estudios sobre el delito en diferentes regiones. El belga Alfred Quetelet –astrónomo, matemático, estadístico y sociólogo- es considerado, junto con Guerry, pionero de la criminología y de las ciencias sociales modernas. Observó que en el sur de Europa los homicidios se concentraban en los meses de verano mientras que los robos eran más frecuentes en invierno. Desde esa época Quetelet anotó el principal problema de las cifras oficiales de delincuencia: incluían sólo las denuncias y dejaban por fuera un alto porcentaje de “crímenes cometidos que no se conoce”. Es probable que Quetelet cayera en el olvido por haber precedido a César Lombroso en el interés por las características fisicas y antropométricas de los criminales. Lo que sorprende es que no se mencione su nombre entre quienes, con enormes bases de datos y sofisticadas herramientas estadísticas, han vuelto a buscar asociaciones entre el clima y la violencia. La cresta de la ola en esta nueva moda es un meta-estudio en donde se combinan sesenta de estos trabajos, realizados en su mayoría durante la última década.


Hay algo que impide calificar de charlatanes a unos investigadores vinculados a reputadas universidades norteamericanas y que publican trabajos en Science y Nature. Pero son bien difíciles de digerir la tranquilidad, certeza y prepotencia con las que lanzan sus conclusiones. “La magnitud de la influencia del clima es sustancial: por cada desviación estándar de cambio en el clima hacia mayores temperaturas, los estimativos indican que la frecuencia de violencia interpersonal aumenta 4% y la frecuencia de conflicto entre grupos aumenta en 14%”.


También produce desazón la falta de rubor con la que mezclan casi cualquier conducta agresiva –choferes ruidosos, retaliaciones de beisbolistas, violencia doméstica, brutalidad de policías, guerras civiles o golpes de estado- en cualquier lugar del mundo –EEUU, Tanzania, Holanda o China- en cualquier época desde 8000 A.C., y con cualquier frecuencia –horaria, diaria, hasta centenaria- para cuantificar esas asociaciones. Más que débil, la teoría es inexistente, pero esa falencia se compensa con un par de consideraciones econométricas para hablar de causalidad. No hay discusión sobre la calidad de los datos, lo que tanto preocupaba a Quetelet, y en su lugar se inventan una variable como de ciencia ficción para unificar la amalgama. “Nuestra medida preferida sobre la importancia (de la relación de causalidad) consistió en responder una pregunta directa: ¿causa el clima un cambio en el riesgo de conflicto que un experto, un policy-maker o un ciudadano consideraría importante?”


Con semejante mezcla de incidentes, agresores, épocas, calidad de cifras y niveles de agregación, el análisis se limita a los detalles técnicos de las estimaciones, o a trasladar selectivamente conclusiones de trabajos en escenarios específicos para  dizque explicar ese extraño concepto de “conflicto” supuestamente universal, ahistórico y ubicuo. De tales piruetas salen verdaderas perlas. “Puesto que la agresión en altas temperaturas incrementa la probabilidad de escalamiento de los conflictos en ciertos contextos (como los partidos de beisbol) y también la probabilidad de que la policía utilice fuerza excesiva (conclusión de la evaluación de un curso de verano de entrenamiento policial), es posible que este mecanismo afecte la prevalencia de conflictos a gran escala”.


Estas comparaciones de lugares y épocas, con variables de política sacadas de la manga e impresionantes cálculos de elasticidades, ya son usuales en varias disciplinas y sorprendentemente aceptadas por una élite académica sin que nunca quede claro a quien van dirigidas las iluminantes conclusiones que siempre llevan implícitas unas recomendaciones de acción pública. Se puede pensar en dos tipos de auditorio para esta variante del realismo mágico: el activismo internacional y la tecnocracia educada sin polo a tierra. El estudio mencionado será suficiente para la afirmación contundente, y “científicamente respaldada”, de que el cambio climático agravará todo tipo de conflictos y que por lo tanto toca controlar cualquier cosa que pueda agravarlo. Aunque la mega base de datos sobre crimen y clima no incluye a Colombia –caliente y violenta- también es probable que algún burócrata local, impresionado por la pirotecnia estadística, proponga que para evitar la reincidencia, la desmovilización y las zonas de reserva campesina se concentren en los páramos. Por la paz, lo que sea. 



REFERENCIAS

Debuyst, Christian, Françoise Dignefe, Jean-Michel Labadie, Alvaro Pires (1995). Histoire des savoirs sur le crime & la peine. Bruxelles: DeBoeck Université

Friendly, Michael (2007). "A.M. Guerry's Moral Statistics of France: Challenges for Multivarable Spatial Analysis". Statistical Science, Vol 22 Nº 3368-399. Versión digital

Hsiang, Solomon, Marshall Burke & Edward Miguel (2011). “Quantifying the Influence of Climate on Human Conflict”. Science, Vol. 341 no. 6151. Versión digital: resumidacompleta

Négrier-Dormont, Lygia (1992). Criminologie. Paris: Litec