lunes, 14 de agosto de 2023

La isla de la obesidad



 Publicado en El Espectador, Agosto 17 de 2023

REFERENCIAS


Aduriz, Andoni Luis (2023). “Cómo la isla de Nauru se convirtió en el país con más gordos del mundo”. El País, Jul 9


Hallett, Vicky (2015). “The People Of Nauru Want To Get Healthy — So Why Can't They Succeed?”, Goats & SodaSeptember 


Lev-Ran A (2001) "Human obesity: an evolutionary approach to understanding our bulging waistline". Diabetes Metab Res Rev 17, 347–362.


McLennan, Amy and Stanley J Ulijaszek (2014). “Obesity emergence in the Pacific islands: why understanding colonial history and social change is important”. Public Health Nutr. Jun; 18(8): 1499–1505



Es pertinaz la tendencia moderna a ignorar factores hereditarios, incluso cuando son evidentes, como ocurre con la obesidad. 


Hay quienes pueden comer literalmente lo que les apetezca manteniendo su peso corporal. Otros mortales, menos afortunados, debemos controlar siempre nuestra ingesta de calorías. Mi recuerdo más lejano de esos suertudos que gozan comiendo sin preocuparse fue un compañero a un programa de intercambio en los EEUU. Después de almorzar muchísimo más que todos los demás -de oficio pedía dos menús- hacia las 4-5 pm le daban ganas de helado. Varias veces, tras una copiosa cena, acompañé a otro amigo a comprar media docena de donuts que saborearía con un litro de leche antes de dormirse. En almuerzos de trabajo, uno de mis jefes decomisaba todas las porciones de mantequilla de los asistentes para ponerlas sin esparcirlas, en capas de unos 5mm, sobre las varias, muchas, tajadas de pan que se comía. Sin hacer deporte, a estos personajes de apetito desmedido les hubiese encajado el mote de “flaco”. 


Naurú es una pequeña isla situada en el océano Pacífico central. Inicialmente poblada por grupos polinesios, fue colonia alemana a finales del siglo XIX. Tras la Primera Guerra Mundial, se convirtió en protectorado administrado por Australia, país del que se independizó en 1968. Desde mediados del siglo XIX se explotaron de manera intensiva las reservas de guano, muy apreciado como fertilizante. El nuevo gobierno continuó la actividad al mismo ritmo y condujo ese país al segundo mayor ingreso per cápita del mundo. Se abolieron los impuestos, hubo pleno empleo y se ofrecieron servicios de salud y educación gratuitos para todos. 


Las reservas de guano se agotaron y el boom dejó un “proceso de aculturación (que) socavó las costumbres de gentes que abrazaron el estilo de vida y la dieta occidental”. Además, cedieron a la tentación de “automóviles, electrodomésticos y televisores que invitaban al sedentarismo”. Entre 1980 y 2008 Naurú mostró el mayor aumento mundial del Indice de Masa Corporal (IMC). El incremento de peso observado allí fue cuatro veces superior al promedio global.


La explicación que se impuso para la más alta incidencia de obesidad en el planeta es que las costumbres importadas condujeron al deterioro de los hábitos alimenticios basados en una dieta autóctona de “origen marino, acuicultura, recolección de tubérculos y frutos… (con) elaboraciones sencillas cocinadas en hojas de plátano, caldos de pescado, leche de coco y frutos” para dar paso a “los huevos y el pollo fritos con arroz”. Además, con todo servido en bandeja, hubo declive generalizado del ejercicio físico. Así, Naurú habría sufrido una epidemia de obesidad exclusivamente cultural. Una bonanza exportadora con nefastas consecuencias para el paraíso perdido. 


Esta visión extrema ignora que gran parte de los intentos anteriores para explicar las tasas desproporcionadamente altas de obesidad se centraron en otros factores. En particular, en su aislamiento geográfico que la hizo susceptible a la escasez de alimentos que “posiblemente ha afectado la predisposición genética de los isleños a ganar peso”. 


El impacto de la distancia ha sido formalizado por la genética. Se plantea que la lejanía entre islas pudo contribuir a la aparición de obesidad. “Las poblaciones fundadoras enfrentaron duras condiciones a medida que migraban por la región. Aquellos individuos cuyo metabolismo facilitó la acumulación más eficiente de energía habrían sobrevivido mejor”. Bajo condiciones variables y extremas -abundancia de alimentos o hambruna- es posible “que las presiones ambientales afectaron a quienes vivían en islas aisladas desproporcionadamente más que en otras partes del mundo”.


Por otro lado, desde los años setenta, justo después de la independencia y el vertiginoso aumento en ingresos, investigaciones médicas identificaron el problema de obesidad en Naurú por las altísimas tasa de diabetes tipo 2 que ya afectaban a un tercio de la población. Cinco décadas después el problema sigue igual o peor. El estado de salud de los habitantes es deplorable. “Las amputaciones de extremidades por diabetes son comunes. Los residentes deben luchar para sobrevivir hasta los 60 años”. Cualquiera pensaría que no deben tener educación nutricional ni motivación para cambiar. Lo que ocurre es exactamente lo contrario, opina una antropóloga conocedora del entorno: “los nauruanos entienden los peligros de la diabetes y la obesidad mejor que personas de cualquier otro lugar”. Los riesgos están “alrededor de ellos todos los días. Los padres jóvenes se están muriendo de ataques al corazón”. Con exceso de recursos durante años, se emprendieron infructuosamente todo tipo de “programas escolares que enseñan nutrición adecuada y eventos que promueven la actividad física”.


Es apenas sensato anotar que la obesidad en Naurú puede tener un componente hereditario, como la flacura de mis tres amigos devoradores. De hecho, los habitantes pregonan ser “genéticamente bajos y fornidos, razón por la cual siempre se han destacado en el levantamiento de pesas”. Les parecerá absurdo saber que por ese simple comentario la izquierda iluminada ya los calificaría como ultra derechistas, casi fascistas.