domingo, 27 de septiembre de 2020

Castrochavismo intelectual

 Publicado en El Espectador, Octubre 1 de 2020

Columna después de los memes




Como abogado, el célebre ex juez Baltazar Garzón defiende esbirros del régimen de Maduro. Los gringos, según él, los detuvieron por razones políticas. Simpatizantes de gobiernos populistas totalitarios aún afirman que los cubanos cayeron en manos del comunismo por el bloqueo norteamericano. 


William Ospina, ya incapaz de defender al dictador venezolano, lo criticó advirtiendo que “la única forma en que Venezuela superará el desastre será retomando los postulados originales del chavismo”. Cita a García Márquez: “si la revolución nacionalista caribeña hubiera sido respetada, muchos de sus errores y excesos no habrían ocurrido”. Las tiranías de izquierda según estos lunáticos, que viven bajo un sistema político y económico que desprecian, no surgen por la palpable vocación autoritaria de sus líderes sino por restricciones comerciales del imperio yanqui. 


Aunque quien introduce a Ospina afirma que “conoce a fondo la realidad del (vecino) país” el escritor parece no haber hablado nunca con personas de clase media, como él, que progresivamente se empobrecieron con las decisiones autónomas de dictadores que no soportan los precarios pero valiosos mecanismos democráticos contra la concentración de poder.  Peor aún, buena parte de la miseria en Cuba y Venezuela resultó del afán obsesivo por destruír cualquier vestigio del sistema capitalista para reemplazarlo por un embeleco supuestamente igualitario y empeñado en la justicia social.


Pedro Enrique Rodríguez, académico venezolano refugiado en Colombia, lugar que tantos de sus pares desprecian dizque por no haber evolucionado desde la Colonia, habla de los estragos psicológicos del chavismo, por ejemplo el “profundo sentido de deterioro, de desgaste y de daño” que se siente en su país. 


Una amiga arquitecta salió obligada de Venezuela hace tres años. Recuerda con espanto una charla a mediados de los noventa con un influyente profesor de la Universidad Central de Venezuela, donde ella también enseñaba, cuando apenas empezaba el régimen respaldado e idealizado por Ospina. 


En la cafetería de la facultad, ella manifestó su inquietud por el decaimiento que mostraba la universidad: burocracia, dificultad de gestionar lo que ya parecía un elefante blanco, indicios de corrupción… Preguntó cómo se resolverían tantos problemas. La respuesta fue “claramente un desahucio, una condena a muerte”. Para el iluminado colega, la universidad, como muchas instituciones, había que “destruírla, acabarla… que no queden ni las cenizas”. Si algo se mantuviera podría resurgir el mismo monstruo. Mi amiga nunca olvidó esas palabras que en restrospectiva ve premonitorias de lo que el chavismo apoyado por Cuba terminó haciendo. “Eso ha pasado con nuestro país, esta ideología socialista del siglo XXI ha tenido como objetivo destruír todo lo que había y lamentablemente a cambio de nada… todo se quedó en palabras”. Este testimonio, en últimas asimilable a una discusión técnica sobre prioridades de política educativa, conmueve menos que los avatares domésticos progresivamente enfrentados por la clase media venezolana a la que pertenecía todo el cuerpo docente, que alguna vez tuvo excelentes salarios en la universidad pública venezolana. 


Otra amiga caraqueña, profesora toda su vida, tiene varias historias desgarradoras sobre “la incertidumbre cotidiana y esos pequeños, y a veces secretos, episodios privados, que también delatan el sufrimiento”. Por no salir antes de Venezuela vio reducida su pensión de algo más de 250 mil dólares a 12 mil. Algunos colegas que aún siguen allá encuentran que ahorros de toda una vida para garantizar el retiro valen hoy menos de 100 dólares. Difícil culpar a los gringos por la irresponsabilidad del manejo monetario causante de la hiperinflación.


Consciente de que sus propios rituales para porcionar y guardar la comida cambiaban por la necesidad de consumir menos, mi amiga empezó a notar que una colega suya y su esposo habían adelgazado. Al preguntarle a ella qué le pasaba recibió evasivas. Tuvo que hacerla caer en cuenta que si quienes enseñaban disciplinas sociales silenciaban lo que estaba ocurriendo a nadie podría pedírsele que hablara o denunciara. Así supo que la progresiva pérdida de peso de esta pareja de profesores univeritarios se debía a que del pedazo de pollo que usaban para hacer sopa tenían que darle la carne a los hijos pequeños. Ahora ellos sólo se alimentaban con el caldo. 


Alguna vez me topé a William Ospina en un supermercado bogotano grande y bien surtido. Su compra no era tan voluminosa como la de las señoras burguesas que son motivo de burla por parte de intelectuales que al morir Fidel Castro lo despidieron con “hasta siempre comandante”. Su figura no denotaba ninguna deficiencia alimentaria, ni su tranquila actitud hojeando revistas reflejaba preocupación por esbirros de la censura obsesionados por controlar lo que se publica y se lee en los medios, ni siquiera mostraba molestia por las personas que piden algo de comer a la salida del almacén. Al alabar un régimen militarista lejano que no altera sus rutinas cotidianas, la élite erudita de una democracia precaria e imperfecta puede decir sandeces. 






https://www.elespectador.com/noticias/politica/ensayo-de-william-ospina-sobre-venezuela-una-deuda-con-chavez/


https://prodavinci.com/pedro-enrique-rodriguez-el-chavismo-creo-la-primera-psicopatologia-social-del-siglo-xxi/