Un lunes de Agosto de 1911 la Gioconda desapareció del Louvre sin que nadie entendiera cómo.
La vigilancia sobre las obras de arte era precaria. Además, Mona Lisa no era tan conocida y valorada como hoy. Fue a raíz del robo que se volvió famosa, con un súbito aumento de visitas al lugar donde se encontraba. La única pista que quedó fue el marco del cuadro abandonado en el museo. La lista de posibles responsables iba desde coleccionistas perversos hasta admiradores obsesionados. Incluso Picasso y Apolinaire fueron interrogados.
La pesquisa se hizo con criminalística de punta. Recién perfeccionada la técnica de huellas dactilares, la policía tomó las que quedaron en el marco, las compararon sin éxito con las de todas las personas que tuvieron acceso al museo ese día y a los trabajadores de una empresa de mantenimiento. El único que no atendió la citación fue Vincenzo Peruggia, inmigrante italiano que dos años después confesaría el robo. Un policía lo visitó en su apartamento, lo interrogó, pero su perfil era tan diferente al de los sospechosos que ni siquiera cotejó sus huellas dactilares y mucho menos imaginó que allí mismo estaba escondido el tesoro.
A finales de 1913 Peruggia sacó a la Mona Lisa en un baúl de doble fondo para llevarla a Italia. Le había escrito a un galerista florentino, a quien le pidió recompensa. Lo esperó en su hotel para que hiciera examinar la obra, pero al confirmarse su autenticidad la policía italiana detuvo a Peruggia, que no entendía semejante ingratitud: él esperaba una medalla por el noble gesto de devolver la obra a su país de origen.
Sobre las motivaciones de Peruggia ha habido varias hipótesis. La familia sostenía que actuó por patriotismo y venganza ante el maltrato sufrido en Francia como inmigrante. Una película alemana de 1931 destaca su amor por Mathilde, una joven tan parecida a la Gioconda que lo habría empujado a robar su retrato. Art Lover, obra de teatro de Jules Tasca, retomó la influencia de Mathilde, una ex prostituta, para armar un triángulo amoroso con Vincenzo y la Gioconda.
Joe Medeiros, quien lleva treinta años obsesionado con la historia, hizo un documental, disponible en Netflix, que describe a Mathilde como una humilde alsaciana que Peruggia conoció trabajando, que fue su amante y prometida hasta que ella le descubrió cartas de otras mujeres y lo abandonó. Este escenario de la joven provinciana que de buenas a primeras se convierte en amante de un pobre extranjero discriminado al que, además, abandona por tener demasiadas mujeres, es inverosímil. Tal situación no encaja en una época de miseria sexual generalizada entre los solteros inmigrantes. Sobre todo cuando los protocolos matrimoniales le sumaban a la virginidad la norma informal de no relacionarse con gente ajena a la región de origen.
En realidad, Perugia había conocido a Mathilde pagando por sus encantos. Un periódico de la época cuenta que ella estaba un día con Giulio Bonario, un vividor, cuando se encontraron con Peruggia. Cenaron y fueron a un salón de baile en dónde, tras una discusión, Bonario apuñaló a la joven. Vincenzo se ocupó de ella y la llevó a donde una vecina italiana que la atendió por tres semanas hasta que se recuperó. “La mujer herida se convirtió en su amante. Era tan hermosa que él la mostraba orgullosamente a sus amigos”.
Solo así resulta creíble la propuesta teatral de Tasca: la prostituta rescatada por el inmigrante que le prometió cielo y tierra. El triángulo amoroso entre Vincenzo, Mathilde y la Gioconda habría sido una trama realista si el dramaturgo no la hubiera contaminado con elucubraciones sobre el dilema de la madona y la puta.
Un par de conjeturas aclaran el asunto. Para Mathilde, la puñalada de Bonario habría sido la gota que rebosó la copa de los riesgos del oficio y el gesto de Peruggia al encargarse de ella un primer paso cautivador. Tras la convalecencia, él habría tenido que seducirla a crédito, asegurándole que pronto iba a vender el cuadro que había robado por ella. Es imposible creer que Mathilde desconocía semejante tesoro escondido, como afirmó ante las autoridades. Era lo único que tenía Vincenzo para retenerla. Es diciente que, en esa misma declaración, ella hiciera alusión al baúl que escondía la obra y asegurara haberle advertido a su prometido que, cuando se casaran, ella no aceptaría tener algo tan aparatoso en su hogar. En otros términos, “la Gioconda o yo”. La impaciencia de Mathilde ante las dificultades para negociar la obra habría forzado a Peruggia a venderla en Italia. La jugosa transacción era indispensable para convencer a su prometida de que él sí podía garantizarle el futuro que ella merecía.
Coignard, Jérôme (1990). On a volé la Joconde. Paris: Pol'Art
Scotti, R.A. (2009). Vanished Smile. The Mysterious Theft of Mona Lisa. NY: Alfred Knoff

