jueves, 7 de mayo de 2020

Idealismo, necesidades y lujos

Publicado en El Espectador, Mayo 7 de 2020
Columna después de los memes







Mi confinamiento es campestre, con espacio suficiente para un taller. Aún así, me atormenta el sinsentido reinante.

Al no poder comprar materiales me volví reciclador, pero hace poco me hizo falta una pieza. Fui a buscarla al hipermercado que visito esporádicamente, en un centro comercial a 30 km. Cuando voy, aprovecho el viaje para pasar por la librería, mirar vitrinas y curiosear una enorme ferretería. Esta vez me golpeó ver todo cerrado.

Palpé lo absurdo del encierro. El hipermercado tenía bastante movimiento. Menor al habitual pero con mucha más gente por m2 de la que nunca he encontrado en cualquiera de los comercios clausurados. El chance de contagio era varias veces superior al que habría en cualquiera de esos locales si los dejaran funcionar. Me irritó de nuevo que una burocracia ansiosamente intervencionista asumiera la prerrogativa de decidir quiénes sobreviven, hasta hacen su agosto vendiendo necesidades, y quiénes deben pasar dificultades o quebrarse, por ser mercaderes de lujos. Esa decisión ya no es epidemiológica: es política autoritaria con pésima microeconomía y peor organización industrial.

Cualquier hipermercado ofrece bastante más que alimentación. Sin mencionar bancos, grandes beneficiarios del despotismo son monstruos del comercio minorista. Se les permitió robarles clientela a pequeños negocios, incluso a quienes vendían en la calle jugos o empanadas y quedaron sin ingresos. Los mismos protocolos sanitarios de lugares autorizados a vender se han debido extender hasta los informales. Eso requería esfuerzo mental y administrativo, era más laborioso y menos expedito que mandar cerrar, pero habría evitado mucho daño a personas vulnerables, sumado a irresponsables compromisos fiscales.

Regresé a compartir mis inquietudes en familia pero recibí un pedagógico sermón de conformismo, reforzado con el dogma que en el confinamiento toca alimentarse pero todo lo demás es accesorio. Sentí de inmediato el “en casa de herrero, azadón de palo”: un pragmático empírico que crió idealistas irredimibles. Papá y mamá economistas no lograron transmitirle a la prole, con posgrado francés en administración, elementos básicos de micro, ni antídotos contra la mentalidad medieval y religiosa que separa tajantemente necesidades de lujos. Solamente Ana, adolescente, rebelde visceral aún inmune a la retórica oficial, anotó que “para mí sí son necesarios los buenos zapatos”. Feminista light, la aburren los almacenes no especializados en moda, de poco surtido y pésimo gusto. Con el lamentable ambiente que dejará la pandemia no será fácil formarla como ciudadana defensora de la sociedad abierta, laica y democrática, capaz de protestar ante cualquier asomo de tiranía.

No sorprende que los marxistas ignoren consumo, demanda, preferencias y  gustos personales: así los formatearon. Pero es demencial que la tecnocracia económica, o personas acostumbradas a elegir minuciosamente todas sus compras, avalen el exabrupto de autoridades repartiendo mercados, favoreciendo ciertos oficios y asignando poder oligopólico a gigantes de la distribución. La necesidad de decisiones individuales descentralizadas en los mercados, la imposibilidad de acopiar y procesar tanta información, que pensábamos eran principios aceptados y asimilados, se esfumaron. Como si la medicina volviera a las epidemias como castigo divino, los malos aires o los cuatro humores. Los estruendosos fracasos planificadores soviético y cubano parecerían no haber ocurrido.

Buscando camas hospitalarias, el atropello burocrático colombiano está quebrando clínicas privadas. Mientras tanto, al dejar de pagar todo tipo cirugías, las EPS están de plácemes. Tocará remendar esos entuertos y otros que les sigan en la colcha de retazos dirigista.

En regímenes totalitarios, un sabio comité central conoce las necesidades del pueblo. Decide qué bienes básicos se producen y con qué tecnología. Cuando en 1949 los comunistas chinos llegaron al poder, usaban ropa estandarizada que no diferenciaba rango ni sexo. En aldeas remotas la gente recibía sus vestidos en tela de algodón azul copiados del uniforme militar. Se consideraba antipatriótico vestirse de otra manera, cualquier toque personal implicaba desperdicio de recursos. Los líderes chinos superaron ese idealismo generador de descontento y miseria. Todavía se autoproclaman comunistas pero fue gracias al pragmatismo que se tomaron muchos mercados mundiales. Comprendieron el juego: satisfacer la demanda.

Fidel Castro pregonaba no “estimular jamás el espíritu de derroche, el egoísmo de poseer lo que no necesitamos, la vanidad del lujo y la insaciabilidad de las apetencias”. Como buen tirano, él sí se daba gustos: playa privada, yate e infinitos caprichos. También lo entusiasmaba definir qué darle al pueblo. Estrenando revolución la población comería malangas. Después montó proyectos de gandul, espirulina, zapatos kikos plásticos, café con chícharo, plátano microjet, pasta de oca y vacas enanas.

Los déspotas siempre han recibido apoyo de intelectuales iluminados, expertos en arreglar actividades ajenas y reeducar a todo el mundo. Esta semana, un académico bogotano propuso “diferenciar los sectores que podrían crecer y aquellos que deberían decrecer drásticamente por conducir al desbordado consumismo… viajes innecesarios y consagrados al lujo y al derroche, preservación de viajes básicos, necesarios y sostenibles”. Para alcanzar tan loables objetivos, intriga saber si una dictadura será esencial o suntuaria. 




REFERENCIAS


Bonachea, Roberto (2008). Así habló Fidel Castro. Ediciones Idea

Cante, Fredy (2020). “Actividades económicas no esenciales y pandemia”. La Silla Llena, Abril 27


Chang, Jung & jon Halliday (2005). Mao. The Unnown Story. New York, Alfred A. Knopf

Cossío, Miguel (2016). “Los grandes disparates de Fidel Castro”. El Nuevo Herald, Nov 26