Publicado en El Espectador, Mayo 7 de 2020
Columna después de los memes
Los déspotas siempre han recibido apoyo de
intelectuales iluminados, expertos en arreglar actividades ajenas y reeducar a
todo el mundo. Esta semana, un académico bogotano propuso “diferenciar los
sectores que podrían crecer y aquellos que deberían decrecer drásticamente por
conducir al desbordado consumismo… viajes innecesarios y consagrados al lujo y
al derroche, preservación de viajes básicos, necesarios y sostenibles”. Para alcanzar tan loables objetivos, intriga saber si una dictadura será esencial o suntuaria.
Bonachea, Roberto (2008). Así habló Fidel Castro. Ediciones Idea
Cante, Fredy (2020). “Actividades económicas no esenciales y pandemia”. La Silla Llena, Abril 27
Columna después de los memes
Mi confinamiento es campestre, con
espacio suficiente para un taller. Aún así, me atormenta el sinsentido
reinante.
Al no poder comprar materiales me
volví reciclador, pero hace poco me hizo falta una pieza. Fui a buscarla al
hipermercado que visito esporádicamente, en un centro comercial a 30 km. Cuando
voy, aprovecho el viaje para pasar por la librería, mirar vitrinas y curiosear
una enorme ferretería. Esta vez me golpeó ver todo cerrado.
Palpé lo absurdo del encierro. El
hipermercado tenía bastante movimiento. Menor al habitual pero con mucha más
gente por m2 de la que nunca he encontrado en cualquiera de los comercios
clausurados. El chance de contagio era varias veces superior al que habría en
cualquiera de esos locales si los dejaran funcionar. Me irritó de nuevo que una
burocracia ansiosamente intervencionista asumiera la prerrogativa de decidir
quiénes sobreviven, hasta hacen su agosto vendiendo necesidades, y
quiénes deben pasar dificultades o quebrarse, por ser mercaderes de lujos.
Esa decisión ya no es epidemiológica: es política autoritaria con pésima
microeconomía y peor organización industrial.
Cualquier hipermercado ofrece
bastante más que alimentación. Sin mencionar bancos, grandes beneficiarios del
despotismo son monstruos del comercio minorista. Se les permitió robarles
clientela a pequeños negocios, incluso a quienes vendían en la calle jugos o
empanadas y quedaron sin ingresos. Los mismos protocolos sanitarios de lugares
autorizados a vender se han debido extender hasta los informales. Eso requería
esfuerzo mental y administrativo, era más laborioso y menos expedito que mandar
cerrar, pero habría evitado mucho daño a personas vulnerables, sumado a
irresponsables compromisos fiscales.
Regresé a compartir mis inquietudes
en familia pero recibí un pedagógico sermón de conformismo, reforzado con el
dogma que en el confinamiento toca alimentarse pero todo lo demás es accesorio.
Sentí de inmediato el “en casa de herrero, azadón de palo”: un pragmático
empírico que crió idealistas irredimibles. Papá y mamá economistas no lograron
transmitirle a la prole, con posgrado francés en administración, elementos
básicos de micro, ni antídotos contra la mentalidad medieval y religiosa que
separa tajantemente necesidades de lujos. Solamente Ana, adolescente, rebelde
visceral aún inmune a la retórica oficial, anotó que “para mí sí son necesarios
los buenos zapatos”. Feminista light, la aburren los almacenes no
especializados en moda, de poco surtido y pésimo gusto. Con el lamentable
ambiente que dejará la pandemia no será fácil formarla como ciudadana defensora
de la sociedad abierta, laica y democrática, capaz de protestar ante cualquier
asomo de tiranía.
No sorprende que los marxistas ignoren
consumo, demanda, preferencias y
gustos personales: así los formatearon. Pero es demencial que la
tecnocracia económica, o personas acostumbradas a elegir minuciosamente todas
sus compras, avalen el exabrupto de autoridades repartiendo mercados, favoreciendo
ciertos oficios y asignando poder oligopólico a gigantes de la distribución. La
necesidad de decisiones individuales descentralizadas en los mercados, la
imposibilidad de acopiar y procesar tanta información, que pensábamos eran
principios aceptados y asimilados, se esfumaron. Como si la medicina volviera a
las epidemias como castigo divino, los malos aires o los cuatro humores. Los
estruendosos fracasos planificadores soviético y cubano parecerían no haber
ocurrido.
Buscando camas hospitalarias, el
atropello burocrático colombiano está quebrando clínicas privadas. Mientras
tanto, al dejar de pagar todo tipo cirugías, las EPS están de plácemes. Tocará
remendar esos entuertos y otros que les sigan en la colcha de retazos
dirigista.
En regímenes totalitarios, un sabio
comité central conoce las necesidades del pueblo. Decide qué bienes básicos se
producen y con qué tecnología. Cuando en 1949 los comunistas chinos llegaron al
poder, usaban ropa estandarizada que no diferenciaba rango ni sexo. En aldeas
remotas la gente recibía sus vestidos en tela de algodón azul copiados del
uniforme militar. Se consideraba antipatriótico vestirse de otra manera,
cualquier toque personal implicaba desperdicio de recursos. Los líderes chinos
superaron ese idealismo generador de descontento y miseria. Todavía se
autoproclaman comunistas pero fue gracias al pragmatismo que se tomaron muchos
mercados mundiales. Comprendieron el juego: satisfacer la demanda.
Fidel Castro pregonaba no
“estimular jamás el espíritu de derroche, el egoísmo de poseer lo que no
necesitamos, la vanidad del lujo y la insaciabilidad de las apetencias”. Como
buen tirano, él sí se daba gustos: playa privada, yate e infinitos caprichos.
También lo entusiasmaba definir qué darle al pueblo. Estrenando revolución la
población comería malangas. Después montó proyectos de gandul, espirulina,
zapatos kikos plásticos, café con chícharo, plátano microjet, pasta de oca y
vacas enanas.
REFERENCIAS
Bonachea, Roberto (2008). Así habló Fidel Castro. Ediciones Idea
Cante, Fredy (2020). “Actividades económicas no esenciales y pandemia”. La Silla Llena, Abril 27
Chang, Jung & jon Halliday (2005). Mao. The Unnown Story. New York, Alfred A. Knopf
Cossío, Miguel (2016). “Los grandes
disparates de Fidel Castro”. El Nuevo Herald, Nov 26