domingo, 8 de septiembre de 2019

Las farianas, de Marquetalia al posconflicto

Texto después de las gráficas







Inicialmente, en las Farc casi no había mujeres combatientes. Durante los ochenta aumentaron y rejuvenecieron. Desde el Cagúan se diversificaron tanto que es un despropósito asimilarlas todas a campesinas que volverán al terruño.

Cuando Jacobo Arenas llegó a Marquetalia en 1964 para informarle a Marulanda del ataque a la región, “52 campesinos y dos mujeres” de la autodefensa campesina decidieron evacuar. Según testimonios recogidos por Arturo Álape, “en el grupo móvil éramos 27, incluyendo tres mujeres”. Con esos superávits masculinos, se entiende que hubiera prostitutas. Arenas menciona “mujerzuelas de mala muerte” que creían infiltradas del ejército. Tirofijo habla del desbalance y del peligro de espionaje en los amoríos fugaces. 

En los setenta, con cuadros urbanos, todavía hay poquísimas guerrilleras. Jaime Bateman, fundador del M-19 y mujeriego empedernido, tuvo que controlarse en las Farc. “Con tan pocas mujeres, se desesperan los que no tienen compañera”. Por eso las relaciones debían ser monógamas y estables: “no puede permitirse la infidelidad”, sentencia, pues sería “facilísimo que un comandante ejerza privilegios sexuales o que una guerrillera que pase de hamaca en hamaca la liquiden”. Las relaciones furtivas con campesinas eran imposibles porque las familias se quejaban de que “las muchachas no podían salir solas”. Bateman no lo cuenta, pero seguramente visitaban burdeles pueblerinos. 

Según datos de la Memoria Histórica, el reclutamiento de menores y mujeres empezó veinte años después del nacimiento de las Farc y el ELN. Corroborando esa información, en la visita que Alma Guillermoprieto, periodista mexicana, le hizo a Tirofijo en 1986, la sorprendió su escolta, “conformada básicamente por mujeres jóvenes… los comandantes estaban envejeciendo, (pero) guerrilleros y guerrilleras eran de una juventud asombrosa”. 

Otro quiebre del reclutamiento ocurrió en el Caguán. Las Farc mantenían gran prestigio por su poderío económico, un territorio sin persecución militar y haber dejado plantado al presidente al iniciarse los diálogos. Las solicitudes de ingreso crecieron tanto que saltaron los filtros: entraron campesinos, infiltrados y delincuentes. Según una reinsertada, “cuando llegué a la guerrilla, era indispensable pertenecer a una familia conocida. Pero en el despeje, los reclutadores iban a zonas cocaleras, donde había cientos de raspachines y andaban en moto, con buenas camisas, jeans, lociones… En las discotecas, ya borrachos decían: ¿por qué no ingresan a la guerrilla? Allá tienen de todo, van a vivir muy bien”. Los burdeles eran supervisados por guerrilleras armadas hasta los dientes y con muchas joyas que fungían de autoridad. El imán fue poderoso: en San Vicente “niños, niñas y jóvenes solicitan (a distintas autoridades) que intercedan para su ingreso a las FARC”. Tirofijo proclamaba “tenemos una norma: reclutamos de 15 años en adelante”.

Entrevistada cuando lanzó en Argentina el libro sobre su cautiverio, Ingrid Betancourt anotó que "en general las guerrilleras ejercieron antes la prostitución, por lo que ven las FARC como un ascenso". Según Luis Eladio Pérez, también secuestrado, “la guerrilla recluta mujeres que han sido prostituidas casi desde niñas, y para ellas ser guerrilleras representa una opción de vida”. Una secuestrada anotó en su diario que de las siete mujeres del frente una había sido prostituta. Sospechaba de otra que “tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y maripositas” y cuya torpeza como combatiente era evidente. 

Eladio Pérez quedó desconcertado cuando lo llevaron al Caquetá para agruparlo con otros rehenes. “La guerrilla mandó muchachas bien chuscotas. No sé si eran guerrilleras o prostitutas pagadas para que entretuvieran el puesto de policía”. Su confusión persistió con el trueque de favores por sexo de las rangueras, “guerrilleras que tienen amores o se asocian con los guerrilleros de cierto rango (que) se pueden dar el lujo de comprarles un detalle”. Así, la mujer que había vendido sexo en zona cocalera antes de ser fariana, competía con jóvenes reclutadas vírgenes en regiones campesinas y “se siente superior a las demás”. Esas otras relegadas bien podrían ser Rosas Blancas que luego desertaban. 

Las prepagos de narcos, paramilitares o esmeralderos eran siempre aventuras fugaces, paralelas a la familia. Pero en las Farc una ranguera sexualmente experimentada no sólo obtenía beneficios económicos sino podía enamorar al comandante para organizarse y tener hijos sin que la obligaran a abortar. 

El ingenuo supuesto habanero de una guerrilla homogénea -campesinos y campesinas soñando cultivar su parcela- pasó factura con las disidencias. El candoroso guión aún requiere ajustes: Basta Ya, memoria oficial del conflicto, sólo ve prostitución forzada, ignorando el pujante comercio sexual alrededor de la coca. El Acuerdo, con enfoque de género agregado por Victoria Sandino y feministas compinches, silencia abortos forzados, Rosas Blancas y mujeres innombrables. La expresión machista “mujerzuelas de mala muerte” de Jacobo Arenas al menos reconocía su existencia. Deformar de tal manera la realidad de los asuntos de pareja en la guerrilla garantiza no entender buena parte del conflicto, ni los avatares de la reinserción. 


REFERENCIAS

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Arango, Carlos (1984). FARC Veinte Años. De Marquetalia a La Uribe. Bogotá: Ediciones Aurora

Álvarez-Correa Miguel y Julián Aguirre (2002). Guerreros sin sombra. Niños, niñas y jóvenes vinculados al conflicto armado. Bogotá: ICBF, Procuraduría General de la Nación


Arenas, Jacobo (sf). Diario de la Resistencia de Marquetalia. Verisón digital.

Betancourt, Ingrid (2012). No hay silencio que no termine. Bogotá: Punto de Lectura

Castrillón Pulido, G. Y. (2014). 2¿Víctimas o victimarias? El rol de las mujeres en las FARC. Una aproximación desde la teoría de género”. OPERA16, pp. 77-95.

Guillermoprieto, Alma (2008). Las guerras en Colombia. Bogotá: Aguilar

Lara, Patricia (1982). Siembra vientos y recogerás tempestades. Bogotá: Planeta

Lara, Patricia (2000). Las mujeres en la guerra. Bogotá: Planeta

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Moreno, Andrés (2008). “Cómo es … el sexo en la guerrilla”. Revista SoHoJulio

Pérez, Luis Eladio y Darío Arizmendi (2008). Siete años secuestrado por las FARC. Aguilar

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Rubio, Mauricio (2013). "No llores por Tanja, Colombia. Mujeres en el conflicto armado". Documento de Trabajo, Fundación Ideas para la Paz, FIP, Abril

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___________________(2018). "Nadia Murad y la Rosa Blanca". El Espectador, Oct 11

Rueda, Zenaida (2009). Confesiones de una guerrillera. Bogotá: Planeta

Salvatierra, Pedro (2001). Confesiones de un secuestrado. Crónicas del Sumapaz. Bogotá: Intermedi


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