Nadia Murad, Nobel de la paz 2018, fue
violada y secuestrada por militantes del Estado Islámico. La vendieron como
esclava sexual pero pudo escaparse antes de que la obligaran a prostituírse, una
práctica usual de ese grupo.
Raptar mujeres para forzarlas a vender sexo
requiere un mínimo de capacidad militar. No todas las organizaciones armadas
ilegales se involucran en ese complejo negocio. De las múltiples y variadas mafias
existentes en Colombia, ninguna se ha dedicado a la trata de mujeres. Por eso
son escasos los testimonios de prostitución forzada, rufianes o chulos, comunes
en otras sociedades y épocas, como Argentina a principios del siglo XX. El
reclutamiento de menores para los comandantes guerrilleros es violencia o esclavitud
sexual, pero no prostitución.
Los capos colombianos han sido siempre
clientes asiduos de la prostitución, rara vez proveedores. Para esmeralderos y narcos
en sus épocas de oro, las prepago hacían parte del consumo suntuario habitual y
de sus relaciones públicas con los politicos. Entre guerrilleros y
paramilitares hay testimonios sobre contratación de prostitutas para la tropa,
no sobre raptos y proxenetismo. Las noticias sobre explotación sexual de
menores siempre son confusas, sin ningún testimonio verosímil, ni esfuerzos de
reportería. Se trata de simples cajas de resonancia de ONGs, militantes y de “autoridades
competentes” que con frecuencia, en otros países, están involucradas en la
trata.
No sorprende el desparpajo con el que
Liliana del Carmen Campo, la célebre Madame cartagenera acusada de liderar una
red de proxenetismo habla de su caso, que califica de verdadero circo. “Solamente
le faltan los payasos” anota socarronamente. Ya en serio aclara que jamás ha
trabajado con menores. “Nunca he tenido en mis grupos ni siquiera chicas de 18
años. Las que iban a mis eventos lo hacían por su voluntad”.
Es bien extraño que en los últimos
“desmantelamientos” de supuestas redes de proxenetas de menores realizados en
Colombia hayan estado envueltas autoridades norteamericanas. Sorprende, por
ejemplo, que en el operativo contra Liliana Campo en Cartagena haya participado
la agencia estadounidense HSI (Homeland Security Investigations) y en el de
Leonarda Camara, la “Madame del Amazonas”, realizado en Puerto Nariño, haya
cooperado el Servicio de Seguridad Diplomática de la embajada de los Estados
Unidos. Fuera de deformación, dramatismo y sesgos, o de canitas al aire -como
la del escolta de Obama con Dania Londoño- ¿qué pueden aportar agentes de
seguridad adoctrinados con que la prostitución, así sea de mujeres adultas, es
un crimen? Sin querer queriendo, el puritanismo anglosajón, esta vez con
fachada feminista, está metiendo al mundo en una cruzada tan perversa como la
de las drogas.
Según la Encuesta Nacional de
Demografía y Salud 2015 (ENDS), 0.3% de las colombianas han sido forzadas
alguna vez “a tener sexo por dinero”. El grueso (84%) de este sometimiento fue
ejercido por personas conocidas, sobre todo familiares (48%). Entre menores de
edad, la participación de parientes aumenta al 60%. Suponiendo que cualquier partícipe
del comercio sexual –taxista, recepcionista de hotel, agente de viajes- hace
parte de una organización criminal, máximo una de cada siete de las adolescentes
obligadas a vender sexo en el país habrían sido víctimas de traficantes. La
prostitución forzada en Colombia es más una extensión del abuso sexual, o una
perversión del matrimonio por conveniencia familiar, que tráfico de mujeres por
mafias, generalización tercamente manufacturada por feministas anglosajonas y hoy
extendida al resto del mundo por ONGs y agencias multilaterales.
Una encuesta realizada en Bogotá en
2018, muestra que tan solo una de cada nueve prostitutas reporta haber sido forzada
alguna vez a vender sexo y, de nuevo, la gran mayoría lo fueron por parientes o
conocidos. Así, menos del 1% de quienes ejercen la prostitución en la capital han
sufrido coerción de extraños, un dato que corrobora el limitado papel de las
mafias en la inducción al comercio sexual colombiano. Esta encuesta, como la
ENDS, muestra una fracción mayor, aún pequeña pero crítica, de menores de edad forzadas
a la prostitución no por misteriosos traficantes sino por sus propias familias.
Confundir a la ligera esos dos tipos victimarios es un enorme desacierto para
la prevención. Con la posible excepción de las cárceles, el peligro está menos en
el bajo mundo que en unos cuantos hogares.
A finales del siglo XVIII se señalaba
que en Latinoamérica “algunas esclavas negras fueron destinadas por sus amos a
esa profesion (prostitución). Lo hicieron compelidas por la fuerza. Al ser
esclavas no podían rehusarse”. Por la misma época, el alcalde de Santa Fe de
Bogotá lamentaba que “por más que procuro cortar el delito de amancebarse con
los soldados, no es posible conseguirlo porque cada vez crecen más en este
vecindario las mujeres prostitutas que, aún apartándose de ellas, los persiguen
a los mismos cuarteles”. A pesar de los esfuerzos por “limpiar esta República
de mujeres mal entretenidas y entregadas a un libertinaje el más desenfrenado”,
el Comandante de esa plaza no podía “contener a los soldados en los términos que
desea por la provocación de esas mujercillas tan prostitutas que, abandonando
los Pueblos y Parroquias de afuera de donde son oriundas, se acogen a esta
ciudad para vivir a su entera libertad”. Esta es una somera y reaccionaria descripción
del libre albedrío de féminas rebeldes, no la resignación de víctimas. Como
muchas mujeres, la mayoría de las prostitutas colombianas huían de sus familias
y emigraban a la capital sin proxenetas. Hoy lo hacen, también autónomamente, a
otros países.
Cuando la esclavitud y la servidumbre
incondicional estaban establecidas y aceptadas, con patriarcado intacto, riesgo
sanitario sin antibióticos, condena religiosa a las pecadoras, “oprobio y
estigma” de vecinos, amenaza de encarcelamiento o destierro, a muchas de las llamadas
mujeres públicas las forzaban a dejar su oficio, no a practicarlo. Y reincidían.
En 1790, “por su excesivo número se procedió al llamado depósito de las mujeres
de vida licenciosa… se creó la casa de recogidas”. Ese mismo año, la diócesis de
Bogotá dispuso comprar una casa “en que se encerrasen las mujeres escandalosas”.
Eran lugares de reclusión, no refugios.
Décadas de cartilla feminista e
ingentes recursos puritanos deformaron por completo el sentido del término
coerción en el comercio sexual, arrebatándole a ciertas insumisas su capacidad
de agencia para encasillarlas en la difusa categoría de víctimas sexuales. Esa burda
simplificación dificulta no solo regular la actividad voluntaria, sino prevenir
la prostitución de menores y
combatir eficazmente la trata.
REFERENCIAS
BBC Mundo (2019). “Madame del Amazonas: cae red de explotación sexual que traficaba con niños en Colombia, Brasil y Perú”. Feb 15
Domínguez Gómez, Libia Paola (2012). “Dania Londoño, en busca de conquistar mundo empresarial”. El Universal, Jun 7
El Universal (2018). “Te doy la misma cuota y ya van a venir amaestradas”: los audios de 'Madame'. Agosto 7
Kaval, Allan (2018). “Nadia Murad, des
chaînes de l’Etat islamique au prix Nobel de la paix”. Le Monde, Oct 5
Morris, Loveday (2018). “Murad’s story is one of unbelievable bravery and survival. It’s also one of thousands”. The Washington Post, Oct 5
Monge, Yolanda (2012). “El escándalo de los
escoltas de Obama en Cartagena se extiende”. El País, Abr 17
Morris, Loveday (2018). “Murad’s story is one of unbelievable bravery and survival. It’s also one of thousands”. The Washington Post, Oct 5
Olivos Lombana, Andrés (2018). Prostitución y "mujeres públicas" en Bogotá, 1886-1930. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana
Orozco Ramos, Dalida (2018). “Mi caso es un circo, solamente le faltan los payasos”: ‘la Madame’. El Heraldo, Sep 17
Rubio, Mauricio, Marlene Espitia y Patricia Mugno (2018). "Encuesta de Servicios Sexuales en Bogotá", Metodología, Formulario Frecuencias Simples
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Orozco Ramos, Dalida (2018). “Mi caso es un circo, solamente le faltan los payasos”: ‘la Madame’. El Heraldo, Sep 17
Rubio, Mauricio, Marlene Espitia y Patricia Mugno (2018). "Encuesta de Servicios Sexuales en Bogotá", Metodología, Formulario Frecuencias Simples