lunes, 9 de septiembre de 2019

El enredo con la trata de colombianas


Nadia Murad, Nobel de la paz 2018, fue violada y secuestrada por militantes del Estado Islámico. La vendieron como esclava sexual pero pudo escaparse antes de que la obligaran a prostituírse, una práctica usual de ese grupo.


Raptar mujeres para forzarlas a vender sexo requiere un mínimo de capacidad militar. No todas las organizaciones armadas ilegales se involucran en ese complejo negocio. De las múltiples y variadas mafias existentes en Colombia, ninguna se ha dedicado a la trata de mujeres. Por eso son escasos los testimonios de prostitución forzada, rufianes o chulos, comunes en otras sociedades y épocas, como Argentina a principios del siglo XX. El reclutamiento de menores para los comandantes guerrilleros es violencia o esclavitud sexual, pero no prostitución.

Los capos colombianos han sido siempre clientes asiduos de la prostitución, rara vez proveedores. Para esmeralderos y narcos en sus épocas de oro, las prepago hacían parte del consumo suntuario habitual y de sus relaciones públicas con los politicos. Entre guerrilleros y paramilitares hay testimonios sobre contratación de prostitutas para la tropa, no sobre raptos y proxenetismo. Las noticias sobre explotación sexual de menores siempre son confusas, sin ningún testimonio verosímil, ni esfuerzos de reportería. Se trata de simples cajas de resonancia de ONGs, militantes y de “autoridades competentes” que con frecuencia, en otros países, están involucradas en la trata.

No sorprende el desparpajo con el que Liliana del Carmen Campo, la célebre Madame cartagenera acusada de liderar una red de proxenetismo habla de su caso, que califica de verdadero circo. “Solamente le faltan los payasos” anota socarronamente. Ya en serio aclara que jamás ha trabajado con menores. “Nunca he tenido en mis grupos ni siquiera chicas de 18 años. Las que iban a mis eventos lo hacían por su voluntad”.

Es bien extraño que en los últimos “desmantelamientos” de supuestas redes de proxenetas de menores realizados en Colombia hayan estado envueltas autoridades norteamericanas. Sorprende, por ejemplo, que en el operativo contra Liliana Campo en Cartagena haya participado la agencia estadounidense HSI (Homeland Security Investigations) y en el de Leonarda Camara, la “Madame del Amazonas”, realizado en Puerto Nariño, haya cooperado el Servicio de Seguridad Diplomática de la embajada de los Estados Unidos. Fuera de deformación, dramatismo y sesgos, o de canitas al aire -como la del escolta de Obama con Dania Londoño- ¿qué pueden aportar agentes de seguridad adoctrinados con que la prostitución, así sea de mujeres adultas, es un crimen? Sin querer queriendo, el puritanismo anglosajón, esta vez con fachada feminista, está metiendo al mundo en una cruzada tan perversa como la de las drogas.

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015 (ENDS), 0.3% de las colombianas han sido forzadas alguna vez “a tener sexo por dinero”. El grueso (84%) de este sometimiento fue ejercido por personas conocidas, sobre todo familiares (48%). Entre menores de edad, la participación de parientes aumenta al 60%. Suponiendo que cualquier partícipe del comercio sexual –taxista, recepcionista de hotel, agente de viajes- hace parte de una organización criminal, máximo una de cada siete de las adolescentes obligadas a vender sexo en el país habrían sido víctimas de traficantes. La prostitución forzada en Colombia es más una extensión del abuso sexual, o una perversión del matrimonio por conveniencia familiar, que tráfico de mujeres por mafias, generalización tercamente manufacturada por feministas anglosajonas y hoy extendida al resto del mundo por ONGs y agencias multilaterales.

Una encuesta realizada en Bogotá en 2018, muestra que tan solo una de cada nueve prostitutas reporta haber sido forzada alguna vez a vender sexo y, de nuevo, la gran mayoría lo fueron por parientes o conocidos. Así, menos del 1% de quienes ejercen la prostitución en la capital han sufrido coerción de extraños, un dato que corrobora el limitado papel de las mafias en la inducción al comercio sexual colombiano. Esta encuesta, como la ENDS, muestra una fracción mayor, aún pequeña pero crítica, de menores de edad forzadas a la prostitución no por misteriosos traficantes sino por sus propias familias. Confundir a la ligera esos dos tipos victimarios es un enorme desacierto para la prevención. Con la posible excepción de las cárceles, el peligro está menos en el bajo mundo que en unos cuantos hogares.

A finales del siglo XVIII se señalaba que en Latinoamérica “algunas esclavas negras fueron destinadas por sus amos a esa profesion (prostitución). Lo hicieron compelidas por la fuerza. Al ser esclavas no podían rehusarse”. Por la misma época, el alcalde de Santa Fe de Bogotá lamentaba que “por más que procuro cortar el delito de amancebarse con los soldados, no es posible conseguirlo porque cada vez crecen más en este vecindario las mujeres prostitutas que, aún apartándose de ellas, los persiguen a los mismos cuarteles”. A pesar de los esfuerzos por “limpiar esta República de mujeres mal entretenidas y entregadas a un libertinaje el más desenfrenado”, el Comandante de esa plaza no podía “contener a los soldados en los términos que desea por la provocación de esas mujercillas tan prostitutas que, abandonando los Pueblos y Parroquias de afuera de donde son oriundas, se acogen a esta ciudad para vivir a su entera libertad”. Esta es una somera y reaccionaria descripción del libre albedrío de féminas rebeldes, no la resignación de víctimas. Como muchas mujeres, la mayoría de las prostitutas colombianas huían de sus familias y emigraban a la capital sin proxenetas. Hoy lo hacen, también autónomamente, a otros países.

Cuando la esclavitud y la servidumbre incondicional estaban establecidas y aceptadas, con patriarcado intacto, riesgo sanitario sin antibióticos, condena religiosa a las pecadoras, “oprobio y estigma” de vecinos, amenaza de encarcelamiento o destierro, a muchas de las llamadas mujeres públicas las forzaban a dejar su oficio, no a practicarlo. Y reincidían. En 1790, “por su excesivo número se procedió al llamado depósito de las mujeres de vida licenciosa… se creó la casa de recogidas”. Ese mismo año, la diócesis de Bogotá dispuso comprar una casa “en que se encerrasen las mujeres escandalosas”. Eran lugares de reclusión, no refugios.

Décadas de cartilla feminista e ingentes recursos puritanos deformaron por completo el sentido del término coerción en el comercio sexual, arrebatándole a ciertas insumisas su capacidad de agencia para encasillarlas en la difusa categoría de víctimas sexuales. Esa burda simplificación dificulta no solo regular la actividad voluntaria, sino prevenir la prostitución de menores y  combatir eficazmente la trata.

REFERENCIAS

BBC Mundo (2019). “Madame del Amazonas: cae red de explotación sexual que traficaba con niños en Colombia, Brasil y Perú”. Feb 15

Domínguez Gómez, Libia Paola (2012). “Dania Londoño, en busca de conquistar mundo empresarial”. El UniversalJun 7


El Universal (2018). “Te doy la misma cuota y ya van a venir amaestradas”: los audios de 'Madame'. Agosto 7



Kaval, Allan (2018). “Nadia Murad, des chaînes de l’Etat islamique au prix Nobel de la paix”. Le MondeOct 5

Morris, Loveday (2018). “Murad’s story is one of unbelievable bravery and survival. It’s also one of thousands”. The Washington PostOct 5
Monge, Yolanda (2012). “El escándalo de los escoltas de Obama en Cartagena se extiende”. El PaísAbr 17

Morris, Loveday (2018). “Murad’s story is one of unbelievable bravery and survival. It’s also one of thousands”. 
The Washington PostOct 5


Olivos Lombana, Andrés (2018). Prostitución y "mujeres públicas" en Bogotá, 1886-1930. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Orozco Ramos, Dalida (2018). “Mi caso es un circo, solamente le faltan los payasos”: ‘la Madame’. El HeraldoSep 17


Rubio, Mauricio, Marlene Espitia y Patricia Mugno (2018). "Encuesta de Servicios Sexuales en Bogotá", Metodología, Formulario Frecuencias Simples