La ganadora del Nobel de la paz 2018
soñaba con ser maestra. Su vida cambió para siempre a los 21 años, cuando los
militantes del Estado Islámico la secuestraron y la violaron.
La mayor parte de los habitantes de
Kocho, su pueblo en la región yazidí de Iraq, no huyeron, pero tampoco aceptaron
convertirse a la religión musulmana. Los hombres fueron masacrados y apilados
en fosas comunes, a los niños y jóvenes los reclutaron los asesinos, mientras que
las mujeres, jóvenes y niñas quedaron condenadas a ser esclavas sexuales. Nadia
fue llevada a Mosul para ser vendida y revendida hasta que una familia
musulmana la ayudó a escapar. Llegó a Alemania como refugiada y se convirtió en
portavoz de su comunidad en el exilio.
Al enterarse del galardón recordó que
“no ha sido fácil para mí hablar de lo que me ocurrió, no es fácil para ninguna
mujer del Medio Oriente contar que ha sido esclava sexual”. El premio Nobel significa
mucho para ella. “Debemos trabajar con determinación, para demostrar que las
campañas genocidas no solo fracasarán, sino que también conducirán a que los
perpetradores rindan cuentas y las sobrevivientes reciban justicia”.
Luz Fary Palomar tenía apenas 10 años cuando
fue reclutada por las Farc junto a su hermana de 11. Les cambiaron de nombre y
las llevaron a un campamento en donde cerca de 60 menores recibían
entrenamiento militar. A los 13 la mandaron al Bloque Oriental, el del Mono
Jojoy. Allí “distinguió a Timochenko” quien al poco tiempo abusó de ella. Quedó
embarazada y le practicaron un aborto. “Cuando cumplí 14, el Paisa me
violó”; después de una fiesta volvió
a hacerlo y de nuevo quedó embarazada, lista para otro aborto.
Cuando salía del colegio, a Alexandra
se la llevaron las Farc para una zona rural del corregimiento Maracaibo en el
Tolima. “El primero en abusar de mi fue Jerónimo; fueron tres noches seguidas,
hizo lo que quería y me dijo salga de aquí y póngase a trabajar… el jefe de
finanzas, El Zorro, también y otro, el Toro, dos o tres veces”. Ingenuamente
creyó que su situación cambiaría contándole a Victoria Sandino, actual senadora
y líder feminista, pero no. “Ella decía que tenía que aguantarme, que a eso
habíamos ido las mujeres a las Farc”.
Desde el valiente testimonio de Sara Morales,
también abusada desde niña y obligada a bailar con su violador para guardar las
apariencias, denuncias de reclutamiento de menores, violaciones y abortos
forzados en las Farc han sido divulgadas por la Corporación Rosa Blanca, creada
por ex guerrilleras desertoras. Las integrantes de esta organización celebraron
el Nobel concedido a una víctima de abuso sexual como ellas. Se identifican con
su lucha contra la impunidad y recibieron la noticia del premio “con esperanza”.
A diferencia de Nadia Murad y las
mujeres de la Rosa Blanca, conscientes de la dificultad para recordar los
ataques pero empeñadas en que se haga justicia, y de los ex comandantes farianos
que declaran que a los violadores los fusilaban, en la cúspide del derecho y el
feminismo colombianos se pregona que en el posconflicto bastará tener los
relatos de la violencia sexual. Los supuestos que se hacen sobre los violadores
son tan estrafalarios como cínicos: "Si de entrada los victimarios saben
que recibirán penas altas de cárcel en vez de las que contempla el acuerdo de
paz, es muy probable que no tengan razones para reconocer crímenes sexuales
contra niñas, con lo que el Estado tendría que entrar a probarlos y las
víctimas tendrían que esperar mucho tiempo" se sentenció impávidamente en
una audiencia. Catalina Ruiz-Navarro endosó tranquilamente tan delirante
doctrina: “El castigo, aunque sea una medida populista y popular, no repara a
las víctimas: la violación no se deshace si el violador se pudre en la cárcel,
pero la dignidad sí se restaura con el reconocimiento y la verdad”. Dixit,
amén. Lo alucinante es que esa misma vanguardia que proclama la trascendencia
de la verdad, declarándola suficiente en nombre de las afectadas, ha ignorado olímpicamente
las denuncias de la Rosa Blanca.
Nuestro Nobel de la Paz, los
negociadores del mejor acuerdo posible, brillantes neopenalistas o la
parlamentaria feminista Sandino podrían darle unas lecciones de justicia
transicional a Naria Murad; enseñarle que las victimas de violencia sexual en
conflictos políticos se contentan con que se divulguen los hechos. Eso sí, relatados
voluntariamente por los agresores, porque a las mujeres violadas como ella o
las desertoras de las Farc hay que tomarlas menos en serio que a las actrices, ejecutivas
y universitarias del #MeToo, y no preocuparse por atender su clamor por
justicia penal, que siempre es vindicativa, está plagada de procedimientos
engorrosos y va a contrapelo del objetivo superior de alcanzar una paz estable
y duradera.
REFERENCIAS
BR (2017). “Éramos la carne de los comandantes: exguerrillera de Farc", BLU Radio, Dic 6
El Nodo (2018). "Víctima de las FARC desenmascara a Victoria Sandino: “Me decía que tenía que aguantarme las violaciones”. Ago 22
Hernández-Mora, Salud (2017) "El comandante me violó a los 11 años y me obligó a abortar tres veces". El Mundo, Dic 12
Kaval, Allan (2018). “Nadia Murad, des chaînes de l’Etat islamique au prix Nobel de la paix”. Le Monde, Oct 5
Morris, Loveday (2018). “Murad’s story is one of unbelievable bravery and survival. It’s also one of thousands”. The Washington Post, Oct 5
NC (2018). "Testimonio de dolor y amor de una mujer violada y obligada a abortar por las FARC". Noticias Caracol, Los Informantes, Ago 26
RCN (2017) "El criminal Pastor Alape me puso a bailar con el que me violó: desmovilizada de las FARC". Oiga, Dic 4
RCN (2017). ""Toda la vida no va a poder tapar el Sol con un dedo": exguerrillera a Pastor Alape". RCN Noticias, Dic 4
Ruiz-Navarro, Catalina (2018) “La JEP no es impunidad para la violencia sexual”, El Espectador, Ago 28
Semana (2018). “Violadores de niños en el conflicto: ¿podrán recibir los beneficios de la JEP?”. Semana, Ago 13