domingo, 3 de noviembre de 2019

Prepagos forzadas: otro mito por la paz

Publicado en El Espectador, Noviembre 7 de 2019
Texto después de las gráficas








Las disidencias en las Farc no son la única secuela del narcotráfico minimizada por el Acuerdo de Paz. La prostitución, cuya magnitud, ubicuidad y dinamismo son evidentes en Colombia, también fue silenciada. 

En cualquier guerra, desde la antigüedad, los ejércitos han estado preocupados por el sexo de la tropa casi tanto como por su alimentación. Han sometido esclavas sexuales pero también han contado con oferta voluntaria de visitadoras o soldaderas. En la mesa de La Habana se edulcoraron curtidos guerreros hasta el punto de desvincularlos del pujante mercado del sexo colombiano, que fue impulsado por distintas mafias, no tanto de traficantes como de solventes demandantes.

El idealismo es insuficiente para explicar ese desatino. Además del activsimo, fue determinante la obsesión santista por la imagen internacional. Autoridades norteamericanas, europeas y sobre todo suecas, empeñadas en que todo el planeta siga su ejemplo y criminalice clientes del sexo pago, jamás hubiesen respaldado diálogos con usuarios tan asiduos de la prostitución como los narcos, indudables inductores al oficio. Un jefe negociador nadaísta tuvo que tragarse un Acuerdo sexualmente hipócrita.  

Con 35% de hombres que reportan haber pagado por sexo, Colombia es lider mundial en prostitución. Es insensato ignorar una actividad utilizada por combatientes de distintos bandos y civiles de todos los estratos, que atrae  turistas y exporta servicios al Caribe, Latinoamérica, Europa, Golfo Pérsico, China, Japón... Ese oficio, con larga tradición en el país, es bien peculiar: no lo manejan rufianes ni chulos sino redes de mujeres independientes, como la Madame cartagenera recientemente detenida. Una élite intelectual cooptada y propensa a cualquier falacia por la paz avaló la fábula que la guerrilla más vieja del mundo permaneció siempre al margen de otra industria colombiana tan asociada al conflicto y tan destacada internacionalmente como la cocaína. La molestia con guionistas de TV que visibilizaron prepagos va en la misma línea de diferenciar a los románticos rebeldes de los narcos. Un iluminado se preguntaba si una serie no “entorpecía, ideológicamente, el proceso de paz que avanza en La Habana”. 

Laura Ardila y Yineth Bedoya, periodistas serias, describieron sin tapujos la prostitución en zonas de conflicto, dándole lecciones de profesionalismo a la historia oficial. En 1992 Florencia, Caquetá, era la “capital favorita de las trabajadoras sexuales”. Por el narcotráfico “no había dios o ley diferente a las Farc”. Mujeres de todo el país atendían comandantes guerrilleros que a veces les pagaban con coca,  el famoso “polvo por polvo”. Cual policías de muchas urbes del mundo, los matones preferían tirar sin pagar. “Los raspachines pagan lo que se les pida y hasta dan regalitos. Con los otros -militares, guerrilleros y paramilitares- es diferente; toca dárselo gratis, y como ellos son la autoridad...” anota Yadira. 

Un bogotano que se sentía “trabajando en el paraíso” alrededor de una base antinarcóticos escribía hace una década desde San José del Guaviare: “los prostíbulos están llenos de muchachitas divinas del Eje Cafetero”. Hay testimonios de jóvenes contratadas para servirle a la guerrilla, incluyendo escorts venezolanas .llevadas desde la frontera a campamentos donde por varias semanas atendían por turnos cortos a la tropa y de noche al comandante. Pagaba la organización, como en las Casas de Consuelo japonesas o en los planes de Pantaleón para sus visitadoras. 

Una etnografía del Grupo de Memoria Histórica sobre el comercio sexual en El Placer, Putumayo, desafía, desde el nombre de la localidad, la visión parcializada del informe final Basta Ya que solo menciona prostitución forzada. Este minucioso trabajo de campo muestra que a veces, incluso en una guerra, puede haber oferta sexual voluntaria. 

En la zona cocalera controlada por la guerrilla, un sitio concurrido era la fuente de soda. “Se vendía licor y se bailaba. Los clientes eran hombres civiles o armados atendidos por mujeres jóvenes. Muchas de ellas llegaron a la zona como raspachines, cocineras o empleadas de servicio en fincas cocaleras o laboratorios… Encontraron en las fuentes de soda lo que necesitaban, trabajando allí como meseras. Para  algunas, este lugar se convirtió en la entrada al mundo de la prostitución”. Según un comandante, era la “universidad” donde las jóvenes aprendían el oficio. “Las peladas comienzan a trabajar en las fuentes de soda, ya empiezan a compartir con los pelados que salían… No eran trabajadoras declaradas, sino más que todo reservadas”.

Para prostitutas establecidas, menos “solapadas” que las meseras, el escenario tampoco concuerda con la esclavitud sexual. “Llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta... Se armaban carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí. Bailaban, se bañaban y hacían sus necesidades”. En ese ambiente tan festivo era inevitable establecer contactos, incluso reclutar mujeres bonitas, arriesgadas y decididas para la guerrilla. Es eso, precisamente, lo que observaron personas secuestradas mantenidas varios años como rehenes en los campamentos de las Farc. 




REFERENCIAS


Ardila Arrieta, Laura (2008). “Ellas eran prostitutas y vencieron la guerra”. El EspectadorSep 20


Bedoya, Jineth (2002). "Las damiselas del conflicto", El Tiempo, Agosto 26



Gómez Córdoba, Gustavo (2008). “Trabajando en el paraíso”, El EspectadorAgosto 6



Rubio, Mauricio (2013). "El interpretador, la izquierda y el juicio al guionista". El EspectadorNov 28

_______________ (2014). "Entre mamagallistas, trascendentales y condescendientes". El EspectadorNov 6

_______________ (2016). "Las prepago de las Farc". El EspectadorAbril 21

_______________(2018). "Visitadoras prehispánicas". El EspectadorNov 18

Ramírez, María Clemencia (2012) Coord. El Placer. Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo. Informe del Centro de Memoria Histórica. Versión Digital