Publicado en El Espectador, julio 20 de 2023
Hasta hace relativamente poco, en política y educación, intimidar o infundir temor con catástrofes o desgracias era un monopolio de la extrema derecha.
En su obra Politics of Fear, de 2015, Ruth Wodak, lingüista austriaca especialista en “análisis del discurso” estudió este recurso tan común en los partidos de extrema derecha. Mostró cómo “recurrir al miedo es un motor esencial del discurso ultranacionalista y xenófobo que juega con el pavor al Otro, presentado como un peligro que se debe combatir”. La inquietud que surge ahora es si la izquierda, moderada o extrema, también utiliza esa táctica. La respuesta es positiva.
En una entrevista concedida a una semana de las elecciones generales en España, Pedro Sánchez sentencia que lo que está en juego es nada menos que “avanzar o meterse en un túnel del tiempo oscuro que no sabemos exactamente dónde nos llevará”. Desde el breve balance hecho con sus aliados tras la derrota en los comicios regionales, su prioridad ha sido minimizar cualquier posible diferencia entre el Partido Popular (PP) y Vox, calificándolos de “derecha extrema y extrema derecha”. La hecatombe sería que llegaran a aliarse para formar gobierno, un resultado que no deberá interpretarse como un fracaso del gobierno socialista sino como “el resultado de una ola reaccionaria alentada por los poderes económicos y mediáticos”.
Yolanda Díaz, líder de Sumar, la versión civilizada de Nosotras Podemos que el mismo Sánchez impulsó para recuperar el electorado perdido por la estridencia de la extrema izquierda, afirma que si Alberto Núñez Feijoo del PP gana las elecciones “va a provocar una recesión en nuestro país” y ya no habrá oportunidad de hablar lenguas distintas al castellano.
A pesar del esfuerzo por agrupar toda la derecha, que en Colombia sería equivalente a afirmar que cualquier conservador es laureanista, o furibista, en España el monstruo mayor se llama Vox y su poder maléfico es tal que contamina lo que se le acerque, incluso a quien hable con ellos que no sea para condenarlos al fuego eterno. Sus métodos rozan la brujería: lo que su líder Santiago Abascal planea con la cultura, por ejemplo, es “apropiarse de ella y reducirla a fuego lento para pontificar desde lo más alto una guerra cultural con la que adoctrinar al país”. Como si todo el electorado fuera menor de edad.
Una particularidad de este coco para estigmatizar es que solo sirve para un lado, la derecha. Hace unos meses un ciudadano señalaba que “El País se refiere continuamente a Vox con calificativos como la derecha extrema y la ultraderecha. Sin embargo, cuando habla de Podemos… nunca se le identifica como la extrema izquierda o la ultraizquierda”. Así, reclamaba un tratamiento similar para ambos partidos. Con burocrática tranquilidad, Soledad Alcaide, Defensora del Lector de dicho diario, respondió que el Libro de Estilo, el manual de funcionamiento de la redacción, define la palabra ultra como “extremista de derecha”.
Con la misma lógica queda claro que para la izquierda, “avanzar” o “progresar” equivale a moverse en la dirección recomendada por su ideología. Cualquier otra posibilidad será un bloqueo o retroceso.
El principal problema con la táctica de meter miedo a los votantes españoles de centro o izquierda es que para estas próximas elecciones ya dejó de ser una herramienta eficaz. Un porcentaje no despreciable de la población parecería más conforme con la definición irreverente de la ultraderecha que propone John Carlin, periodista e hispanólogo inglés, que con la del monstruo en el túnel hacia el pasado que esgrime el sanchismo. Para Carlin, Vox es básicamente “el partido de los españolitos cabreados”. Aunque admite que se trata del “último espasmo de la bestia franquista” y que es una fracción de la “España idiota que concibe la política como un duelo a garrotazos” vaticina que no llegará muy lejos. “Vox no sobrevivirá a la exposición a la luz, igual que su contraparte en la izquierda, Podemos, no ha podido. A Podemos le fue bien mientras jugaba a la política en la oposición, como hoy juega Vox. Ambos con estilos similares. Dueños de la verdad, siempre rabiosos, eternamente reclamando la preeminencia moral. Pablo Iglesias es otra caricatura más del españolito cabreado, diferente solo porque proviene de la izquierda”. Al entrar a participar en el gobierno, la extrema izquierda delató su inmadurez. Se hizo evidente que su prioridad no era tanto buscar el bienestar del pueblo sino provocar malestar en la burguesía a la que “media España pertenece y otra media España aspira a pertenecer”.
Cualquier parecido con el cabreo y el susto que mete el Pacto Histórico no es mera coincidencia. Así es la política ultra apasionada con vasta experiencia en la oposición y más bien poca en el arte de gobernar.
REFERENCIAS
Alcaide, Soledad (2023). "Por qué llamamos ultra a Vox (y no a Podemos)". El País, junio 25.
Carlin, John (2023). "El último espasmo de la bestia franquista". La Vanguardia, Julio 15
Martiarena, Asier (2023). “Vox y cultura, una defensa al ataque”. La Vanguardia, Julio 16