Publicado en El Espectador, Enero 12 de 2023
La feminista del siglo XX, el siglo del feminismo, fue Simone Veil. A su lado, palidece cualquier defensora de los derechos de la mujer, académica, política o activista. Misteriosamente, su vida y sus aportes se han ido olvidando.
Incluso en Francia la “mujer política cuya legitimidad está menos puesta en duda” fue abiertamente silenciada en los temas más complejos y controvertidos de la agenda feminista.
En 1993 cuando fue nombrada Ministra de Asuntos Sociales y Salud, el SIDA causaba estragos. De manera inmediata tomó medidas que explicó con detalle en su primera conferencia de prensa dedicada íntegramente al VIH. Invitó a no ceder al "miedo colectivo", subrayando que la respuesta al SIDA "será humanista o no será".
Para ella, los cambios debían darse "en la familia, la escuela, el hospital, la empresa, la sociedad en su conjunto". En sus dos años al frente de ese ministerio hizo de la lucha contra el SIDA "una prioridad absoluta”. Se duplicaron los créditos para la atención domiciliaria, aumentaron las plazas disponibles en apartamentos terapéuticos, se financió la atención psicológica, se ofreció apoyo jurídico y social a los afectados y se mejoró la formación de profesionales de la salud.
La decidida ministra destacó las dramáticas consecuencias de la epidemia entre usuarios de drogas. En 1993, cerca del 30% de las jeringas para inyectarse estaban infectadas con el VIH. Negándose a "clasificar entre la buena y la mala vida", Simone Veil anunció en 1994 varias medidas para frenar la contaminación entre personas tan vulnerables: puso fin al monopolio de las farmacias en jeringuillas estériles y autorizó la distribución por asociaciones. También potenció la sustitución de metadona, aumentando la disponibilidad de “centros de acogida para drogodependientes”. Entre 1993 y 1995 los programas de intercambio de jeringas se multiplicaron por 10.
La historia de cómo, en el pico de la epidemia del SIDA, siendo ministra, Simone Veil se convirtió en voluntaria que, a escondidas de las cámaras, visitaba enfermos terminales en el hospital de Broussais, no tiene parangón en los anales de la política o el feminismo.
Su eficacia y contundencia fueron posibles gracias a su buen conocimiento del terreno. Cuando trabajó en la dirección de la administración de prisiones entre 1957 y 1964, dedicaba gran parte de su tiempo a giras de inspección en los establecimientos. “Recorrí el territorio para descubrir una realidad desesperada que nunca podría haber imaginado. La situación carcelaria no se explicaba por una coyuntura particular. Era el resultado de malentendidos y negligencias firmemente arraigadas en las costumbres administrativas hasta el punto de que, al visitar las prisiones, a veces tenía la sensación de sumergirme en la Edad Media. Las condiciones de detención eran indescriptibles y escandalosas. Fue aterrador”.
En sus memorias Simone Veil destaca la importancia que tuvo para ella su deportación a los campos de concentración nazis para desarrollar “una sensibilidad extrema a todo lo que, en las relaciones humanas, genera humillación y desprecio de las otras personas”. Así, inspeccionando las prisiones y “detestando la promiscuidad física tanto como la alienación moral” no tuvo, según ella, alternativa distinta a convertirse en una especie de “militante de las prisiones”. Se preocupó en particular por la suerte de las detenidas. Aunque su número era infinitamente inferior al de los hombres y que, además, eran mucho más disciplinadas que ellos, “sufrían condiciones de detención particularmente rigurosas”. Para ella, todo parecía ocurrir como si la sociedad, a través del personal de vigilancia, se esforzara “no sólo por castigarlas, sino también por humillarlas”. En un centro penitenciario recientemente construido, “descubrió con estupor prácticas particularmente perversas”. Las detenidas vivían en celdas individuales decentes pero la directora “insistía en envenenar su existencia para saldar su deuda con la sociedad. Obsesionada por la homosexualidad, “se aferraba a los detalles más anodinos para multiplicar las amenazas y la intimidación”. Bastaba, por ejemplo, que una detenida le pasara un poco de azúcar a una compañera para recibir una sanción ejemplar.
Parece increíble que, con este historial, ninguna persona vinculada al periodismo, la historia o el feminismo se molestara en preguntarle a Simone Veil las razones por las que el 13 de enero de 2013 saliera, acompañada de su esposo, a la manifestación contra el matrimonio igualitario con una pancarta de los organizadores de la marcha.
Varios medios reportaron que ella simplemente salió a “saludar manifestantes”; una periodista la disculpó anotando con displicencia que sí fue feminista, pero también “una mujer de su época”, léase homófoba. Sólo el Huffpost osó plantear que era probable que se opusiese a la adopción gay un tema sobre el que había reflexionado. Una perspicaz investigadora de Le Monde concluyó que de ese incómodo misterio no podría deducirse que Simone Veil estuviera en contra de una ley tan progresista e incluyente puesto que “ella nunca ha tomado una posición pública sobre este tema, a través de textos o discursos”.
REFERENCIAS
Veil, Simone (2007). Une vie. Stock
De Ministra de Salud a voluntaria (Libération)
En los años 90, cuando el SIDA estaba causando estragos, Simone Veil tuvo que hablar directamente con un paciente. Nada sale según lo planeado.
El 1 de diciembre de 1994, Simone Veil, entonces Ministra de Asuntos Sociales, Salud y Ciudad, iba a aparecer en televisión con motivo del Día Mundial del SIDA. Todo está organizado para el rodaje. Hospital de Broussais. Servicio de Inmunología. Tiene que salir de la habitación de un enfermo, dar su discurso. Y este discurso lanzará el noticiero en vivo a las 8 pm en TF1.
1994, la gente se moría de VIH. No ! No estaban muriendo por el VIH, sino por los efectos del virus en la capacidad del cuerpo para defenderse, para manejarse a sí mismo. Con él, la gente atrapaba todo, cualquier cosa. Luego bajaron de peso, bajaron de peso. Luego el golpe. Hôpital Broussais por lo tanto, en el distrito 14, departamento de inmunología del profesor Kazatchkine, un personal comprometido en la carrera contra el tiempo y contra la muerte que se avecina, apoyado por la presencia de voluntarios de la asociación Aides.
El equipo de televisión llega, se instala. Luego la Sra. Veil. Pero, esta juega difícil. Ella pone condiciones. No quiere que su presencia sea solo simbólica. Se niega a seguir el juego y a dejar la sala vacía acondicionada para las necesidades del rodaje y para su tranquilidad. Exige hablar con un paciente antes del rodaje. Quiere estar -al menos durante veinte minutos, el tiempo de una conversación- frente a la verdad. Un enfermo de verdad en una habitación de verdad. Como jefe de voluntarios, me piden que identifique a un paciente del hospital dispuesto a jugar el juego para hablar con la ministra. Para ayudarla a ponerse en forma, y que luego salga de la habitación del hospital frente a las cámaras y sea entrevistada, en vivo, por los periodistas. Tienes que encontrarlo rápido. ¿Quién está hospitalizado esa noche? Miro la lista de personas. Muchos al final de la vida. No es posible imponerles eso sin que puedan dar su consentimiento real. Otros, menos enfermos, sin duda podrán jugar el juego, pero ¿quién aceptará?
Entonces se destaca un nombre, David. Treinta Postrado en cama con varias infecciones graves. 50 kilos en lugar de los 70 kilos que tenía antes de la enfermedad. Pero la cabeza está bien. Alguien con carácter. Del este de Francia. David tiene humor, conversación, un punto de vista. Él sabrá cómo jugar el juego.
19:40 Todo listo para el rodaje en directo. Ella entra en la habitación. Los presento el uno al otro. Salgo de la habitación para esperar afuera, dejar que tengan su conversación. Luego tengo que esperar los quince minutos de conversación. Luego toque la puerta alrededor de las 7:55 p. m. para indicarle a la Sra. Veil que debe salir de la habitación frente a las cámaras.
Yo espero. Los periodistas esperan. Los técnicos están esperando. 19:55 Llamo a la puerta. Nada. 19:58, los periodistas empiezan a emocionarse. Escribo de nuevo. Yo abro la puerta. Madame Veil está allí. De pie justo al otro lado de la puerta. Ella me mira rápidamente, luego gira la cabeza hacia otro lado. Ella llora. Se limpia los ojos. Entonces me mira de nuevo. Con voz temblorosa pero clara, con una firmeza que no admite discusión, me dice, refiriéndose a los equipos ya los periodistas: “Haz que esta gente se vaya. Saquen a esta gente de aquí". Cierra la puerta. Me doy la vuelta. Les anuncio a los equipos de filmación que se lo perderán por esta noche. Ella no saldrá del dormitorio frente a las cámaras. ¡Ella no hablará con los reporteros! ¡Escándalo! Empacaron sus cosas, molestos. El noticiero de las 8 pm se las arregló sin el rodaje previsto.
En el hospital, la Sra. Veil permaneció en la habitación en cuestión durante otra media hora. Al salir, me pide disculpas. Ella me dijo: “Fue muy difícil. Me recordó los campamentos. Los campos de concentración. Estábamos hablando de cosas tan serias. Es tan flaco, tan flaco. Fue demasiado difícil. Luego se fue. Luego lo increíble. Madame Veil no desapareció simplemente. Ella volvió al hospital. La Asociación Aides estaba presente en el hospital de Broussais los miércoles por la noche. Como una voluntaria básica, regresó el miércoles por la noche. Para encontrarse con los enfermos. Hacer lo que también estábamos haciendo, dar nuestro tiempo, escuchar, consolar, discutir, traer vida. No todos los miércoles, pero regularmente. Una hora, dos horas. A veces, si era tarde en la noche, su conductor la llevaba a su casa y luego me dejaba en mi casa. Hablábamos de la realidad. De la experiencia real de las personas en los hospitales, en los cuidados, del hospital, de quienes trabajan allí. Pero todo eso fue fuera de cámara, no frente a las cámaras.
David murió a las pocas semanas. Fue un momento tan difícil. Antes de la llegada de tratamientos efectivos. Todo el mundo estaba muriendo. Cada semana, la primera pregunta al llegar: quién murió este día.
Pero teníamos una Ministra de Salud. Teníamos una Ministra de Salud. Buen viaje, David. Buen viaje, Simone. Estoy orgulloso de haberlos conocido.