miércoles, 3 de diciembre de 2014

La guerra del secuestro

Publicado en El Espectador, Diciembre 4 de 2014





Gráficas tomadas de GMH (2013)

Por el plagio del general Alzate se suspendieron los diálogos. No es el primer secuestro que pone en jaque un proceso de paz.


Con rehenes se iniciaron o terminaron varias negociaciones, desde la Embajada Dominicana hasta el Caguán. Mi visión del conflicto ha estado centrada en el secuestro. Varias tomas de rehenes cruciales, más la doble condición de violentólogo y pequeño comerciante que emigró para no ser “retenido” determinaron esa obsesión. El secuestro fue la marca del conflcito colombiano. Aquí se extendió y sofisticó esa práctica, esencial hasta del narcotráfico, para cobrar deudas o cambiar la ley. Unos rehenes manchan nuestra Constitución.


A finales del siglo casi cualquier conversación con quien tuviera casa de campo desembocaba en si allá todavía se podía ir. Si la propiedad era productiva y exigía presencia regular, la charla se enturbiaba. Así, fui testigo en una finca sabanera de la propuesta de un vecino de vereda, de las fuerzas armadas, para organizar la autodefensa. Esa iniciativa fue más oficial que las surgidas espontáneamente unos años antes entre finqueros de Puerto Boyacá. En ambos casos, nadie pensó en apropiarse de tierras; el objetivo específico y urgente era defenderse del secuestro. Después de ese suceso, literalmente  espantoso, me consideré afortunado por no tener ni una vaca.


La izquierda, más interesada por la historia del conflicto que ganaderos, agricultores y finqueros de recreo, acabó apropiándosela y la acomodó: el paramilitarismo, dicen, surgió de una alianza de terratenientes y políticos con agentes armados, incluso legales, para expropiar campesinos. Esa visión, que contradicen entre muchas otras las declaraciones de Mancuso ante Justicia y Paz, acabó imponiéndose. Para Antonio Caballero la guerra fue “contra el campesinado colombiano, y solo muy secundariamente dirigida contra las guerrillas”. Ruralizando el conflicto se llegó al absurdo de ignorar que la pugna fue por el poder, que hace mucho está en los centros urbanos y no en las haciendas. El Palacio de Justicia, las desapariciones, la cruzada gringa antidroga, Cuba, las bombas de narcos, los Pepes o la ley 002 de las FARC en las goteras de Bogotá perdieron relevancia. Se desvanecieron los vínculos secuestro-paramilitarismo-guerra sucia, evidentes en el MAS, en innumerables testimonios, en los datos y mapas del conflicto y para mí, con impronta visceral, en esa nefasta reunión sabanera. 


La generalización de las “retenciones” y las “pescas milagrosas” definieron la primera elección de Uribe. Pero la guerra del secuestro la habían empezado a ganar los paramilitares unos años antes, y la consolidaron con fuerza pública durante ese gobierno, en una ofensiva plagada de abusos. Con la sucia tarea, los guerreros se dedicaron también a menesteres más rentables y acordes con la doctrina izquierdista. La actual memoria está centrada en la última fase de la confrontación por el interés en mostrar que fue un conflicto por la tierra, desdeñando la etapa urbana de la lucha por el poder y a las demás mafias. Esa visión campesina, parcializada, contaminó el discurso habanero que exagera la intensidad de una confrontación ya periférica, aligera la responsabilidad de los grandes plagiadores y vincula la paz a una criminología ingenua y a un modelo caduco de desarrollo.  


Para el núcleo neurálgico del país, el posconflicto empezó hace años, al cesar el terrorismo urbano y reducirse el secuestro que mantuvo sitiadas las ciudades. Escenas de campos alambrados de rehenes generaron repudio mundial, incluso de Chávez, y la marcha que sacó ríos de gente a las calles fue contra el secuestro. FARC y ELN no dejaron de plagiar motu propio, ni dialogando, ni por cálculo político, ni por disuasión penal: fueron forzados a abandonar la práctica. Perdieron la guerra del secuestro y quedaron reducidos a ser narcos o extorsionistas en regiones marginales. 


A pesar de no violar las reglas del juego, la retención del general revivió fantasmas e hizo evidente una incoherencia del proceso, el supuesto empate militar. Si curtidos secuestradores no usaron como ficha de negociación un rehén tan valioso ante el anuncio de suspensión de las negociaciones, y la tímida solicitud fue el cese bilateral del fuego, quedó claro quien tiene la sartén por el mango. Lo insólito es que esta favorable “correlación de fuerzas” no haya servido para imponerle mejor ritmo al proceso, ni para discutir un posconflicto pragmático, que tenga en cuenta al país urbano, todas las violencia, toda la guerra y no sólo sus orígenes con el coletazo final. 


REFERENCIAS

Caballero, Antonio (2014). "Más tumbas que héroes". Revista Arcadia, Octubre 20

EE (2014). "'Las AUC fueron engendradas, auspiciadas y entrenadas por la Fuerza Pública': Mancuso". El Espectador, Noviembre 9

GMH (2013). ¡Basta Ya! Memorias de Guerra y Dignidad. Centro Nacional de Memoria Histórica. 

GMH (2013a). Una Verdad Secuestrada. Cuarenta Años de Estadísticas de Secuestro 1970-2010. Informe de Cifras & Conceptos para el Grupo de Memoria Histórica. 

Rubio, Mauricio (2005). Del rapto a la pesca Milagrosa. Breve historia del secuestro en Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. Versión digital