miércoles, 24 de diciembre de 2014
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Paz, campo y educación en el siglo XXI
Sin debate público, llega de La Habana una visión retrógrada del desarrollo, oportunamente cuestionada por un influyente académico.
En los años treinta, el joven campesino coreano Chung Ju Yung emigró pero su padre lo obligó a regresar. Aguantó unos meses, se fue para Seúl, y el papá volvió a llevárselo. Se escapó de nuevo, montó un taller y al finalizar la guerra rehabilitó vehículos abandonados por las tropas. Su negocio Hyundai -“moderno” en coreano- es hoy un gigante que por sí sólo explica parte del crecimiento de ese país. Gumercindo Gómez, boyacense, viajó adolescente a Bogotá, trabajó en fundición, granito, carpintería y tapicería. Aprendió de colchones y con el primero ganó el doble de lo invertido; en un viaje internacional rompió los de los hoteles para ver cómo estaban hechos. Con ese conocimiento su empresa fue creciendo hasta Colchones El Dorado. Contemporáneo de Yung, también con oposición familiar, mi papá abandonó su pueblo para trabajar en Bogotá y pagarse los estudios de bachillerato e ingeniería.
Las historias de personas hechas a pulso no se hacen públicas en Colombia, pero todos conocemos algunas que ilustran lo obvio: salir de pobre exige huir de la pobreza y el éxito llega por donde nadie imaginaba. Hace décadas los expertos le recomiendan al campesino esperar a que cambie el mundo en lugar de irse en un bus. Los negociadores habaneros dictaminaron que la paz exige desarrollo rural, a cualquier costo. Alfredo Molano sentencia que “a los exguerrilleros el Estado debe garantizarles empleo. La mayoría son campesinos que podrían volver a trabajar el campo, pero no como empleados de los palmicultores o de los cañeros sino como propietarios libres. Es allí donde pueden acceder a una vida digna, integrarse a la economía y conservar sin armas su fuerza política”.
Ofuscan esas visiones tan bucólicas del campo, reforzadas por la desconfianza con la agroindustria, siempre sospechosa de los vicios de la compañía bananera de Macondo. José Antonio Ocampo, director de la Misión Rural, menciona agroempresas ejemplares: Factoría Quinoa, “comercio sostenible en nutrición”, de gente vinculada a la Universidad de los Andes y Pacífico Snacks de una empresaria con posgrado, que “conquistó el mercado de platanitos en Holanda”. Estas firmas surgidas sin subsidios ni reformas, muestran que la educación ya es crucial para el desarrollo del campo. El invento para alargar la vida de las baterías con hilo de araña no contaminante, que debe estar en la mira de inversionistas y le dio reconocimiento mundial a Gladis Aparicio, una palmireña de origen humilde con doctorado en física, confirma que hoy la innovación depende de las universidades.
En la Reforma Rural acordada en La Habana, la palabra tierra aparece 73 veces, comunidad 60 y educación 12, igual que subsidio; empresa y universidad tienen 3 menciones. La obsesión es la parcela propia, cultivada en familia, con ayudas estatales y apoyo comunitario. Cindy Caicedo, de las FARC, cuenta que sus padres campesinos “querían darnos estudio a todos pero (les fue imposible sostener) a sus cuatro hijos y además verlos llegar a la Universidad”. A Cindy se le propone dejar las armas para volver al entorno de donde sus progenitores soñaban sacarla.
Con los diálogos revivió un modelo de desarrollo dirigista y reaccionario, que desprecia el mundo empresarial, desdeña la iniciativa individual, subvalora la educación y perjudica a las mujeres, perpetuando el atraso. El profesor James Robinson se desmarcó de la manada para sugerir que el problema agrario se puede dejar marchitar, dándole prioridad a la educación. La recomendación del marchitamiento es factible y ejecutable por cualquier burocracia, inepta o corrupta: lo que toca es no hacer. En el fondo, racionaliza el statu quo. Mientras en La Habana los diálogos agrarios se dilatan ad infinitum, el país real busca debatir, ejecutar y evaluar alternativas para educar en el siglo XXI, sin interferencia de comandantes desinteresados por el tema. Incluso para modernizar el campo, es hacia la educación y la innovación que se deberían orientar los recursos y esfuerzos, como empiezan a hacer empresas agroindustriales con altísimo capital humano.
PS. Deplorable que una periodista de la talla de María Elvira Bonilla idealice la trayectoria y respalde las pretensiones del comandante Pablo Catatumbo, ofreciéndole caja de resonancia. No llega a la “apología” que el gobierno Santos buscó criminalizar pero encaja en el “enaltecimiento y justificación” del código penal español. Que una reconocida figura mediática española empatice en público y funja de vocera de un etarra es literalmente inconcebible.
Bonilla, María Elvira (2014). "Un encuentro con 'Pablo Catatumbo'". El Espectador, Diciembre 14
Caicedo, Cindy (2014) “Por qué ingresé a las filas de las FARC-EP”. Mujer Fariana, Noviembre 1
Easterly, W. (2013). The tyranny of experts. Economists, dictators and the forgotten rights of the poor. Nueva York, Basic Books.
Estrada, Juliana (2014). "Caleña conquista el mercado de platanitos en Holanda". La República, Marzo 26.
Medina, Luis Fernando (2014). "¿Cómo Modernizar a los Modernizadores?". El Espectador, Diciembre 15
Molano, Alfredo (2014). "Espejo chiquito". El Espectador, Marzo 29
Robinson, James (2014). "¿Cómo modernizar a Colombia?". El Espectador, Diciembre 13.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Reforma rural desde la ciudad vieja
Columna después de las ilustraciones
De La Habana viene un barco cargado de: ideas trasnochadas con refrito de fórmulas fallidas contra la violencia, pero provechosas para comandantes y burócratas.
La capital cubana es un museo al aire libre, con edificios históricos en ruinas e inmensos carros gringos tan viejos como el conflicto colombiano. Norman Foster quedó fascinado con ese ambiente, una “decadencia detenida en el tiempo que sólo puede encontrarse en la isla”. Un fotógrafo suizo anota que “los edificios son los mismos, y las calles no han cambiado mucho. La ciudad está detenida”.
En un entorno tan “vintage” los comandantes se amañaron y rumian ideas viejas para cambiar el país. La Reforma Rural Integral es el recetario para igualar el nivel de vida del campo con el urbano, supuesto requisito para la paz. Algo cambió el discurso desde que se alzaron en armas: ahora aceptan la globalización, renuncian a la confiscación de latifundios y reviven el plan de desarrollo “Para Cerrar la Brecha” que hace cuatro décadas buscaba “la provisión de infraestructura, crédito, asistencia técnica y servicios sociales” para reducir el conflicto rural.
El ambiente retro también embriagó a los negociadores oficiales que pretenden despertar un país aletargado, vacunándolo contra la violencia con la infructuosa receta del Plan Nacional de Rehabilitación. Ante un auditorio bogotano, con la modestia de un prócer, Sergio Jaramillo anunció “la mayor transformación imaginable en la historia de Colombia”. Fue locuaz en planes colosales cuya implementación y costo desconoce –como reducir la pobreza más rápido que Brasil- pero evadió inquietudes básicas. Supuso que caerán todas las violencias sin siquiera estimar el número de frentes que seguirán jardiniando y traficando. Consideró irrelevante discutir la situación de la mujer en ese mítico campo reformado, o justificar el papel accesorio de la educación. No habló de comercialización agropecuaria, ni de paperos, cebolleros, lecheros y otros intermediarios sensibles al bienestar campesino. Dio por descontada la idoneidad de las autoritarias y retrógadas FARC para un proyecto político y económico de tal envergadura, sin importarle que aún como narcotraficantes tienen poco que mostrar: un trabajo reciente de Daniel Rico revela que son lo más mediocre, burocratizado y corrupto de esa actividad colombiana tan exitosa. Sin siquiera ser narcos competentes, sus aportes al modelo de desarrollo del campo no irán más allá de lo concerniente a sus propiedades. Un impacto predecible de la reforma rural será la valorización de las fincas de los comandantes terratenientes que, a diferencia de los narcos tradicionales, exigen apoyo estatal para que sus ahorritos ilegales rindan.
El Comisionado no explicó por qué instituciones disfuncionales o corruptas operarán adecuadamente en regiones apartadas controladas por nuevos gamonales duchos en extorsión. Desestimó las dificultades para ejecutar ambiciosas obras públicas en un país que apenas aprende a hacer carrreteras y cuya capital fue recientemente saqueada por contratistas. Jaramillo se estancó en el mito fundacional fariano y para aliviar la situación campesina expuso su plan de Desarrollo Rural Integrado como dirigiéndose a universitarios idealistas de los setenta, o a planificadores centrales cubanos. Voluntarismo puro, y añejo como el mejor ron.
Fuera del dudoso impacto pacificador sobre mafias y violencias urbanas, hay una cuenta que falla en los pre acuerdos. Subestiman el poderoso atractivo de las ciudades sobre los guerrilleros jóvenes y, aún más, sobre las combatientes que huyeron del machismo de sus hogares y veredas, a donde no querrán ni arrimarse. Estos segmentos mayoritarios de la guerrilla, con dificultades para reintegrarse y menos ahorros que los comandantes, están mal representados por una delegación de guerreros sexagenarios. Con sólo tenerlos en cuenta, los diálogos serían más pertinentes, factibles y acordes con el país de hoy.
Al menos se podría chequear si lo que se discute en la mesa le incumbe a las bases de la guerrilla. Algunos datos sugieren que no. Pocos desmovilizados han vuelto a su lugar de origen y sólo el 15% están dedicados a actividades agropecuarias. Esta realidad debería inspirar programas pragmáticos de educación y reinserción laboral en la economía existente, pero el “reformismo burgués” le importa poco a unos comandantes rústicos enriquecidos, asentados en otra época, o a unos burócratas obsesionados con la planeación estatal agropecuaria y la asignación de recursos a dedo. Paseando en taxi Cadillac por el Malecón, oyendo a Celina y Reutilio, sueñan con refundar un país que creen tan estancado como sus ideas y la decadente capital cubana.
Foster, Norman (2014). Havana. Autos & Architecture. Ivoryress. Reseña
LSV (2014). "La paz no es algo que ocurre, es algo que hay que construir". SI o NO El Poder de los Argumentos. La Silla Vacía, Octubre 8
Young Nigel (2014). “Un museo al aire libre” – Fotos. El País, Octubre 9
miércoles, 3 de diciembre de 2014
La guerra del secuestro
Por el plagio del general Alzate se suspendieron los diálogos. No es el primer secuestro que pone en jaque un proceso de paz.
Con rehenes se iniciaron o terminaron varias negociaciones, desde la Embajada Dominicana hasta el Caguán. Mi visión del conflicto ha estado centrada en el secuestro. Varias tomas de rehenes cruciales, más la doble condición de violentólogo y pequeño comerciante que emigró para no ser “retenido” determinaron esa obsesión. El secuestro fue la marca del conflcito colombiano. Aquí se extendió y sofisticó esa práctica, esencial hasta del narcotráfico, para cobrar deudas o cambiar la ley. Unos rehenes manchan nuestra Constitución.
A finales del siglo casi cualquier conversación con quien tuviera casa de campo desembocaba en si allá todavía se podía ir. Si la propiedad era productiva y exigía presencia regular, la charla se enturbiaba. Así, fui testigo en una finca sabanera de la propuesta de un vecino de vereda, de las fuerzas armadas, para organizar la autodefensa. Esa iniciativa fue más oficial que las surgidas espontáneamente unos años antes entre finqueros de Puerto Boyacá. En ambos casos, nadie pensó en apropiarse de tierras; el objetivo específico y urgente era defenderse del secuestro. Después de ese suceso, literalmente espantoso, me consideré afortunado por no tener ni una vaca.
La izquierda, más interesada por la historia del conflicto que ganaderos, agricultores y finqueros de recreo, acabó apropiándosela y la acomodó: el paramilitarismo, dicen, surgió de una alianza de terratenientes y políticos con agentes armados, incluso legales, para expropiar campesinos. Esa visión, que contradicen entre muchas otras las declaraciones de Mancuso ante Justicia y Paz, acabó imponiéndose. Para Antonio Caballero la guerra fue “contra el campesinado colombiano, y solo muy secundariamente dirigida contra las guerrillas”. Ruralizando el conflicto se llegó al absurdo de ignorar que la pugna fue por el poder, que hace mucho está en los centros urbanos y no en las haciendas. El Palacio de Justicia, las desapariciones, la cruzada gringa antidroga, Cuba, las bombas de narcos, los Pepes o la ley 002 de las FARC en las goteras de Bogotá perdieron relevancia. Se desvanecieron los vínculos secuestro-paramilitarismo-guerra sucia, evidentes en el MAS, en innumerables testimonios, en los datos y mapas del conflicto y para mí, con impronta visceral, en esa nefasta reunión sabanera.
La generalización de las “retenciones” y las “pescas milagrosas” definieron la primera elección de Uribe. Pero la guerra del secuestro la habían empezado a ganar los paramilitares unos años antes, y la consolidaron con fuerza pública durante ese gobierno, en una ofensiva plagada de abusos. Con la sucia tarea, los guerreros se dedicaron también a menesteres más rentables y acordes con la doctrina izquierdista. La actual memoria está centrada en la última fase de la confrontación por el interés en mostrar que fue un conflicto por la tierra, desdeñando la etapa urbana de la lucha por el poder y a las demás mafias. Esa visión campesina, parcializada, contaminó el discurso habanero que exagera la intensidad de una confrontación ya periférica, aligera la responsabilidad de los grandes plagiadores y vincula la paz a una criminología ingenua y a un modelo caduco de desarrollo.
Para el núcleo neurálgico del país, el posconflicto empezó hace años, al cesar el terrorismo urbano y reducirse el secuestro que mantuvo sitiadas las ciudades. Escenas de campos alambrados de rehenes generaron repudio mundial, incluso de Chávez, y la marcha que sacó ríos de gente a las calles fue contra el secuestro. FARC y ELN no dejaron de plagiar motu propio, ni dialogando, ni por cálculo político, ni por disuasión penal: fueron forzados a abandonar la práctica. Perdieron la guerra del secuestro y quedaron reducidos a ser narcos o extorsionistas en regiones marginales.
A pesar de no violar las reglas del juego, la retención del general revivió fantasmas e hizo evidente una incoherencia del proceso, el supuesto empate militar. Si curtidos secuestradores no usaron como ficha de negociación un rehén tan valioso ante el anuncio de suspensión de las negociaciones, y la tímida solicitud fue el cese bilateral del fuego, quedó claro quien tiene la sartén por el mango. Lo insólito es que esta favorable “correlación de fuerzas” no haya servido para imponerle mejor ritmo al proceso, ni para discutir un posconflicto pragmático, que tenga en cuenta al país urbano, todas las violencia, toda la guerra y no sólo sus orígenes con el coletazo final.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
Esa paz lejana, ajena
Columna después de las gráficas
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Clasismo, resentimiento y conflicto
Reproducción de la columna después de las gráficas
REFERENCIAS
Escobar, Arturo (2014). “A reverdecer la Bogotá urbana”. El Espectador, Noviembre 12