Publicado en El Espectador, Noviembre 23 de 2023
La “incorporación neurológica” de la madre en la hija, esa transmisión de emociones y angustias potenciadas por la facilidad innata para interpretar gestos es particularmente sensible a los cuernos maternos.
Sheila, una paciente de Louann Brizendine, contribuyó con su experiencia a desarrollar la teoría sobre cómo la infidelidad masculina puede generar secuelas que se transmiten a la prole femenina de la mujer directamente afectada.
Con su primer marido, Sheila tuvo dos hijas, Lisa y Jennifer. Cuando nació la primera todavía funcionaba bien el matrimonio. Año y medio después, al llegar Jennifer, las circunstancias habían cambiado. Su esposo había revelado su faceta de mujeriego irredimible hasta el punto que los hombres engañados por sus conquistas amenazaban a Sheila. Su suegro, muy poderoso, le había advertido que le haría perder la custodia de sus hijas si abandonaba con ellas el estado para buscar apoyo familiar. En ese ambiente tan cargado de tensiones Jennifer se volvió recelosa al extremo. A los seis años le aseguraba a su hermana mayor que su intachable padrastro engañaba a la madre. Su sistema nervioso “había captado la insegura realidad perceptiva de sus primeros años de modo que, incluso las buenas personas, le parecían peligrosas”. Las dos hermanas, con genética similar y criadas por la misma persona, diferían por haber pasado sus primeros años sujetas a distintas circunstancias emocionales: la mayor había disfrutado una madre tranquila y segura mientras la segunda sufrió las reacciones de una mujer temerosa y angustiada. Se estima que los dos primeros años de vida son cruciales para que una niña absorba “una imagen de la realidad que la afectará el resto de su vida”.
Aunque lejos de lo asimilable al experimento natural de Lisa y Jennifer, muchos conocemos hijas de hogares en las que la infidelidad masculina ha hecho estragos. Yo puedo mencionar dos casos con personas que conozco directamente, ambas latinoamericanas. La primera sufrió los cuernos más tempranos y descarados que se puedan imaginar: mientras nacía su hija mayor y el esposo la acompañaba en el trabajo de parto, una de sus amantes los acompañaba mentalmente desde una sala de espera en el mismo hospital.
Las peleas por celos fueron pan de cada mes para esa niña que desde que tuvo uso de razón anunció que se iría de su país, más específicamente para Inglaterra. Así lo hizo apenas pudo, a los 18 años, con ayuda financiera de la familia extensa. Logró combinar trabajo con estudios de administración en los que conoció al que hubiese sido el hombre de su vida: responsable, trabajador, hogareño y monógamo empedernido. Aunque viven juntos, después de varios años ella no quiere casarse ni mucho menos tener hijos. Varias veces ha estado a punto de empezar nueva vida sola en otra ciudad. Su madre, divorciada hace tiempo del donjuán, no puede ni mencionarle que de pronto quisiera empezar una relación, mucho menos con un compatriota. La desconfianza hacia los hombres de esta hija criada en medio de los cuernos maternales es explícita, visceral y persistente.
Para el segundo caso no tengo información sobre infidelidad paternal en edades muy tempranas de las hijas pero no es demasiado arriesgado inferirla con remembranzas de la niñez y adolescencia. Los recuerdos son de una de las afectadas, la mayor. Las escenas eran como de Buñuel. La señora que a medianoche, en bata y con rulos, entraba a la habitación de las hijas a despertarlas “porque su papá no ha vuelto ni me ha llamado”. El discurso que seguía, entre amargado y resignado, acompañado con leche y galletas, era siempre una variante sobre lo insensibles y sinvergüenzas que pueden llegar a ser los hombres. Más o menos una variante del que aún persiste en algunos círculos.
La eventual secuela de este entorno sobre la primogénita fue su falta de interés por el sexo como mujer adulta. Sería fácil pensar que esa actitud la compartió con su hermana y compañera de habitación. Pues no. Sobre ella, las secuelas de la cátedra nocturna contra el género masculino fueron precisamente las opuestas. “Desde la universidad, ella se los comía a todos” afirma sin titubeos alguien que las conoció bien. Para esa persona, el caso de esas dos hermanas tan similares en muchos aspectos, mismos colegios, misma familia, y tan distintas en la cama fue suficiente para un desconcierto total.
Cada vez hay más literatura sobre la actitud del feminismo de distintas olas ante la infidelidad que en algún momento trataré de resumir. Por ahora, en la misma pista de Brizendine, será más interesante analizar el impacto del activismo de una madre sobre las relaciones de pareja y las prioridades de trabajo de hijas criadas bajo la influencia de ciertas fórmulas, principios y dogmas.