martes, 14 de noviembre de 2023

El insondable vínculo entre madre e hija

 Publicado en El Espectador, Noviembre 16 de 2023


Sólo recientemente la neuropsiquiatría empieza a descubrir y analizar la imborrable huella que puede dejar una madre sobre su descendencia femenina. 



Aunque para muchas activistas, cada vez menos influyentes, sigue siendo herejía reconocer que las disparidades entre el cerebro de mujeres y hombres, sutiles pero profundas, ayudan a explicar buena parte de sus actitudes, conductas o desencuentros esta “sor­prendente colección de diferencias cerebrales estructurales, químicas, genéticas, hormonales y funcionales” es apenas un anticipo de los factores que determinan sus relaciones con los demás. De nuevo usaré extensivamente citas textuales de El Cerebro Femenino, de Louann Brizendine, cuya lectura y consulta repetida vuelvo a recomendar como herramienta clave para entender personalidades y situaciones específicas.  


Un punto crucial es que “hombres y mujeres tie­nen diferentes sensibilidades cerebrales ante el estrés y el con­flicto, que se registran más profunda­mente en zonas del cerebro femenino”. Con mayor aversión a los enfrentamientos ellas cuentan con mejores herramientas para detectarlo y prevenirlo, como una “capacidad casi mágica para leer las ca­ras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo se refiere”. 


Aunque este arte se refina y sofistica con los años y la educación, también hay una “una aptitud innata para la observación… La primera cosa que el cerebro femenino induce a hacer a una bebé es precisamente estudiar los rostros. Durante los prime­ros tres meses de vida las facultades de una niña en contacto visual y observación facial mutua irán creciendo en un 400%”. Esa capacidad masculina tarda años en desarrollarse. 


Los círculos cerebrales especializados en captar signifi­cados de caras y tonos de voz también “impulsan a las niñas a analizar muy pronto la aprobación social de los demás” y en particular de la madre. 


En un experimento con infantes de 12 meses se les pedía entrar a una habitación con su madre. Quedaban solos y se les pedía que no tocaran un objeto. Con la madre al lado sin decir nada explícitamente -solo su mirada y expresión- muy pocas de las niñas manipularon el objeto prohibido. “Mi­raban la cara de las madres diez o veinte veces más que los ni­ños, esperando signos de aprobación o desaprobación”. Los ni­ños, por el contrario, deambulaban por la habitación y, sin fijarse en la madre, palpaban repetidamente el objeto prohibido. “Los ni­ños de un año, con su cerebro masculino formado con testosterona, se sentían impulsados a investigar el entor­no, incluso aquellos elementos que tenían prohibido tocar”.


Desde la primera infancia, la mujer está más preparada que el hombre para evitar conflictos y mantener la armonía social. “Las chicas participan juntas en la toma de de­cisiones con el mínimo de estrés, conflicto o alarde de estatus. Los chicos usan el lenguaje para dar órdenes a otros, hacer que se hagan las cosas, presu­mir, amenazar, ignorar la propuesta de un compañero y aplas­tar los intentos de hablar de los demás”.


“Las chicas llegan al mun­do con mejores aptitudes para leer caras y oír tonos vocales humanos… pueden oír una gama más amplia de frecuencias y tonos de sonido de la voz humana que los niños”.


¿Cuál es la función de este “aparato tan delicadamente sintonizado para leer rostros, percibir tonos emocionales en las voces y responder a indicios tácitos en los demás” como el que cuentan las mujeres desde que nacen? La respuesta es simple: para rela­cionarse con los demás. “Ése es el principal quehacer del cerebro femenino y es lo que impulsa a una mujer desde bebé”. Esa predisposición la prepara para la crianza y también para la supervivencia en un ambiente de machos hostiles ante los cuales tal vez requiera contar con un grupo de congéneres para defenderse, como hacen las hembras en los grupos de bonobos.


Particularmente importante para una niña pequeña es la aprobación o rechazo de su progenitora. Las niñas, más que los niños, responden con rapidez a los esfuerzos maternales para detener pataletas y lloriqueos. Además, por “su aptitud para observar indicios emocionales, una niña incorpora, en realidad, el sistema nervioso de su ma­dre al suyo propio. El entorno del sistema nervioso que una niña absorbe durante sus primeros dos años constituye una imagen de la rea­lidad que la afectará el resto de su vida”. 


La descendencia femenina queda profundamente afec­tada, casi marcada, según lo tranquila o agitada que haya sido la interacción con su madre durante los primeros años de su vida. Los hijos varones, por el contrario, son más inmunes a las emociones maternales durante la crianza. Esta “incorporación neurológica” de la madre en la hija empieza con el embarazo.


Es fácil testear el modelo propuesto en el entorno cercano, por ejemplo con las secuelas de la infidelidad masculina sobre las hijas.  Continúa