lunes, 15 de noviembre de 2021

Economía y política en tiempos inciertos

Publicado en El Espectador, Noviembre 18 de 2021


No recuerdo una época con perspectivas económicas tan imprevisibles. La pandemia, que no da tregua, desbarata cualquier predicción. 


Los resultados de una encuesta de intención de voto realizada a finales de Octubre son ilustrativos. Puntean los indecisos (58.7%) seguidos del voto en blanco (14.4%) y por Gustavo Petro (11.5%). Nadie aventura cábalas sobre lo que haría ese personaje en materia económica si llegara a la presidencia. Algo similar podría decirse de los demás candidatos cuya política económica diferiría bastante poco. No hay mucho margen de acción.  


Paradójicamente, un panorama político tan incierto podría implicar similitudes en el manejo macroeconómico que, incluso bajo Petro, no se alejará demasiado de la ortodoxia exigida por el gran capital que financiará campañas electorales.  La observación anterior no implica que a largo plazo una presidencia suya tenga las mismas secuelas que una de centro o de derecha. No hay que recurrir a Cuba comunista para argumentar que alguien que ha bebido de esas fuentes ideológicas puede dejar una huella desastrosa por décadas. Los ejemplos sobran en América Latina desde antes de la pandemia. El actual panorama, con empresarios y profesionales muy educados buscando emigrar, no reconforta.  


Hasta la caída del muro de Berlín existieron partidos que diferenciaban nítidamente la izquierda de la derecha. Era simple inercia: la situación de la clase obrera ya había cambiado, la industria perdió importancia ante el sector servicios, distintos oficios se profesionalizaron, surgió una verdadera élite sindicalista y un operario podía volverse empresario. La izquierda ya no podía contar con la clase obrera como base para su acción redentora. Además de pobres, desempleados y jóvenes, eran necesarios nuevos sujetos políticos excluidos y oprimidos, por cuestiones como raza, sexo, lengua u origen geográfico. Aparecieron entonces políticas identitarias centradas en la igualdad y la inclusión. La izquierda democrática aceptó que los bienes de producción permanecieran en manos privadas siempre que esa propiedad esté hiperregulada por una burocracia supuestamente defensora del bien común a pesar de la corrupción generalizada.  


Excluyendo fanáticos tipo Trump o Bolsonaro, la derecha y el centro compraron entero el nuevo discurso y aceptaron el bulto de sus dogmas. Ya es corriente en varios países que los bancos financien conferencias anticapitalistas. La misteriosa alianza entre uno de los principales grupos económicos del país y Gustavo Petro, o un intelectual muy crítico del establecimiento  colombiano que gana jugosos honorarios dando conferencias a grandes empresarios apuntan en la misma dirección. 




Que el sistema se alíe con quienes fueron enemigos acérrimos no es la única muestra de fusión izquierda-centro-derecha. Las industrias históricamente más depredadoras del medio ambiente, como la automotriz, ya adoptaron el mercadeo basado en retórica ecológica. Con la posible excepción de la inmigración, la derecha y el centro han adoptado básicamente todos los relatos que reivindican los derechos de minorías que también se han convertido en actores usuales del mercadeo capitalista. 


La consecuencia más nefasta de este menjurje ideológico es haberle dado un puntillazo al debate político. Ante la incertidumbre reinante, difícil imaginar algo más nefasto que un ambiente en donde no se discutan racionalmente los diferentes escenarios alternativos posibles y los correspondientes cursos de acción.


Un elemento común a esta carencia de argumentación informada y basada en la evidencia es apelar a los sentimientos ensalzando la irracionalidad, el “perverso intento de negar el uso de la razón para así poder aglutinar a todos los individuos en un colectivo oprimido”. 


Un ejemplo que ilustra bien la precariedad del análisis en asuntos cruciales para el desarrollo económico del país, como la educación superior, fue el debate que nunca hubo sobre la iniciativa “Ser Pilo Paga” antes de las pasadas elecciones presidenciales. El primer ataque al programa, cuyas evaluaciones sistemáticas y rigurosas habían sido todas muy positivas, vino de Sergio Fajardo, quien señaló lo evidente: solo se beneficiaban unos pocos. En seguida se sumó De La Calle evocando un estigma también obvio: era inequitativo. 


Los ataques más demoledores vinieron de Gustavo Petro que los sustentó basado en un simple dogma: no cumplía con las características que debe tener la educación superior: “universal, nacional, de calidad y gratuita”. Amén. Una supuesta verdad general que, si acaso, se cumple en algunos países ricos pero que definitivamente no aplica para las mejores universidades del mundo, privadas, horriblemente costosas y con una versión de “Ser Pilo Paga” financiada por patrimonio propio y redes de patrocinadores. 




Cualquier sociedad seria hubiera hecho ajustes progresivos a “Ser Pilo Paga” y un seguimiento a los beneficiarios para evaluar sus ventajas a largo plazo. Aventuro dos hipótesis. Una, ese grupo élite estará mejor preparado que el promedio egresado de universidades de inferior calidad para enfrentar la incertidumbre asociada con la pandemia. Dos, activismos y fanatismo que definen y manipulan la fofa política contemporánea tendrán dificultades para reclutar seguidores sumisos o leales entre personas tan pilas. La verdadera inteligencia, la genialidad, de cualquier nivel económico, nunca es dócil.  



García, Jano (2021). El Rebaño. Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica. La Esfera de los Libros

https://www.las2orillas.co/el-verdadero-origen-de-la-relacion-gilinski-gustavo-petro/