En varias discusiones sobre el plebiscito, recomendé ver Narcos de Netflix que complementa las series sobre mafiosos y desbarata la ingenua distinción entre guerreros buenos y malos.
Con multimillonaria audiencia, Narcos es parte del conflicto que recordará el mundo. Novelada, la serie es más verosímil que la historia que blanquea rebeldes para justificar que se negocie sólo con ellos. En particular, desafía la romántica figura del M-19: hace poco supe que está “demostrado” que Pablo Escobar no tuvo que ver con la toma de Palacio; se considera imposible que esa “gente linda que lo dio todo” por el país haya tenido vínculos con semejante criminal.
Con sus dosis de fantasía, Narcos narra la febril intromisión de dos agentes de la DEA en la guerra sucia. Tras el secuestro de Martha Nieves Ochoa y la virtual aniquilación del M-19 por el MAS, el líder le ruega a su admirado Escobar que lo mate, pero con la espada de Bolívar; se la entrega, el capo la acepta y la pone sobre el hombro del cautivo. Cual Rey Arturo ordenando a un caballero, sentencia: “vamos a trabajar juntos, váyase en paz, hermano”. Ahí delega el manejo del negocio, decide dedicarse a la política y promete “liberar a Colombia”. Difícil imaginar una mejor representación del revuelto entre insurgentes y bandidos que la pazología colombiana niega tercamente.
Después de Palacio, cuatro guerrilleros aliados le cobran al Patrón sus servicios y él los traiciona ejecutándolos. Uno de los gringos, que sale con una prepago infiltrada entre mafiosos, acaba envuelto con una comandante del M-19 convertida en informante. Le ofrece refugio para que declare contra el capo por la toma, le advierte que corre peligro y ella responde tranquila, “no si lo mato yo primero”. Cuando su enamorado logra esconderla, reitera que quiere matar a Escobar. Narcos no alcanza el rigor del Patrón del Mal, pero tal vez ambienta mejor la misteriosa y horripilante alianza de los Pepes, que permanece opacada en el ranking de la infamia.
A diferencia de lo ocurrido con Los Tres Caínes, el severo comité que supervisa si una serie televisiva es coherente con la paz no sentó en el banquillo al guionista de Narcos, que también provoca quejas parroquiales como “¡qué vergüenza!” o “¡apología del crimen!”. Mostrar la injerencia en la guerra de supuestos incorruptibles norteamericanos que torturan y asesinan no daña nuestra imagen: aclara que los excesos de las autoridades no son patrimonio colombiano y que el narcotráfico es la actividad especializada de unos pocos criminales que se lucran de la prohibición. Por eso hay aficionados extranjeros a la serie con gran interés por visitar el país. No conozco el origen de los cuentos sobre el M-19, ni cuáles provienen de la DEA, sólo tengo una conjetura basada en un chiste del colegio.
Un viajero vuelve anticipadamente a casa e interrumpe la aventura de su esposa con otro hombre que, al recoger su ropa para esconderse, deja una media que ella trata de encubrir.
- ¿Qué diablos es eso?
- Cálmate, mi amor. Siempre que viajas me aferro a alguna prenda sucia tuya para sentir tu aroma, recordarte y excitarme
- ¡Qué ternura! ¿Por qué habías callado esa primorosa costumbre?
- Por pudor, tontico
Al rato, el esposo abre el armario y encuentra al amante desnudo.
- Y usted, ¿qué hace aquí?
- Pues nada, esperando taxi
- ¿Me creyó imbécil?
- Si se comió el cuento de la media, pensé que así se tranquilizaría
Reuniendo material, el guionista de Narcos visitó Colombia. Yo especulo que se sintió estimulado a inventar cosas sobre el M-19 después de hablar con académicos e intelectuales, todos bien convencidos de las fábulas de esa extraña guerrilla que no buscaba el poder sino predicar la paz con armas decorativas y amistades encopetadas, que sin alianzas con otros subversivos, narcos, paras, milicias urbanas, militares, ni siquiera Cuba, prácticamente no dejó víctimas.
Un eventual éxito en Netflix será La Niña. Televidentes extranjeros googlearán indagando por mujeres que desertaron de las Farc espantadas por un aborto forzado; no entenderán el silencio sobre esos ataques en unos acuerdos con enfoque de género. Para alguna saga, guionistas foráneos intrigados por nuestro conflicto acudirán a colegas nacionales, menos alineados y más sometidos al test de aceptación de la audiencia. Las leyendas dictadas por la ideología tienen ahora competencia masiva, entretenida y convincente, con narrativas complejas, sugestivas, no adoctrinamiento burdo para Sí o No. Con arandelas arbitrarias, Narcos relata para un público global que Escobar alcanzó a ser un político no sólo poderoso sino bastante popular, que sí apoyó idealistas en Palacio y que la guerra fue bien sucia, pero no por responsabilidad exclusiva de los malos de siempre: hubo aportes definitivos del Eme y el Tío Sam.
Hogan Brianne (2015). Narcos: “I can’t help it, I like this guy.”. creativescreenwriting.com, Oct 8
Sanín, Carolina (2015). “Sobre la serie Narcos”. Revista Arcadia, Oct 23
Topacio Long, Stephanie (2015). “Netflix exec says Narcos may have more viewers than Game of Thrones”. Difital Trends, Dec 9