Columna después de las gráficas
martes, 30 de septiembre de 2014
¿Cómo es eso del perdón?
Columna después de las gráficas
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Algunos poderosos parecen gays
El título de la columna tiene doble sentido. Sobre el primero hay teoría y buena evidencia, sobre el segundo conjeturas y rumores.
Los gays tienen muchísimo más sexo que la mayoría de los heterosexuales. Una explicación es que están libres de cortapisas, rituales mínimos y descansos. Esa hipótesis también se aplica a los hombres poderosos, o extraordinariamente atractivos, que no tienen restricciones. Si casi a cualquiera le pueden parecer exorbitantes las mil o más parejas sexuales en la vida de muchos gays, en las grandes ligas ese desempeño no impresiona. Los estimativos para Warren Beatty son de varios miles de compañeras de cama, aún con el súbito frenazo que dio a los 55 años para dedicarse a una sola mujer. El conteo para Mick Jagger es del mismo orden y el número de mujeres de Pablo Escobar debe andar por esos lados: hasta en la cárcel de Envigado el desfile de féminas era permanente y la rotación cotidiana.
El segundo sentido del título tiene que ver con que la permanente búsqueda de variedad, el hábito de cambiar de pareja, hace que en algún momento algunos crucen el Rubicón para probar nuevas sensaciones. A las bacanales de la Catedral ocasionalmente subían travestis. Leonidas, antiguo propietario de un burdel trans en Medellín, señala que el auge de su negocio coincidió con la época de oro del Cartel, y que varios sicarios fueron “mansos clientes” suyos. Cuando a uno de los lugartenientes de Escobar le preguntaron si no era terrible dar ese paso respondió, evocando una conocida intervención parlamentaria, “no denigréis de placeres que no conocéis”. Imposible estimar cuantos, pero se sabe de hombres poderosos muy mujeriegos que en algún momento se vuelven más abiertos a la experimentación. El término en la jerga de los lugares de encuentro gay bogotanos es “heterocurioso” y el protocolo exige no volverse un asiduo del sitio. En el prostíbulo donde el embajador del cartel de Cali en Bogotá atendía “invitados especiales” había un espacio con “mujeres sin igual, tan sin igual que eran hombres transformistas”.
Según Chris Andersen, biógrafo de Mick Jagger, a sus cuatro mil mujeres se le podría sumar “algún rockero”. Uno de sus amantes habría sido David Bowie quien en una entrevista con Playboy en 1976 aclaró “es verdad, soy bisexual. Pero no puedo negar que he usado eso bastante bien. Supongo que es lo mejor que me pasó nunca”. Por esa época no tuvo inconveniente en dejarse retratar dándole un beso a su musa y amante Romy Haag, conocida transexual también amiga de Jagger, Lou Reed y el vocalista de Queen. Christensen opina que "Mick Jagger y David Bowie estaban fascinados el uno por el otro, como artistas y como hombres”. Otro rockero, Peter Townshend, escribió en sus memorias que él también era “probablemente bisexual”. Específicamente citó la atracción que sentía por Jagger, “el único hombre con quien de verdad quise tirar”. En su autobiografía, Romy Haag relata una aventura siendo joven con Aristóteles Onassis y otra con el Sha de Persia de quien dice que “era un poco machista, quería experimentar todo”.
La bisexualidad experimental, evidente en estos testimonios, no exige que el aventurero sea tan francote como un rockero. Así como difieren en audacia para vestirse, la mayoría de mujeriegos poderosos deben ser más discretos con el cambio de carril, o la doble vía. Algunos eliminan cualquier vestigio que los delate, para volverse en exceso precavidos. Una amiga trans de Gabriela Wiener, periodista peruana, le hace una infidencia bien interesante sobre sus clientes: “su fantasía es decirme que es su primera vez”. No todo el mundo tiene la osadía de una estrella del rock para ventilar los detalles de una intimidad que niega pero en la que reincide.
Sin contar seminarios, cuarteles ni prisiones, una fracción desconocida de la homosexualidad no encaja en el escenario de la víctima matoneada por el odio y el fanatismo religioso, y algo paralelo debe pasar con la homofobia. Una extraña afirmación de Felipe Zuleta -“con los años he venido a descubrir que entre más homofóbicos, más gais”- sugiere que ese sentimiento de rechazo tan mal diagnosticado puede ser, entre muchas otras posibilidades, pura hipocresía, un candado mental del armario o simple angustia ante la incertidumbre.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
El Gallino y los gringos ante los rehenes
Martín "El Gallino" Vargas fue un millonario provinciano, socialmente tosco y con muchos hijos de distintas mujeres.
Extremadamente rico pero “recién llegado”, la élite bogotana lo miraba con recelo y respeto pues era él quien les compraba las fincas a los terratenientes empobrecidos. En 1965, Efraín González le secuestró a un hijo y por su rescate pedía un millón de pesos, o sea unos mil millones de hoy. La respuesta del Gallino fue escueta: “es más fácil hacer un hijo que hacer un millón de pesos". Aunque a muchos colombianos esa dureza les parezca admirable, no es lo más común; son mayoría quienes negociaron por algún familiar secuestrado, o por recuperar un cadáver. Según el trabajo de Cifras&Conceptos para la Memoria Histórica, 60% de los secuestros ocurridos en el país entre 1970 y 2010 terminaron con un pago.
Al periodista norteamericano James Foley lo decapitaron los yihadistas tras la negativa de su gobierno a pagar por él. Semanas antes el presidente Obama había autorizado una operación militar para rescatarlo que fracasó. Dos periodistas secuestrados por el mismo grupo y liberados tras el pago de unos 18 millones de euros por el gobierno francés cuentan los horrores que sufrió Foley en cautiverio. En ningún momento acusan a los gringos por no negociar, ni les reclaman no haber escuchado al rehén.
El dilema ante secuestradores que mantienen rehenes es difícil como pocos, pero hay progresivo acuerdo en que lo que se debe hacer es resistir al chantaje, no negociar. Esa ha sido la posición de los EEUU e Inglaterra con los fundamentalistas. Los franceses, supuestamente más humanitarios, ya admiten que su estrategia resultó contraproducente. “Nosotros, los países que pagamos, somos considerados por los terroristas como una vaca para ordeñar”, reconoce un ex funcionario del servicio de inteligencia exterior francés. El New York Times opina que “si todos se negaran a pagar, los terroristas podrían no tener el incentivo de recurrir al secuestro como una industria”. El G8 acordó hace un año negarse oficialmente a pagar rescates y una resolución presentada en ese sentido por el Reino Unido ante el Consejo de Seguridad de la ONU fue aprobada por unanimidad. Desafortunadamente, esta prescripción va en contravía de los intereses y derechos, incluso a la vida, de los rehenes capturados.
En Colombia se impuso la doctrina opuesta, y con tinte político. Una toma de rehenes bien manejada, progresista, es aquella en la que se paga un rescate y se permite la salida de los captores, como en la Embajada de la República Dominicana. Por el contrario, no negociar, y negarse a hablar con los rehenes para enfrentar a los atacantes a la fuerza es una salvajada derechista, como en el Palacio de Justicia. En este incidente se ha condenado la decisión de no negociar sobre la base de la horrorosa secuela de los desaparecidos, una contingencia que era imprevisible ex ante. Con ligereza se habla de golpe de estado porque el presidente, con apoyo de todos sus ministros, dio la orden sin pretender detallar y aprobar cada paso de la acción militar que terminó desastrosamente.
Jaime Castro fue un testigo de excepción. A pesar de que su esposa se encontraba dentro del Palacio estuvo de acuerdo en que no se debía negociar. Es uno de los pocos que ha hecho el ejercicio contrafactual -“qué hubiera pasado sí…”- indispensable para valorar la decisión. Los medios y los analistas del conflicto lo han ignorado olímpicamente. Sus reflexiones son tan ajenas al debate que ha sido acusado por “falso testimonio y fraude procesal” y, con ingenua insolencia, una joven jurista lo asimila a un loquito que repite un eslogan militar. Nadie ha refutado con seriedad el argumento que ceder al chantaje de curtidos secuestradores con semejantes rehenes tenía consecuencias funestas, y más predecibles.
Para el incidente de la Embajada también aplicaría en retrospectiva el principio que se está imponiendo internacionalmente: era mejor no pagar. Yo me atrevo a especular que sin esos millones de dólares con refugio en Cuba para planear cómo usarlos, tal vez nos habríamos ahorrado la urbanización y el deterioro del conflicto, miles de muertos, bastante interferencia castrista, la toma de Palacio y mucha vaina nefasta para la democracia, maestro.
Castro, Jaime (2011). Del Palacio de Justicia a la Casa de Nariño. Bogotá: Aguilar
miércoles, 10 de septiembre de 2014
La sexualidad sin cortapisas de los gays
miércoles, 3 de septiembre de 2014
La cabalmente asentada intolerancia de izquierda
Cada vez me intrigan más las diferencias izquierda-derecha pues han aumentado las señales contradictorias.
Mi despiste se alborotó con un ordenamiento de los miembros de la Comisión Histórica según su ideología hecho por La Silla Vacía. La clasificación fue confusa y su autor debió recibir quejas pues la cambió varias veces. Está bien visto definirse de izquierda, pero declararse de derecha es aventurado.
Hace unos años la cantante española Lourdes Hernández -Russian Red- cándidamente se identificó en público con la derecha. Las alarmas se dispararon y los medios progres consideraron indispensable entrevistar ese bicho tan raro. “Lo que falta es libertad de expresión”, señaló Lourdes. “Cualquiera que se declare de derechas ha de ser un cretino o un cabrón” sentenció el cantante Nacho Vegas, no por simple intolerancia sino también dando una sabia recomendación de imagen: jamás lo confiese. Incluso expresar dudas sobre la relevancia de la dicotomía ya es un hara-kiri. Cuando en 1930 le preguntaron al filósofo Alain si la división izquierda-derecha todavía tenía sentido, respondió: “quien hace esa pregunta no es un hombre de izquierda”. O sea que la clasificación es una preocupación progresista.
Antes de su descache contra Gabo, Maria Fernanda Cabal habló con Edgar Artunduaga, quien varias veces le puso la cascarita: “¿usted es más goda que Uribe?”. Ella la evitó pero en una entrevista posterior afirmó que no era de derecha. Además contó que su partido considera un error mencionar el término. Fuera de estigmatizar, el rótulo tiene otra función. El “derechista” conlleva una larga lista de calificativos indeseables que ayuda a la gente pensante a evadir alegatos espinosos usando lo etiqueta o alguno de esos epítetos contra el interlocutor. El lío es que varias características de la derecha ya caducaron, o dieron tal volantín que ahora le cuadran también a la izquierda, aún democrática. Un ejemplo notorio es la intolerancia.
Las entrevistas a Maria Fernanda Cabal muestran una persona más tolerante, irreverente y descomplicada que sus hipersensibles detractores. Gratuitamente, uno de ellos la acusa de fanática religiosa para luego alegar, con retórica casi laureanista, que “un trino tiene tanto poder como una bala disparada por un fusil. Una vez salida del cañón, resulta imposible detener con una hoja de papel, y el daño que produce al final es irreparable”. Convertir una ofensa pueril en semejante atropello hace ver normal la reacción arbitraria y represiva de la fiscalía. Mientras tanto, la aplanadora de opinión tapa el meollo del asunto: que las víctimas fueron escogidas a dedo para evitar desplantes en La Habana. Frente a ese señalamiento que justificaba chorros de inquietudes, cuestionamientos y aclaraciones, la polémica la acaparó un trino de mal gusto. Quien sabe con qué pirueta se pasteurizará la última manifestación del poder de veto sobre las víctimas “desde las montañas de Colombia”.
El lema parece ser “sobre las negociaciones, ni pío”, salvo para apoyarlas incondicionalmente. La situación recuerda el eslogan TINA (There Is No Alternative) atribuído a Margaret Thatcher para evitar discusiones sobre sus reformas. Que el misterio venga del ejecutivo políticamente responsable de unas negociaciones que inició de esa manera, vaya y venga. Pero que lo secunde un armonioso, intransigente y melodramático coro intelectual es otra cosa. Si los trinos ya son como balas, la misma izquierda que le pide a las víctimas del conflicto perdón y reconciliación eleva las chuzadas al rango de crimen abominable y desestabilizador, ese sí merecedor de toda la severidad de la justicia. Hubo épocas en que la opacidad, falta de debate, unanimidad, servilismo ante el poder e indiferencia selectiva con la represión fueron patrimonio de la derecha. Ahora el progresismo ahoga las discusiones y declara irresponsable, saboteador o simplemente de derecha a quien critique algo sobre la paz, o diga verdades sin maquillarlas. Gustavo Duncan suelta perogrulladas como que Uribe arrinconó militarmente a la guerrilla y terminó clasificado bastante a derecha de la Comisión, sólo detrás de Vicente Torrijos, profesor castrense que echa “dardos tan duros como que las Farc son chantajistas” y del mismísimo Eduardo Pizarro, farcólogo serio como pocos, quien en el 2011 osó escribir que ese grupo se había convertido en una máquina de guerra.
Ojalá viniera al país la cantante Russian Red para un doblete de concierto “pop & cool” con una charla sobre lo que ella denomina “totalitarización de la opinión pública”. A la cada vez más intolerante izquierda colombiana le caerían bien unas dosis de frescura y apertura mental.