Ha causado revuelo el libro de Don Berna con detalles sobre los Pepes, la nefasta coalición que liquidó a Pablo Escobar.
Como anota Gustavo Duncan, esas revelaciones son anecdóticas frente al hecho conocido de que el Estado colombiano y agencias norteamericanas se aliaron con criminales para eliminar al capo. Imposible no estar de acuerdo con María Elvira Bonilla en que este episodio es “uno de los momentos más humillantes e indignos de la historia nacional”. Más difícil de avalar es la pretensión de que tan macabra alianza fue “el origen de los paramilitares ya como organización”.
En medio del delicado diálogo con la guerrilla más vieja del mundo se ha consolidado la costumbre de desplazar y deformar el origen del paramilitarismo y, en particular, de desligarlo del MAS (Muerte A Secuestradores). Atribuirle responsabilidad a la subversión y al secuestro en la génesis de esa máquina de matar atentaría contra la solución negociada del conflicto, que requiere destacar la violencia oficial y terrateniente. Una perla en esta campaña de maquillaje la ofrece el informe ‘Basta Ya’ del Grupo de Memoria Histórica (GMH). Allí se reconoce que el MAS nació como respuesta al secuestro de una hermana de los Ochoa por el M-19, pero con inusitada minucia se precisa que “el MAS originario persiguió miembros de esta y de otras guerrillas, pero cuando Marta Nieves fue puesta en libertad, se disolvió”. El temido nombre, prosigue el GMH, fue utilizado luego por otros grupos aliados con la Fuerza Pública “para disfrazar la guerra sucia que desataron contra militantes de izquierda y líderes sociales”. Resulta insólito que el mismo discurso que plantea sin reparo la continuidad de la violencia a lo largo de medio siglo, desde pájaros y chulavitas hasta narcos y paras, considere indispensable establecer un corte cualitativo para localizar el origen del “verdadero” paramilitarismo organizado después del MAS, desligado del secuestro e impulsado por la Fuerza Pública. La paz justifica acomodar la historia para mantener el dogma del empate militar y moral que facilita el diálogo.
Cronistas más preocupados por reconstruir los hechos que por echar línea, como Alonso Salazar, no se enredan en las sutiles diferencias entre el MAS original y sus degeneraciones posteriores. El secuestro de Marta Nieves Ochoa en 1981 fue un punto de quiebre del conflicto no sólo por la génesis de los paramilitares sino por la creación misma del Cartel de Medellín, hasta ese momento un grupo desarticulado de traficantes. Otra secuela fue la metamorfosis de un exportador de cocaína y populista de barrio en ambicioso animal político y Patrón del bajo mundo. Para crear el MAS se reunieron por primera vez unos 200 narcos de todo el país que aportaron hombres y armas para una aventura justiciera liderada por Escobar y Lehder, quienes “propusieron acciones hasta entonces ni siquiera imaginadas por sus colegas”. “Esto se fue pa’ guerra” declaró Escobar proclamado capo de capos. Allí estaba otro vengador, Fidel Castaño cuyo hermano Carlos, también líder de los Pepes, trabajaría con el Patrón y luego contra él. Por fin los sicarios sintieron “la sensación de combo, de mandar en la ciudad”. Con mano de hierro y el mismo esquema de aportes se montaría el sistema impositivo criminal que financió la guerra contra la extradición y el Estado colombiano. Semejante nómina inicial no podía ser estable pero fue de las entrañas de esa férrea estructura paramilitar que salieron los Pepes, sublevándose y dándole el golpe de gracia a Escobar con apoyo de sus competidores y enemigos. Moncada y Galeano, cuyo asesinato consolidó a los Pepes, eran los típicos narcos protegidos por el Cartel que se enfrentaron al Patrón. Don Berna trabajó para ellos y asimiló del engendro del MAS la tecnología del sicariato y las oficinas de cobro.
La ejecución de Escobar, una ilegalidad menor de ese esperpento que masacró sin titubeos civiles inocentes, no fue la primera alianza sucia con criminales. Desde la persecución inicial a los secuestradores de Marta Nieves en varias ciudades los militantes eran “detenidos y traídos a Medellín en aviones por miembros del MAS y entregados el ejército”. Cuando en 1984 secuestraron a su padre, Escobar realizó operativos, “al estilo del MAS, con sus hombres y con oficiales del Ejército y la Policía”. El MAS coronó al Patrón y los Pepes, herederos de sus métodos, contactos, esquemas organizativos y fuentes de financiación lo destronaron en una descomunal vendetta con refuerzo oficial. Es torpe no reconocer ahí mutaciones sucesivas del mismo monstruo paramilitar que luego se ensañó con otras víctimas.
GMH (2013). ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad. Informe General del Grupo de Memoria Histórica
Morales, Natalia y Santiago La Rotta (2009). Los Pepes. Desde Pablo Escobar hasta Don Berna, Macaco y Don Mario. Bogotá: Planeta
Salazar, Alonso (2001). La Parábola de Pablo. Auge y caída de un gran capo del narcotráfico. Bogotá: Planeta