Publicado en El Espectador, Septiembre 18 de 2025
En 1994, la Corte Constitucional (C-318/94) aclaró la distinción entre monopolio estatal y reserva en servicios públicos como la TV. Así, sin alterar el control sobre el espectro electromagnético, facilitó la apertura a operadores privados y la competencia. Aunque la izquierda habla de privatización, simplemente se permitió que coexistieran canales públicos y privados. Nadie planeó, ni podía prever, cómo evolucionaría ese arreglo.
Desde los setenta, programadoras colombianas vendían en el extranjero. RTI lideró la exportación de los VI Juegos Panamericanos de Cali en 1971. Fueron “100 horas de producción en vivo y directo, la mayoría exportadas a toda América”. Enviado Especial, con reportajes de Germán Castro Caicedo, se intercambió con televisoras de otros países. En los ochenta se exportaron capítulos de El Cuento del Domingo, adaptaciones de literatura latinoamericana. En esa misma década, Caballo Viejo, de Caracol Televisión inició el boom de novelas colombianas -Café, Azúcar, Betty la Fea- con audiencia global para el talento colombiano. “La lista de países en donde se han transmitido las telenovelas incluye los latinoamericanos y algunos europeos, asiáticos y hasta africanos”. En 1991 Escalona y Carlos Vives, también de Caracol, extendieron la bonanza a la música pop colombiana que, con los años y Shakira, se tomaría el mundo. Hoy, el número de cantantes nacionales top mundial es similar al de España, Mexico o Argentina.
Gracias al VHS y los videoclubes, en los ochenta la gente pudo librarse de los horarios fijos y la publicidad en TV. A pesar de su alto costo inicial, el avance no fue elitista. En esa época, “uno de los planes preferidos de los colombianos era alquilar películas”, que veía toda la familia, hasta con los vecinos. A eso se sumaban “distribuidores privados con copias (piratas)” y equipos abaratados por el lavado de dinero en los sanandrecitos.
En los noventa, la llegada de internet -bien público con proveedores privados traído al país por Uniandes con fundaciones norteamericanas- permitió nuevos formatos que complementaron la TV por cable o por satélite con antenas individuales. En este siglo, Youtube, creación de tres jóvenes para compartir videos, y luego las redes sociales revolucionaron para siempre la oferta de entretenimiento y de información. La izquierda obsesionada con una conspiración neoliberal contra el pueblo jamás aceptará que esos avances tecnológicos juveniles implicaron una democratización real de los medios.
Netflix, ícono de las plataformas por streaming, empezó en 1997 como un videoclub que enviaba a domicilio películas en DVD. La idea surgió por la rabia que le produjo al actual director general (CEO) una multa por devolver tarde una película de Blockbuster. El objetivo con su socio era crear un “Amazon para DVDs”. Tardaron varios meses para ofrecer un sitio web que permitía, con una mensualidad, recibir la selección por correo y devolverla con porte pagado, sin multas por retrasos. Después idearon el software que recomendaba películas a partir del historial de pedidos y en el 2000 ya tenían un millón de usuarios. El salto al streaming del 2007 estuvo basado en el programa de personalización de gustos con la base de datos de los DVDs. Hoy cuentan con 270 millones de usuarios globales y entraron en las grandes ligas productoras de contenidos.
El software que “promedia” gustos individuales y detecta tendencias hace que los guiones sean, de hecho, colectivos, verosímiles, e incluso woke, con sensibilidad a valores sociales como la justicia, sin racismo, sexismo ni homofobia. Así lo ilustran las producciones Netflix mundiales y las hechas en Colombia, que también desafían leyendas conspirativas sobre cómo el gran capital foráneo silencia al pueblo.
La popularidad global del entretenimiento a la carta muestra la enorme importancia que los usuarios de cualquier cultura le asignan a elegir, aunque toque pagar, tanto el contenido como el momento para disfrutarlo. Algo similar puede decirse sobre la información que es realmente accesible para cualquier persona, incluso de estratos populares, como bien saben las bodegas oficiales. La absurda y dogmática crítica de quienes añoran la cultura centralizada, coordinada por una burocracia costosa y poco creativa, con tentáculos en todas las manifestaciones artísticas, refleja una visión caduca y reaccionaria de la sociedad, como los independentismos.
Las escasas referencias de Gustavo Petro a Netflix muestran la obsesión por machacar su ideología. Recomendó, por supuesto, Cien años de soledad como también Fronteras Verdes sobre el Amazonas. Ensalzó Las pacientes del doctor García, médico republicano infiltrado en una red clandestina nazi y Los últimos 12 años de los Tupamaros y el M-19. Sus relatos y actuaciones revelan que no es netflixsta. Leer a Marx en el Bois de Boulogne con un sindicato de trabajadores sexuales no pasaría el filtro de guionistas serios. Tampoco lo haría la escena de un mandatario contemporáneo acosando en público a una subordinada.
REFERENCIAS
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González, Alejandra (2023). “Ésta es la historia del origen de Netflix, la empresa que desplazó a Blockbuster”. Milenio, Agosto 29
Manrique, Poble (2025). “Las Redes del Gobierno como Bodega de Petro: Así se Movieron 77 Cuentas Oficiales”. La Silla Vacía, Septiembre 15
“Lancheros, Katherine (2025). “Petro le hizo frente a los señalamientos de “misoginia” tras polémico gesto con Gloria Miranda: ‘Yo no le tengo asco, todo lo contrario’”, Septiembre 16
Seara, Fabiana (2023). “La plataforma que propulsó el reino del vídeo: así es la historia de YouTube”, marketingdirecto.com, Noviembre 25
Velandia, Irena (2005).”La Televisión abierta en Colombia a la luz del Derecho de la Competencia”. Monografía, Uniandes, Facultad de Derecho