Publicado en El Espectador, Octubre 13 de 2022
Aún en democracias consolidadas, la izquierda pierde prestigio ante una derecha delirante. En los dos extremos la soberbia impide emprender una verdadera autocrítica.
Entrevistado en un tik tok que parece un mal chiste, ante una pregunta sobre si “con su gobierno nos volveremos otra Venezuela”, Gustavo Petro afirma muy serio que “ya somos como Venezuela.. se trata de que Venezuela y Colombia cambien”. Su flamante embajador en Caracas corrobora el exabrupto: “la pobreza es la misma en Colombia y en Venezuela”. La irresponsabilidad de estos comentarios que ignoran le emigración masiva de refugiados venezolanos atravesando el tapón del Darién, así como todos los indicadores imaginables de situación económica, fiscal, cambiaria, social, educativa, sanitaria, de seguridad y un largo etcétera para implícitamente destacar que tanto Maduro como Petro representan gobiernos de izquierda preocupados por el pueblo y su pobreza ilustran el monumental vacío conceptual y práctico que caracteriza esos términos.
Como señala Fernando Savater, “llamamos de izquierda a todas las inquietudes irreprochables: la preocupación por los pobres, por los marginados, por los excluidos del banquete capitalista, por los explotados, por los discriminados por su raza o sus creencias, por los débiles… O sea que es izquierdismo todo lo que nos queda de cristianos”.
El aparente programa de la nueva izquierda -cuyos pregoneros hacen llevadero con un tren de vida arribista y derrochador- corresponde fundamentalmente a las preocupaciones nominales del cristianismo.
La bondad universal de las inquietudes contrasta drásticamente con la viabilidad y humanidad de las soluciones que, precedidas por un voluminoso historial de errores y horrores, son cada vez menos explícitas. Los supuestos remedios para el largo inventarios de preocupaciones son “colectivistas y partidarios de la intromisión estatal no en la gestión social sino en la orientación de la vida individual… resuelven poco aunque perjudican mucho”.
Desde que a finales del s. XVIII se acuñaron en París los términos izquierda y derecha, relacionados con la legitimidad de las fuentes de autoridad, la segunda ha sido menos controversial en su definición. Sus adversarios planteaban que el gobierno ideal estaba basado en unos derechos naturales y en la “voluntad del pueblo", no en la religión o la tradición. Pero dentro de la misma izquierda ha sido siempre muy debatida la cuestión de qué significan esas cualidades básicas.
Poco después de la Revolución, Francia estrenó la democracia basada en el sufragio masculino casi universal. El esquema duró poco y pronto vinieron las dictaduras. Tanto Jacobinos como Girondinos apoyaban el uso de la fuerza para defender los avances de la revolución y tenían una actitud francamente agresiva contra los poderes extranjeros. Argumentaban que los mecanismos democráticos podrían suspenderse para facilitar una purga rápida del poder aristocrático. Algunos pedían la ejecución del rey a pesar de haber pregonado antes la abolición de la pena de muerte. Muy pronto aparecieron diferencias irreconciliables entre distintas facciones. Mientras unos defendían darle el poder a las masas enardecidas otros pregonaban democracia, justicia y orden. Muchos líderes girondinos fueron detenidos y ejecutados dando vía libre al terror. Después de la purga, el término jacobino adquirió un sentido más estrecho, con acciones revolucionarias vigorosas, intransigentes y violentas como pregonaban los Montagnards más radicales.
No sólo la aplicación de una pena ejemplar al rey bajo la premisa que cualquier castigo extremo es siempre una amenaza contra la libertad generó profundas e interminables discusiones. Hubo gran confusión entre la noción de “soberanía popular” y la de democracia. Algunos consideraban un error concluir de manera automática que los representantes de la naciente dictadura dejaban de ser de izquierda, pero era realmente arduo defender la idea que la “voluntad popular” estaba resguardada por gobernantes totalitarios. Mientras unos defendían el sufragio universal otros exigían ciertas condiciones basadas en los ingresos y la propiedad. Condorcet alcanzó a proponer darle el voto a las mujeres pero no fue secundado. Aunque hubo quienes se oponían tenazmente a la suspensión del poder democrático, otros alegaban que eran necesarias ciertas interrupciones en épocas de emergencia. Resumiendo las discusiones, el ensayista David Caute afirmaría luego que “un hombre, un voto… logra solo un remedo de soberanía popular mientras los medios de producción permanezcan bajo control privado”.
Tal como pregonaron antes los Niveladores ingleses (1640s) y los revolucionarios norteamericanos (1770s), inicialmente los líderes de la izquierda revolucionaria francesa defendían una economía de mercado individualista, con muchos pequeños propietarios, como lo eran casi todos ellos. Habían experimentado los efectos nefastos de los monopolios estatales y otras grandes concentraciones de poder económico. Tras ser liberado de prisión, François Babeuf defendió la propiedad comunal y la abolición de la propiedad privada, incluso con métodos de terror.
Los desacuerdos intestinos, que han sobrevivido en la izquierda de muchas sociedades y la intransigencia que impide negociar, han tenido como principal consecuencia un marcado déficit de soluciones concretas para los problemas reales. Quién sabe qué podrá lograr ni cuánto podrá durar un Pacto Histórico aceitado con tanto oportunismo.
REFERENCIAS
Hodgson, Geoffrey (2018) Wrong Turnings. How the Left Got Lost. The University of Chicago Press
Infobae (2022). "La pobreza es la misma en Colombia y en Venezuela, aseguró el embajador en Caracas Armando Benedetti". Septiembre
Savater, Fernando (2022). "Inquietudes". El País, Septiembre 3