Publicado en El Espectador, Octubre 28 de 2021
En los años sesenta, los caminos que llevaban a académicos y estudiantes universitarios colombianos hasta la guerrilla eran impredecibles.
William Ramírez Tobón fue, junto con Alfredo Molano, uno de los intelectuales más cercanos al médico insurgente Tulio Bayer. Con vocación religiosa temprana, ferviente seguidor de Gonzalo Arango y los nadaístas, admirador y discípulo del cura Camilo Torres, quiso seguir la carrera del profesor de sociología de la Universidad Nacional que moriría abatido militando en el Ejército de Liberación Nacional. Al abandonar la guerrilla fue docente universitario e investigador del IEPRI y el CINEP.
Ramírez empezó su peculiar carrera estudiando derecho en Manizales. Buscaba entender la extraña época de la posguerra. En las universidades occidentales actuaban diversos ismos que pregonaban un mundo mejor: comunismo, anarquismo, existencialismo, antiimperialismo, pacifismo, hippismo y amor libre. Como si no bastara este caleidoscopio de idealismos, protesta y desobediencia que conduciría al levantamiento estudiantil de Mayo 68, en Colombia había surgido el Nadaísmo que le sumó poesía y bohemia a la rebeldía. En Manizales, Ramírez y sus soñadores colegas, como Humberto de La Calle, frecuentaban los bares “escuchando tangos y jazz, tomando aguardiente, fumando tabaco y marihuana… proclamando la potencia creadora del hombre solitario… a la espera de algún trueno impredecible que transformara la historia”. Pronto se aburrió de los códigos: lo suyo era la bohemia y el amor sin ley. Cuando decidió estudiar Filosofía y Letras, su familia, preocupada por los devaneos con la ociosidad, lo apoyó siempre que ingresara a la Universidad Nacional en Bogotá. Allí mantuvo su vida bohemia pero le sumó discursos incendiarios del padre Camilo Torres con acción revolucionaria. La efusividad rebelde lo llevó a la Facultad de Sociología para cambiar el país bajo la orientación del cura y de Orlando Fals Borda. Del primero le impresionaba su coherencia ideológica y la actitud consecuente con sus ideas políticas. Era el más puro representante de aquel cristianismo que luchaba por la igualdad, se indignaba con el sufrimiento del pueblo y se inspiraba en el nazareno que con látigo expulsó los mercaderes codiciosos del templo.
La lectura en clave evangélica que Camilo Torres hacía de Marx inspiraba a muchos jóvenes que terminaban envueltos en profundas disertaciones psicoanalíticas mezcladas con intensos debates sobre las variantes del marxismo-leninismo más pertinentes. Los trotskos enfrentaban con vehemencia la línea comunista soviética y también las orientaciones de Mao desde Pekín. El debate también tenía que ver con la correlación de fuerzas políticas locales. Todos los factores atávicos, reaccionarios y opresores hacían impostergable la lucha revolucionaria siguiendo el ejemplo esperanzador de la Revolución cubana.
El convencimiento ideológico no era suficiente para vencer algunas tentaciones terrenales de la vida bohemia que en principio debía ser consistente con el ideario político. Así llegó Ramírez a una cómoda fusión entre acción revolucionaria, aguardiente, marihuana, tango y salsa. “Se es revolucionario no por lo que se lee, sino por lo que se hace, y por lo que se baila y se fuma”.
Una década antes de los rumberos y traviesos rebeldes urbanos del M-19 ya se cultivaba entre la pequeña burguesía capitalina de vanguardia la peculiar visión de que la revolución, así sea robando, secuestrando y matando, es una verdadera fiesta. “Actúe primero, reflexione después, pensar paraliza la acción” sería la delirante fórmula Tupamara importada al país por el grupo armado dirigido por Jaime Bateman Cayón, cocinero mayor del Gran Sancocho Nacional que conduciría trágicamente a la Toma del Palacio de Justicia en 1985.
Incluso entre estudiantes revolucionarios y parranderos el nadaísmo era visto con recelo. Para sus compañeros de sociología y sus amigos militantes, William padecía de “un peligroso aislacionismo político caracterizado por debilidades orgiásticas reincidentes”. Para contrarrestar las críticas decidió unirse a los comandos camilistas, aguerridos estudiantes dispuestos a sacrificar su vida por la emancipación nacional siguiendo al cura revolucionario. Ni siquiera así pudo superar su amor por “la noche libidinosa junto a poetas borrachos”.
El milagro que le permitió hacer coherentes ideas políticas y efervescencia amorosa se llamaba María Arango Fonnegra, “reina de la universidad, exponente de la clase alta bogotana y militante de la Juventud Comunista, hermosa oveja negra de su familia, encantadoramente descarriada y ferviente luchadora anti- imperialista”. Militante comunista, María tenía los contactos necesarios para que jóvenes soñadores fueran a la isla caribeña que estrenaba revolución a que les dieran entrenamiento ideológico y militar para tumbar a bala el capitalismo en sus países. Cuando se encontraron en la Nacional ella sentenció, “lo voy a mandar a Cuba para que se le quiten esas güevonadas”. Semejante propuesta de quien viajaría a Moscú para ser formada en la Komsomol, organización juvenil del Partido Comunista soviético, era seria. A los pocos meses, William emprendería viaje a La Habana donde conocería a Pedro Baigorri, el chef vasco de Fidel Castro, y a Tulio Bayer.