Publicado en El Espectador, Julio 27 de 2021
Un impacto extendido y difuso del feminismo ha sido transformar las expectativas de las mujeres al buscar parejo.
El mito de la virginidad entregada al amor de la vida dio paso a otros cuentos de hadas. Entre las separadas con más de cincuenta años hay bastante despiste asociado al idealismo. Si se aceptara que, desde siempre, en cualquier cultura y a cualquier edad, ellas son cautelosas para el sexo con desconocidos mientras que a ellos no les incomoda, a veces incluso lo buscan, se aceptaría sin aspavientos que una mujer madura exige preámbulos que un hombre no necesita para tener relaciones íntimas.
En lugar de esta visión simple y natural de la dinámica de pareja, se extendió el eufemismo que cualquier romance pasa por una etapa previa de amistad que luego, súbitamente, gracias al feeling, a algún misterioso cupido o hada madrina, se transforma en amor. Basta esperar. Una falacia contemporánea es que la progresiva, lenta y ardua construcción de un vínculo sentimental equilibrado no requiere tiempo, energía, sacrificio ni persistencia.
Alguna evidencia útil para explorar el mundo de los encuentros virtuales para mayores se consigue inscribiéndose gratuitamente en un sitio especializado. Allí se pueden ver los perfiles de mujeres que se aventuran a buscar romance. Hay que pagar únicamente para saber quiénes visitan, o le dan like, a alguien.
A diferencia de muchas familias desperdigadas globalmente por razones laborales, Cataluña concentra estructuras familiares extensas. Como importante polo de atracción de inmigrantes, mujeres latinas vinieron siguiendo hijos y nietos. Además, el nacionalismo ha logrado que esta provincia sea vista como el centro de un estrecho mundo del que normalmente no se sale. Ambos factores se intensificaron con la crisis. Con esta demografía, la mayoría de mujeres que acuden a redes sociales para emparejase ejercen como abuelas, actividad que no sólo las atrae y absorbe sino que las lleva a despreocuparse por buscar seriamente con quién envejecer.
La pensadora portuguesa María Filomena Mónica resume la fortaleza y suficiencia del vínculo femenino con la familia. Al serle diagnosticado un cáncer incurable decidió “que iba a ver a muy pocas personas y a hacer lo que me gusta: leer, escribir, escuchar música y estar con mis nietos”. Cualquiera puede perder tiempo divagando si esa afirmación también sería aplicable a cualquier abuelo.
Una amiga madrileña residente cerca de Barcelona, donde viven la hija y la nieta, resume su situación: “yo sí quisera encontrar un hombre que me acompañe en el futuro, pero me da pereza buscarlo”. La pasividad femenina es recurrente en redes. Algunas mujeres, impulsadas por terceros a inscribirse en los Tinder de Viejitos, cuelgan una foto difusa o de espaldas, señalan que buscan “una relación seria”, pero ni se molestan en escribir cómo son, qué hacen o qué les gustaría compartir. Los web managers disculpan el extendido desgano con “(fulana) no ha incluido ninguna descripción. Seguramente se trate de una chica muy tímida”. También es común que después de dar un like, de recibir el saludo recíproco con un mensaje, se olviden de contestar. La amistad parece un concesión que también requiere iniciativa y flirteo masculinos.
El misterioso tránsito de amigo a novio es el punto de quiebre, o el cuello de botella, de muchas historias. Hace varias décadas, las jóvenes consideraban a sus compañeros o colegas coetáneos simples amigos mientras salían con alguien mayor. De las cincuentonas para arriba la amistad es el eufemismo para un “déjeme conocerlo de lejitos por un tiempo: ni se atreva a tocarme o darme un beso”. Olvidan que la amistad sin una rutina que la facilite –vecindario, sitio de estudio o de trabajo- inevitablemente fenece.
“No quiero sólo sexo” debe anunciar de entrada quien pretenda acercarse a una mujer en una web de mayores. La hoja de ruta con frecuencia es explícita. “Antes de tocar mi cuerpo las personas tienen que tocar mi alma… Me encantaría conocer a alguien con quien se produzca la magia del encuentro…” La invocación de la fantasía puede ser extensa: “soy una chica normal que busca alguien con quien salte la chispa para compartir camino juntos. Abstenerse quien busque un rollo de una noche, yo no soy así y busco algo más serio”. Tal precaución no es exclusividad catalana: una francesa -adolescente en el 68- proclama no querer “aventuras, ni mujeriegos.” Hasta en el supuesto filtro para indeseables se percibe cierta ingenuidad: “detesto el engaño y la mentira”, como si esas no fueran, precisamente, las habilidades de un Casanova.
El máximo candor lo alcanzan algunas catalanas que además de minuciosos trámites para conocerse esperan que el príncep blau lea catalán para entender su perfil o presentación. La mezcla de feminismo y nacionalismo menoscabó tanto el polo a tierra que permite prever un final de bolero: “hola Soledad, no me extraña tu presencia…”.
REFERENCIAS
Sexo con desconocidos, ellas no, ellos sí