Publicado en El Espectador, Marzo 25 de 2021
Columna después de los memes
El neomarxismo no es la única fuente de falacias e incoherencias. En redes sociales abunda gente que ve la paja en el ojo ajeno e ignora olímpicamente la viga en el propio.
Lo simpático es que se sienten muy progres, aunque discriminen con descaro y sean en extremo intolerantes. Valeria Angola, por ejemplo, proclama ser antiracista y con total tranquilidad trina disparates como “jaja de los hombres ricos y blancos todxs nos podemos burlar” o, con fondo musical, “voy a hacer un hilo de canciones de reggaetón de mujeres negras. Vean cómo el reggaetón siempre ha sido feminista sin intervención de las blancas”.
Hay quienes, sin la gracia y elegancia de Yanis Varoufakis, anuncian que son incoherentes y detestables. Se sienten, cual James Bond 007, con licencia para linchar. En tuiter padezco a @rebuznardo, un seguidor que podría ser seguidora pues se camufla como Lola Flórez. Anuncia “madrazos a destajo y sin rubor. Hilos que comparan cosas mañés con gente ilustre”. El desparpajo no impide que pele un cobre intolerante y censurador. Por burlarme del ministro griego pide que me quiten la tribuna: “a este man no se le da ni el rigor académico ni el humor en los memes. Con el de hoy, lo mínimo que pasaría en un medio serio es su cancelación. Eso de dar vitrina a un homófobo, misógino y ridículo defensor del patriarcado rancio no les queda”. Resulta difícil entender cómo alguien puede seguir leyendo un columnista al que le endilga todos esos epítetos. Parecería una variante intelectual del masoquismo.
Preocupa que tales francotiradores virtuales agazapados tengan responsabilidades académicas en las que conservan su obsesión por el garrote verbal. El mismo rebuznador anotó que me expondría ante sus despreciados pupilos como ejemplo de lo que no debe hacerse. “Usaré esta columna en mis clases para mostrar a estudiantes un ejemplo más elaborado y con pocos errores gramaticales de lo que hacen: escritos cuyo punto central y crítica ni está argumentada, ni cuenta con evidencia. Es un artículo que no sirve a nadie, solo al ego del autor”. Fuera de esa tirria visceral está la característica estándar de evadir la crítica específica, concreta, útil para corregir desatinos. Experta en mansplaining, no le explica nada al man que insulta. ¡Hola, Lola, basta un email y te paro bolas!
No todas las falacias progres corren a cargo de personas escudadas en el anonimato. Una función de ciertos profesores universitarios progres es proteger de cualquier ataque algún ideario global aceptado, hegemónico, sólido, coherente, sin ningún dilema, como el feminismo, la defensa de derechos LGBT o el ambientalismo.
La actitud opuesta es rechazar con furia teorías consideradas incorrectas porque ignoran el sacrosanto principio de la igualdad. En esa categoría entra cualquier alusión a las leyes del mercado o a la cruda competencia por los recursos. Un verdadero demonio lo encarna Charles Darwin. Para cualquier progresista que se respete destacar los aportes de este personaje a la comprensión de los orígenes de la especie humana, o simplemente mencionar la existencia de factores hereditarios, constituye prueba irrefutable de ideología fascista.
La intolerancia con la opinión ajena siempre es asimétrica. Si alguien dijera, por ejemplo, que respeta a la gente creyente, en extremo convencida de una religión, pero que agradece que sus hijos no sean así sino agnósticos o ateos, ninguna persona progre objetaría esa elemental diferencia entre respeto por los demás y preferencias personales. Pero llegue usted a decir que respeta a los gays y simultáneamente se alegra de que su hijo no lo sea para que le caiga con contundencia el calificativo de miserable homófobo que aplaude la violencia contra el colectivo trans.
Típico de personas progres es hacer creer que lo que a ellas les preocupa es un fenómeno generalizado. Actualmente es evidente en las películas y series de TV la presión LGBT para erradicar el calificativo de atípico. Si uno infiriera de los guiones escritos en los últimos años cuál es la proporción de gays, lesbianas o transexuales en la población llegaría fácilmente a porcentajes de dos dígitos, unas diez veces superiores a los que realmente se observan.
En esa falacia caen incluso analistas serias. Una de ellas aclara que la selección por la Corte Constitucional para una de sus sentencias de dos casos de mujeres maltratadas de manera similar, con desprecio machista, “indica que la específica forma de violencia de género que retratan podría ser bastante extendida".
Si existe una muestra bien poco representativa de la población colombiana es precisamente la de los casos escogidos a dedo para sentencia en la sabia instancia jurisprudencial. Lo que refleja ese selectísimo escenario son las inquietudes intelectuales de moda, importadas intactas por las élites constitucionalistas bogotanas en su intensamente bohemia, idealista y progre época estudiantil, cuando compiten endógenamente, con mucho amor, por una pasantía cerca del Olimpo.