Publicado en El Espectador, Julio 9 de 2020
Columna después de los memes
Columna después de los memes
Una posible fuente de conflictos durante el confinamiento debió ser la actividad sexual.
Una fábula militante es que no existen diferencias significativas entre la sexualidad de hombres y de mujeres, aunque toda la evidencia disponible sugiera que hay discrepancias apreciables. Además, no se trata de esa noción moderna y etérea del género sino de asuntos atávicos, biológicos: sexo, cromosoma XY, testosterona... Los nacidos hombres que en algún momento de su vida dejan de identificarse como tales para sentirse mujeres trans son, con respecto a las nacidas así y en situación equivalente, verdaderos torbellinos sexuales. Las diferencias entre actividad sexual gay y lesbiana son abismales.
Por muchos años, los inhibidores de testosterona han sido utilizados para tratar las parafilias y la delincuencia sexual, que afectan principalmente a los hombres. La castración química, que la reduce y es reversible, es un tratamiento utilizado contra los violadores. La testosterona es la principal hormona sexual masculina cuya concentración es varias veces superior en los machos que en las hembras de muchas especies. Como otros andrógenos, modula casi cualquier aspecto del comportamiento sexual: no solo las funciones autonómicas sino asuntos emocionales, motivacionales y cognitivos.
Los niveles de testosterona son variables entre los hombres y tendrían un componente hereditario: un estudio con gemelos y mellizos adolescentes en Holanda reveló que la correlación de esos niveles es mayor en los primeros. Se estima que, a esa edad, 60% de la varianza en testosterona se hereda.
No parece un despropósito plantear que, encerrado, un macho con mucha testosterona tendrá un comportamiento sexual radicalmente distinto del de, por ejemplo, un eunuco o castrati cuya producción de la hormona masculina es prácticamente nula. Por algo a los primeros los encargaban de cuidar el harem del sultán. Cualquiera que tenga mascotas o sepa algo de cría de animales se sorprenderá que haya quienes afirmen que, hormonalmente, hombres y mujeres somos extraterrestres.
Como lo más probable es que la cuarentena haya aumentado los conflictos por controlar la rutina del hogar, territorio femenino con un intruso desafiando las normas, también es factible el incremento de la manipulación sexual de las mujeres, algo del tipo “por portarse mal, ahora no se lo doy”. Quienes hemos convivido largos años con una misma pareja fuimos sometidos , con más frecuencia que la deseable, a ese chantaje o castigo basado, precisamente, en las diferencias en sexualidad que mitos culturalistas insisten en negar.
Se puede hilar más fino. La cuarentena debió dejar totalmente fuera de base a los hombres que tradicionalmente evitan esa manipulación femenina con aventuras fuera de casa. Por lo que he observado en mi entorno durante muchos años, prácticamente desde niño, tengo la firme convicción de que los hombres mujeriegos, inmunes al chantaje sexual, no sufren cantaletas de la esposa y aburridores regaños pedagógicos como Ramona con Pancho en “Educando a papá”. Amigos y conocidos polígamos son los reyes del mambo. El gran sirvengüenza de mi familia por el lado materno, que tuvo varias amantes de distinta duración, era consentido y atendido por una esposa que ingenuamente pensaba que así lo reconquistaría. Esa tía, a su vez, era muy criticada por un linaje de matronas empeñadas en tratar duro a sus fieles y sumisos esposos cuya inhumana retaliación era llamarlas “tatas”, por su semejanza con las culebras tatacoas.
Así, una gran paradoja de las relaciones de pareja en sociedades empeñadas en la monogamia es que los hombres que requerirían mayores esfuerzos de civilización para la vida hogareña -no poner cuernos, asistir a cumpleaños o celebraciones familiares, no dilapidar recursos en trago y sucursales etc…- son los que menos reciben instrucciones y orientaciones permanentes de sus cónyuges. El símil con el sistema escolar es inmediato: quienes más necesitan educación, los potenciales pandilleros, amenazan siempre con abandonar el colegio. La diferencia es que los vagos escolares sí dejan de estudiar apenas pueden mientras que a los esposos sinvergüenzas los tienen que echar. Si sólo dependiera de ellos seguirían disfrutando múltiples aventuras combinadas con las mieles del hogar.
Ante situaciones prolongadas de estrés, la producción de testosterona disminuye, puesto que otras hormonas como el cortisol son más útiles ante el peligro. Pero sería apresurado asegurar que el confinamiento implicó una continua sensación de miedo: tal vez fue lo contrario, la gente se sentía más segura en casa. Puede ser ilustrativo observar lo que ocurre en situaciones de encierro forzado y prolongado, como una prisión. Allí también hay diferencias importantes entre sexos. Un trabajo realizado en cárceles norteamericanas muestra que los hombres, mucho más que las mujeres (70% contra 29%), reportan incidentes que terminan con relaciones sexuales forzadas, que podrían calificarse de violación.
Un corolario tan simple como preocupante es que la cuarentena pudo implicar un incremento en la violencia sexual dentro de la pareja.
Jordan, Kirsten, Peter Fromberger, Georg Stolpmann & Jürgen Leo Müller (20119) “The Role of Testosterone in Sexuality and Paraphilia—A Neurobiological Approach. Part I: Testosterone and Sexuality”. The Journal of Sexual Medicine, Volume 8, Issue 11, November, Pages 2993-3007
Reza Afrisham et. al. (2016) “Salivary Testosterone Levels Under Psychological Stress and Its Relationship with Rumination and Five Personality Traits in Medical Students” Psychiatry Investigation, Nov; 13(6): 637–643.
Rubio, Mauricio (2011). "Sexo en Colombia: ellos lo piden, ellas lo dan". La Silla Vacía, Agosto 30
Struckman-Johnson, Cindy (2006) “A Comparison of Sexual Coercion Experiences Reported by Men and Women in Prison”. Journal of Interpersonal Violence, Volume 21 Number 12, December
van Anders, Sari M (2012). “Testosterone and Sexual Desire in Healthy Women and Men” Archives of Sexual Behavior 41:1471–1484
Una fábula militante es que no existen diferencias significativas entre la sexualidad de hombres y de mujeres, aunque toda la evidencia disponible sugiera que hay discrepancias apreciables. Además, no se trata de esa noción moderna y etérea del género sino de asuntos atávicos, biológicos: sexo, cromosoma XY, testosterona... Los nacidos hombres que en algún momento de su vida dejan de identificarse como tales para sentirse mujeres trans son, con respecto a las nacidas así y en situación equivalente, verdaderos torbellinos sexuales. Las diferencias entre actividad sexual gay y lesbiana son abismales.
Por muchos años, los inhibidores de testosterona han sido utilizados para tratar las parafilias y la delincuencia sexual, que afectan principalmente a los hombres. La castración química, que la reduce y es reversible, es un tratamiento utilizado contra los violadores. La testosterona es la principal hormona sexual masculina cuya concentración es varias veces superior en los machos que en las hembras de muchas especies. Como otros andrógenos, modula casi cualquier aspecto del comportamiento sexual: no solo las funciones autonómicas sino asuntos emocionales, motivacionales y cognitivos.
Los niveles de testosterona son variables entre los hombres y tendrían un componente hereditario: un estudio con gemelos y mellizos adolescentes en Holanda reveló que la correlación de esos niveles es mayor en los primeros. Se estima que, a esa edad, 60% de la varianza en testosterona se hereda.
No parece un despropósito plantear que, encerrado, un macho con mucha testosterona tendrá un comportamiento sexual radicalmente distinto del de, por ejemplo, un eunuco o castrati cuya producción de la hormona masculina es prácticamente nula. Por algo a los primeros los encargaban de cuidar el harem del sultán. Cualquiera que tenga mascotas o sepa algo de cría de animales se sorprenderá que haya quienes afirmen que, hormonalmente, hombres y mujeres somos extraterrestres.
Como lo más probable es que la cuarentena haya aumentado los conflictos por controlar la rutina del hogar, territorio femenino con un intruso desafiando las normas, también es factible el incremento de la manipulación sexual de las mujeres, algo del tipo “por portarse mal, ahora no se lo doy”. Quienes hemos convivido largos años con una misma pareja fuimos sometidos , con más frecuencia que la deseable, a ese chantaje o castigo basado, precisamente, en las diferencias en sexualidad que mitos culturalistas insisten en negar.
Se puede hilar más fino. La cuarentena debió dejar totalmente fuera de base a los hombres que tradicionalmente evitan esa manipulación femenina con aventuras fuera de casa. Por lo que he observado en mi entorno durante muchos años, prácticamente desde niño, tengo la firme convicción de que los hombres mujeriegos, inmunes al chantaje sexual, no sufren cantaletas de la esposa y aburridores regaños pedagógicos como Ramona con Pancho en “Educando a papá”. Amigos y conocidos polígamos son los reyes del mambo. El gran sirvengüenza de mi familia por el lado materno, que tuvo varias amantes de distinta duración, era consentido y atendido por una esposa que ingenuamente pensaba que así lo reconquistaría. Esa tía, a su vez, era muy criticada por un linaje de matronas empeñadas en tratar duro a sus fieles y sumisos esposos cuya inhumana retaliación era llamarlas “tatas”, por su semejanza con las culebras tatacoas.
Así, una gran paradoja de las relaciones de pareja en sociedades empeñadas en la monogamia es que los hombres que requerirían mayores esfuerzos de civilización para la vida hogareña -no poner cuernos, asistir a cumpleaños o celebraciones familiares, no dilapidar recursos en trago y sucursales etc…- son los que menos reciben instrucciones y orientaciones permanentes de sus cónyuges. El símil con el sistema escolar es inmediato: quienes más necesitan educación, los potenciales pandilleros, amenazan siempre con abandonar el colegio. La diferencia es que los vagos escolares sí dejan de estudiar apenas pueden mientras que a los esposos sinvergüenzas los tienen que echar. Si sólo dependiera de ellos seguirían disfrutando múltiples aventuras combinadas con las mieles del hogar.
Ante situaciones prolongadas de estrés, la producción de testosterona disminuye, puesto que otras hormonas como el cortisol son más útiles ante el peligro. Pero sería apresurado asegurar que el confinamiento implicó una continua sensación de miedo: tal vez fue lo contrario, la gente se sentía más segura en casa. Puede ser ilustrativo observar lo que ocurre en situaciones de encierro forzado y prolongado, como una prisión. Allí también hay diferencias importantes entre sexos. Un trabajo realizado en cárceles norteamericanas muestra que los hombres, mucho más que las mujeres (70% contra 29%), reportan incidentes que terminan con relaciones sexuales forzadas, que podrían calificarse de violación.
Un corolario tan simple como preocupante es que la cuarentena pudo implicar un incremento en la violencia sexual dentro de la pareja.
REFERENCIAS
Jordan, Kirsten, Peter Fromberger, Georg Stolpmann & Jürgen Leo Müller (20119) “The Role of Testosterone in Sexuality and Paraphilia—A Neurobiological Approach. Part I: Testosterone and Sexuality”. The Journal of Sexual Medicine, Volume 8, Issue 11, November, Pages 2993-3007
Reza Afrisham et. al. (2016) “Salivary Testosterone Levels Under Psychological Stress and Its Relationship with Rumination and Five Personality Traits in Medical Students” Psychiatry Investigation, Nov; 13(6): 637–643.
Rubio, Mauricio (2011). "Sexo en Colombia: ellos lo piden, ellas lo dan". La Silla Vacía, Agosto 30
Struckman-Johnson, Cindy (2006) “A Comparison of Sexual Coercion Experiences Reported by Men and Women in Prison”. Journal of Interpersonal Violence, Volume 21 Number 12, December
van Anders, Sari M (2012). “Testosterone and Sexual Desire in Healthy Women and Men” Archives of Sexual Behavior 41:1471–1484