Marcela Sánchez, directora de Colombia Diversa, habla de un joven a quien su familia internó en un hospital psiquiátrico cuando supieron que era gay, obligándolo a tomar medicamentos. Hace alusión a otras clínicas que buscan cambiar la orientación sexual de jóvenes por petición de los padres.
Cuando Jairo reveló su homosexualidad, “mi mamá se puso a llorar y lloramos toda la noche. Lo que siguió era (ella) diciéndome que si estaba confundido… que si me habían violado para que yo me hubiera vuelto así… Me dejó de hablar por seis meses y además me restringió la plata”. La mamá de Laura “vio cumplidos sus temores de toda la vida. Feminista y con amigas lesbianas muy queridas, en su propia hija le costó años y dolorosos pleitos aceptarlo”.
Ana contó en su casa que le gustaban las mujeres porque un tío gay aún en el armario la delató. “Mi papá me empezó a dar el típico sermón. Le expliqué que yo sabía hace mucho tiempo lo que quería y eso hizo que se enojara aún más, hasta el punto de considerar sacarme del colegio por unos meses para que pensara bien las cosas”.
Juliana nació en Pereira y vivió en Armenia. Afirma que “nunca he sentido miedo de ser como soy” pero salió del closet en Bogotá, por “temor de lo que pensarían mis amigos o mi familia”.
Camila Esguerra, antropóloga, observó y entrevistó en España a varias latinoamericanas homosexuales. Encontró que aunque los motivos para emigrar son muchos, la distancia que toman estas mujeres de sus familias es definitiva y hace evidente el papel desempeñado “como un fuerte dispositivo de control en relación con la sexualidad”. Estar alejadas es lo que “les permite desarrollar su homoeroticidad, su afectividad lesbiana”. Entre ellas, las que emigraron con parientes a una sociedad reconocida por su tolerancia ven “su existencia lesbiana reducida” y si retornan a su país a vivir de nuevo en la casa prácticamente vuelven al armario.
Luis Alegre, fundador de Podemos, señala que “lo que resulta más difícil no es el hecho de declarar que eres homosexual, sino de no haberlo comentado antes con la gente de tu confianza. Decidí que sería más fácil declararme abiertamente gay al llegar a la universidad, en un ambiente amigable y con gente desconocida”.
Varios testimonios hacen explícito que lo más difícil de enfrentar es el hogar. Para Ana, por ejemplo, “a diferencia de mi familia, mi salida del clóset con mis amigos fue algo muy tranquilo; a nadie le importó, solo les parecía raro, pero nadie me juzgó ni nada”. Con los amigos y colegas de Jairo, “todo fue mucho más relajado, apenas mi mamá supo me quité totalmente ese miedo y esa presión”.
En Colombia, donde el abuso sexual por parientes rara vez se denuncia, se puede temer que exista la “violación correctiva”, práctica usual en algunas comunidades de la India y también detectada en el Perú: "te voy a mandar violar para que te hagas mujercita", le decía a Kattia, lesbiana de 21 años, una hermana en Arequipa. Hasta hace relativamente poco, algunas familias norteamericanas recurrían a intervenciones médicas como condicionamiento aversivo, terapia con electrochoque e incluso lobotomía para dizque curar la homosexualidad de sus hijos. Que estos tratamientos no funcionen es un indicio de que las personas homosexuales nacen, no se hacen, algo que reiteran infinidad de testimonios y corroboran varias disciplinas científicas. Esta anotación no niega la influencia de factores culturales, simplemente señala que no son los únicos determinantes, buena parte son personales y algunos serían congénitos.
El activismo LGBT colombiano silencia que el componente más tenaz de la homofobia ya no es tanto legal, ni político, ni social, ni religioso sino familiar. Contra cualquier otra discriminación el hogar ofrece refugio, transmite seguridad y herramientas para enfrentarla, pero esta la lidera el propio clan. ¿Hasta dónde deben intervenir el Estado o terceros? La estricta regulación de prácticas médicas y psicológicas tiene sentido: Reino Unido prohibirá las terapias de reorientación sexual. Pero ¿qué hacer con la influencia parental? No se alcanzará la expectativa voluntarista de erradicar la homofobia con acciones estatales o sociales, sin diagnosticarla, ni entenderla para debatir y persuadir, confundiendo mundos aparte como L, G y T; reduciéndola a odio, miedo a la diversidad, fanatismo y otros lugares comunes. Un avance elemental sería difundir el conocimiento científico y, consecuentemente, rebatir la teoría de género, contraria al sentido común e incompatible con cualquier análisis riguroso. Esa supuesta elección, aclamada de forma endogámica porque “hace parte del ámbito de las libertades humanas protegidas legalmente” podría ser, precisamente, el mito que anima a algunas familias a rechazar esa decisión. La militancia local ni siquiera ha asimilado la historia mundial de la lucha contra la homofobia.
REFERENCIAS