Carolina Sanín alborotó el avispero trans. La regañaron, insultaron y acusaron de incitar a la violencia por decir un par de verdades.
Sexualmente, las mujeres trans parecen hombres simplemente porque nacieron así, sin poder ser madres. “No es que tengamos que vender sexo. Levantarse a alguien en la calle es una actividad social importante para nosotras. Y, por supuesto, tenemos una líbido super cargada”. Lo dice Nancy, una waria o trans de Yakarta entrevistada por Elizabeth Pisani. “No es tanto cuestión de dinero como de orgasmos”, continúa, “no nos digamos mentiras, somos humanas y tenemos que tirar” .
En las sociedades con tradición de hombres que se transforman en mujeres –kathoey en Tailandia, hijras en India o muxes en Tehuantepec, México – ha sido común su intensa actividad sexual desde jóvenes, a veces entrenadas por madrinas. Aunque la prostitución de travestis -su denominación anterior- es antiquísima y universal, esa hipersexualidad no siempre ha sido comercial. Enrique III de Francia (1551-1589) y su corte de mignons, frecuentemente ataviados como féminas, eran criticados tanto por su facha como por su desenfreno sexual.
La promiscuidad y el sexo venal no son características invariables de la población trans. Transvestites, obra publicada hace siglo y medio por Magnus Hirschfeld, habla de motivación erótica pero menciona a Johanna, nacida en el imperio Austro-húngaro. Siempre quiso ser una niña y en cuanto podía se ponía los vestidos de su hermana mayor. Se fue a Suiza haciéndose pasar por mujer y trabajó cuidando niños. Creció fuerte, bonita, y tenía pretendientes. A los 16 años un hombre trató de violarla, ella se resistió y el agresor regó el rumor de que era hermafrodita. Tuvo que huir a Francia. Después se embarcó para los EE.UU. y tras varias peripecias llegó a California. Ya madura contaba que “mi habitación está decorada con detalles femeninos y los hombres rara vez entran a mi casa porque no hago muchas migas con ellos. Me satisface más la conversación con mujeres y me dan envidia las que son educadas”. Michael Bailey, psicólogo de San Francisco especialista en transgenerismo de hombre a mujer, y tal vez el principal conocedor mundial de esa minoría, con años de entrevistas y observación rigurosa, considera insuficiente la teoría de género basada en la identidad y destaca la importancia del sexo. Resume así su propuesta de clasificación de las trans: “quienes aman a los hombres se vuelven mujeres para atraerlos, quienes aman a las mujeres se convierten en lo que aman”.
En la discreta orilla de los trans nacidos mujer, también ha sido común que adopten la imagen y maneras del nuevo género pero conserven su sexualidad original. Juana de Arco fue quemada virgen sin renunciar a su identidad masculina y los campesinos la veneraron como una santa. Casi veinticinco hombres nacidos mujeres fueron canonizados por la Iglesia, y según la leyenda uno, Juana, fue pontífice en el siglo IX, pero no se conoce ninguna trans santificada. Hasta hace un siglo en Albania para que una mujer pudiera vestirse como hombre, llevar armas y desempeñar actividades varoniles, debía jurar ante doce testigos que permanecería virgen toda la vida, un requisito inconcebible en el otro sentido.
En Colombia son comunes las historias de mujeres trans que asumen la apariencia y los comportamientos femeninos, pero exhiben una sexualidad desbordante, opuesta a la que supuestamente impondría la cultura patriarcal en su nuevo rol. En proporción desconocida pero no despreciable, venden servicios sexuales. De hombres trans existen menos testimonios y sobre su sexualidad se sabe poco, pero toda la información disponible indica que difiere sustancialmente de la masculina.
En Transgender History, Susan Stryker anota que “es más fácil para una mujer madura aparecer como hombre joven que para un hombre pasar por mujer sin hormonas ni cirugía”. También señala que uno de los mayores detonantes de la discriminación es la percepción de un transgenerismo percibido artificial y forzado, especialmente por la voz. Así, “las mujeres trans han sido demasiado afectadas por la negación de empleo y vivienda y por ataques violentos contra ellas y han tenido mayor necesidad de emprender acciones políticas y de auto defensa” mientras que, en el otro extremo, “los hombres trans con frecuencia viven sin hacer parte de una comunidad transgénero”.
Si para algo tan supuestamente cultural y determinado por decisiones personales como la sexualidad el transgenerismo no se ha desprendido de la biología, para cuestiones anatómicas y fisiológicas la dependencia es aún mayor. En cualquier especie mamífera, la gestación es prerrogativa de las hembras, en forma independiente de cómo se vean, de lo que piensen o sientan, o de tratamientos hormonales. Si una persona lleva un feto en su vientre es porque es mujer. Por recordar esa perogrullada matonearon en las redes sociales a Carolina Sanín.
Rubio, Mauricio (2014). "El misterioso encanto de las trans". El Malpensante Nº 156, Septiembre