Columna después de los memes
Al morir Fidel Castro se hizo evidente su popularidad entre las mujeres. Pero hubo una cubana brillante, preparada y consagrada a la revolución que nunca se dejó seducir.
“Hasta siempre, comandante” fue la frase más trillada para lamentar el deceso del tirano, insólitamente ensalzado por una vanguardia intelectual que desde lejos se proclama democrática. En medio de la nostalgia por esa revolución inspiradora, con silencio cómplice sobre un régimen totalitario, mitómano y devastador, fue refrescante leer a María Isabel Rueda relatando orgullosa cuando el barbudo seductor, “enfundado en su ridículo uniforme militar recién confeccionado”, no logró impresionarla. Fidel se descompuso y enfureció porque ella no se prestó al jueguito de la seducción. La implacable persecución del sátrapa dominicano Leonidas Trujillo a Minerva Mirabal, que culminó con su vil asesinato, empezó por un desaire en un baile.
Para el tenso encuentro habanero entre la periodista y el dictador cabría una interpretación política: ella es demasiado conservadora para apreciarlo. Otra lectura es que deslumbrarse con él requería una mezcla de mamertismo, hipocresía y principios maleables; para no adularlo bastaba sentido común. El dilema se volvía peliagudo cuando el déspota coqueteaba. María Isabel se estará preguntando cuántas mujeres resistieron el magnetismo y poder de quien engatusó a nuestros dos premios Nobel. Tal vez hubo menos desgano a la izquierda que a la derecha, pero muy pocas se atrevieron a contarlo. Hilda Molina, neuróloga cubana fuera de serie, se arriesgó no sólo a resistir el flirteo del soberano mujeriego sino a criticar su política de salud y renunciar a la burocracia. Sus observaciones coinciden con las de la columnista colombiana: Castro era un niño malcriado cuando una mujer no satisfacía sus caprichos; sabía “sorberle toda su energía con el fin de agotarla, evitando así que ella se ocupara de algo distinto a él mismo”, como precisa quien ha aguantado tipos de esa calaña.
Hilda era estudiante de medicina cuando en 1973 conoció a Fidel y le contó en qué pensaba especializarse. La reacción fue tan impertinente como machista: "¡Neurocirujana! ¿Con esas manitos y con tu pequeña estatura?". El megalómano debió creer que esa sofisticada rama de la medicina era solo para adonis corpulentos como él.
En 2011, desde su exilio en Argentina, tras publicar “Mi verdad”, la historia de su distanciamiento del régimen, Hilda anota en una entrevista que quisiera volver a Cuba para ejercer la medicina como toca, atendiendo pacientes locales, no haciendo negocio con extranjeros pudientes. Califica al sistema cubano de “triturador de seres humanos, tanto si lo sirves como si te le opones pacíficamente''. Resume su relación con el supremo casanova durante los ocho años que trabajó en el Centro Internacional de Restauración Neurológica. Como un mafioso encaprichado, el comandante podía regalarle flores y alabarla en público pero también mandar esbirros para amenazarla si no asistía a una recepción.
“Los relatos sobre Fidel Castro son resultado de mis conversaciones con él por largas horas, no porque yo lo busqué, sino porque él me buscaba”. Ante la pregunta de hasta dónde llegaron sus relaciones personales responde: “no lo puedo decir porque nunca lo hizo explícito, tal vez porque yo no le permití que lo hiciera… Él trató de tener un acercamiento más personal, por lo menos yo vi el intento cuando me decía: “¿Pero tú no sabes hablar de otra cosa que no sea trabajo?” Un día que seguí hablando de los pacientes me mira así con una cara de tristeza y me dice: “Tú quieres mucho a tus pacientes, ¿verdad?… qué dichosos son los pacientes tuyos, verdad que son dichosos”. ¿Qué puedo yo pensar? A lo mejor no explicitó algo y se sintió con derecho”. Cual patrón acosador, la agobiaba con recurrentes indagaciones. “¿A ti te gusta mucho el perfume, verdad?... Ese huele muchísimo mejor, ¿cómo se llama?”. Al enterarse de que era Only, de Julio Iglesias, “se paró como un resorte… ese mercenario está hablando mal de Cuba, difamándonos… está bien. Será un mercenario pero el perfume huele muy bien, no lo dejes de usar”.
Sobre por qué no pudo abandonar la isla cuando dejó de ser funcionaria, opina que “Fidel Castro pensó que yo era propiedad privada de él. Y no toleró que yo, allí mismo, de frente, dijera: se acabó”. Por personas que fueron a interceder a su favor sabe que dijo: “no, esa traidora no sale más, tiró como un trapo sucio las condecoraciones”. La admirable insumisa piensa que la veía “como su esclava de lujo”. Castro fue para Hilda Molina “una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida, pero estamos ante una inteligencia desalmada. Es un sicópata”. En buen romance: hasta nunca, patético verdugo.
Kertzman, Fanny (2017). “Tranquila mijita, que ese se va rapidito”. Las2Orillas, Marzo 12