martes, 7 de febrero de 2017

El sutil clasismo progre

Publicado en El Espectador, Febrero 9 de 2017






No sólo la derecha es clasista, hay una izquierda que lo es de forma más selectiva, y taimada. 


Javier Marías criticó en una columna la decisión del gobierno catalán de excluír uniformados de la celebración de las navidades, para que los niños no los vieran. La alcaldesa Ada Colau quiere una ciudad desmilitarizada, un verdadero “espacio seguro” para que los menores no perciban nada relacionado con la Fuerza Pública. Para Marías, se trata de un “comportamiento teñido de señoritismo”, un vicio contagioso entre progresistas cuando llegan al poder y se comportan con los cuerpos de seguridad “como los más rancios señoritos trataban antaño al servicio, es decir, a los criados, más antiguamente a los siervos”. El mensaje antes era claro, transparentemente clasista. “Ustedes están a nuestro servicio. Sí, son los que hacen que la casa funcione y esté limpia y en orden, los que lavan la ropa y cocinan, quienes cuidan de nuestros niños cuando estamos ocupados. Pero en las celebraciones y en las fiestas ustedes deben desaparecer. Las posibilitan con su trabajo, pero no les toca disfrutar de ellas. Es más, su presencia las afearía y desluciría. Que asistieran nos produciría vergüenza, estaría mal visto por nuestros invitados”.


Ahora la molestia es más sutil, y a nombre del pueblo. Pero la esencia es la misma. Quienes más se benefician de los servicios de seguridad, con protección armada y escoltas, quienes solicitan su presencia en cuanto surge alguna emergencia, una amenaza o cualquier desorden callejero consideran que esos mismos servidores públicos no son dignos de confraternizar con la infancia que deben cuidar y proteger con particular delicadeza. No es la primera vez que la alcaldesa de Barcelona desaira a oficiales. En la inauguración del Salón de la Enseñanza, a principios de 2016, les comunicó a los militares que se acercaron a saludarla que su presencia no era bien vista en el evento. Lo paradójico es que, con el desplante, el estand del ejército en el evento estuvo “a rebosar entre curiosos y personas” que se acercaron a expresar su apoyo. La incomodidad que le producen los uniformados a la Colau sólo la alivia el nacionalismo: tiene en su nómina a Amadeu Recasens, Comisionado de Seguridad, quien defendió hace unos años la creación de una milicia cuyo embrión debían ser los Mossos d’Esquadra, equivalente autonómico de la Guardia Civil. 


El taimado clasismo de la burgomaestre barcelonesa es parecido al de la pazología colombiana, que ha ignorado olímpicamente el aporte definitivo de las Fuerzas Armadas para que la guerrilla se sentara a la mesa de negociaciones. Parecería que nada ocurrió desde el fracaso del Caguán, y que las FARC simplemente esperaron una contraparte progre y más familiar. El desprestigio reciente de la acción armada es total: quienes hicieron la tarea sucia que se escondan, nadie quiere guerreros, por favor. Es la misma reacción de la elegante señorita descrita por Marías que una vez servida se avergüenza de sus criados y los desprecia. 


El clasismo intelectual con el ejército colombiano va más allá. Ha sido común una escena asimilable a la habitual en elegantes residencias: acusaciones apresuradas y temerarias a la servidumbre cuando se pierde algo de valor. No sólo toca esconder a las criadas, también hay que hacerles entender que su desafortunada situación no es disculpa para delinquir. Basado simplemente en su capacidad para imaginar conspiraciones, Alfredo Molano no tuvo reparo en responsabilizar a los uniformados del ataque al Palacio de Justicia, prácticamente exonerando a los atacantes. “La toma estaba anunciada y se le despejó el camino retirando la Policía del palacio un día antes… fue la fuerza pública la que emboscó a la guerrilla, la dejó entrar a la ratonera para liquidarla y de paso liquidar como autoridad el gobierno de Belisario”.


No conozco historias domésticas de patrones que, además de acusar de delincuente a quien les sirve, manifiesten su admiración por los ladrones callejeros. Pero sí existe esa variante del clasismo antimilitarista. El mismo Molano, embriagado por la firma del acuerdo de paz, cuenta que sólo otros dos momentos del conflicto produjeron en él “esa alegría plena, esa que llena el pecho y eriza el cuero”: la Constitución del 91 y “cuando los guerrilleros del M-19 salieron en avión para Cuba después de haberse tomado la Embajada de República Dominicana”. Una toma de rehenes exitosa genera júbilo inmortal.  


Es difícil saber qué es lo que estos intelectuales aversos a las armas -cuando no son de izquierda- esperarían que haga el gobierno si enfrentaran amenazas de algún guerrero. Convencidos pacifistas, tal vez sólo querrán que la burocracia mande un enérgico memorial. 



CG (2016). “Colau paga 95.000 euros al ideólogo del Ejército catalán”. Crónica GlobalMar 11

Hora20 (2012). "¿El Ejército debe pedir perdón, como dice Tribunal Superior, o al Ejercito hay que pedirle perdón, como dice Presidente Santos?". Caracol RadioFeb 1

Marías, Javier (2017). "El servicio y la señorita". El País SemanalEne 15


Molano, Alfredo (2015). “Toma de posición”. El EspectadorNov 7

Molano, Alfredo (2016). "Carta a Antonia". El EspectadorJun 25


Semana (2012). “Ex del M-19, obligados a pedir perdón público por toma del Palacio de Justicia”. Semana.comFeb 6