Un ex presidente compulsivo con los trinos es una buena caricatura de nuestra clase política, trascendental y sin pizca de gracia.
Derecha e izquierda carecen de chispa, sobre todo en los extremos. El humor ayuda a establecer vínculos sociales pero la gente seria lo desprecia por pueril. También persiste una visión negativa, muy antigua, que lo considera prepotencia y falta de compasión para burlarse del prójimo. Así, la etiqueta pública actual, reforzada con eufemismos y corrección política, exige sacrificar la risa para no ofender.
Candidatos o gobernantes desinhibidos y agudos son cosa del pasado, la falsa solemnidad es ahora la regla. Con el auge de las familias en la política y los partidos reemplazados por linajes, las perspectivas son bien tristes. El semanario de un delfín, dirigido por el primer sobrino, sabe de qué habla cuando destaca “el gran peso de los apellidos en el poder”, una realidad que corroe la democracia, la transparencia y el sentido del humor.
El formalismo y afectación de quienes buscan, ejercen o rodean cargos públicos importantes se intensificaron con el conflicto. La política en las últimas décadas no fue una comedia: violencia y amenazas dejaron una marca de severidad en las nuevas generaciones. La asfixiante cantaleta de que todos somos responsables de la guerra, que debemos superar el odio y sentencias lúgubres como “nuestra propia violencia se disfraza de ironía” consolidaron el drama y la flagelación colectivos. Los diálogos con unos comandantes adustos y antipáticos que cautivaron a una élite sosa como nunca anuncian un posconflicto aún más acartonado.
Uno no sabe ante quien protestar cuando nadie critica y alguien celebra una metáfora del primer mandatario como “estoy dispuesto a construir un puente de oro para que regresen a la vida civil estos ciudadanos”. Que un selecto grupo de “artistas, intelectuales y periodistas” deje pasar esa perla refleja el ambiente de adulación reinante, mantenido con mermelada o simples invitaciones a Palacio. Corrupción y zalamería se propagan por contagio y subordinación pero también por selección adversa: como los honestos, quienes tienen algo de independencia y sentido del humor evitan el sector público. Quedan entonces concentrados y a sus anchas delfines serviles, taimados, consentidos, propensos a indelicadezas y, por supuesto, incapaces de reir.
Unos genetistas impertinentes proponen sumarle factores hereditarios a la influencia del ambiente sobre el sentido del humor. Como correspondía, hicieron una divertida investigación para contrastar su teoría. Horace Epstein y sus colaboradores estudiaron una familia reconocida hace generaciones por su chispa, identificando a quienes les gustaba la serie Seinfield y, por otro lado, a los que preferían C-SPAN, una cadena especializada en audiencias del gobierno norteamericano. Tras separar parientes mamagallistas de amantes de la política buscaron posibles genes que los diferenciaran. Identificaron tres secuencias de ADN en los amantes de la comedia. Al expresar esos genes en ratas, con uno de ellos los animalitos emiten un chillido agudo cuando les muestran la fotografía de un gato en dificultades. Epstein especula que los ratones genéticamente modificados se burlan de la desgracia de su enemigo. La novedosa mutación fue denominada HA-HA 1.
La creciente fauna de delfines seguramente no soporta imitaciones ni pantomimas y si por accidente viera Bip Bip el Correcaminos propondría un fondo para indemnizar coyotes. Son tan aburridos que recogen sólo bostezos y votos endosados, cerrando el círculo vicioso de lazos familiares utilizados por condenados o investigados para seguir atornillados al poder. Los linajes se cubren las espaldas, evitan debates, son inmunes a las críticas y se burlan descaradamente de la justicia y de los electores. Las campañas electorales son cada vez más soporíferas por esa proliferación de castas de recomendados y protegidos sin ideas propias, sin ninguna gracia.
Tan escaso se volvió el humor que Jaime Garzón es evocado como un político brillante al que fuerzas oscuras le truncaron una promisoria carrera. Su porvenir de hombre público era tan brillante como el de Galán en la comedia o la sátira, pero su hinchada muestra la falta que hace el ingenio. Yo jamás hubiera votado por Garzón: su destreza era la burla implacable, un talento en vía de extinción, aplastado por el idealismo, la lambonería y la corrupción. Lástima que no dejó herederos con su HA-HA 1 Premium. Dioselina Tibaná fue indudablemente más valiosa que todos esos insípidos políticos impulsados por clanes familiares.
REFERENCIAS
EE (2015). “Los lazos familiares en las elecciones locales y regionales”. El Espectador, Oct 13
Ferry, Victoria Perrier (2012). “Are You Born Funny?”. Science in Our World: Certainty and Controversy, Oct 11
Grimm, David (2015). “Researchers Locate Funny Gene”, Science, New Science Magazine, Apr 1
Martin, Rod A. (2003). “Sense of Humor” Capítulo en S. J. Lopez & C. R. Snyder (Eds.), Handbook of Positive Psychological Assessment.
Mera Villamizar, Daniel (2015). “Frenar la democracia hereditaria”. El Espectador, Oct 2
Restrepo, Álvaro (2015). "Un puente de oro". El Espectador, Sep 30
Semana (2015). “El gran peso de los apellidos en el poder”, Sep 26