Cuando el matrimonio parecía insalvable, hubo en la prensa colombiana unas reflexiones íntimas y agudas sobre sus problemas.
"Es fatal, quedó mal inventado… Por fortuna, el hombre que quiero y que comparte la filosofía del 'mejor juntos pero no revueltos', lava -mejor dicho, le lavan- los calzoncillos en su propia casa", escribía María Elvira Samper. "Veo hombres que no saben llorar.. hombres incapaces de lavar un calzoncillo” anotaba Florence Thomas. "Ya puede hablarse de una generación de mujeres que les temen a los compromisos profundos; con ellas no es eso de casarse.. y lavarle los calzoncillos a un señor, a cambio de un programado polvo semanal", remataba Esther Balac.
El meollo de la tragedia era un trueque injusto: ellas los lavan y ellas lo dan; doble jornada con esclavitud sexual. El mensaje implícito era que comprometerse con alguien no vale unos calzoncillos sucios. Para ensalzar la soltería, se recurrió al testimonio de una misteriosa ejecutiva japonesa que rechazaba a todos sus pretendientes. No soportaba la idea de lavar calzoncillos y tener sexo con ellos para siempre. “El matrimonio se va convirtiendo en una jaula. Por eso odio todos su rituales, sus grillos y sus cadenas”, concluía una de las disertaciones con una contundencia que hoy sonaría ruda y excluyente con las casadas y los casados.
Cuando el amor conyugal volvió a ponerse intensamente de moda, a su promoción acudió la misma vanguardia intelectual que lo consideraba asfixiante y que, acostumbrada a elucubrar sin abordar los verdaderos dilemas, recibió en silencio la reciente sentencia del Consejo de Estado que asimila la infidelidad a una forma de maltrato. La novedosa doctrina, formulada a raíz del asesinato de una mujer por su esposo policía, hizo evidente la falta de sustancia de un debate sobre el matrimonio despreocupado por los cuernos.
Lo bueno del fallo es que pone el foco sobre la principal causa de separaciones y violencia de pareja en el país. Ya no será fácil descalificar las críticas a una vida sexual que haga caso omiso del estado civil. La sentencia es positiva porque una instancia no religiosa contribuye al desprestigio de la infidelidad, resaltando la dimensión más dañina del machismo sin preocuparse por quien lava la ropa íntima.
Lo malo de la decisión es que está basada en un mal diagnóstico: da por descontado que los cuernos son una conducta que se enseña, de manera desigual, a hombres y mujeres. Con supuestos flojos, y sin una discusión previa informada, la jurisprudencia será un saludo a la bandera. No tiene dientes, ni podrá tenerlos. ¿En qué momento las infidelidades dejarán de ser asunto privado? ¿Quién y dónde las denunciará? ¿Cuáles serán sancionadas? ¿Será más grave el maltrato con muchas prepagos o con una querida? No es por descuido que los países no gobernados por fanáticos religiosos renunciaron a combatir el adulterio.
Sorprende por su ingenuidad la recomendación general de la sentencia: el Estado debe empeñarse en generar un cambio cultural para civilizar a los machos, o sea emprender a las carreras, sin la más remota sugerencia de prioridades, lo que unas pocas sociedades tardaron siglos en lograr, con la ayuda de una institución hoy desacreditada.
No es fácil racionalizar que el fallo responsabilice a la Policía Nacional más allá de no haber denunciado la violencia que sufría la mujer asesinada, exigiendo que la institución garantice una conducta intachable de sus miembros. ¿Qué deberá hacer un comandante de policía al enterarse que un subordinado casado es mujeriego? ¿Y si la infiel es la esposa? ¿Una empresa de seguridad privada también deberá responder por los ataques contra la pareja de sus empleados? En este caso fallaron todas las instancias. La justicia no penalizó unos ataques que sí son de interés público, y están tipificados como delito. No funcionó la crianza, ni la educación, ni la presión social, ni el autocontrol, que no dependen de un empleador. Hasta la vulnerabilidad económica de la esposa ante un maltratador fue irrelevante para una organización que traslada familias como si fueran un ente subordinado y que, sin meterse en la vida privada, podría preocuparse por apoyar la capacitación y vinculación laboral de las mujeres.
Lo feo de la sentencia es el riesgo de que la adopten como estandarte instituciones que no requieren mucha cuerda para inmiscuirse en asuntos de alcoba. Con el fundamentalismo latente, y la evidencia de que la infidelidad es desequilibrada y dañina, el fallo recuerda que es indispensable un debate serio, pragmático y laico sobre matrimonio y sexualidad.
Balac, Esther (2009). “La excitante cama prohibida”. El Tiempo, Octubre 19
Colprensa (2105) "La infidelidad es considerada como maltrato en Colombia". El Colombiano, Julio 30
Dubuisson, Marc y Pauline Perrolet (2010). Le Sexe Fort est en Péril. Paris: Hachette
Forero, Andrea (2015). "En Colombia, la infidelidad es una forma de maltrato". El Tiempo, Julio 30
Rubio, Mauricio (2015). “Zángano o mujeriego, ¿quién es más macho?”. El Espectador, Julio 15
____ (2015). "Crimen pasional o sexista". El Espectador, Marzo 11
____ (2014). "Violencia machista, violencia política y reconciliación". El Espectador, Octubre 8
Samper, María Elvira (2010). “Mi Problema con el Matrimonio”. SoHo